viernes, 25 de mayo de 2018

Ensayo sobre la ropa

Hay gente que ordena la ropa por colores, por tejidos o por funcionalidad. Yo la clasifico en grupos que no tienen nada que ver ni con colores, ni con  los tejidos, ni siquiera con que sea de verano o de invierno, de fiesta o de diario. Mi ropa se organiza por sensaciones. 

Para empezar tengo la ropa de arropar. En mi segundo año en el campamento de Comillas mi madre me compró una sudadera azul marino con un pequeño dibujo de un gatito y la leyenda Cool Cat. Tenía trece años y me la compró crecedera. En el segundo lavado en el campamento dejó de ser crecedera y pasó a ser enana pero ha crecido conmigo porque a pesar de que sus mangas apenas me llegan a los codos y casi casi me queda ombliguero, la sudadera de Cool Cat sigue conmigo. Tiene agujeros  hermanados con manchas que ya han pasado a ser un estampado más, la goma  hace tiempo que dejó de ser elástica y hay un par de hilos en los puños de las mangas que me cuido muy mucho de tocar porque creo que si tiro de ellos el delicado equilibrio que mantiene la sudadera de Cool Cat viva se vendrá abajo y desaparecerá. La tengo en Los Molinos y me la pongo cuando tengo frío aunque haga cuarenta grados, para dormir cuando tengo pesadillas y me la pongo para escribir cuando no se me ocurre nada. De arropar son también unos vaqueros anchos, heredados de mi cuñado, que me puedo poner y quitar sin desabrocharlos. Están desgatados, los bolsillos están llenos de agujeros y los bajos se están poblando de hilos. Me los pongo cuando me siento libre, traviesa y con ganas de hundir las manos en los bolsillos.  

Tengo también ropa con historia, con más años que yo. Un traje fucsia de mi abuela, la famosa camisa de leñador de mi abuelo, un esmoquin de mi abuelo arreglado para mí que no me he puesto jamás, un abrigo de paño negro con botones como mi puño y con el que me gusta dar vueltas por la calle solo para ver como sus faldones giran a mi alrededor. Un par de faldas hippies de mi madre antes de ser mi madre que llevo guardando años y que, por fin, este año han vuelto a estar de moda. Es ropa recordatorio, me recuerda quién estuvo en mi vida antes de que yo llegara a ella.  

También tengo, como casi todo el mundo, ropa absurda, ropa ridícula que no tiene nada que ver conmigo pero que de alguna manera llegó a mi armario y se resiste a ser eliminada. Llegó cuando intenté ser otra persona y me salió regular. La mantengo por si acaso, en un rapto de valor o por un ictus como el de mi padre, me convierto en otra persona y me atrevo a llevar una falda de leopardo de mujer fatal y un jersey negro de cuello vuelto que a mí me parece demasiado ajustado. Tengo también un abrigo verde de lana de pelos que pica y que me hace parecer un melón gigante fuera de temporada. No lo tiro porque me costó una cantidad absurda de dinero. A lo mejor estoy esperando a ser vieja y espigada y parecer un espárrago cuando me lo ponga. 

En otra categoría está la ropa que no me gusta pero que me han regalado. Nuestras trayectoria vitales se cruzan poco tiempo porque solo se mantienen conmigo el tiempo suficiente para que el regalador me vea con ella puesta... para después desaparecer misteriosamente. (Mi hermana tiene la teoría de que si le regalas algo a alguien y la siguiente vez que le ves lo lleva puesto, es que no le gusta y se lo ha puesto solo para que tú lo veas. He comprobado esa teoría y es cierta). Tengo también ropa de disfrazarse, de parecer respetable, de ir a reuniones, de aparentar profesionalidad.  Ropa de explicar cual es mi trabajo y ropa de ir a fiestas a las que no quiero ir. Tengo ropa de Los Molinos que no resiste la vida de ciudad ni estar lejos de las montañas, es el abuelo de Heidi en mi armario, su sitio es allí y cuando por error la traigo a Madrid  está incómoda, desubicada, como un pulpo en un garaje. Hay pijamas viejos, desfondados, hartos de dar vueltas y ropa de estar en casa con la que, a veces, salgo a la calle para airearla, para que no crea que me avergüenzo de ella, que no confío en su aspecto. 

Y luego está la ropa de ser feliz. No es ropa que me haga feliz porque eso no existe o, por lo menos, no existe para mí. La ropa de ser feliz tiene una historia, sé cuándo, cómo y con quién la compre y cada vez que me la pongo recuerdo todo aquello. Era feliz y esa ropa estaba allí  para que yo la comprara, para ser para siempre un recordatorio de aquel momento feliz. El otro día entré en una tienda casi por casualidad, en una percha colgaba una falda de rayas de colores. La vi y me gustó, pero fue al probármela cuando supe que tenía que comprarla. Ahora cuelga en mi armario esperando el día para estrenarla.Va a ser una falda de ser feliz, igual que el vestido blanco de la tienda de Toulousse o la chupa verde de Normandía. ¿Por qué lo se? Porque sí, porque es lo que le pega. Porque hay ropa que es para ser feliz. 

Quizás mi armario no sea el más ordenado del mundo, quizás sólo parezca ordenado pero en mi cabeza todo tiene sentido. 


13 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaj, no eres la única... Ropa de: ligar, reuniones familiares, fiestas con amigos, fiestas del pueblo, ir por el pueblo vestida de pueblerina...
También tengo la ropa de estar por casa sin ir en pijama que sirve para bajar a por el pan o similar.
Tengo la ropa que no me vale (ni me valdrá) por gorda, pero me resisto a tirar, la que he heredado, bien guardada y protegida.
Y por último, la que siempre pienso en vender para sacar un dinero extra pero nunca me animo.

;) Teka

ro dijo...

Tienes tanta razón. A veces me descubro pensando que la ropa que más me pongo es la que más años tiene, y la verdad es que todo cobra sentido. Si no me gustara tanto, no tendría tantos años, a veces por extrañas razones.

Besos.

Anónimo dijo...

Yo hace tiempo que me rendí a la evidencia. Mi ropa se divide entre la que me pongo y la que no.

Anónimo dijo...

Buena Clasificacion del armario! jaja Me ha encantado. Y agradezco la altermacia con temas mas duros como el del post anterior. Me encantaria saber que piensas de Mari Kondo. O que pensaria Mari Kondo de tu armario. En verdad esa mujer, se esta haciendo de oro hablando de armarios. Yo no he conseguido nada parecido a tu jersey de Comillas. Pero me he sentido muy identificada con la ropa que alguna vez me he comprado pensando que me iba sentar de putamadre y que jamas me he puesto. Es guay leerte. Gracias!

Esther dijo...

Me encanta esta teoría tuya sobre la ropa, y confirmo al 100% esa teoría de tu hermana, a mí una compi de trabajo me regaló unos pendientes horribles, y me los puse al día siguiente para ir a trabajar (confieso que me los coloqué justo antes de entrar), y ya nunca más. Yo tengo prendas refugio, que son esas que me hacen sentir tan bien que recurro a ellas en días difíciles o cuando necesito un subidón.

sonia dijo...

Ja,ja,ja, un melón gigante...Yo también tengo por ahí algún abrigo rollo sofá con flores...

Maribel dijo...

En mi armario también hay ropa que no soy yo, que me he comprado en algún momento para ser diferente, más chic, más elegante, más sofisticada, y ahí cuelga en la percha sin haber sido puesta jamás en la vida. Eso sí, cuelga de manera muy sofisticada.

La mayoría de mi ropa es de ser feliz, pero también tengo prendas de ser muy desgraciada, como esos vestidos que me compré cuando perdí 20 kilos con mi dieta cetogéncia de la muerte y me quedé en 58 kilos y que jamás podré volver a ponerme (por lo del efecto rebote y tal...).

Besos!

Paz dijo...

Me parece un sistema perfecto.
Mi ropa solo la distingo por manga larga/ manga corta. Y solo puedo comprar ropa nueva para situaciones concretas: reuniones del trabajo, un cumpleaños/ fiesta/ cena. Luego ya la vuelvo a utilizar,pero siempre sera la camisa/ vestido/ lo que sea de la.ocasion particuñaf que hizo que me lo comprara.

Marina dijo...

Me encanta. Yo también tengo ropa de ser feliz y me acuerdo del día que me la compré y del por qué de la me puse y por qué la recuerdo.Y cuando la llevo, el día empieza mejor y a veces, incluso termina mejor.
Gracias por escribirlo.

Anónimo dijo...

Me encanta. Yo también tengo ropa de ser feliz. Y cuando la llevo, el día empieza mejor, mucho mejor. Casi siempre son vestidos ( y unos zapatos azules y blancos de verano que son la felicidad suprema)

Esther dijo...

Pues sí, es una putada, no puedo más que mandarte un abrazo virtual, eso sí, fuerte.

sasadogar dijo...

Me encanta como está organizado tu armario.Yo también me acuerdo cuando compré las cosas, para que las he usado.
Muy interesante tu visión de tu armario.
Un beset fuerte

molinos dijo...

Ayyy... pensé que nadie comentaba y hoy he descubierto que blogger me había secuestrado los comentarios. Me he reído leyendo como todos clasificamos el armario de manera absurda.... la ropa de ser feliz es fundamental.
gracias a todos.