sábado, 23 de abril de 2016

Hombres fantásticos (V): Amor y libros


Está demasiado cerca y temo que note que la estoy mirando. Sin que ella se diera cuenta, desde el otro lado de la calle he estado mirándola un buen rato. Después, he cruzado para verla más de cerca, quizás tenía que haber seguido mi camino. 

Tenía la esperanza de que al acercarme me gustará menos o no me gustara. Todo es más bonito desde lejos, la imaginación es muy cabrona. Quizás descubriera que los libros que miraba concentrada eran de maquillaje, o de como celebrar tu boda en 25 sencillos pasos o de manicuras con ingenio. Pero ¿Qué tonterías estoy pensando? Sabía que no, lo sabía. 

Quizás debería haberme alejado. ¿Cómo es esa frase? Las mujeres que leen son peligrosas. Qué chorrada de frase y que cierta es por otro lado. ¿Los hombres que leemos somos peligrosos? No sé, pero yo ahora mismo no tengo peligro, lo que estoy es acojonado. 

La he seguido paseando por la librería. No me ha visto, ni me ha intuído,  ni se ha fijado. Los libros eran lo único que le interesaba. Ha recorrido las estanterías mirando, agachándose, poniéndose de puntillas para llegar a los estantes de más arriba. Por un momento he estado tentando de acercarme a ayudarla a alcanzar un volumen que intentaba agarrar con la punta de los dedos. Me he contenido, no sé si por miedo a que me sonriera o a que me dijera ¿Insinúa que soy bajita? (Pero sí, es bajita)

En la caja se ha reído al pagar, ha charlado con el librero y antes de salir he podido echar un vistazo a la lista de "libros pendientes" que tiene en el móvil y de la que ha tachado unos cuantos que lleva en una bolsa. La lista es tan larga como para estar leyendo toda una vida. ¿Me enseñará esa lista? 

Sale, se va... la voy a perder de vista. Intento pensar en algo para decirle, en algo que le llame la atención. Disimulo mirando los libros de ocasión de la puerta y, entonces, vuelve sobre sus pasos y ahora está aquí, demasiado cerca. Oigo su respiración mientras me ignora completamente. ¿Soy transparente? Disimulo mientras rebusca a mi lado, tocando los libros justo después de que los toque yo. Las manos pequeñas, las uñas cortas, sin anillos. Nos vamos a rozar... Vaya, parece que queremos el mismo libro. 

Ahora o nunca... el infierno es para los cobardes. 

- Hola, ¿puedo invitarla a una cerveza?

Sonríe. 

- Que sea un vino. 

Huele a limón y a verde. Menos mal que no seguí mi camino, quizás pueda leer con ella. 


jueves, 21 de abril de 2016

De mayor quiero ser guionista.

Lo he estado pensando y si hay un trabajo molón ahora mismo en el mundo de la televisión es el de guionista, y de tv movie. No hay nada más loco, más surrealista y más libre en todo el panorama audiovisual. 

Cualquiera que tenga más de 30 años tiene "estrenos tv" grabados a fuego en la mente. Bajo ese nombre se emitían unos dramones absolutamente increíbles en los que siempre, al principio o al final, ponía algo como "esta historia está basada en hechos reales, los nombres se han cambiado para preservar la intimidad de los protagonistas". Las historias tristísimas, en las que siempre había muchas desgracias y amores trágicos, funcionaron durante años. Pero sospecho que el catálogo de desgracias truculentas susceptibles de ser etiquetadas con una imaginativa combinación de sustantivo y adjetivo en cualquier orden se terminó. Ya no quedaba espacio para más "Traición fatal", "Confianza truncada", "Amor confiado", "Fatal traición", "Sospecha confiada" o "Falsa confianza" o "Confianza sospechosa". 

Ante el abismo de enfrentarse al final de una era, los guionistas de tv movies huyeron hacia delante y, contra todo pronóstico, han triunfado como unos campeones. NI Hitchcock, ni Coppola, ni Tarantino... no hay guiones ni historias como las de la nueva remesa de tv movies alemanas que triunfan en la sobremesa. 

No soy capaz de recordar la trama de Ciudadano Kane pero la última creación televisiva de los genios del mal se ha quedado grabada a fuego en mi mente. Me ha dejado tan marcada que el otro día, en medio de una comida de trabajo, me encontré con toda la mesa mirándome embelesada mientras les contaba esta trama totalmente alocada. 

-Moli, la cuentas tan bien que dan ganas de verla o de tomar tus drogas. 

¿De qué iba ese prodigio de tensión dramática? 

La acción se sitúa en los prados siempre verdes de Suecia o Dinamarca. ¡Qué más da el rigor geográfico cuando se puede subir la saturación del color y que los paisajes parezcan la granja de los Clic de Playmobil! En esos prados tan idílicos vive una joven entusiasta y feliz. Estoy muy a favor del entusiasmo y la felicidad pero sin traspasar los límites de la mosca cojonera. La joven es tannn pesada y sonriente que a los 30 segundos quieres saltarle los dientes aunque estés haciendo la digestión de una fabada y sólo tengas pulso periférico. 

La joven entusiasta está casada con armario empotrado muy nórdico pero con el mismo atractivo que un perchero, tanto mental como físico. Vive con él y con su suegra que la odia, en mi opinión con razón, por pesada. Como es tan happy se dedica a criar llamas en los verdes prados saturados de Dinamarca (he dicho llamas, sí. De yo y mi llama pues llama se llama y vamos a la clínica dental). Aquí es donde percibí la primera sesión de ayahuasca entre los guionistas, ¡no hay huevos a poner llamas en Dinamarca! No contenta con eso decide abrir en su granja de llamas un café ecológico. ¿Por qué? ¡Qué más da! 

Sin el más mínimo motivo resulta que los habitantes de su pueblo no quieren que abra el café. Supongo que por brasas, solo de pensar en ver a la joven entusiasta repartiendo ajonjolí y leche de burra correteando por el prado, los tranquilos daneses desean un ictus. Entonces, una desgracia se cierne sobre nuestra joven entusiasta. La noche antes de abrir el café, hay un incendio y como en el pueblo el coche de bomberos está estropeado, de las ilusiones ecológicas y absurdas de la mosca cojonera no queda nada. Niente. 

Es en este momento de tensión dramática inigualable desde La Lista de Schindler cuando los genios del mal, AKA guionistas, introducen la segunda trama. La cámara nos lleva a una ciudad nórdica con los mismos colores que la casa de Pin y Pon y entramos en un estudio de grabación en el que un tenor está grabando un disco. Presentimos que la tragedia le acecha. ¿Por qué lo presentimos? Porque abre la boca para cantar y se toca los oídos con cara de dolor. Todo muy sutil. 

El tenor boquea un par de veces, pone cara de estreñimiento máximo y sale corriendo a coger el coche. Conduce, conduce, conduce y llega así, como el que no quiere la cosa, a la granja de llamas de la entusiasta. Casualidades tiene la vida... Ni Auster. 

- Toc, toc.
- ¡Quién es?
- yo
- Y ¿quién es yo? 
- Pues un tio que ha llegado aquí en coche pero no te voy a decir quién soy porque soy muy misterioso. ¿Tienes habitación?
- Pues claro, puede quedarse. 

Los nórdicos son gente campechana y afable por lo que se ve y no temen a los psicópatas. 

A todo esto y para despejar el camino de la trama, el marido armario ropero ha recibido una llamada misteriosa y le ha dicho a la entusiasta que se va a vender aceite ecológico a no sé donde. ¿De dónde sale el aceite en Dinamarca? ¡Y a quién le importa!

Un nuevo día amanece en el país de los colores saturados y la entusiasta lee el periódico. En la misma página descubre que el desconocido que tiene arriba es un tenor que anda desaparecido y que en el pueblo de al lado dentro de una semana se celebra un concurso de grupos de gente cantando y el que gane se lleva como premio... ¡un camión de bomberos! 

En este momento decidí que la digestión de la fabada tendría que esperar. No asistía a un espectáculo de tanta enjundia desde... desde nunca.  

La entusiasta saca entonces su lado malvado y torticero y le dice al tenor estreñido que o les enseña a cantar a ella y a sus amigas del pueblo (que no son sus amigas pero ella es la típica motivada que es mejor seguirle la corriente) o le dirá a la prensa que él está allí. 

El tenor acepta. ¡Qué sorpresa!  Y pasa de no saber qué hacer con su vida a trajinar con las llamas, enseñar a cantar a las hermanastras de Cenicienta y, entre tanto trajín, en un nuevo giro inesperado de guión, se trajina a la entusiasta. Bueno, es una cosa mutua. 

Abreviando, no quiero arruinar a nadie el placer de un futuro visionado. 

Cuando ya me estaba comiendo las uñas, el grupo de currutacas gana el concurso de canto, el pueblo consigue un nuevo y flamante coche de bomberos, y el tenor y la entusiasta se juran amor eterno. 

¿Y el armario empotrado del marido dónde está?, se pregunta el espectador. 

Reunión de guionistas...

- Chavales, se nos ha olvidado solucionar el tema del marido.
- ¿Qué marido?
- El de la entusiasta.
- ¿Tenia marido?
- Si, lo mandamos a vender aceite orgánico a Polonia. Y ¿ahora que hacemos?
- Pues nada, que vuelva y le diga a entusiasta que en realidad no estaba vendiendo aceite, que se había ido a ver a un antiguo amor del que se ha dado cuenta que sigue enamorado y que porqué no se divorcian y se reparten las llamas. 
- Cojonudo. 

Yo de mayor quiero ser guionista de tv movie alemana.  

martes, 19 de abril de 2016

Tener hermanos

"Me pasé la infancia durmiendo en litera, esperando a un hermano que no llegó nunca". 

Esta frase dicha por casualidad en una cena con amigos, risas, vino y buena comida se ha quedado rebotando en mi cabeza desde el sábado. Es tan triste, casi tanto como el famoso relato de Hemingway. 

Tener hermanos es como tener manos o pelo. Estás tan acostumbrado, te son tan familiares, estás tan harto de verlos que los das por hecho. No los piensas, no los ves, no los sientes. Pueden pasar días sin que les hagas ni puñetero caso. Tus manos funcionan solas sin que tú les prestes atención y tu pelo va a su aire, crece o se cae cuando quiere. Así son los hermanos. Sólo los percibes, eres consciente de ellos, cuando te duelen, los necesitas o se descontrolan... para bien o para mal. 

Uno de los primeros posts que escribí trataba sobre mis hermanos. Siempre los he tenido, desde los 13 meses; me destronaron pronto. A pesar de todos estos años, sé que soy una hermana atroz: tocacojones, protestona, me enfado en cero coma tres segundos y además, y esto les fastidia muchísimo, soy muy buena contando las historias, aunque ellos dicen que fabulo y exagero. 

En estos ocho años nuestra relación ha cambiado porque nosotros y nuestras vidas lo han hecho. Hoy pensaba que la mejor edad para tener hermanos es ahora. Cuando eres pequeño, joven, cada uno es de una forma. En mi fabuloso mundo visual, uno es un triángulo, otro un cuadrado, otro un círculo... cada uno tiene su forma y sus aristas y no lo sabe. Uno no sabe lo que es, no sabe manejarse a sí mismo y por supuesto es incapaz de percibir, de ver lo que sus hermanos son. Vemos las diferencias, uno se siente triángulo y ve a su hermano como un cuadrado espantoso. No le parece un cuadrado perfecto, ni bonito ni nada por el estilo, solo ve que no es como él, que obviamente es como hay que ser. 

Con la edad y en mi cabeza, las aristas de cada uno se van puliendo, se van encontrando huecos en los hermanos y en uno mismo para ir encajando, para complementarse, construyendo un "algo" que puede estirarse, retorcerse, separarse pero raramente romperse. 

No idealizo a mis hermanos, me sacan de quicio infinitas veces a lo largo del año. Tienen defectos que me cuesta tolerar y otros que me cabrea que no combatan, porque sé que podrían mejorar. Somos incompatibles en muchísimas cosas pero hemos aprendido a encajarnos. Y no a martillazos o a presión. Nos encajamos adaptándonos unos a otros cuando sabemos que nos necesitan, nunca de la misma manera con todos porque nos sabemos diferentes como personas y también en la manera de enfrentarnos a la vida. 

Hace 19 meses, al volver del cine de ver una película atroz, no podía dejar de llorar. En el coche, aparcada delante de casa de Molihermana, no podía dejar de llorar. Le dije que tenía tanto miedo que no podía levantarme por las mañanas. Me miró y con toda la pena del mundo me dijo: me parte el alma verte así pero no sé como ayudarte. 

Hace 15 meses, un sábado cualquiera, oí la puerta de casa. Bajé las escaleras y allí estaba mi Pobrehermano Pequeño. Abrió los brazos y me abrazó hasta que no pude más. Me dio un beso en la cabeza y me sujetó fuerte. 

Hace poco más de un año yo seguía enferma y muy débil. Pobrehermano Mayor estaba enfermo también y decidimos salir a dar un paseo después de una nevada espectacular. Abrigados como en Fargo, caminamos en silencio, esperándonos mutuamente. 

He pensado todas estas cosas y en cómo será la muerte de un hermano. Uno está preparado, o cree estarlo, para la muerte de los padres, es ley de vida, son mayores que uno y morirán antes. Uno jamás está preparado para la muerte de un hijo, es antinatural. Pero la muerte de un hermano debe ser como asomarse a la propia muerte. 

No quiero pensarlo ahora, hoy. 

Somos cuatro hermanos y siempre dormimos en litera.


viernes, 15 de abril de 2016

Preferiría hacerlo

Confieso que soy impulsiva de palabra, obra y omisión. 

Intento controlarme. ¿Por qué? Pues porque está mal visto ser impulsivo. La impulsividad no es un talento valorado por la sociedad y hay una leyenda urbana que considera que ser impulsivo es perjudicial para uno mismo, te vuelve vulnerable y poco de fiar.  Así que como, a pesar de todo, no soy inmune a las leyendas urbanas, intento controlarme. 

Escribo cosas del tirón como una maníaca, casi como Jack Nicholson en El resplandor, y las dejo ahí reposando; pienso respuestas geniales y me muerdo la lengua, elucubro réplicas fabulosas con las que gano la partida y las retengo rebotando en mi cabeza. O lo intento. 

A veces creo que ahora, con 43 años, he conseguido controlarme algo, pero luego pienso en mi yo de 20 años, ese saquito de miedos e inseguridades con hombreras que era yo, y me doy cuenta de que ahora soy más impulsiva o lo soy igual pero el miedo no me puede, no me controla. 

El otro día tuve que ver una película sobre ajedrez. No me gusta el ajedrez, me sé las reglas, pero me supera. Mientras agonizaba frente a la pantalla pensé que el ajedrez es el control absoluto de los impulsos, es táctica, estrategia, espera, contención y cálculo. No tengo nada de eso. Supongo (o no) que ser un mago de la táctica y un Sun Tzu de la estrategia debe dar muchas satisfacciones. Supongo (o no) que ser capaz de controlarse de la misma manera que se doma un caballo proporciona una sensación de poder que mola mucho. Pero yo no puedo. 

Lo intento. He perdido la cuenta de las noches de domingo que mientras no puedo dormir y doy vueltas en la cama pienso que a partir de esta semana todo será distinto. "A partir de mañana no voy a decir nada sin pensarlo con calma, no voy a escribir nada sin reflexionarlo durante 24 horas, no voy a pasar de 0 a 100 en tres segundos, no voy a mandar ni un mensaje sin tenerlo durante 3 horas en borradores y voy a ser capaz de sujetarme las riendas". 

Sé las veces que lo he conseguido: ninguna. 

Si tengo que escribir algo, tengo que hacerlo, no puedo quedármelo dentro. Cuando lo intento, no me concentro, no puedo parar quieta, muevo los pies, doy vueltas. Me pierdo en lo que tengo dentro, no escucho, me paso los desvíos, se me queman las tostadas y me limpio la cara con enjuague bucal. 

Si tengo la respuesta precisa y no la suelto, tengo que cerrar la boca tan fuerte que me duelen las mandíbulas y aprieto la lengua contra los dientes notando cómo la respuesta intenta salir por mi diente roto. Si me muerdo me enveneno. 

Si me hostilizo y me guardo la mala leche, la ironía, el sarcasmo y, a veces, los gritos, me noto correr la sangre por las venas, se me quita el hambre y escucho a mi cerebro decir: deja salir los impulsos o reventamos. ¡Demasiada presión!

Contadme malditos. ¿Dónde se aprende táctica? ¿Dónde se guardan las cosas que quieres decir y no dices? ¿En qué compartimento secreto almacenáis las ganas de hacer cosas que os morís por hacer? ¿Cómo se activa el botón "mejor no"? ¿Y la palanca de "impulso en espera"? 

¿Por qué yo no he venido de serie con todo eso? 

En dos días es domingo por la noche... y vuelta a empezar.  


miércoles, 13 de abril de 2016

Muerte a los madrugadores felices

- ¡Arriba mis campeones!

Abro los ojos de golpe. No puede ser. Lo he soñado, ese grito ha debido venir de uno de mis extraños sueños. Agito la muñeca, levanto el brazo, miro las manecillas del reloj. No pueden ser las 9:30. Recuerdo de repente que ayer fue un día de mierda y encima se me paró el reloj. Tendré que ir a cambiarle la pila. Odio ir sin reloj. Cada vez hay más gente que te dice "no me hace falta, miro la hora en el móvil". Mal, que idiotez. A mi me gustan los relojes, los hombres con reloj en la muñeca. 

- ¡BUENOS DÍASSSSSS!

Otra vez. Estoy despierta así que no es un sueño. Pero ¿qué hora es? Ruedo por la cama, estiro el brazo, me golpeo contra la montaña de libros de la mesilla, uno cae al suelo, cojo el móvil.... mierda, al final soy como esa gente que dice "no me hace falta el reloj". 6:27. 

Joder. Pero, pero, pero.... ¿Quién cojones grita “Buenos días” a estas horas? 

¿Es en el piso de al lado? Imposible. Es otro edificio, edificios recios con grandes muros. En 10 años jamás he escuchado nada. ¿Es arriba? ¿Quién vive arriba? ¿No era una señora loca a la que había abandonado el marido y siempre llevaba el pelo casi naranja? Obviamente no es el maniaco de la felicidad matutina que estoy escuchando. ¿Tengo vecinos nuevos? 

- ¡Vamos chicos! ¡Es un gran día! ¿Quién está contento con el nuevo día? 

Sé de uno que como siga gritando así no va a llegar a ver el final del nuevo día. 

- Buahhhh, buahhh, buahhhhhh. 

Un bebé llora desconsolado. Hay que ser un inconsciente, o un insensible o muy cabrón para despertar a un bebé con esos gritos. Ahora mismo mi vecino me cae tan mal que deseo muy fuerte que su bebé recuerde estos momentos cuando sea adolescente y vuelva a casa con un piercing en la oreja, la cabeza rapada con un retrato de Shakira y le diga a su padre que quiere ser vedette de zarzuela. Y llevar paleodieta y que le llamen Loreta. 

- ¡Vamos! ¡Alegría!

Pero, ¿no hay nadie en esa familia con criterio? ¿Mi vecino feliz (y sospecho que consumidor de sustancias alucinógenas) no tiene pareja? O más increíble aún, ¿tiene una pareja que tolera estas efusividades por la mañana, quiero decir, de madrugada? 

Me tapo con la almohada. Me ahogo. ¿Por qué hacen esto en las pelis? No puedo creerme que el resto de mis días en esta casa vaya a ser así. No lo soporto. Tendré que comprarme tapones o peor, madrugar tantísimo como mi vecino. O comprarme una recortada. Me visualizo con una escoba, en pijama, encima de la cama golpeando el techo de mi habitación para que mi vecino deje de ser feliz por las mañanas, pero claro con esos gritos no me va a escuchar. 

- ¡Vamosss campeones! Es un día precioso. Arriba. 

El bebé llora, yo lloro. 

- ¡¡POR FAVOR!! TODAVÍA ES DE NOCHE. 

No sé si me ha oído. No sé porqué he gritado así. ¿Quién soy? Ruego a quien sea que me haya oído, que convertirme en una vecina gruñona haya servido para algo. 1, 2, 3 segundos de silencio, contengo la respiración...

- ¡Vamoosssssss a por el nuevo día!!! 

Mi vecino y yo vamos a terminar fatal. Ya le odio muchísimo. 

Seguro que es de los que mira la hora en el móvil. 

lunes, 11 de abril de 2016

Sostener(me)

He conducido por esta carretera un millón de veces; cuando enfilo las curvas de bajada ya casi es casa. Siempre me siento mejor cuando llegó al final de la subida y empiezo a bajar hacia el valle. Respiro y pienso que ya casi estoy y que soy afortunada. 

El día está gris y verde, con un poco de sol. Mientras tomo las curvas, casi de memoria voy pensando que parece primavera pero poco, que todavía puedo fingir que es casi invierno. Tarareo la canción que ha elegido M por riguroso turno. Sin necesidad, por pura inercia, miro por el retrovisor y veo a C fingiendo tener un micrófono en la mano y actuando como si fuera Adele, sintiendo la música y poniendo caras. Me alegra el alma. Literalmente verla hacer eso me alegra la vida. 

Soy completamente feliz en este momento. No quiero nada más. Conducir bajando hacia el valle y cantar con las niñas mientras las veo actuar. Soy consciente de lo perfecto del momento. 

Todas las mierdas que me han preocupado esta semana, todos los problemas que me han provocado ansiedad o me han hecho cabrearme estos días, parecen nimiedades. De hecho lo son, pero he necesitado este momento para verlo, para colocarlo todo en su lugar. 

Me gustaría poder guardar este momento de lucidez y sacarlo cuando me hiciera falta, cuando me falte el aire, cuando vuelva a tener miedo. 

Nadie te lo dice pero los hijos te sostienen. Y no porque tengas que ser responsable, ni ser su referente, ni ayudarles ni estar siempre. 

Tus hijos te sostienen y ellos ni siquiera lo saben. 

Quiero que las princezas, algún día, sepan que me sostienen, que con ellas estoy a salvo. 

Y por eso lo escribo. 


jueves, 7 de abril de 2016

Lecturas encadenadas.- Marzo

http://guyshield.com/
Marzo ha sido un mes espectacular.  Me ha cundido tanto y he hecho tantísimas cosas que parece haber durado una eternidad . No me explico cómo he podido ni cómo he sobrevivido.

Empecé el mes con Un mal nombre  de Elena Ferrante. Ahora que ya me he leído los dos primeros libros de su tetralogía puedo decirlo con conocimiento de causa: no la soporto. Ni a ella, ni como escribe ni a las dos memas de sus protagonistas. No consigo entender porqué gente con (supuesto) criterio me habla maravillas de estas novelas. En esta segunda entrega las dos amigas han crecido. Lila, la tóxica, se vuelve aún más tóxica y absurda tras su boda. Lenu sigue en su senda de patetismo lánguido.

No necesito identificarme con los personajes de las novelas, ni siquiera tienen que caerme bien ni gustarme pero necesito creerme un mínimo de lo que pretenden contarme. A estas dos pazguatas no me las creo y lo que es peor no me creo a la Ferrante. Le veo las costuras y la pose en todo lo que escribe. Los supuestos pensamientos elevados de Lenu o sus dudas existenciales me resultan tan ridículos como los discursos de las heroínas de culebrón dando la espalda al galán.  Como si estuviera viendo un culebrón de mediodía es como leo estas novelas, mi vista resbala por las páginas, en algún momento me entretengo, en la mayoría me aburro y en muchos siento hasta vergüenza ajena.

554 páginas y no he doblado ni una esquina. Pero como soy masoca y conozco el efecto beneficioso que tiene en mí  echar espumarajos por la boca, ya tengo el tercero.

La Gloria de Mi Padre de Marcel Pagnol fue toda una sorpresa y un placer de lectura tras la tortura intensita de la Ferrante. Llegué a él porque Paloma me lo regaló por mi cumpleaños (No sabéis quién es Paloma y os da igual pero para mí es importante). La Gloria de mi padre tiene un título espantoso pero es una delicia que sé que  es una palabra cursilísima pero es el que más le pega a esta historia de recuerdos de infancia. La historia de Marcel, su padre, su madre, sus hermanos, sus tíos y una desvencijada y antigua casa de labor que alquilan en la Provenza para pasar el verano y que es el escenario de las aventuras de Marcel.
"Como de estas cosas no se hablaba nunca en casa, no pude saber cómo (mis padres) se conocieron. Por otra parte, yo no les pregunté nada sobre ello, ya que no podía ni imaginarme ni su juventud ni su infancia. La edad mi padre superó siempre en veinticinco años la mía. Eran mi padre y mi madre para siempre, para toda la eternidad." 
 Es un libro sencillo, amable, tierno, divertido, en una palabra bonito. Una preciosa manera de reconstruir el pasado y reconstruirte a ti mismo.
"Esa es la debilidad de nuestra razón; con frecuencia no nos sirve más que para justificar nuestras creencias."  

Tiene mucho de Gerard Durrell y su "Mi familia y otros animales" (Por si no lo sabéis la cadena inglesa ITV acaba de estrenar una serie basada en esta novela).

Hay libros que asocias para siempre a un momento de tu vida. Las Cartas de Durrell y Miller a un viaje de trabajo en Granada en 1998, Años Luz de Salter al momento en que me separé , o Un jardín abandonado por los pájaros de Marcos Ordóñez a un momento de dolor espantoso en el que creí que me moría. Para que esta asociación entre libro y vida ocurra y deje huella el libro tiene que marcarte, removerte y el momento vital tiene que ser especial aunque cuando lo estés viviendo no lo sepas. La Semana Santa de 2016 estará para siempre asociada a El bar de las grandes esperanzas de J. R. Moehringer.

Creo que llegué a este libro por recomendación de Enric González.  En el prólogo ya me había enamorado del libro y he doblado muchísimas esquinas. Cualquiera que lea mi ejemplar podrá seguir mi rastro... y me ha dado por pensar si eso no será demasiado personal.

Una vez más leo las memorias de un hombre. Moehringer me ha recordado muchísimo a Richard Ford por la relación con su madre tal y como la contaba en Mi madre. Por la recreación del pueblo y la vida en una pequeña ciudad americana con toda la ristra de personajes me ha recordado a las novelas de Richard Russo, especialmente a Empire Falls. Y me ha hecho pensar en la cita que copie de Marcos Ordóñez sobre lo difícil que es contar historias de gente normal y como todos somos excepcionales y tenemos una historia que merece la pena contar si se nos presta atención.

La vida de Moehringer no tiene nada de excepcional pero él consigue contarla de una manera que atrapa desde el principio. Es cálido, acogedor, tierno y todo sin ser ñoño. Quieres acompañarle, ayudarle, aprender con él y no salir nunca de sus recuerdos. Quieres que siga hablando, que siga contándote porque es un maravilloso contador de historias... hasta que se desinfla y cuando está en lo más alto pierde la ruta y empieza a perder fuelle y ritmo. Hacia el final de la historia, Moehringer parece perder interés en su historia, va y viene, avanza sin decisión, pierde el hilo. Es una pena porque hasta ese momento el libro es fabuloso. Se lo perdono por la magia de todas las páginas anteriores pero, a mi juicio, si hubiera cortado a falta de 60 páginas "Pero yo no veía más allá del Publicans" el libro hubiera sido redondo.

"Aunque me temo que nos sentimos atraídos por aquello que nos abandona, y por lo que parece más probable que vaya a abandonarnos, finalmente creo que nos define lo que nos acoge."
"Oía el humo en su voz y pensé que su voz era humo. Así era como imaginaba a mi padre: como humo parlante".
"A veces yo me sentía tan solo que me habría gustado que existiera una palabra más larga, más grande, para decir "solo".
"Hubiera querido explicarle que los libros no tenían  una función tan explícita como las herramientas, que no había una diferencia entre usarlos y no usarlos. La presencia de los libros me proporcionaba placer, me gustaba verlos alineados en los estantes, en el suelo. Eran el único elemento de redención en mi escuálido apartamento. Mis libros me hacían compañía, me animaban." 

Matera y Primo Levi. Un lugar, un viaje y un libro. El Sistema Periódico de Primo Levi, gran recomendación de Daniel Torregrosa (gracias Dani) que asociaré para siempre a mi habitación con vistas y los aviones. Me flipa Primo Levi y como escribe, mucha gente se queda en su  trágica y terrible historia en Auschwitz y enfrentarse a la vida sintiéndose un superviviente pero Primo Levi es muchísimo más que eso y me encanta como escribe. Siempre es triste, siempre es nostálgico y a la vez es ingenioso, divertido, culto, inteligente y, una cualidad muy rara, sorprendente.

El Sistema Periódico es una recopilación de  recuerdos, experiencias, perfiles de personajes queridos y relatos que Primo Levi titula con el nombre de un elemento del sistema periódico, el elemento que él considera que mejor empareja con la historia. Las historias más realistas y autobiográficas permiten descubrir al autor y su manera de pensar, sentir y vivir, y los dos más fantásticos, los que escribió mientras trabajaba en una mina durante la guerra me han encantado. Estos dos, Mercurio y Plomo, más que fantasía parecen ser una guía de viaje de un mundo secreto al que Primo Levi nos conduce de la mano atravesando una cueva oscura que nos va iluminando con una antorcha hasta llegar al final y descubrir ese mundo oculto.

El perfil de su amigo Sandro es un canto a la amistad y a lo que nos queda de la gente que ya se ha ido.
"Hoy sé que es una empresa sin esperanza reconstruir a un hombre de palabras, hacerlo revivir en una página escrita, y particularmente a un hombre como Sandro. No era de esas personas de las que pueden contar cosas o a las que que pueden levantar monumentos, con lo que él se reía de los monumentos. Vivía por entero en sus acciones, y una vez terminadas éstas, de él ya no queda nada. Nada más que las palabras precisamente."
"Equivocarse era como cuando se escala una montaña, una confrontación, un caer en la cuenta, un paso adelante que te hace más meritorio y más eficaz."  
"El otoño tiene el mismo color en todos los países del mundo, un olor a hojas muertas, a tierra en reposo, a haces de leña que se queman, en una palabra, a cosas que se acaban, y uno piensa "para siempre."
Empecé el mes paseando con la nieve y lo terminé al sol de Matera. Marcelo Pagnol, J.R. Moehringer y Primo Levi han sido mis parejas sucesivas este mes y los he disfrutado muchísimo.

Y con esto y un bizcocho hasta los encadenados de abril.




martes, 5 de abril de 2016

Andrew y Jamie Wyeth, una exposición para quedarme a vivir.

Retrato de Andrew y Jamie Wyeth de M. Ahearn
Hay exposiciones por las que paseas.
Hay exposiciones de las que no te quieres marchar.
Y...
Hay exposiciones, muy pocas, en las que te quedarías a vivir.

Jamás me había pasado algo así. Como todas las cosas fabulosas de la vida me sucedió sin esperarlo, por sorpresa. Y sé que no voy a ser capaz de contarlo bien, de contarlo como se merece. Si alguna vez vuelvo a enamorarme me temo que tampoco seré capaz de contarlo.

No estaba preparada para los Wyeth. De hecho, fui completamente a ciegas, una amiga me dijo "no te la pierdas" y esas palabras se me metieron dentro y sabía que tenía que ir. No conocía a los Wyeth ni lo que iba a ver. Pensándolo mientras escribo estas palabras, se me ocurre que quizás sí que estuviera preparada, que tenía el ánimo, el tiempo, la cabeza y los sentimientos preparados para ellos y su obra.

La exposición está en la parte de abajo del Thyssen, un poco escondida porque lo que "está de moda" son los realistas de Madrid. Para los Wyeth no había nadie...

Sobre una pared amarilla leo la cronología de sus vidas. Andrew el padre, murió en 2009. Nació en 1917 así que casi escucho a mis neuronas hacer los cálculos de cuántos años vivió. Jamie sigue vivo, es más joven que mi madre y en la foto en la que sonríe junto a su padre y en la que no aparenta más de 40, me cae mal.

Nada más entrar en la sala, se me cae el folleto al suelo y cuando levanto la  vista del suelo tras recogerlo Andrew Wyeth me miradesde la pared. ¿Cómo se puede pintar así a tu padre? ¿Cómo puedes transmitir amor, admiración, cariño y agradecimiento en un retrato? No es sólo que el retrato sea increíble y Andrew parezca ir a salir del cuadro, girar la cabeza y decir algo como "¿a qué doy miedo con este gesto?”, es que Jamie también está ahí... todo el cariño de un hijo plasmado en una pintura. Es un retrato que dice "No te mueras nunca" o mejor "Pensar en tu muerte me paraliza".

"Para pintar algo bien pensaban que necesitaban conocerlo a fondo".

Andrew parece mirar el retrato que él  mismo hizo de su hijo cuando era pequeño, "Lejanía" Es un cuadro extraño porque el niño transmite miedo y temor pero al mismo tiempo parece extrañamente confiado. No está perdido, sabe dónde está y parece más bien atento, alerta. Esperando la reacción de alguien, la ayuda de otra persona.

El  retrato El alemán lo he visto de refilón al entrar en un video que estaban proyectando. Una mirada azul que se pierde mirando ¿el pasado? ¿los recuerdos? En la sala siguiente está "Hierbapisada" y pienso que esas piernas con botas y capa podrían ser las del alemán, y que caminan en sentido contrario a la mirada, huyendo de los recuerdos. Vuelvo para atrás para comprobar si eso es posible, si de verdad casan o es mi imaginación y, entonces, me doy cuenta de que las paredes de las salas van cambiando de color, azul, gris, rojo sangre, amarillo. ¿Por qué? ¿La impresión de los cuadros sería menor con otro fondo? Me encantaría preguntárselo al comisario.


La casa de Rockwell Kent, un estudio sobre cartón, es el cuadro que me convence de que me quiero quedar a vivir aquí. Me fascina la luz, las piedras desprendiendo calor, el cielo azul, la casa que es hogar y me encanta el color del cartón que se deja ver y da sensación de cotidianeidad, de rutina, de andar en zapatillas y ropa cómoda. Lo que es sentirse en casa. Me gusta tanto que decido que si me tocan 40 millones en la primitiva lo compraría. Jamás había pensado algo así.

Un poco más allá está el cuadro que me hace pensar que voy a tener que ganar 80 millones. El roble del padre Wyeth me descoloca. Me acerco, me alejo, ¿tiene cristal? ¿cómo lo ha pintado? ¿por qué esta perspectiva sin raíces, sin entorno, sin referencias? Es representación de él mismo, de los padres en general. Un árbol que dice a sus hijos, no importa dónde esté o estemos, no importa como me sostenga... estoy aquí.

La siguiente sala está llena de desnudos. Un festival de cuerpos maravillosamente pintados. Las cartelas explicativas me cuentan que el padre, Andrew, decidió lanzarse a pintar desnudos tras ver los que su hijo estaba haciendo. Una sabia decisión, sin duda. Nureyev en plan divo, ¿podía estar en otro plan?, casi parece un personaje malvado de cómic, una especie de villano tipo El Jocker. El estudio preparatorio es impresionante.

La serie de La Virgen de Andrew es apabullante. Es perfecta. Es una virgen desnuda. Puedes imaginarla con toda la parafernalia religiosa encima y no te conmovería más. No trascendería más. Es una maravilla.

"Para saltarte las normas tienes que conocerlas".

Pura sabiduría. Los Wyeth son pintores espectaculares, unos acuarelistas como hay muy pocos y, como han aprendido todas las técnicas, todos los estilos, obviamente conocen la historia del arte... pueden saltar por encima de todo y hacer... lo que hacen.

En el pasillo que lleva a la zona enloquecida de Jamie (aunque esto todavía no lo sé) me encuentro con Estudio para castañas y me quedo paralizada. Lloro. Literalmente me caen lágrimas por la cara. Un adolescente con ropavieja y siento que querida y confortable, de pie contra un fondo que imagino batido por el viento, mira hacia atrás, o ¿es hacia el futuro? ¿Mira lo que le espera o la niñez que estaba deseando dejar atrás y ahora contempla con añoranza porque era un sitio seguro dónde todo estaba claro?. El espectador le mira desde abajo, desde un punto de vista que parece decir "tranquilo, todo pasará, no te pongas triste". Un punto de vista que no protege, un punto de vista que sabe que todo cuanto diga no servirá de nada... hasta dentro de unos años. Así mira M, y tengo fotos exactamente en la misma postura.


A su lado cuelga esta maravilla, "Cuerda ycadenas", un dibujo ligero que de la mano de cualquier otro podría pasar desapercibido... pero que me llama a quedarme delante, parada, pensando. No recuerdo qué, no sé dónde me fui, ni por dónde me perdí mirando este cuadro pero sé que no se me olvidará jamás.

Las siguientes salas son como un recreo después de toda la intensidad emocional, al menos para mi. Los Wyeth eran unos grandes juerguistas, les encantaba las fiestas, celebrar Hallowen, disfrazarse. Dan la sensación de saber pintar y, al mismo tiempo, disfrutar con ello, saborearlo, divertirse. Pueden permitirse momentos de ligereza, de frivolidad, de diversión. A lo mejor no están pintando una obra maestra o algo que les vaya a cambiar la vida, pero saben que hay que sacar todo lo que tienes dentro, aunque sea o parezca malo, aunque parezca mínimo, para así dejar sitio a lo bueno, a lo mágico. Sería algo así como barrer los "chacras" (odio esta jerga) de mierdas para que lo bueno circule a sus anchas. La inspiración también puede ser mala: ¿por qué nadie habla de cuando la inspiración es mala, y lo sabes, pero al mismo tiempo sabes que la única manera de librarte de ella es dejándola salir?

La exposición termina con la serie de Andrew Los 7 pecados capitales representados con gaviotas. Nunca había visto una representación más aterradora del pecado. Con humanos siempre parece haber una excusa, siempre es fácil decir que el pintor está exagerando, que no es para tanto, que las cosas están caricaturizadas. Con las gaviotas los pecados están reducidos a su esencia, a su expresión más básica. No hay excusa ni justificación paraellos, ni lugar donde esconderse.  Es algo aterrador, impactante, hipnótico y, desde luego, magistral. Una genialidad.

Vuelvo sobre mis pasos. Saco mi cuaderno. Empiezo apuntando nombres y datos y termino sentándome en un banco para escribir torrencialmente sobre todo lo que acabo de ver, lo que acabo de pensar y lo que acabo de sentir.


Hay exposiciones en las que te quedarías a vivir.

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domingo, 3 de abril de 2016

Una carta desde Matera

Querido desconocido: 

Te escribo desde mi habitación en Matera, una habitación con vistas. Tan especial que siento la necesidad de sentarme a escribir(te). 

Llegué ya de noche cerrada tras un viaje agotador y, aunque todo apuntaba que la vista sería buena, de noche todos los gatos son pardos y no estaba preparada para la increíble sensación, al despertarme a las 7 de la mañana con las campanas de las mil iglesias conversando entre ellas, y ver Matera trepando ante mi ventana. 

El hotel se desperdiga, y créeme que ésta es la palabra correcta, por la ladera de la colina. Cada habitación ocupa una cueva o, como en mi caso, una construcción adosada al muro de la colina. No hay pasillos y el único espacio común es el salón del desayuno, también en una cueva, y la terraza. Por la recepción no he vuelto a pasar desde el primer día. 

Mi habitación es para quedarme a vivir. Te encantaría. Es enorme y tiene dos pisos. Absurdamente grande para mi sola, pero acogedora a pesar de todo. Podría quedarme a vivir aquí una temporada. Fantaseo con esa posibilidad ahora, mientras te escribo sentada delante del escritorio antiguo de madera que hay en una esquina del salón. Como fresas que me han dejado de cortesía y pienso que hay veces que parece que vivo en una peli. Me distraigo a cada rato de estas líneas mirando por la ventana que tengo a mi izquierda. Un gran ventanal por el que entra la luz (por la izquierda como debe ser) y por el que veo la catedral ahí arriba, en la plaza del Duomo, y la cascada de casitas, escaleras y cuevas que rueda por la ladera de la colina de enfrente.  Ojalá fuera capaz de describirte el color de Matera, pero no lo soy. Es amarillo, gris, blanco. Es tejas y rocas. Es musgo de años. Cambia de color pero no brilla ni deslumbra. Es piedra con historia y al tocarla, y lo he hecho porque cuando paseo voy, como los niños, rozando la piedra con los dedos, parece cálida. Sassi de Matera, piedra de Matera, es su nombre y algo tiene de especial. Ese calor que parece tener dentro, desprendiéndolo poco a poco y que a mi me hace pensar en el calor de toda una vida, como si fuera el rescoldo de todo lo que ha pasado por esas piedras, las cenizas aún calientes que quedan, la memoria que permanece cuando ya nada está vivo. Como si la historia latiera dentro de esas piedras. Lo sé, lo sé, suena cursilísimo pero no puedo explicarlo mejor y, además, tú no has estado aquí. 

Todo esto lo he pensado paseando, más bien trepando, por sus calles; dos semanas aquí y se me pondría un culo increíble. La piedra de Sassi lleva aquí miles de años, las cuevas de las colinas del otro lado del río ya estaban habitadas en el paleolítico y en muchas de ellas hubo familias enteras viviendo hasta los años 50. 

Si me quedara aquí dos semanas o tres, bien para escribir o bien para ejercitar mis glúteos, lo que cambiaría de esta habitación es la silla de metacrilato. ¿Por qué Dios creó el metacrilato? ¿Por qué no fulminó con un rayo al que pensó "Oh, voy a hacer un material transparente y muy feo que inmediatamente atraiga todas las miradas y voy a hacer con él muebles"? Empiezo a sospechar que era alguien de Matera. En todos los restaurantes, salas de reuniones y tiendas en los que he entrado había algo de metacrilato arruinando la experiencia estética. Quizás hay una mafia del metacrilato en la región de Basilicata. 

"Matera es especial" me dijo mi amigo El Italiano. No le creí, no me creo nada de lo que me dice. No es que desconfíe de él, o no es que sólo desconfíe de él, es que especial en palabras de un tío puede significar cualquier cosa. Ahora que lo pienso, no me creo nada de lo que me dice él ni casi ningún hombre... pero eso es otro tema y, en cualquier caso Matera, no es especial: es inesperada. 

Esta ciudad no se parece a nada de lo que he conocido ni a nada que hubiera podido imaginar. Es bonita como lo son los sitios mágicos y es humilde. Eso, eso es, humilde es la palabra que mejor se le ajusta. En la era de las ciudades encantadas de conocerte y que se anuncian con neones y luces de colores "ven a conocerme", "nunca has visto nada igual", "qué hermosa soy", Matera parece decir: "Esta soy yo, aquí estoy, ven a conocerme, nos tomamos algo y vemos si nos gustamos". Enamora sin prisa. 

Me disperso y me pongo mística. Te estaba contando cómo es la habitación. Además de la mesa y la pesadilla de metacrilato, tengo un sofá verde bastante cómodo y una cama enorme. Muy enorme. Y un armario pequeño, muy pequeño. Hace un rato, mientras tumbada en la cama remoloneando decidía si leer o escribirte esta carta, pensaba que el primer adjetivo que me venía a la cabeza para describir las paredes blancas desnudas, excepto por un par de fotografías de Matera en los años 20 y la bóveda blanca sobre mi cabeza, era monacal... pero monacal casa mal con la gran cama pensada para actividades poco ascéticas. Quizás sobriedad o sencillez se ajusten mejor. 

En el piso de abajo, sí la habitación tiene dos pisos, ya te he dicho que podría vivir aquí, hay un baño recién llegado de los años 60 y una terraza espectacular. Antes de que te cuente lo de la terraza, tengo que confesarte que ya soy oficialmente una señora mayor. Cuando entré la primera vez en la habitación y vi la escalera estrecha y de escalones altos, lo primero que pensé fue "seguro que me caigo". Le he estado dando vueltas y el momento en que las escaleras, cualquier tipo de escalera, se convierten en un peligro marca el comienzo de la "mediana edad". 

Por ahora no me he caído; y eso que tiene mérito. A pesar de lo que me cuesta madrugar y salir de la cama, aquí en cuanto empiezan las campanas a las 7 de la mañana salto de la cama y, sujetándome los pantalones del pijama, bajo las escaleras a la carrera, atravieso el pasillo y salgo a la terraza. El primer día no podía creer la suerte que había tenido con la habitación. Es una terraza para quedarme a vivir (llega el wifi), con dos butacas, una mesa y Matera rodeándome por todos lados. En el enjambre de piedras, escaleras, pendientes y callejones, esta terraza es una especie de balsa. Me quedo de pie y veo las cubiertas de teja a mis pies mientras las campanas siguen sonando, ¿sabías que los campanarios se contestan?. Hay millones de pájaros volando enloquecidos, no sé si contentos o a punto de convertirse en maniacos como en la peli porque enloquecen con tanta campana. 

Sé que estás pensando que había venido a trabajar y ¡lo he hecho! He trabajado hasta que me dolían los ojos y me estallaba la cabeza, he charlado de trabajo y de otras cosas con mis (maravillosos) compañeros de viaje, he puesto motes a un montón de desconocidos extranjeros con los que he compartido meetings, comidas, cenas y paseos. "Richard Gere abotargado", "Pajarito", "El Alcalde", "Catherine venida a menos". He visto un rodaje de bollywood y que sepas que los pectorales del galán son de cartón piedra y los lleva por debajo de la camiseta y he visto cómo construían un decorado para la peli de Wonder Woman. 

También he comido por encima de mis posibilidades, he bebido dentro de mis posibilidades (larga vida al vino Teodosio), he paseado hasta perderme y he comprobado que los italianos del norte son más guapos. 

Esto está quedando muy largo y no tengo tiempo para más. Tengo que cerrar la maleta y volver a casa. 

Besos

Molinos.

PS: no te he comprado nada pero una carta vale muchísimo más. 

miércoles, 30 de marzo de 2016

En los museos

El último museo en el que he estado ha sido la Pinacoteca de Brera, en Milán. Pululeé por las salas, dando vueltas. Encontré cuadros de los que había oído hablar por primera vez en las clases de Covadonga, como el Cristo Muerto, de Mantegna, y me topé de bruces con El beso de Francisco Hayez. Me quedé allí plantada, pensando... es el beso de “por fin sé a qué sabe tu boca”.
Este es el que más mola de todos. No es fácil de encontrar. Nunca es por sorpresa, no es de sopetón. Está ahí y lo sabes, las dos partes lo saben. Te encuentras con el otro y la atracción casi se puede ver. Hablas, te ríes, te miras y la tensión va creciendo… cada vez más… y te encuentras pensando: me está diciendo algo pero soy incapaz de centrarme en lo que escucho. Miras a los labios y te descubres pensando… ¿a qué sabrán?, me muero por saberlo. Disimulas, miras a los ojos, sonríes otra vez y has perdido completamente el hilo de la conversación. El otro está igual o peor, pensando... como me siga sonriendo así no voy a poder seguir concentrándome en lo que estoy diciendo, que realmente no tengo ni idea de lo que es, ni siquiera sé en qué idioma estoy hablando y, por dios, que deje de sonreír así y de mirarme tan fijamente ¿Hay algo más en el mundo que su boca? Silencio. Encuentro de miradas y, por fin, el beso perfecto, ese que cuando se da sirve para saber a qué sabe la boca del otro…

Escribí este texto hace años, muchos años después de haber pisado por primera vez un museo, pero probablemente el tener una vida llena de momentos en museos me hizo escribirlo. O quizás no. No lo sé. 

Covadonga se llamaba la profesora que me llevó por primera vez al Museo del Prado. Era menuda, con el pelo corto y blanco. El arte no era una actividad muy popular entre las adolescentes de mediados de los 80, y supongo que tampoco lo es ahora. He pensado mil veces qué le llevó a organizar esa visita a la que solo fuimos 3.  ¿Se sintió decepcionada? ¿Le dio igual porque ya estaba curtida? ¿Lo agradeció porque le permitió disfrutar la visita? Probablemente  yo fui porque en aquella época era una niña responsable y programada para hacer las cosas que se deben hacer pero salí enamorada y transformada. Recuerdo vivamente aquellas horas en el museo. He repetido un millón de veces aquellas salas de mi primera visita y he pasado horas delante del Descendimiento, de Rogier van der Weyden. Ese azul. 

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A una visita al Museo Picasso de Barcelona una  mañana de junio de 1998 le debo haber entendido por fin su pintura.  Para algunas cosas, muy pocas, con 25 años seguía siendo la niña programada para hacer cosas que se deben hacer y por eso estaba ahí esa mañana. Creo que al salir, después de horas, dejé a esa niña allí. Creo. 

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A un Museo le debo también haberme sentido cerca de ser  protagonista de una peli de acción. Como una energúmena descontrolada, en julio de 1999, entré en la sala de seguridad del Museo de América gritando que había que revisar las grabaciones de la sala en la que estábamos desmontando una exposición sobre indios americanos de las praderas. Un par de mocasines habían desaparecido y cual heroína ridícula fui a hablar con los guardas. Lo más alucinante es que me hicieron caso. Menos alucinante fue que los mocasines aparecieron poco después traspapelados (¿se pueden traspapelar unos mocasines?) en una caja que no era. 

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Al Thyssen le debo el póster que cuelga en el pasillo de mi casa. Rue St Honoré de Pisarro. Fui al Thyssen con un amigo admirador... y salí con un regalo. El amigo lo perdí. O nos perdimos. 

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En el 2003 lloré a mares sentada en unos escalones del Museo del Louvre. Estaba agotada, exhausta, cabreada y aterrorizada. Y muy embarazada. La fatiga museística en su máximo esplendor. Esa sensación de no poder más, de no ser capaz de absorber más, de estar saturada, que sólo te dan los grandes museos inabarcables. 

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En 2004 llevé a M al Prado. Con menos de un mes de vida no se enteraba y, por supuesto, no recuerda nada; pero le gusta que se lo cuente. Colgada de la mochila, dormitaba tranquilamente mientras yo paseaba por la exposición de Manet. La última a la que hemos ido juntas fue Kandinsky. 

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Redescubrir Picasso con laz princezaz porque una princeza de 7 años te dice:  

"Necesito ver el Guernica otra vez,  pero de verdad. No en el ordenador o en un folleto porque no es lo mismo".

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Estamos en la semana de los museos y pensando un poco he descubierto que tengo una vida en ellos, que  en los Museos también (me) pasan cosas.