Escribe Tallón que ahora ya nadie puede decir "Me voy" y eso me recuerda a cuando yo era adolescente y estaba, como ahora, en Los Molinos. En aquella época mi máxima aspiración era estar todo el tiempo que pudiera con mis amigos, todas las horas, todos los minutos, posibles. En mi casa se llevaba una disciplina estricta porque mi madre era un poco la Srta. Rottenmayer, un poco Julie Trinos en Sonrisas y Lágrimas y otro poco un instructor de colegio interno especializado en casos rebeldes (Yo era una santa pero mi madre no lo veía así). Esta curiosa multipersonalidad de mi madre significaba para nosotros que a las 9:30 tocaba una campana para bajar a desayunar, que a las dos y media tenías que estar en casa sentado a la mesa para comer y que a las diez, ¡ay de ti! si no llegabas en punto a la cena. No puedo ni contar los días que llegaba a casa de mis amigos a las once de la mañana para encontrármelos profundamente dormidos. «Ana, pasa si quieres a ver si consigues que se despierte» me decían sus padres mirándome con cara de ¿Pero esta chica no tiene casa? ¿Sabéis eso que dicen que si miras a alguien mientras duerme, se despierta? Es mentira.
Mi drama era que yo llegaba la primera, cuando no había nadie y me tenía que ir la primera, cuando estaban todos. Como siempre he sido mucho de agonizar con anticipación, una hora antes de la hora empezaba con mi cantinela «Yo me voy», y no me iba. Y lo repetía cada cinco minutos sin moverme del sitio «yo me voy», «yo me voy», «yo me voy» y no me iba. En el fondo esperaba una revuelta popular, un estallido de solidaridad entre mis amigos para que todos se levantaran y dijeran «No, no te vas, vamos a hablar con tu madre para que cambie las reglas» Por supuesto eso no pasó jamás y lo que ocurrió fue que mis amigos lo tomaron como frase comodín, decian "yo me voy" cuando no tenían ninguna intención de quedarse a dormir, a comer o a pasar horas en donde fuera que estuviéramos.
«Ahora sí que me tengo que ir» era la frase con la que me despedía definitivamente.
Ahora, como cuando era adolescente, no me quiero ir a ninguna parte. Quiero quedarme aquí, a salvo, en mi casa, en mi cuarto, con mis cosas, mis libros, mi estantería. El sábado hice una limpieza tan a fondo que creo que encontré recuerdos y lágrimas (ya he dicho que en pandemia me voy a permitir ser todo lo cursi que me dé la gana) desde que en ese mismo cuarto sobreviví a mis primeros desengaños amorosos.
Quiero estar en casa porque lo que hay fuera me da miedo.
Ojalá me pasara como a Joanne Cameron, una entrañable señora escocesa, que tiene una mutación genética que le impide sentir emociones negativas. ¡Ojo! No es que no sepa que hay cosas tristes, no es que no le afecte la muerte de sus seres queridos o las desgracias, no es un terminator o una psicópata. Lo que le ocurre a Joanne es que todas esas emociones negativas no la consumen, su cerebro las encaja, las acomoda y sigue adelante. “I know the word ‘pain,’ and I know people are in pain, because you can see it.I see stress, and I’ve seen pain, what it does, but I’m talking about an abstract thing.”
La envidio tanto.
Veo con mi madre En el estanque dorado. Iba a decir «con Henry Fonda y Katherine Hepburn haciendo de pareja de ancianos» pero no "hacen de nada", son una pareja de ancianos renqueantes, cuyos cuerpos empiezan a fallar mientras sus cerebros siguen brillantes, alegres, chisporroteantes (alerta cursilería) e ingeniosos. La primera vez que vi esta película me encantó, de la segunda no tengo recuerdo pero ésta ha sido maravilloso. Es una película que te reconcilia con todo y, sobre todo, te enfrenta al hecho de hacerte viejo. No mayor que es un eufemismo que nos hemos montado para creernos jóvenes con cincuenta palos. Esta película va de viejos siendo viejísimos y siendo tan o, mejor dicho, siendo más, mucho más interesantes que los jóvenes. Está en Filmin, alquiladla porque cada minuto que paséis viéndola será un minuto en el que estaréis en otra vida.
«Pasé un rato con él en la rectoría. El hombre anda mediante [...] Hay que ver, con lo que ha sido este hombre. Mentira parece. Dice que esa es la vida y que uno cuando sirve para todo no piensa en el día que no servirá para nada, y que cuando llega el día en que no sirve para nada no tarda en acostumbrarse a estar mano sobre mano.» (Diario de un cazador, Miguel Delibes)
Tengo un tic en el párpado del ojo izquierdo.
En unos pantalones que no me ponía desde hacía meses me he encontrado cuarenta euros.
PS: sigo sin encontrar el momento de cortarme las uñas.
5 comentarios:
Yo también quiero quedarme en casa. Y hacerme una bolita y llorar. Ahora más que nunca mi casa es mi refugio. Y sí, también los días son iguales. Tristes, monótonos, planos y grises.
Sigue escribiendo, por favor.
Carmen
tenemos suerte de que nos guste nuestra casa con nuestras cosas, no es tan común...algo es algo. besos!
Hola Molínos, soy aquel viejo blog Marlei. Te escribo desde Pamplona. Hace mucho que no escribo. Hubo un tiempo en que escribía a diario, no solo aquel blog “Herrero chofer”, sino proyectos, pruebas, ensayos....Hoy, casi forzándome y no sé muy bien porqué, me decido a comentar dos ideas, dos tontadas que me vienen a la mente leyendo tu “no diario de una cuarentena”.
1. Escribe y no dejes de hacerlo. Escribe como si este blog fuese un respirador de esos que ahora escasean y hacen falta en todas las UCIs del país. Escribe. Da igual el miedo, la angustia, la incertidumbre, el futuro oscuro, el frío ahí fuera. Hay que mantener la llama encendida. Cada uno en lo suyo. Los médicos, los soldados, los sacerdotes, las cajeras, los camioneros, todos y cada uno, todos en los suyo. Escribir es mantener la luz encendida. Te lo dice uno que hace tiempo lo echa de menos. Escribe y respira.
2. En estos tiempos que corren, todos nos merecemos un aplauso.
Que pase pronto. Que pase lejos.
Pasará.
Ánimo ¡
Fdo. Aquel viejo Blog Marlei.
Me encanta Delibes, y me encantas tú.
Moli, yo era esa adolescente...ya me voy.
Pones en escrito mis pensamientos. Me encanta leerte, la primera vez que te leí fue con el libro "una madre sin superpoderes", andaba yo frustrada con la maternidad y me diste ánimos y sonrisas, y si me he puesto ñoña será por el confinamiento. No dejes de escribir, yo no dejaré de leerte.
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