lunes, 30 de noviembre de 2015

Esto no es un blog de listas

NO me gustan las listas.

Las listas son el mal. Un invento del demonio, más antiguo que el hilo negro que, sin embargo, igual que el correr, hornear tu propio pan o dejar de trabajar para cuidar a tus hijos, han sabido coger la ola de la modernidad y disfrazarse de cosa exitosa, con lo que están de moda. 

Si no haces listas o no las tienes, no vas a triunfar en la vida. Si encima no madrugas, vas directo al fracaso. 

Obviamente, todos hacemos listas. Confieso que yo las hago, pero lejos de hacerme sentir organizada, exitosa y ayudarme, sus efectos suelen ser completamente opuestos. 

No me gustan las listas. O me gustan poco. O regular o, mejor dicho, les veo pocas ventajas y un montón de inconvenientes. A lo mejor es que no sé hacerlas; todo puede ser. 

Para empezar, las listas son kriptonita para mi memoria. Mi memoria es uno de mis mejores superpoderes (creo que es el único). Es espectacular, acojonante y tan precisa que la gente se asusta, pero si hago una lista para recordar algo, automáticamente deja de funcionar. El clásico ejemplo es la lista de la compra. Me siento en mi cocina y apunto disciplinada en un papel todo lo que hace falta para el funcionamiento de la casa. Me siento en mi mesa, miro al infinito y soy capaz de recordar todo lo que falta: leche, nesquick, suavizante, galletas sin gluten, queso rallado, yogures... Lo apunto y, ¡alehop!, lo olvido. 

El efecto kriptonizante de la lista es tan intenso que la mayor parte de las veces la olvido encima de la mesa. Recupero mágicamente el superpoder cuando en medio del pasillo del súper, después de haber registrado el bolso, dado la vuelta a todos mis bolsillos y cachearme a mí misma como si me gustara, tengo un flash y recuerdo nítidamente el trocito de papel encima de la mesa de mi cocina. Recuerdo el papel, recuerdo mi letra, recuerdo incluso el número de cosas que tenía apuntadas; pero soy incapaz de recordar qué mierda tenía que comprar. 

Hay veces que consigo llegar con la lista al súper... y entonces es casi peor. Voy con ella en la mano como si fuera Dori de Nemo, porque resulta que no tengo memoria a corto plazo. Necesito leer el papelito cada 30 segundos y repetir el mantra: tomate para freír, huevos, suavizante, yogures... mientras pululeo por los pasillos olvidando qué es lo que estoy buscando. Por todo esto he dejado de llevar lista y compro mejor, mas imaginativamente, y me siento menos imbécil. 

Hay otro tipo de listas que me estresan. Son las que según los gurús del coaching, el organiza tu tiempo, sé más eficiente y productivo y alcanza el éxito, tienes que hacer al llegar al trabajo o al planificar tu agenda. La lista de tareas. Cuando lo he intentado, me he descubierto a mí misma en medio de una risa histérica, pensando ¿qué leches hago perdiendo el tiempo en apuntar todo eso en vez de ponerme a hacerlo ya? ¿A quién quiero engañar haciendo una lista planificada cuando todo el mundo sabe que la planificación son los padres? ¿Tendré dinero suelto para comprarme el mix de frutos secos en la máquina de guarrerias? 

Otras listas me recuerdan lo que no soy: mi madre. En su casa, en cualquier cajón, en cualquier cuaderno, en la parte de atrás de cualquier cartón o minitrozo de papel hay una lista. Una lista interminable de la compra, o de tareas a hacer en el jardín, o en la casa, o un menú, o una lista de regalos... Todas con su columna de guiones antes de cada elemento y todas con su inconfundible y pulcra letra. Mi madre, además, es de las que vuelve a sus listas; o mejor dicho, cuando se las vuelve a encontrar traza una línea recta poderosa y firme sobre lo que ya no existe en esa lista, sobre lo cumplido, sobre la tarea completada. 

Las listas de deseos me parecen una manera fabulosa de hacerse ilusiones y luego llevarse un chasco de realidad de proporciones épicas. Estoy muy a favor de tener grandes sueños y planes locos, pero siempre deben ser imaginarios. Dejarlos por escrito es mala idea. Yo solo lo he hecho una vez y todavía me estoy arrepintiendo. 

Me estoy poniendo muy negativa y algunas listas, sin embargo, me vienen bien. Curiosamente son las listas que hago sin propósito útil alguno, las que hago por placer.  Por ejemplo, la lista de libros que quiero leer. Me la tomo como la carta a los reyes magos o la que envío a quien me dice "no sé qué regalarte". No tiene propósito más allá de facilitarle la vida a la gente que me quiere y ahorrarles estrés a la hora de elegir un regalo para mí. 

Las listas no solo se hacen, también se leen. Y, seamos sinceros, la mayor parte de las veces son una completa majadería. Casi todas son una memez, incluidas todas las que he escrito yo. Las majaderías, cuando se hacen sin el ánimo de ser otra cosa que majaderías, entretener y divertir, son muy beneficiosas para todos: para el que las escribe y para el que las lee. 

El problema es que, ahora mismo, debido a la mierda de la viralidad, todo tiene que tener tropecientos millones de visitas aunque nadie lea nada, y por la influencia del coaching productivo, el "aprovecha tu tiempo", "saca partido a tu energía" y todas esas mierdas, las listas se han convertido en majaderías con ínfulas. 

7 cosas que los exitosos hacen antes de desayunar, 10 consejos para que tus hijos crezcan sanos, 7 medidas para cambiar tu dieta, 25 libros que hay que leer antes de los 30, 10 playas que no puedes perderte, 8 consejos para encontrar el tiempo para hacer ejercicio, 6 cosas que han cambiado en mi vida con el reiki, el ganchillo o mirarme las uñas,  9 razones por las que debes dejar esa relación... 

Las listas se nos han ido de las manos y me temo que, o tomamos cartas en el asunto, o es posible que se vuelvan más inteligentes que nosotros o, más probablemente, nosotros nos volvamos aún más majaderos y acaben dominando el mundo. 

viernes, 27 de noviembre de 2015

Cedric y Moli, el reencuentro

Cedric ha vuelto a mi vida o yo a la suya; vamos, que nos hemos reencontrado laboralmente en un ambiente de luz y color, y arcoiris y mariposas y nos lo pasamos en grande. 

3 años después seguimos igual. Bueno, él ya tiene más de 30 y está aún más Cedric: está enorme y es un descojone. Yo tengo 42 y estoy más canija. 

- Chavales, vamos a reunirnos para comentar lo de ayer. 
- Moli, si te digo la verdad no lo he mirado.
- ¿Estás pasando de mi?
- ¿En qué sentido?
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- Moli, ya tienes permiso para toquetear todo.
- ¿Perdona?
- La base, toquetear la base de datos. Toquetearla. 
- Ah. 
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- Moli, ¿qué tal la reunión?
- Bien, muy bien. Al principio la gente no se cree las cosas que digo pero luego se dan cuenta de que son en serio y flipan. 
- Es que eres tan tan tan...
- ¿Tan qué?
- Tan gestual que la gente no te cree. 
-¿Qué quiere decir eso?
- Pues que se creen que mientes y gesticulas para engañarlos, para distraerlos, como los magos. 
- ¿Me lo dices en serio?
- Si, pero luego no hay más que conocerte para saber que eres así, sin truco. 

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De rancho

Por recuperar, hemos recuperado hasta las comidas en pandilla. En mi bandeja verdura y pescado, o un filete a la plancha. 

Cedric y sus dos metros se sientan a mi lado con su bandeja llena de un festival de hidratos de carbono: spaghetti carbonara, tortilla de patata con patatas fritas bañadas en mayonesa y de postre natillas. 

- Cedric, si yo me como eso reviento.
- No te preocupes, me lo voy a comer yo y tú no vas a engordar nada. 

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Clasificando géneros

- Vamos a ver Cedric, para ti ¿Qué es ciencia ficción?
- Pues cosas que son improbables pero científicamente posibles. 
- Ponme un ejemplo
- Que existan los marcianos es ciencia ficción. Pero si el marciano lleva el anillo único es fantasía. 
- ¿Y si se enamora de otro?
- ¿De otro qué? ¿De otro marciano o de otra persona?
- Da igual. 
- No, no da igual. Si se enamora de otro marciano es ciencia ficción, si se enamora de un humano fantasía. 
- ¿Y si lleva un condón?
- mmmmm... esa es difícil. Ciencia ficción. 
- Ya, y ¿Pirañaconda entonces qué es?
- Una obra maestra. 

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Interpretando datos. 

- Mira Moli, esto de la interpretación de datos es así. Nosotros echamos un polvo, al terminar tú me dices que ha sido una mierda y yo te digo que ha sido el tercer mejor polvo de mi vida. 
- ¿Cómo que el tercero? 

Y así pasamos los días en los libros de colores.



miércoles, 25 de noviembre de 2015

¿Qué les pasa a los hombres con los zapatos?


Se habla mucho de la supuesta adicción de las mujeres a los zapatos, que si tienen muchos pares, más de los que pueden ponerse, que si les encantan, que si nunca tienen bastante, etc. 

Se habla muy poco de la relación raruna que tiene los hombres con los zapatos. Raruna, infantil y completamente absurda. 

Si preguntas a un hombre por los zapatos su primera reacción será de indiferencia: ah, me da igual. 

Si le preguntas cuantos zapatos tiene, su primera reacción será: pocos. 

"Me da igual" y "pocos". Dos grandes mentiras que sin embargo llevan impresas en el ADN y todos ellos se creen. 

Los tíos establecen con sus zapatos una relación enfermiza de dependencia y fidelidad más allá de la salud, la enfermedad, la mugre, la lluvia, el viento, la nieve y la ocasión. No les da igual para nada. Se compran un par, el que sea, y desde ese momento consagran su existencia, sus días, sus ocasiones laborales, festivas, de amor, de lujo, de amistad, de turismo, de copas a ese par de zapatos. 

- Vamos a una fiesta. ¿Vas a ir con esos zapatos?
- Sí, ¿qué les pasa?
- No les pasa nada, pero NO son de fiesta. 
- Eso es una memez. *

Esta incapacidad para detectar cuando unos zapatos son adecuados y otros no, podría hacer creer al observador externo (a mí, por ejemplo) que, de verdad, los hombres no perciben la diferencia entre un zapato u otro. No, nada más lejos de la realidad. 

- ¿Qué quieres por tu cumpleaños?
- Unas zapatillas
- ¿Otras? Pero si tienes 5 pares. 
- Ya, pero necesito unas de treckking /paddle / travesia / sport / verano/ correr en asfalto/ trail
- Y las que quieres ¿cómo son?
- Son super ligeras, impermeables, con cámara de amortiguación y sistema especial de cordones.
- Y ¿para qué sirven?
- Para el típico paseo de monte, de pasar el rato en el que ha llovido un poco y puede que haya algún charco pero al mismo tiempo no hace mucho frío y necesitas algo para ponerte con un calcetín fino que no se te cueza el pie. 
- Aha. 

Esa supuesta incapacidad, además, sólo se manifiesta con respecto a lo que llevan ellos en los pies. Son increíblemente sensibles a los errores de las mujeres en cuanto a la adecuación del calzado a la ocasión. 

- ¿Por qué llevas botas de montar? ¿te vas al lejano oeste o eres un mosquetero?

Muy graciosos. 

Otra cosa curiosa de la absurda relación entre hombres y zapatos es que les da vergüenza. 

- Hombre, zapatos nuevos. ¡Qué chulos!
- No son nuevos, los compré hace años pero no me los había puesto fuera de casa. 

Me enternecen. Es como esa gente que se echa una pareja y la tiene escondida y cuando por fin la presenta a su círculo de amigos lo primero que dice es "nos conocemos de hace tiempo", aunque no añade "pero no sé muy bien que hago con ella y me da vergüenza estar en público con ella". 

Una cosa hay que reconocer a los hombres, son fieles a sus zapatos hasta la muerte. Si se comprometen con un par, si encuentran a su media naranja, no la dejaran hasta que literalmente se desintegren. Les dará igual la mugre y los agujeros. Llevarán los zapatos a arreglar, idearán mil remedios para intentar paliar  el deterioro provocado por el paso del tiempo y el uso continuado. Irán al zapatero, pondrán nuevas suelas, harán apaños con superglue e incluso intentarán engañarse a sí mismos obviando los síntomas: "es verdad que tienen agujeros y calan si llueve... pero para los días secos son ideales". 

Una vez desintegrado ese par imprescindible, único y especial "tú no lo entiendes", la búsqueda del siguiente par requiere una campaña de investigación, pruebas y research marketing capaz de desesperar a cualquiera...  menos a otro hombre. 

Se lanzarán a buscar un par exactamente igual al perdido. Y cuando digo exactamente igual me refiero a idéntico hasta el más mínimo detalle. 

- ¿Qué tal estos? Son exactos.
- No, los míos tenían la etiqueta en el otro lado y las anillas de los cordones no eran plateadas eran amarillo antiguo. 
- ¿En serio?
- Además, yo tenía un 42 y estos del 42 no me valen así que no son exactos. 
- Ya, una cosita... hace 10 años tú tampoco eras exactamente igual que ahora, rey. 

Para concluir este bonito y absurdo ensayo sobre el calzado masculino me gustaría señalar la incapacidad masculina para detectar la antisexicidad de sus zapatos. 

Queridos hombres, que un par de zapatos sean comodísimos y os encanten no quiere decir que sean bonitos. Ni siquiera quiere decir que os queden bien. 

Si además son feos, viejos y portan una noble pátina de mugre reflejo de la bonita relación que tenéis pueden, directamente, arruinar cualquier cita. 

- Pero... ¿y esos zapatos?
- ¿Qué zapatos? - es curioso como los tíos olvidan lo que llevan puesto y se miran los pies con sorpresa absoluta de encontrárselos metidos en zapatos.
- Esos... ¡los que llevas puestos!
- ¿Qué les pasa?
- ¡Son horribles! y ¡Están viejos! y te hacen pie de ogro. 
- Pues a mi me gustan. 

Pues eso, que para relación adictiva la de los hombres con sus zapatos. 


*Un descerebrado muy conocido de este blog se empeñó en que los horribles y espantosos crocs eran un calzado magnífico para cualquier época del año en Madrid, incluido pleno invierno. A pesar de mis múltiples protestas al respecto ignoró mi criterio hasta que un frío día resbaló con los crocs y se partió el húmero. Un "te lo dije" como una casa.  


jueves, 19 de noviembre de 2015

6 cosas que no soporto del periodismo en España


Me llamo Moli y estas son las seis cosas que hacen que, ahora mismo y desde hace un par de años no soporte la prensa española y haya dejado de comprarla.

1.- El mesianismo
Sobre esto ya escribí en su momento pero es que ha ido a más. El mesianismo de la profesión periodística con sus grandes eslóganes de "gracias a nosotros conocerás la realidad" y sus "menos mal que estamos nosotros para desenmascarar a los malos" me saca de quicio. 

Para ver lo ridículo de esta posición no hay más pensar en qué ocurriría si cada vez que vamos al médico, o a comprar el pan o a la gasolinera,  el médico, el panadero o el gasolinero salieran gritando "Postraos ante mi por mi trabajo, porque sin mi morirías de una espinilla infectada, no podrías desayunar y tu coche se pararía". 

Que está muy bien ser periodista pero no son el mesías. Por no ser, no son ni el Ratón Pérez. 

2.- El medallismo
Estamos en un punto en que la información no se comparte porque merezca ser conocida, sabida, explicada y asimilada. No se comparte para que la sociedad esté informada. Se comparte en una carrera exclusiva por el olimpismo: "Nosotros lo contamos primero", "Nosotros lo contamos mejor", "Nosotros tuvimos primero el soplo". 

Pues muy bien, campeón.

Yo casi prefiero al subcampeón como Faemino y Cansado. 

3.- El rollo "vende motos"
No sé si soy más lista que antes, los periodistas más tontos, yo más cínica o los medios más hipócritas pero por cada noticia que sale "desenmascarando" malos, sé que hay mil que no salen, sé que los malos que son de un bando determinado parecen menos malos y los del otro parecen más y sobre todo, me jode que me tomen por imbécil. 

Ni los llamados nuevos medios independientes y distintos están al margen del mercado. No pasa nada, lo entiendo. El mercado y la situación es la que es. Entiendo que hay que tragar con cosas, no publicar otras, maquillar algunas, alterar otras. Lo entiendo, esto siempre ha sido así. Pero, por eso mismo, no pretendas venderme una independencia a prueba de kriptonita cuando sé que hay mil condicionantes detrás en tu trabajo. Nos pasa a todos. 

4.- Personalismo
De un tiempo a esta parte y, a pesar, de los grandes gritos y proclamas a favor de la "importancia de la información", cuando leo una noticia, reportaje, entrevista o artículo... a duras penas veo la noticia, el tema del reportaje, al personaje de la entrevista o el fondo del artículo. Unos egos del tamaño del Titanic me lo impiden. 

Y de hace unos meses ahora, observo aterrada y con muchísima vergüenza ajena que muchos periodistas, muchísimos, no contentos con contonear su ego continuamente mientras agitan sus medallitas y me intentan vender humo, se dedican a contarme pormenorizadamente las heroicidades que cada día ejecutan en su trabajo para que yo, pobre mortal, pueda disfrutar de esa información. Me da tanta vergüenza que casi vomito. 

Lo importante no es la información, lo importante es que lo escribe, lo cuenta o presenta Mengano. La noticia no es la información es lo que "nuestro equipo" ha hecho con ella para hacer una infografía. Pues mira, NO. 

Aparte de que dime de que presumes...y blablabla.  

5.- Manía de enseñar lo que los otros hacen mal como si yo fuera imbécil
Otra cosa que me repatea es que últimamente leyendo la prensa, escuchando la radio o viendo ciertos programas me siento ofendida. No por el contenido sino por el trato. ¿Desde cuando el periodista ha decidido tratar al público, al oyente, al lector como si fuera imbécil, como si yo fuera imbécil? Es una falta de respeto absoluta. En este tratamiento incluyo la manía permanente e infantil de pasarse el día señalando lo que hace mal otro medio, otro periodista, otro programa. 

Bien, otro medio lo hace mal. ¿Y qué? ¿Qué lo haga mal te hace a ti mejor? ¿Crees que si no me lo señalas no lo veré? 

La falta de un mínimo de autocrítica es bochornosa y asistir al infantilismo permanente de echar la culpa a otros, también. Los empresarios, los editores, los directores, los tuiteros, la gente que escribe sin ser periodista...¡el público!, todos tienen la culpa, menos los periodistas.

6.- Sensacionalismo 
Lamentablemente esto lo he vuelto a comprobar esta semana hasta el infinito. Vídeos de explosiones que no aportan nada, imágenes de mantas que tapan muertos que no aportan nada, equipos enteros de periodistas desplazados para leer un teleprompter con la Torre Eiffel detrás, periodistas apostados frente a la morgue diciendo "la familia ha pedido que no les grabemos". Y ¿No se te cae la cara de vergüenza por que tenga que pedírtelo la familia? y ¿Como tienes las narices de contarlo en antena? 

No, no compro prensa española, no pago por ningún medio online español y voy a seguir sin hacerlo. 

No me gusta, no me sirven, me hostilizan y son malos. Todos. 

La parte buena es que hay muchísimo margen de mejora. Todo. 

Estoy deseando cambiar de idea, mientras tanto, pago 150 euros al año por tener el New Yorker en papel en mi buzón todos los sábados. No quiero información gratis, la quiero que merezca la pena pagar por ella.