lunes, 2 de septiembre de 2019

Lecturas encadenadas. Agosto

Este va a ser un post de lecturas encadenadas muy corto, puede que el más corto de la historia de los posts de lecturas encadenadas porque en agosto he leído solo dos libros y de uno ya he hablado bastante. He estado tentada de no escribirlo pero ¿para qué están las obligaciones autoimpuestas que nadie te reclama sino para cumplirlas?

El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua de Patrick Leigh Fermor debería de contar como dos lecturas porque de hecho son dos libros aunque en la nueva edición de RBA, con traducción de Jordi Fibla e Inés Belaustegui, se hayan publicado en un solo tomo. Como ya conté el otro día, Patrick tenía diecinueve años en 1933 y se aburría un poco en Inglaterra. No era buen estudiante, no quería ser militar, le echaban de todos los colegios y le encantaba la juerga. Un buen día, con una resaca de esas que te hacen replantearte el sentido de la vida y que cuando tienes diecinueve años puedes permitirte tener todos los días, decidió que lo que necesitaba era irse a recorrer Europa. Sus padres, como buenos ingleses flemáticos, le dijeron que estupendo, sospecho que porque así por lo menos dejaban de verle perder el tiempo y beberse el Támesis y allá que se fue.

Patrick viaja de mochilero pero con posibles. No hay que engañarse, Patrick es lo que hoy llamaríamos un mochilero con visa. Él quiere conocer mundo, hablar con gente de toda condición social y dormir en dónde pille pero no desaprovecha jamás, y hace bien, la oportunidad de dormir en un castillo, un hotel, un piso de estudiantes o una casa maravillosa con anfitriones que le llevan a fiestas que acaban en cabarets de lujo con elefantes. A todo dice que sí y por esa razón el libro está trufado de borracheras que acaban en fundido a negro y amistades para toda la vida. ¿Cómo no vas a simpatizar con él?

Con lo que cuesta más simpatizar y que te lleva más a querer llorar amargamente es con su erudición. Todo le interesa y de todo sabe. Consuela un poco saber que estos libros los escribió casi cuarenta años después del viaje, con tiempo más que suficiente para haber estudiado todo aquello que le interesó durante sus caminatas de juventud pero, aún así, no es consuelo suficiente. Patrick habla de arte, de arquitectura, de etimología, aprende alemán según va caminando por los pueblos  de las riberas del Rhin, aprende húngaro en Praga, aprende rumano, elucubra sobre los orígenes de las ciudades, sobre las circunstancias por las que una ristra de pueblos que yo ni siquiera conocía habían terminado poblando los parajes que atraviesa. Magiares, rutenos, humos, rumanos, lacios, romanos, húngaros, vándalos, jenízaros, jaziguos, mongoles, judíos, gitanos, sajones, valones, francos, lituanos, griegos... una lista interminable de historias, de gentes y de lugares.

Personalmente me ha gustado más el recorrido por Hungría y Rumanía que la parte de Alemania y Austria. No sé si tiene que ver con que esta parte del recorrido transcurre en primavera y en un largo verano que pasa entre los bosques húngaros y rumanos alojándose en enormes casas solariegas de familias húngaras que disfrutan con indolencia y elegancia de lo que, aunque ellos no lo sepan, será uno de sus últimos veranos. Patrick deja de correr tanto y languidece con ellos en ese verano (hasta se enamora) dejando que los días pasen. Quizá el haberlo leído en verano con ese mismo ánimo relajado y tranquilo ha hecho que me identificara más con esa parte.

Ya ha pasado el tiempo de los regalos...
oh, muchachos que crecen,
oh, nieve que se funde
oh, desengaño que taparán los años..
He aquí la insulsa tierra sobre la que edificar.
Sin adornos; hemos llegado
a la Noche de Reyes o lo que queráis... lo que queráis.
                                                                                          Louis Maneice

De pasear por Europa me fui a México leyendo La memoria de los vivos de Phil Camino. Phil es la dueña de Los Editores y además escribe, es decir, es la persona que a mí me gustaría ser.

La memoria de los vivos es una crónica familiar, la historia de dos hombres, Angel Trápaga y Richard Myagh, uno español y otro irlandés que acabaron siendo familia. Los dos partieron de Europa en busca de una vida mejor, siguiendo a sus hermanos que ya estaban probando fortuna en México. Llegaron allí a trabajar y a construirse una vida y acabaron creando imperios empresariales que los hicieron inmensamente ricos y construyendo familias que se entrecruzarían combinando fortunas inimaginables y lujos extravagantes y excesivos con los que jamás hubieran soñado de niños.

El libro no es tanto una novela como una saga familiar. Apenas hay diálogo y conocemos a los personajes, que fueron personas, no por lo que hacen o dicen sino por lo que la autora nos cuenta de ellos. Richard (y esto lo sé porque fui a la presentación) escribió unos diarios que Phil leyó y tradujo y hay numerosa documentación sobre ambos. Contaba además con documentación familiar porque Angel era su tatarabuelo. ¿Cuánto hay de ficción y cuanto de realidad? Las fechas y los datos son reales, son ciertos, ocurrieron así. Lo que pensaba Ángel, lo que sentía Richard, lo que pensaron, sintieron y hablaron los hijos y los nietos es imaginario, es lo que podemos pensar qué hicieron. Leyendo esta crónica pensaba en mi familia, ¿cuanto se de mis abuelos, de mis bisabuelos, de mi tatarabuelos? ¿Podría escribir la historia de mi bisabuela cubana, Clara Laverdesque, abandonada por su marido catalán, Juan de Ribera, en Canarias? ¿Qué sé de mis bisabuelos maternos? Si me pusiera a investigar, qué tendría en común con ellos, ¿tendría algo en común?

Además de una crónica familiar es una crónica de la historia de México, de su paso de un lugar a explotar por las potencias europeas a un país peleando por el uso de sus propios recursos, de un país oprimido por potencias extranjeras a un país donde existen dos clases: los ricos y los oprimidos.  

Y es una historia de olvido, de muertes. 

«Se puede sentir una pena abismal y atroz por la muerte de un padre, incluso si tenía novena años, pero siempre será una pena que nos parece que encaja en los cánones humanos del dolor. A diferencia de la muerte de un hijo, se considera natural. Forma parte del ciclo lógico de la existencia. No se puede evitar, pero se puede y se debe sobrellevar. Lo que no se marcha nunca, y es lo que golpea con una ferocidad inesperada desde el primer instante en que se siente la ausencia de un padre o de una madre, y más cuando sido tan queridos, es el vacío. El desamparo. Es como una melancolía que reclama el tiempo que se fue. La muerte de los que nos dieron la vida nos ponte ante la situación  de tener que regresar a un lugar perdido, porque siempre la hay, un lugar que se puedo habitar gracias a él, o a ella».
Esto y un montón de New Yorkers es lo que he leído en agosto. Un mes calmo solo trastocado por la pelea que he tenido que mantener con Seat para que me proporcionara un cinturón de seguridad para mi coche pero esa es una historia tan asquerosa que no merece la pena contarla.

Y con esto y esperando que el otoño caiga de golpe sobre nuestras cabezas, hasta los encadenados de septiembre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues a mi me interesa la historia del cinturón.
Cuéntala, por favor.

Marta

Belen dijo...

Apuntado el de patric leigh.
Besos

Elena Rius dijo...

Me fascinaron a mí también esas estancias del bueno de Paddy en maravillosas casas solariegas centroeuropeas, donde aún se vivía como hace doscientos años. Cuando piensas que todo eso quedó borrado por lo que sucedería poco después (y por cuarenta años de régimen comunista) te entra una nostalgia terrible.
Leí el libro de Phil Camino en manuscrito (me tocó hacer un informe) y, sin referencias por las que guiarme (ni solapas ni nada, ni siquiera sabía quién era la autora) me costó un poco decidir si estaba ante una historia auténtica o ficticia. Me pareció un libro ameno e interesante por lo que explica de la historia de la emigración en México, aunque tal vez me sobraron un poco algunos toques a lo García Marquez.