miércoles, 8 de febrero de 2023

Breve. Pequeños placeres sin importancia




Once de la noche. Interior casa. Luces apagadas. María y yo nos tumbamos en el sofá, cada una con su manta, y le doy al play.

 ¿Os puedo pedir algo?
 Si implica salir de casa, tender la lavadora, regar las plantas o alguna de esas tareas que solo te importan a ti, no.
 Son las once de la noche, no es nada de eso; pero gracias por dejar claro, una vez más, mi papel de ama de llaves.
 ¿Qué quieres?
 Que veáis conmigo el primer episodio de Doctor en Alaska, una de mis series favoritas de la vida.
 Yo tengo que estudiar.
 Yo sí la veo contigo.

La primera escena transcurre en un avión. El Dr. Fleishman le cuenta su vida al pasajero que va sentado a su lado… y al espectador. Cuenta que es médico y que, tras aceptar una beca de 125.000 dólares, tiene que trabajar en Alaska durante cuatro años. Cree que todo irá bien. «Buena suerte», le dice el pasajero. El espectador, que soy yo, sabe que la buena suerte ya la ha tenido porque va a un sitio mágico. Durante cuarenta y seis minutos viajo a Cicely, es la primera vez que veo la serie en versión original y también la primera vez que la veo después de haber estado en esos paisajes. Todo me suena vagamente familiar: los bosques, las casas, Ed, Holly, Maggie, Maurice, Marylin, el graffiti del alce. Mientras pienso en que es indudable que, en The Gilmore Girls, Stars Hollow es una especie de trasunto de Cicely, me doy cuenta de que este rato soy feliz. Estoy a punto de cumplir cincuenta años y vuelvo a un lugar que visitaba cuando tenía veintitrés, cuando llegaba a casa después de una juerga un viernes y me sentaba a comer algo mientras veía el episodio que pillaba. Entonces todo me parecía curioso, raro, me encantaba la tensión sexual no resuelta que pensaba que solo ocurría en las pelis y me enamoraba de Chris en la mañana cada vez que aparecía en pantalla. Vuelvo a ese lugar que parece estar esperándome: «Welcome back». Me siento como si viajara a mi pasado, casi espero verme tras una esquina, o sentada en una de las banquetas del bar. Vuelvo a un lugar en el que no hay móviles ni internet; cada uno viste a su manera, nadie hace fotos y hay periódicos en papel y horarios de autobuses. Un lugar en el que la gente espera y siente el tiempo pasar, lo deja deslizarse, discurrir sin entretenerse, sin querer aprovecharlo. Me disuelvo en esa sensación. 

Acurrucada en el sofá con María, nada de lo que pasa fuera importa, nada de lo que ha ocurrido en el día tiene el más mínimo valor.

 ¿Te ha gustado?
 Sí.

Pequeños placeres sin importancia.



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3 comentarios:

Dorotea Hyde dijo...

Qué maravilla viajar a Cicely. Cuando empecé a verla pensé que como una miss (no imaginaba que podía ser una miss de medio pelo) había acabado ahí, me parecía rarísimo. Y a medida que iba descubriendo los rincones de la zona y a su habitantes ya vi que aquello era lo menos raro de todo y que si yo hubiera sido Shelly también habría acabado ahí.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Otra de esas series enormes que fueron apaleadas por TVE cambiándola de horarios y programando capítulos ordenándolos "al azahar".
Es maravillosa para los que concebimos ese mundo (sin teléfonos móviles, sin GPS, sin internet...) y las peripecias posibles en él; para los jovenzuelos que no puedan abstraerse de ese tipo de anacronismos, probablemente flojee.
Para mi (que hace muuucho copié un par de temporadas que conseguí en DVD y descargué otras tres temporadas y las volví a ver durante el confinamiento), la sintonía de inicio sigue llevándome a algunas noches de verano del 96 o el 97, cuando me la encontraba en La 2 al ponerme a cenar algo (más allá de la medianoche) tras volver de algún incendio.

Ses dijo...

Yo estaba volviendo a ver las Gilmore, pero con todo el lío de Netflix he decidido quitarme. Dr en Alaska nunca me gustó, pero igual me animo, creo que la tengo en Filmin.