domingo, 31 de diciembre de 2023

Mil palabras para recordar el 2023

En 2023 subí a La Peñota dos veces y volví a México veinticinco años después.
Se murieron Tuca y Turbón y todavía, casi seis meses después, me sorprendo cerrando la puerta del jardín «por si se escapan los perros». Vi por primera vez El cazador y releí Crimen y castigo.  En 2023 me volví una madre con dos hijas mayores de edad. Cumplí 50 años y celebré un fiestón espectacular, en febrero en el jardín, con chimeneas y estufas de calor que casi no hicieron falta cuando nos pusimos a bailar. Cerré la fiesta bailando y cantando con mis hijas American Pie, la canción que cerraba siempre El Pilón cuando tenía la edad que tienen ahora ellas. Por fin me hice con mi trabajo nuevo, llegué al momento en que dejó de ser nuevo y se convirtió en algo de estar por casa que no aprieta, no incomoda y en el que sé cómo moverme. Escribí un texto para una exposición.He subido cinco veces a Cicely y he descubierto que mucha gente cree que mi pueblito perfecto se llama así, de modo que ya sé que hay mucha gente con poca cultura televisiva de los 90. Empecé a ver Doctor en Alaska y ya estoy en la cuarta temporada. Entre medias he visto Slow Horses, The Bear, Blue Lights y poca cosa más: cada vez veo menos televisión. Fui a ver Barbie y me pareció un truño aburridísimo, sobrevalorado y una tomadura de pelo, pero me encantó Ryan Gosling, por supuesto. Vi la última de Indiana Jones y me lo pasé bien. He leído treinta libros y si tuviera que recomendar sólo tres serían La luz difícil, In. y Volver la vista atrás. Lloré en la toma de posesión de Mónica como ministra. Estuve en la fiesta de Marcelo en San Pablo de los Montes y tomamos cava de Almendralejo en un mirador con vistas al Parque Nacional de Cabañeros. Di una charla en el Liceo Francés y otra en Kinépolis para mil adolescentes que se titulaba «Tú no lo sabes pero quieres ser editor de audio». Organicé una reunión de socios europeos en nuestras oficinas, que duró tres días y en la que yo era la persona de mayor edad. Viajé a Milán, Roma y Bruselas y no paré de hablar en inglés. Llevé a mis hijas a París. Y con ellas y con Juan volví a La Provenza ocho años después para hacer/ver las mismas cosas pero de una manera diferente. Llevé a unos americanos a Segovia y al Museo del Prado. Casi me mato en un canchal lleno de nieve pero no me puse histérica y estoy muy orgullosa de ello. Casi me mato en un canchal sin nieve, pero tampoco me puse histérica. Dos canchales diferentes. Vi Old boy, la película con el malo más malvado que he visto nunca. Odié Mirafiori, Fortuna y Aftersun, muy aclamadas por un público con el que claramente no comparto criterio. En mi calle reventaron las aceras y el asfalto tres veces en diferentes ocasiones a lo largo del año para obras variadas que, por lo visto, a nadie se le ocurrió hacer de golpe. Empecé a ir en bici al trabajo y ya casi no me da miedo. Se murió nuestra vecina y nos enteramos dos meses después. Dije adiós a la etapa colegial de mis hijas casi con más alivio y alegría que cuando fui yo la que dejó el colegio. Discutí con Juan por la monarquía, los referéndums y la manera de colocar las cosas en el maletero. He comido cinco veces en uno de mis restaurantes favoritos; tantas, que ya me dijeron «vienes tanto que ya es difícil sorprenderte». Clara cumplió 18 y le escribí 50 cartas para celebrarlo. Me operaron para quitarme un bulto que tenía en la espalda y me compré ropa nueva con mi nueva talla de pecho. Publiqué en SModa, en Babelia y en EL PAÍS. «¿Tú eres Molinos, verdad?», me dijo Pepa Bueno al encontrarse conmigo en el estudio de Miguel Yuste. Salí en la lista de quinientas mujeres más influyentes de España entre Ana Rosa Quintana y Nuria Roca. Ja. Soñe varias veces con jubilarme y aún más frecuentemente con ir desnuda por la calle. Voté por correo una vez y otra acompañé a mi hija en sus primeras elecciones. He hecho ejercicio por la mañana una media de 4 días a la semana y lo he odiado todas y cada una de las veces. Una seguidora me regaló una camiseta con la frase «Desde tan abajo no explico» y le estoy dando vueltas a hacer una tanda de camisetas para vender/regalar. Llegué a la fiesta de Carlos y me dijeron «esta noche te van a acosar», me asusté pero luego resultó que el «acoso» era amigable y venía por parte de dos fans de Cosas que (me) pasan que me leen desde Luxemburgo. Me encontré con otra fan en el aeropuerto de Bruselas y otra más en la oficina de Correos de mi barrio. En Bruselas di un taller en inglés sobre monetización de podcasts y un desconocido me regaló tres bombones por responder a todas sus preguntas. Escribí el diario del viaje a París y el de La Provenza. Le regalé a Juan Tallón un libro con dos escritores famosos en bolas en la portada y aprovechó para sacar de ahí una columna. Yo he sacado este texto de copiarle a él la idea. Nos fagocitamos o, mejor, nos inspiramos. Sobre todo cuando no estamos discutiendo. Estuve en Viso del Marqués y en Calatrava la Nueva. Me hice un perfil genético. Pinté la piscina enterita y volví a sentir la emoción del primer llenado del verano. Casi me baño en bolas en un torrente glaciar, casi. En un podcast trabajé con argentinos y de ellos aprendí la palabra enrostrar. Dejé un cuaderno y una pluma en mi mesilla y casi cada noche he anotado algo en él. 

Mil palabras para recordar el 2023.

miércoles, 27 de diciembre de 2023

Podcats encadenados: lo mejor del año



Estamos en mi época favorita del año, la «semana muerta», esos días que van de Navidad a Reyes en los que todo (si has hecho bien la vida social) se para y puedo estar en casa tranquila, sin obligaciones ni prisas. El año pasado escribí esto sobre estos días: «La semana muerta me protege, crea un tiempo y un espacio en el que lo que predomina es la tranquilidad, tanta que adormece. Al principio, la mañana del veinticinco, es raro acostumbrarse a esa ola de calma que lo envuelve todo y me cuesta habituarme pero, después de la comida de Navidad, ya estoy hecha a respirar dentro de la ola y deslizarme casi como si nadara, sin rozar con la rutina diaria y sus esquinas. Incluso las tareas de la casa (cocinar, limpiar, tender, planchar) en la semana muerta me resultan acogedoras. 

Acolchada. Eso es. En la semana muerta el tiempo, el espacio, mi casa, mis relaciones, el trabajo, todo está acolchado, mullido».


Aprovecho esta semana para publicar mi lista de mejores podcasts del 2023 en inglés. Si quieres leer mi lista de mejores podcasts en español del año, la publiqué en Babelia y no voy a repetirla aquí, que me aburro. Si no hablas inglés, no importa: puedes leer la lista entera solo para entretenerte y hacerme feliz: ¿Acaso tienes algo mejor que hacer en la semana muerta? Sé que a lo mejor no escuchas podcasts, que quizás no hablas inglés, pero me encantaría conseguir que leyeras esto hasta el final, como cuando yo leo críticas de restaurantes a los que sé que jamás iré, o de películas que jamás veré, solo porque el que escribe me hace pasar un buen rato.

1.- The Retrievals

He dado tanto el coñazo con este podcast que ya me da hasta vergüenza. Es de Serial y The New York Times. Empieza así: “The women are seeking fertility treatment for a variety of reasons. They’ve had a couple of miscarriages, and they’re pushing 40. They don’t have fallopian tubes, or they need sperm. All of them wind up at the fertility clinic at Yale University”. La voz de la narradora Susan Burton llega a tus oídos de golpe, sin sintonía y sin presentarse. Lo que Susan nos está contando, en un relato en presente (suelo estar en contra de narrar en presente) crudo, aséptico y frío es la historia de esas mujeres, primero con su voz, como ya he dicho, limpia de cualquier juicio o interpretación; y luego a través de los testimonios de esas mujeres, de esas pacientes. Ellas narran cómo fueron las extracciones (the retrievals) de sus óvulos y el insoportable dolor que soportaron, un dolor inimaginable. Un dolor que las deja dobladas y llorando durante días. Un dolor que las hace sentir débiles, no válidas, quejicas y, sobre todo, incomprendidas; porque cuando lo verbalizan la respuesta que reciben es incredulidad en el mejor de los casos y desprecio en el peor: «eres una floja». No lo cuentan, no se quejan, porque les dijeron que «esto no duele»; así que no se sienten autorizadas para decir «esto ha sido el dolor más terrible que he sentido en mi vida». Llegan al punto de dudar de lo que sienten porque les han dicho que no podían sentirse así. Por supuesto, tenían razón al quejarse, al decir que les dolía muchísimo. Una de las enfermeras de la clínica de Yale, adicta al fentanilo, había estado robando la droga y sustituyéndola por suero. Es decir, las estaban clavando una aguja gigante en el útero ¡sin anestesia! Desde ahí el podcast abre un montón de hilos que van más allá de este caso particular. Se habla de, y sobre todo se siente, esa incomprensión médica hacia el dolor femenino. Se habla de racismo y de rabia, de la presión que el hecho de ser madre supone para muchas mujeres. Lo más impresionante de este podcast, más allá de la historia (que es brutal), es que si lo diseccionas nada está dejado al azar: tanto manera de introducir el relato como la elección del tono de la narradora (crudo, completamente aséptico); el momento justo en el que se menciona por primera vez «las mujeres» y cómo poco a poco vamos sabiendo más detalles de las vidas de cada una de ellas… Cada porción de información está colocada en el lugar preciso y en el momento justo, construyendo una narración perfecta. Nada está dejado al azar y tú, como oyente, quizá no percibas esa construcción; pero si eres un poco friki, como yo, y te tomas la molestia de analizar cómo te sientes en cada momento de la narración, qué piensas o qué recuerdas al terminar el episodio, verás esa estructura maravillosamente diseñada. No sé las horas y horas y horas de trabajo que hay detrás de lo que nos llega a los oídos. Mención aparte merecen la música y el arte que han escogido. Es un producto redondo: huele a hospital, a dolor, a rechazo, a soledad, a vergüenza, a rabia. Si solo vas a escuchar una cosa en inglés este año, que sea The Retrievals.

2.- Field trip

Otro que he recomendado hasta volverme cansina. Los parques naturales de Estados Unidos son algo tan impresionante que cuesta describirlos. Ninguna fotografía o vídeo que puedas ver por la red hacen justicia a la realidad. En imagen puedes percibir una mínima parte de su belleza, pero las sensaciones que tienes cuando los visitas son indescriptibles: la inmensidad, lo salvaje, la naturaleza con todo su poderío e indiferencia hacia nosotros, la soledad. Digo que son indescriptibles o eso pensaba yo hasta que este verano escuché este podcast producido por The Washington Post. Lillian Cunningham, periodista, nos lleva de viaje por cinco parques naturales de Estados Unidos, explicando en cada uno de ellos un problema al que se enfrentan estos espacios protegidos. Tenía mis reservas al empezar a escucharlo porque me daba miedo que fuera un canto al ecologismo, algo demasiado buenrollista y que fuera aburrido. Como siempre digo, hay que saltar por encima de las reservas que uno tiene porque, muchas veces, te mantienen alejado de cosas que merecen muchísimo la pena. No me esperaba lo que Cunningham ha conseguido hacer: transportarme a cada uno de esos parques, estar allí, sentir el viento en Yosemite, la arena caliente del White Sands National Park, ver a los bisontes en Glacier Park, agobiarme por la humedad en los Everglades y disfrutar del frío cortante en Gates of the Artic en Alaska.  Es un podcast espectacular y bonito. De él me ha gustado todo. Por ejemplo, el último episodio, en Alaska, comienza con la llegada de la periodista al parque. Se escuchan las hélices del hidroavión que la ha dejado allí y las gotas de lluvia que caen en su impermeable. «Algo de lo que me doy cuenta después de unos minutos es que mi oído ha empezado a cambiar. En vez de filtrar el ruido, busco el sonido». Se escuchan sus pasos, la llamada de un pájaro, «la inmensidad hace que sea más fácil fijarse en los detalles». Es una escena construída con el sonido, sutil, y la escritura. Es perfecta. Después, mientras se sigue escuchando la lluvia, introduce al personaje que la acompañará en el episodio con estas palabras: «John tiene pinta de poder estar aquí todo el día sin inmutarse. Lleva puesto un grueso impermeable amarillo pero no se ha puesto la capucha. Sus hombros están relajados. Mirándole parece que esta lluvia fría es una ducha caliente». Y después silencio mientras seguimos escuchando la lluvia. No sabes cómo es John, si es alto, bajo, gordo, flaco, si tiene 25 o 50 años… pero con esa descripción, lo ves. Field Trip es un viaje sonoro y mental precioso. Cada uno de los episodios es un auténtico placer, un regalo de escucha. Es además un podcast al que volver porque se siente como un lugar feliz.


3.- Ghost Story 

De primeras, este podcast de Wondery y Pineapple Street me resultaba poco atractivo: cualquier cosa que se estrene pegado a Halloween y tenga que ver con terror, fantasmas, miedo o fantasía me da casi tanta pereza como ver cantar a Rosalía. Pero me lancé a él y me lo pasé tan bien. ¿De qué va? Pues el narrador, Tristan Redman, no cree en fantasmas, como yo, como (espero) tú y como cualquiera con dos dedos de frente; pero recuerda que en la casa en la que vivió en Londres hace muchos años, en su habitación, pasaban cosas raras por las noches: las cosas se movían de sitio y él tenía siempre una sensación extraña. Un buen día, años después, cuando va a esa casa con su novia, ésta pregunta si puede invitar a su abuelo que está en la ciudad. Cuando el abuelo llega, dice: «anda, qué curioso, nosotros vivíamos en la casa de al lado cuando yo era niño. En esa casa mi tío mató a mi madre y luego se suicidó cortándose el cuello». De todas las casualidades que te pueden ocurrir en la vida creo que ésta debería estar en el top 3. La cuestión es que tiempo después, mucho, cuando Tristan lleva ya años casado con esa novia, vuelve a esa historia porque se encuentra con un vecino que le comenta que otras familias que vivieron después en esa casa también le hablaron de experiencias extrañas en esa habitación. Con todo esto, Tristan decide investigar la historia de su familia política, saber qué ocurrió aquella noche de noviembre de 1937 cuando la bisabuela de su mujer fue asesinada de dos tiros en los ojos por su hermano, veterano de la I Guerra Mundial. El personaje fundamental de la historia es el viudo, John Dancy, conocido en la familia por el apodo de “Feyther”, que es para toda la familia una especie de héroe inspirador y legendario. ¿Puede ser el asesino? El podcast se desarrolla en ocho episodios con constantes giros de guión que obligan al oyente, a ti, a cambiar de idea. Pasas de estar convencido de que es el asesino a pensar que no, que es imposible, admiras a Feyther para luego creer que a lo mejor oculta algo, tienes dudas, vas, vienes y, lo importante, por el camino estás entretenidisimo. Además, como buena serie poblada de personajes ingleses, es fascinante ver cómo se aferran a las creencias ancestrales, a la tradición; y que para ellos es una debacle contemplar la posibilidad de que algo de su pasado no sea tal y como ellos creen.


4.- Svetlana! Svetlana! 

Este podcast tuvo un éxito sin precedentes cuando lo recomendé en mayo, así que aunque tiene algún que otro fallo tenía que estar en esta recopilación. Es de iHeartMedia y está presentado por Dan Kitrosser. Antes de escucharlo yo sabía que Stalin tenía una hija, pero no sabía que se llamaba Svetlana ni nada más sobre ella. Escuchando a Kitrosser descubrí que la vida Svetlana Stalin fue increíble: su trayectoria vital, los viajes, las relaciones; sus reacciones son tan descabelladas que si te las presentaran en un guión de cine dirías: «¡Anda ya!». Dan Kitrosser es dramaturgo y llegó a la historia de Svetlana a partir de un libro que cayó en sus manos y que trataba de la vida dentro del grupo Taliesin Fellowship. ¿Qué es esto? Una especie de comuna, reunión u organización que se creó en torno a Frank Lloyd Wright. ¿Qué tiene que ver Svetlana con esto? Pues es que no os lo puedo contar porque os reventaría la historia, pero a partir de ahí Kitrosser reconstruye toda la vida de la llamada «princesa soviética», desde su tierna infancia en Moscú hasta su muerte en 2011 a los 85 años de edad. Kitrosser es una especie de Boris Izaguirre: es inteligente, divertido, ingenioso, con un sentido del humor muy punzante y una fantástica ironía. Es también un poco histriónico y creo que su tono es el contrapunto perfecto para la historia de Svetlana. Son 10 episodios de unos 30 minutos y, aunque es verdad que los dos últimos podrían haberse resumido en uno solo, para cuando llegas allí ya le tienes tanto cariño a los dos (al host y a la protagonista de la historia) que te quedas hasta el final.


5.- People Who Knew Me

Voy a meter esta ficción en la lista porque cinco meses después de escucharla sigo recordándola y eso la hace merecedora de estar aquí. Es un contenido bastante adictivo, parecido a las películas de sobremesa de fin de semana o una serie de televisión de esas con una trama un poquito increíble pero a la que te enganchas con fervor. People Who Knew Me es una ficción de la BBC protagonizada por Rosamund Pike (sí que sabes quién es: pincha y lo ves) y Hugh Laurie (sí, el Dr. House) basada en una novela. Tiene diez episodios de 15 minutos de duración que, si te animas a escucharlos, puedes devorar del tirón y no como yo, que agonicé durante cinco semanas para tener mi dosis semanal de drama. La historia que cuenta es la de Connie, una mujer que finge su propia muerte en el 11S y se lanza a tener una nueva vida. No he destrozado nada porque esto se cuenta en los primeros 30 segundos del episodio. Desde esa nueva vida, en la que pasan cosas, claro, descubrimos quién era Connie antes y por qué tomó esa decisión tan radical. Hay pocos personajes, la trama se sigue sin problema, hay amoríos (obvio) y no contiene grandes efectos sonoros que te distraigan. Es adictiva, entretenida, engancha y es perfecta si quieres escuchar una ficción que sencillamente te distraiga. Los actores, además, están estupendos.


6.- Think Twice: Michel Jackson

A este podcast llegué por devoción al medio, porque Jackson es un personaje que jamás me gustó. Mi amiga Almudena era devota del llamado “rey del pop”, tenía su cuarto lleno de pósteres, se sabía todas las canciones y lo adoraba, mientras que a mí siempre me dió repelús. Por eso, decidirme a escuchar este podcast de Audible y Wondery fue una cuestión de fe, profesionalidad y confianza en unos de los hosts, Leon Neyfakh, al que ya conocía de otros trabajos. Es un podcast muy serio, muy bien escrito y equilibrado. Nos cuentan la historia de Jackson empezando por la mitad, cuando en 1993, a punto de empezar a rodar una película de terror con Stephen King, las primeras acusaciones de abusos sexuales saltaron a la prensa. Desde ahí, Leon Neyfakh y Jay Smoot, el cohost, recorren la vida de Jackson a través de múltiples testimonios de periodistas, policías, amigos del cantante, gente que trabajó para él, que trabajó con él, testimonios de la época. He dicho que recorren su vida pero también, y esto es fundamental, nuestra vida. Quiénes éramos como sociedad, sobre todo en los 80 y los 90. Merece especial mención la difícil narración a dos voces, siempre compleja, que Neyfakh y Smoot llevan con especial suavidad y cadencia sin que rechine en ningún momento. Por supuesto si, como yo, conocías la historia de Jackson por titulares y cuatro vaguedades, este podcast es una manera fantástica de conocer toda su vida con una perspectiva muy poliédrica, mostrando todos los hechos.


7.- Frontlines of Journalism

Otro podcast que traigo porque desde que lo escuché no he dejado de pensar en él. No se parece a ningún otro de esta lista porque es un podcast de metaperiodismo. No cuenta una historia, es una reflexión sobre qué y cómo deben contar los periodistas en estos tiempos en los que han dejado de tener el monopolio de la información, en el que cualquiera con un móvil puede ser noticia y copar portadas y atención, en el que su oficio ha caído en descrédito (a menudo por su culpa) y mucha gente desconfía de los medios de comunicación. Jeremy Bowen, periodista de Internacional de la BBC reflexiona a lo largo de 10 episodios de 10 minutos sobre cosas como: ¿Qué es la verdad? ¿Se puede ser neutral? ¿Ser imparcial debe ser el objetivo del periodismo? ¿Qué peso debe tener tu historia en lo que cuentas? ¿Quién paga la información? Es un podcast imprescindible si eres periodista y también si no lo eres. Hay que saber qué está ocurriendo con el periodismo en la sociedad en la que vivimos.


8.- Wiser Than Me with Julia Louis-Dreyfus

En general no soy muy fan de los podcasts conversacionales (prefiero dedicar mi tiempo a los narrativos), pero Wiser Than Me tenía que salir en esta lista. Es un conversacional con un tema y está enfocado en su planteamiento: eso ya lo diferencia del 99% de los conversacionales tanto en inglés como en español. El enfoque es entrevistar a mujeres mayores que la actriz de Seinfeld, que tiene ya 62 años. En esta primera temporada han pasado por aquí Jane Fonda, Fran Lebowitz, Isabel Allende, Amy Tan, Rhea Perlman… Escuché todos los episodios y en todos me encontré sonriendo, asintiendo o sorprendiéndome, cosas que es rarísimo que me pasen escuchando entrevistas. Aprendí con Diane von Furstenberg que mejor que preguntar «¿cuántos años tienes?» es preguntar «¿cuánto has vivido?». Estoy deseando que empiece la segunda temporada.


9.- Holy Week

De toda la lista este es el podcast más serio. Me parece una obra maestra. De Martin Luther King Jr. yo solo sabía que fue asesinado, que poco después mataron a Bobby Kennedy y que en su honor en Estados Unidos es festivo el tercer lunes de enero. Escuchando Holy Week, de The Atlantic, aprendí tantísimo que dio vergüenza la enormidad de mi ignorancia; y eso que el podcast solo se centra en una semana: los siete días siguientes al asesinato de King el 4 de abril en 1968. 

No es un true crime. De hecho, sobre el asesinato no se cuenta apenas nada: solo cuándo ocurrió. ¿Qué sucedió cuando mataron a King? ¿Qué fuerzas se desencadenaron? ¿Qué problemas políticos? ¿Qué esperanzas desaparecieron? El primer episodio es una obra maestra, llevándonos a esa semana, a ese día, cuando había otras noticias importantes que, sin embargo, desaparecieron por la magnitud del asesinato. La música, el tono, el guión, los testimonios… Todo está enfocado al propósito de transmitir una idea: ¿qué hubiera pasado si no le hubieran matado? Toda la narración, esos siete días, se construyen con las historias particulares de personas normales y corrientes que no sabían que estaban viviendo un momento histórico y que los detalles de su vida (qué llevaban puesto, cuándo vieron por última vez a un ser querido o con quién hablaban por teléfono cuando se enteraron de la noticia) formarían parte de su memoria de esos días. Esta manera de tejer el sustrato de la información ya lo trabajó igual el equipo de Holy Week, incluido su host Vann R. Newkirk II (mis respetos a alguien que pone el «II» siempre en su nombre), en Floodlines, otro podcast de The Atlantic que ya recomendé con entusiasmo hace algunos años. No voy a engañar a nadie: es un podcast «para mayores». Es un podcast perfecto en el que no quiero dejar de señalar una cosa: en los ocho episodios los efectos de sonido son casi inexistentes, pero todo está construído a partir de una música que recrea el ambiente, que lleva al oyente a aquellos días, a la tensión, la sensación de incertidumbre, el vértigo y la incredulidad, las protestas, la desilusión y el fin de la esperanza. La música es de Julius Eastman interpretada por Wild Up y no fue creada por el podcast lo que hace aún más impresionante el encaje perfecto entre narración y música. El arte y la web son también magníficos y hay transcripción de todos los episodios.


10.- Nightwalk. Termino esta lista con un podcast pequeño y más experimental: una miniserie de 4 episodios del podcast Constellation Prize que es una monería. Es original en el buen sentido de la palabra (y no como cuando tu prima decide que en su boda en segundas nupcias su vestido va a ser del mismo color que el de su marido porque eso les parece «original y divertido», cuando no es más que hacer el mamarracho), interesante, profundo e intenso, también en el buen sentido de la palabra (y no como cuando tu amiga del colegio, después de divorciarse, decide hacerse coach emocional para sanar vidas). 

Bianca Giaever tiene un abuelo y una abuela. Tendrá más, pero estos son los que aparecen. El abuelo tiene más de 90 años, nunca ha sido religioso, no cree en nada y para él la vida es sencillísima: no puedes evitar nada de lo que te va a pasar, así que no hay que preocuparse. La abuela vive sola en Eslovaquia y, cuando Bianca la visita por primera vez, lleva diez años sin salir del apartamento en el que vive porque las rodillas la matan de dolor. La abuela, además, no habla inglés; pero tiene la casa llena de fotos de Bianca y su hermano, que nacieron en Seattle y son estadounidenses. Bianca tiene como foto favorita una en blanco y negro de su abuela diciéndole adiós desde la ventana el día que se fue. 

¿Qué papel juegan los abuelos en Nightwalking? Poco, no son importantes para la trama, si es que hay alguna, pero quería traerlos aquí porque los cuatro episodios están llenos de detalles así que, si no estuvieran, no se echarían de menos pero que, al estar, dan una textura y complejidad a la historia que la enriquece y la diferencia. ¿De qué va entonces el podcast? Pues Bianca, en plena pandemia, se aburre como todos. Pero ella tiene la suerte de, en el verano de 2020, poder salir de Brooklyn e irse a pasar el verano a una cabaña en Vermont con su compañero de piso. Allí se aburre igual, pero está en el campo y, como es joven, entra en una crisis existencial del tipo: ¿Quién soy? ¿En qué creo? ¿Me voy a quedar toda la vida sola? Sé que todo esto suena de pereza máxima PERO, contra lo que todo parece indicar, Bianca no es una petarda y cae bien. Por una serie de cosas que no voy a reventar, acaba compartiendo un reto con una poeta famosa: Terry Tempest Williams. Durante catorce noches saldrán a dar un paseo nocturno y, al volver a casa, escribirán una carta que se mandarán por correo electrónico y, obvio porque esto es un podcast, también se grabarán leyendo. A partir de esta idea, tan de pandemia, Bianca teje cuatro episodios llenos de reflexiones, anécdotas, historias y dudas; con un diseño sonoro muy interesante y que funciona como he dicho al principio: como una monería, como esa pieza de cerámica que compras en un viaje y te da gusto mirarla en tu estantería. 


El otro día, cuando me saltó el resumen anual en mi aplicación de podcast, descubrí que en 2023 he escuchado 268 podcasts diferentes y 1166 episodios (enteros 1103). La verdad es que me asusté: es una barbaridad. Lo bueno es que tanta escucha me permite recomendar con criterio o, al menos, pretender que lo tengo. 


Entrando aquí está en Spotify la lista de Podcasts encadenados.

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domingo, 24 de diciembre de 2023

La misma Nochebuena


«No obstante, cuando me siento en la cama y me quito las medias y masajeo mis pies de cincuenta y dos años, caigo en la cuenta de que yo también he hecho justo lo que menos quería hacer. Les he dado a mis hijos los dos regalos más crueles: la experiencia de una felicidad familiar perfecta y la absoluta certeza de que tarde o temprano se acaba» 

Un amor cualquiera. Jane Smiley. 

 La semana pasada terminé esta novela. Apunté esta frase que me ha estado rondando por la cabeza y que hoy, víspera de Navidad, resuena aún más. Llevo 50 años cenando en Nochebuena con la misma gente (menos los dos años de pandemia de los que ya nadie se acuerda), mi madre lleva 75 y mis hijas 18 y 20. Cuando yo era pequeña íbamos a cenar a casa de mis abuelos maternos. Todas las navidades, en algún momento especialmente emocional, vuelvo mentalmente a estar sentada en la parte trasera del «131» de mi padre, con un vestido a juego con el de mi hermana, atravesando Madrid mientras descubrimos las luces navideñas de camino a casa de mis abuelos. Recuerdo cómo me sentía, cómo pensaba que tenía muchísima suerte y que no había un sitio mejor en el mundo para estar en ese momento que ese coche, ese momento, esa familia. Cuando mis abuelos murieron, hace ya casi treinta y cinco años, mi madre y sus hermanos decidieron que seguiríamos cenando todos juntos en Nochebuena, pero cada año sería en casa de uno de ellos. 

 Este año toca aquí, en esta casa. Las mesas ya están colocadas por todo el salón; hay que sentar a 30 personas que hablan alto, que se quieren, que cuentan chistes y que, después de cenar, cantarán villancicos y competirán en juegos de ingenio con premios maravillosos como el panettone de 1 euro del AhorraMás. La casa huele a consomé, lombarda, tartaletas de manzana,  horno caliente; y suena a bandejas, copas y cubiertos chocando entre ellos mientras ponemos la mesa siguiendo las estrictas instrucciones de mi madre. Se queja todo el tiempo pero es incapaz de delegar. Mejor dicho: es incapaz de confiar. Ayer preparé una crema de pimientos, zanahoria y cebolla y me sentí más juzgada que si hubiera estado en Master Chef. Me quedan horas de cortar fruta, preparar aperitivos, colocar bandejas, preparar bebidas, ultimar adornos, aguantar reproches, esquivar discusiones y reírme a carcajadas con mis hermanos y mis hijas. Luego vendrá la hora valle, esas horas muy cortas que transcurren entre que todo esté preparado y empiecen a llegar los invitados. Entrarán todos por la puerta de la cocina, gritando que hace mucho frío, que dónde dejan los abrigos y protestarán cuando les hagamos sacar un número de una bolsa que se corresponderá con el sitio en el que les toca sentarse en la mesa. Mis hermanos y yo apenas cenaremos, nos levantaremos continuamente a la cocina retirando piezas de vajilla sucias, rellenando fuentes, trayendo el siguiente plato, buscando un poco más de pan, de vino, de salsa, quizás hasta un salero porque alguien habrá insinuado que la lombarda está sosa o que con la carne quiere un poco de pimienta. Al terminar la cena recogeremos las mesas, plegaremos algunas de las que nos han prestado y cantaremos villancicos. Siempre los mismos, los clásicos de siempre con incorporaciones que los más jóvenes aportan cada año. Mi sobrino Pablo, este año, ha aprendido “We wish you a merry Christmas” en lenguaje de signos y sospecho que lo interpretará como poco media docena de veces. Llegarán después los juegos. Este año, aparte de nuestros clásicos, he preparado uno especial. Hace un mes pedí a todos mis familiares que me enviaran historias propias que nadie conociera, ni sus parejas ni sus hijos. Hubo protestas en el chat familiar: «eso es imposible», «nos las sabemos todas», «no se me ocurre nada». No les hice ni caso y durante semanas he tenido un goteo continuo de historias a cual mejor. Las risas van a ser espectaculares y lo que es aún mejor, nos servirán para aumentar el acervo familiar de anécdotas. Historias recurrentes que añadiremos a la lista interminable que repetimos cada vez que nos juntamos. Tomaremos vino, cerveza, champán y alguna copa. Seguro que vodka: desde que mi prima María llegó de Krasnoyarsk hace ya 18 años, cada año hay chupitos de vodka y alguien pone la voz de Val Kilmer en El Santo: «Camaradas, compatriotas, rusos todos». Pasarán las horas, seguiremos charlando hasta que alguien anuncie que son las mil y empiece el desfile y entonces nos quedaremos los que vivimos aquí. Comenzará entonces el zafarrancho para intentar dejar todo lo más recogido posible porque somos de la filosofía de “mejor acostarte tarde y reventado pero con la casa recogida a irte a la cama y a la mañana siguiente levantarte y enfrentarte al caos”.

La certeza de que todo ocurrirá así me parece maravillosa. Como decía Robert Kincaid en «En un universo de ambigüedad, este tipo de certeza llega solo una vez y nunca más, sin importar cuántas vidas viva». Hace años pensaba en esta frase en relación a enamorarse pero la recordé ayer, unida a la frase de Jane Smiley. En las próximas horas mis hijas andarán intentando escaquearse de encargarse del turrón, las bebidas o el hielo; pasarán vergüenza ajena en algún momento y protestarán cuando les lance mi mirada de «haced el favor de levantaros a recoger». Se reirán, cantarán muy bajito porque les dará vergüenza, intentarán ganar al juego de los meses y los acontecimientos y cuando todo el mundo se marche dirán que están agotadas y subirán a acostarse. 

Dormirán hasta mañana pensando que esta Nochebuena ha sido como todas y darán por supuesto que la del año que viene y la siguiente y la siguiente y muchas otras después serán como ésta. Ojalá a ellas también esta Nochebuena les dure cincuenta años. Ojalá esa certeza permanezca. 

 Feliz Navidad.

domingo, 17 de diciembre de 2023

17 de diciembre. Veinte años

«Ellos vienen de visita de vez en cuando. Y son, sorprendentemente, unas personas totalmente encantadoras. Te cuesta creer la suerte que tienes de conocerles. Te hacen reír. Hacen que te sientas orgullosa. Los quieres con locura. Han sobrevivido a ti. Y tú has sobrevivido a ellos. Se te pasa por la cabeza que, a ciertos niveles, pasaste horas, días, meses, años sin prestarles suficiente atención pero no le das más vueltas. No sirve de nada. Se ha acabado. 

Todo menos la preocupación. 


La preocupación dura siempre. »

Nora Ephron: El cuello no engaña

Sábado por la tarde. Acabas de salir por la puerta. Has quedado a merendar y luego a cenar con la familia de tu padre. Ayer fuiste a la universidad por la mañana y por la noche tuviste cena con el equipo de fútbol. Esta madrugada me he despertado al escuchar, por el patio interior, el sonido del ascensor. He sentido que eras tú volviendo a casa, pero aún así he cogido el móvil para mandarte un mensaje: «¿dónde andas?» «en el ascensor». Has entrado, me has dado un beso y te has acostado hasta la hora de comer. No te veré hasta mañana. 

Me siento a escribir por tu cumpleaños. Es más difícil cada año que pasa. La primera vez fue en 2008, cumplías cinco años y escribí esto: «Los 5 años de María se me han hecho eternos. No sé si soy mejor persona que antes de que naciera, puede que hasta sea peor, pero por lo menos soy más consciente de todos las taras que tengo como madre e intento disimularlas. A ella eso le da igual, porque le parezco la mejor madre, la más guapa y la más lista… y además sé conducir, que no sé por qué, pero le fascina».

Tus veinte años no se me han hecho eternos, tampoco se me han pasado rápido. No puedo decir eso que es común escuchar de «un día los coges en brazos, parpadeas y ya se han ido de casa». Creo que la mejor medida del paso del tiempo me la da nuestra relación: los años juntas han durado lo que tienen que durar. En estos veinte años tú has pasado de ser una niña que pensaba que yo era «la mejor madre, la más guapa y la más lista» a ser una mujer que me ve como lo que soy, con sus cosas buenas y sus cosas malas. En estos veinte años yo he pasado de ser una pipiola de treinta años, inexperta y agobiada, a ser una señora que se lo toma todo con muchísima calma, pero sigo sin acostumbrarme a ser tu madre. Creía que me acostumbraría a esa identidad, la de madre, pero no: me sigue pareciendo tan ajena como cuando llegué a casa llevándote en brazos y no sabía muy bien qué hacer contigo. Por supuesto que he desarrollado habilidades y, no te voy a engañar, ahora es muchísimo más fácil que cuando las dos teníamos veinte años menos; pero en el fondo, que me pidas ayuda ahora, que recurras a mí cuando tienes un problema, que te rías conmigo, me sorprende siempre. ¿De verdad crees que puedo ayudarte? Esto es retórico, ya sé que sí que lo crees y que la mayoría de las veces cumplo esa expectativa pero, de verdad, me deja sin palabras. 

«Trato de aceptar el misterio de mis hijos, las inexplicables formas en que se alejan de las expectativas paternas, de cómo, por mucho que los conozca o los recuerde, algo en ellos no termina de encajar del todo».  (Jane Smiley: Un amor cualquiera.)

No puedo explicarte lo que siento cuando te veo desde fuera, cuando te miro como si no te conociera y pienso que tienes algo que ver conmigo. La semana pasada, por ejemplo, ibas conduciendo, yo iba detrás, mirándote, y me fijé en tus manos blanquísimas, en tus dedos tan largos llevando el ritmo de la música mientras, al mismo tiempo, cantabas Bohemian Rhapsody. «Es mi hija, es mi hija», pensé. Tengo la misma sensación cuando te veo interactuar con otras personas fuera de nuestro círculo más íntimo: con tus amigas de la universidad, con adultos que no son de la familia, con extraños; me fascina ver cómo te relacionas hacia fuera. Esto es otra cosa que he aprendido en estos veinte años, la multitud de facetas que tienes y de las que yo solo puedo ver algunas. Este año has empezado a trabajar: ¿Cómo eres en tu trabajo? No lo sé. ¿Cómo te ve la gente que trabaja contigo? No lo sé. Es una inmensidad nueva, una puerta en tu vida que yo no veo, que no veré y eso está bien, no pasa nada, pero no lo había pensado hasta este año. 

Nos cruzamos por casa, en el desayuno y en la cena. Cada día me pides que te despierte y, cada día, cuando entro a despertarte, te enfadas. Por la noche, cuando cenamos, estás dicharachera, charlatana, bastante comunicativa; pero luego, rápidamente, te apagas porque estás muerta de sueño. Creo que este año has batido tu récord de sueño, y eso que ya era bastante imbatible. Nos vamos separando, vas cogiendo vuelo, otros caminos, nos cuesta encontrar momentos de encuentro pero los buscamos. Como las Gilmore quedamos a comer, a cenar, para acurrucarnos y ver una peli en el sofá. Hemos viajado juntas a París, a La Provenza, a los Pirineos. Hemos ido al cine, al teatro, a alguna exposición y hemos hablado de política, de amor, de economía, de dinero, de trabajo. Hemos discutido y, otra vez, has llorado de rabia y por esa herida interna de la que no quieres hablar y a la que yo no me puedo acercar hasta que me dejes. Nos hemos reído mucho, sobre todo con Clara, y hemos escuchado muchísima música. Bailando conmigo por mi 50 cumpleaños descubriste a The Police. No lo sabes, no te acuerdas, pero hace también muchos años, al escuchar Everything she does is magic, te escribí esto: «María es etérea y es increíblemente fuerte. Parece frágil y sin embargo aguanta cosas que yo no sería capaz. María es introvertida y sin embargo te lo cuenta todo sin la menor malicia. Sufre pero disimula. Siempre es consciente de todo lo que le rodea. Sufre y disfruta y todo se le nota. La miras y no te la crees». 

1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20. Hoy cumples 20 años, soy yo la que me quedo fascinada viéndote conducir y cuando te miro sigo sin poder creer que seas mi hija. 

Feliz cumpleaños, Princesa de los Ojos Azules.