lunes, 21 de mayo de 2018

Cómo sobrevivir a la vergüenza adolescente

Vas por la vida tan contenta y, un buen día, al cruzarte con una de tus hijas por la calle, por tu calle, justo delante de tu portal recibes un golpe de nueva realidad maternal entre las cejas que te deja conmocionada. 

«¿Ha ignorado mi saludo? ¿Ha girado la cara para no verme? ¿Ha hecho como que no me conocía?» 

No puedes creerlo y te auto engañas porque, al fin y al cabo, ya tienes una trayectoria como padre y sabes que el auto engaño es una de las herramientas más útiles en  la crianza. «No me habrá visto, es tan despistada» El auto engaño expande su efecto tranquilizante sobre ti, haces un triple carpado sobre cualquier preocupación y subes a casa. Al cabo de un rato, tu hija entra por la puerta. 

—Hola cariño, ¿Qué tal el cole?
—Mamá, por favor, no vuelvas a saludarme si nos encontramos por la calle. 

La maravillosa campana de autoengaño se resquebraja y cae hecha añicos a tus pies. 

—¿Qué? ¿Qué tontería es esa?
—Es que me avergüenzas. 
—¿Qué yo te qué? ¿Por saludarte? 
—Sí. 
—Cariño, una cosita. ¿No crees que es mucho más ridículo que nos crucemos por la calle y nos ignoremos teniendo en cuenta que todo el mundo en este barrio y en esta calle sabe que eres mi hija?
—No, y sí ya lo saben no hace falta que se lo recordemos. 

Tu hija sale de la cocina y mientras barres los trocitos de autoengaño piensas que ya has llegado a la etapa en la que tus hijos se avergüenzan de ti. Se avergüenzan de tener padres. Tú recuerdas perfectamente esa etapa de tu adolescencia. Todo lo que decían tus padres te daba vergüenza, ¿por qué? No lo sabes, no lo recuerdas, quizás no lo supiste  entonces. Seguro que no lo sabías. No era una decisión consciente, sencillamente de la noche a la mañana te daban vergüenza. Era una sensación, un sentimiento. «Mamá, por favor, qué vergüenza». Eso es. Eso les pasa tus hijas. 

Repasas tu imagen, tu porte, tus palabras. Jo. Tú no eres tu madre, no las avergüenzas delante de las dependientas ni las regañas en público. Tú molas ¿por qué se avergüenzan? Sabes que no hay un motivo, una causa justificada pero algo tienes que hacer. Destruido el escudo protector del auto engaño, la inseguridad y la inquietud recorren tu personalidad  maternal. Y si ¿se avergüenzan de ti porque te comparan con otros padres que les molan más? A ver, que tú ya has pasado la etapa esa de "los demás lo hacen mejor que yo", sabes de sobra que cada uno lo hace como puede y que incluso el que parece merecer el Premio Nobel de la Paternidad tiene sus ratos de ¿En qué estaría yo pensando cuando decidí tener hijos? y se desespera cuando sus hijos dejan todo tirado por el suelo. Sabes que tú lo haces igual que otros padres pero quizás, el truco para que tus hijas superen esa absurda vergüenza con respecto a ti, sea molarles muy fuerte a sus amigos. Sí, lo sabes, es rastrero, infantil y muy de instituto americano pero parece más accesible que conseguir que tus hijas vuelvan a saludarte por la calle por decisión propia. 

Por supuesto que no se trata de cambiarte el peinado, vestirte de adolescente ni empezar a cantar las canciones del momento pero te esfuerzas en ser la perfecta madre para los amigos de tus hijas. Esto es: eres el mayordomo de Downton Abbey, invisible cuando no se le necesita pero siempre alerta para suplir de bebidas, pizza o un buen desayuno cuando hace falta. También, como el mayordomo, eres una esfinge y eres capaz de permanecer callada y sin hacer ningún gesto malinterpretable cuando escuchas conversaciones en las que querrías entrar a saco para dejar las cosas claras, para decirle a tus hijas: «no, no, no digas eso» o, por el contrario, para aplaudirlas como una hooligan enloquecida llevándolas a hombros y gritando: «esa es mi niña, la más lista». Permaneces en la sombra, al otro lado de la puerta, atenta pero sin intervenir hasta que llega el momento de salir, saludar, agradecer a los visitantes su visita y despedirles en  rogando que vuelvan cuanto antes a vuestra humilde morada. 

—¿Lo he hecho bien, chicas?
—Muy bien. Nosotros no nos hemos creído nada pero ellos dicen que molas mucho porque no eres nada pesada. La próxima vez, igual. 

Reto conseguido. 


7 comentarios:

Tita dijo...

Creo que es lo que más mola de la adolescencia. Ahora las tienes pilladas.

A la mía, cuando se pone tonta, la amenazo con ir a la puerta del Instituto a dejarla de la mano, o a recibirla con besos muy ruidosos. El farol debe funcionar, me he muy capaz de cumplirlo, no falla!

Anónimo dijo...

Jo, sí que debe sentar mal que se avergüencen. Se cae el mito de "mi mamá es la mejor del mundo mundial".
Teka

Anónimo dijo...

También pasa que los padres de tus amigos son mejores que los propios. Jaja y en realidad todos los padres se hacen los molones con los amigos de los hijos y no con los propios.

Unknown dijo...

Moli,en esta ocasión me apena lo que leo. Me apena ese comportamiento de tu hija que al parecer es habitual en muchos adolescentes. Y no por habitual debemos de considerar ese gesto como "lo normal", me niego a eso. Ni mis hermanos ni yo nos avergonzamos jamás de mis padres y mis dos hijos jamás han obrado de manera parecida. De hecho, ayer fui al insituto del pequeño (17 años) a realizar unas gestiones que coincidían con su recreo y nos encontramos; pues bien, no dudó ni lo más mínimo en lanzarme una sonrisa al verme ni en darme un beso delante de sus amigos. Y me consta que en su grupo obran igual. Siempre hay excepciones, claro, (también tengo otra amiga que sus hijos se pasan tres pueblos con su madre, pero esa es otra historia y como la conozco sé que no todo es culpa de los chicos)pero lo percibo como excepcional, no como la norma. Habrá que preguntarse qué les pasa a ciertos adolescentes para que se comporten de esa forma, (ojo, no es un reproche hacia ti ni hacia los padres en tu misma situación). Te lo digo desde el cariño y la admiración que me producen tus textos. Recuerdo uno de ellos en los que nos contabas por qué te gustaba estar en casa con tus hijas por las tardes en el que me sentí totalmente identificada contigo. Un abrazo grande y sincero.

molinos dijo...

Unknow, no te preocupes Va por rachas y no es siempre. Yo sí recuerdo sentirme avergonzada por mis padres, no por ellos en concreto, era una sensación. A mis hijas les pasa de vez en cuando, no todo el rato. Hoy, por ejemplo, una de ellas está enferma y se ha levantado de la cama solo para ir a un examen... me ha pedido que la acompañara al colegio (a pesar de que es en la manzana de al lado) e iba de la mano. No tiene mayor importancia.

NáN dijo...

Me parto. Hay padres que se lo merecen hasta los diez años (la infancia), porque son meticones y en la espera del autobús se empeñan en cambiar cromos de su hijo con otros compañeros, o en remeterle el gorro de lana. Según me contaba mi hijo, en cuanto el autobús salía de la parada los pobres eran masacrados públicamente.

Si pasamos de ellos públicamente, normalmente no se avergüenzan. Y en los 11-14 esta regla es inexcusable.

Si a partir de los 14 entras en un bar a tomar una copa y te encuentras al hijo y sus amigos, saludas de lejos con la mano y al irte les dejas pagada la cuenta (sin decírselo), te conviertes en un superhéroe.

Anónimo dijo...

Es cierto que yo tampoco me he avergonzado nunca de los míos, pero tampoco me hace gracia que se metan en asuntos de mis amistades cuando estamos reunidos. Y el sentimiento es mutuo, antes también preferían ir solos a sus reiniones festivas para poder hablar a sus anchas y bromear sobre sexo, por ejemplo. Siempre lo respetamos.