viernes, 17 de septiembre de 2021

Un beso, mamá


Al empezar me notaba anquilosada, oxidada. Sentía que estaba fingiendo. Me sentía pretenciosa y de una manera extraña como si estuviera tratando de recrear una versión de mi misma del pasado, de un pasado muy remoto. La primera vez que recuerdo escribir cartas fue cuando una niña de mi clase, que llegó porque a su padre lo habían destinado a Madrid, se volvió a Barcelona tras solo un año en el colegio. Se llamaba Belén y nos habíamos caído muy bien, todo lo bien que te puedes caer con once años, y empezamos a escribirnos. Aquella correspondencia duró años, nunca más volvimos a vernos. En la adolescencia, pasaba los fines de semana en Los Molinos con mis amigos, todo el día juntos, todas las horas eran pocas para hacer cosas y para contarnos todo aquello de lo que necesitábamos hablar. Teníamos tantísimas cosas que decirnos que entre semana, el mismo domingo cuando llegábamos a Madrid, nos poníamos a escribirnos unos a otros. Eran cartas kilométricas, escritas durante varios días, con bolígrafos de distintos colores y llenas de dibujos, caricaturas, flores, arco iris y cualquier otra cosa (Las mías eran más sobrias porque yo no sé dibujar ni siquiera dibujar mal). Nos contábamos todo lo que nos ocurría, las broncas con nuestros padres, las broncas con nuestros hermanos, todas las aventuras del colegio, y las recibíamos como si transmitieran mensajes importantísimos para la humanidad. Para nosotros, desde luego, eran oro puro. Durante muchos años, firmé aquellas cartas como Enrique Rucocó. Después de aquello, me escribí cartas con mis amigos de Irlanda durante muchos años y ocasionalmente alguna más y muchas notas de amor y humor cuando empecé a salir con El Ingeniero. Luego llegó internet y las cartas terminaron. 

«Voy a escribirte una carta cada domingo contándote lo que pasa aquí. Sé que podría escribirte un mail pero sé que no lo leerías. Verías los tres o cuatro párrafos y pensarías: qué brasas es mi madre. A lo mejor no lees las cartas pero dentro de diez, quince o veinte años, los mails estarán olvidados y las cartas las tendrás». 

Esto le dije a Clara en el aeropuerto. Pensé que lo difícil sería cumplir el compromiso, encontrar historias para contarle, acercarme a correos cada lunes a enviarla. No. Pasado ese primer momento de «se me ha olvidado como hacer esto», todo empezó a fluir, a engrasarse de nuevo y, ahora, después de tres cartas enviada y la cuarta ya pensada en mi cabeza, me he dado cuenta de que lo más difícil, lo más raro, es llegar al final y firmar Mamá. 

«Mamá». Qué raro es, no me acostumbro, era más fácil ser Enrique Rucoco. ¿Mamá? ¿Yo soy mamá?,   A lo mejor en la carta número cuarenta consigo acostumbrarme. Como dicen los americanos: Fake it till you make it. 

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Mis viajes de Castilla a Andalucía durante las navidades, semana santa y verano iban amenizados por largas cartas que me escribía mi amiga Laura. El día antes me entregaba un gran sobre, con folios escritos durante varios días, dibujos, artilugios pegados, ... Todo para que el viaje se me hiciera menos aburrido. Y, por supuesto, los primeros años de carrera, las cartas con los amigos eran semanales, qué alegría daba encontrarte con una en el buzón.

jota dijo...

Más difícil firmar mamá o escribir "te quiero", nuse, nuse

Anónimo dijo...

Es normal que te sientas una impostora. Cualquier ser racional que reflexione sobre ello mínimamente descubre que la maternidad tiene un componente alienígena perturbador.

Anónimo dijo...

¡Qué buen regalo para Clara!
Y dará también para una recopilación, "Cartas de mi madre".

Y qué maja la amiga Laura de la 1a anónima.

/Nuria

Rísquez dijo...

Qué idea más bonita, leñe. A lo mejor ahora no lo valora, pero con el tiempo esto que estás haciendo lo guardará como el más preciado de los tesoros.

Anónimo dijo...

Todavía tengo las cartas que me escribieron mis padres y mi hermana en mi estancia en EEUU cuando fui a estudiar allí con 15 años. Y ni contar la alegría al recibir los tres o cuatro paquetes que ese año y medio me enviaron con lo que todavía son tesoros para mí y los cuales conservo; un monedero, una agenda, unos pendientes, pequeñas grandes cosas.
Y esas llamadas a cobro revertido cuando preguntaban a mi madre si aceptaba la llamada, y ella decía, yes, yes. El minuto salía a pelo de demonio, por eso hablabamos una vez a la semana como mucho..... Nostalgia buena.

sonia dijo...

Me he acordado de cuando yo escribía cartas a mis amigas,al final dibujaba a Superratón diciendo eso de:Y no olviden vitaminarse y supermineralizarse!!
Igual hay alguien que todavía conserva alguna.Me voy a pensar eso de escribir cartas a mis hijos...😊