lunes, 13 de agosto de 2018

Portugal, el vecino desconocido

Uno cree que conoce a su vecino porque se cruza con él algunos días, amodorrado, a primera hora de la mañana cuando sale de casa para ir a trabajar. Intercambia tres palabras en el ascensor o en el portal y se instala en uno la sensación de conocer. Una sensación absolutamente falsa porque si te paras a pensarlo al sentarte en el coche o al coger el metro eres incapaz de recordar cómo se llama, en qué piso vive o qué ropa llevaba puesta. 

Uno cree que tiene algo en común con su vecino porque en las cuerdas del tendal, al otro lado del patio, ve ropa interior, sábanas, toallas, ropa interior y, de vez en cuando, como en sus cuerdas, un mantel y servilletas. Si tiene mantel y servilletas en algo se parece a ti, piensas, no es uno de esos salvajes que come sobre la mesa o, peor, directamente en la encimera o con bandejita. 

Uno cree que sabe cómo es la casa del vecino porque sabe cómo son sus ventanas, qué ve desde su salón o cómo entra el sol en su cocina por las mañanas, con timidez en invierno y de manera implacable en verano. Uno cree que sabe si su vecino, a la hora de la siesta, se tapa con manta o duerme en camiseta porque comparten medianera y escucha su televisión al otro lado de la pared. 

Uno piensa que sabe en qué trabaja su vecino, lo que come, o lo que lee porque cogen la misma línea del metro, compran en el mismo supermercado y es la misma biblioteca la que tienen cerca. 

Uno cree que su vecino es un triste porque una vez, sin tener el vecino ninguna culpa, se puso a llorar con él y esa pena se quedó pegada a ese vecino.

Y cuando uno está lleno de certezas y cree que conoce a su vecino, que nada va a sorprenderle y que ese vecino es más o menos como él, con sus cosas pero parecido... un buen día, va a Portugal y no sale de su asombro. 

Descubres que no conoces a tu vecino. Que todo lo que habías pensado o creído o, mejor dicho, todo lo que ni siquiera habías pensado o creído sobre él es erróneo o simplemente imaginario. Caes en la cuenta de que habías confundido la cercanía, la vecindad con el conocimiento. Entras en casa de tu vecino y nada es cómo habías (no) imaginado. Tiene horarios distintos,  los muebles al revés, el sol no ilumina exactamente igual que en tu casa, tiene un lenguaje parecido al tuyo pero con su propio ritmo y hasta su relación con la temperatura ambiente es muy diferente a la tuya. Los colores que tú hubieras jurado que iban a ser exactamente iguales que en tu casa parecen distintos. Y los olores, nada huele igual. No es mejor ni peor, lo que te sorprende es que sea tan distinto, tan diferente, tan él y no tan tú.

Te sorprende tu vecino y te sorprendes al pensar que por alguna razón idiota creías que conocías Portugal y no tenías ni la más remota idea.  

He estado en Portugal y he sido ese vecino idiota que creía conocer a la persona al otro lado del descansillo. He estado en Portugal y he sonreído. He estado en Portugal y me ha gustado todo, hasta el ciervo surfero de Playa do Norte, porque sí, porque todos tenemos errores en casa. 


8 comentarios:

anonimaporteña dijo...

hola! estuve en Portugal hasta hace una semana......... y varias veces pense....... a ver si me cruzo con Moli?? sin tener idea de que una semana despues ibas a andar por alli!

Galiana dijo...

Portugal es maravilloso. Sólo espero que no se entere mucha gente.

exseminarista ye-ye dijo...

Pues en dos semanas lo comprobaré, oiga :)

María dijo...

Yo fui portuguesa hasta que me casé (1970), y sí, son dos mundos pegados pero no revueltos, los dos maravillosos, con luces y sombras. A mí España me va más, he vivido en Alicante, Murcia, Valencia y ahora Cádiz. Y me va más este mundo. Pero hay que conocer Portugal, mi tierra linda. Hay mucho que saborear. ¡Felices vacaciones!

Vicente Carrasco dijo...

Nosotros estuvimos el año pasado y nos sorprendió muy gratamente. Primero que nada la amabilidad de los portugueses y su educación exquisita, después su comida, con esa mezcla criolla que sin ningún tipo de prejuicio han incorporado a su dieta, cosa que no hemos hecho los españoles con nuestros hermanos sudamericanos y tercero por su hermosura, rincones preciosos que descubres y que te sorprenden a cada momento. Recorrimos desde Oporto hasta Lisboa, íbamos en moto, y perderte por carreteras secundarias descubriendo pueblecitos con un encanto especial es algo que no tiene precio. Repetiremos, sin duda.

Carmina dijo...

A mi padre le acobardaba mucho ir a un país donde no conociera el idioma. Sin embargo, aunque no hablara portugués, iba a Portugal constantemente, porque allí se sentía como si no hubiera salido de España. Le gustaba todo: la comida, la gente, las costumbres.... Yo fui con él un par de veces y le encantaba enseñarme los rincones que conocía; era como un padre orgulloso presumiendo de su hijo favorito. Tengo muy buenos recuerdos de aquellos viajes. Hasta le gustaban sus horrores (el ciervo surfista no es el único). Aunque él no solía meterse en una tienda en una ocasión apareció con dos ceniceros (aunque no fumaba) que parecían sacados de la casa de los Picapiedra. Uno verde y otro gris, que parecían de mármol. Hubieran sido buenísimos para romperle la cabeza a alguien. Estuvieron años dando vueltas por la casa, cada vez en lugares menos visibles, hasta terminar en una tómbola de la parroquia.

Anónimo dijo...

Moli, cada vez escribes mejor!
Estoy disfrutando con "El tiempo es un canalla" aunque el de Fernanda Melchor (el de "...huracanes") no me llegó tanto.
Pero el que más me ha emocionado ha sido "El club de los mentirosos"

Un saludo
Nati

Ale dijo...

Me ha encantado!! Y Portugal me volvió loca en abril, por eso este año empiezo a estudiar portugués. Un besico.