miércoles, 8 de noviembre de 2017

Luchando contra el adolescentismo

En mi lucha contra el adolescentismo que está llegando a mi vida, estoy desarrollando una serie de mecanismos de defensa para conseguir llegar a la siguiente etapa de la vida, la adultez de mis hijas, sin haber muerto de una subida de tensión, un ataque al corazón y, a ser posible, con todo el pelo que tengo ahora mismo. He dicho mecanismos de defensa porque por ahora es a  lo que llego. Confieso que estoy desbordada por el adolescentismo de mis hijas y por ahora, todo lo que puedo hacer es defenderme para que no acaben conmigo. Confío en que llegue una etapa más ofensiva en la que las que tengan que defenderse sean ellas pero por ahora me conformo con replegarme a mis cuarteles para no volverme loca. 

El primer mecanismo que he aprendido es no acercarme a su armario. Ni mirarlo, aunque esté casi siempre con las puertas abiertas. Ni acercarme, ni tocarlo, ni asomarme. ¿Qué tienen ahí dentro? Pues para mí, como si hubiera un pasaje a Narnia.

El segundo mecanismo es asumir imperturbable que lo que no son capaces de encontrar, no existe. No, no es que no busquen bien. No, no es que no sepan mirar. No, no es que busquen como hombres esperando que lo que sea que están intentando encontrar salga a su encuentro. No. Si no encuentran algo, lástima, ese algo ha desaparecido. ¿Quizás está camino de Narnia a través del armario? Quizás pero, como ya he dicho, yo a Narnia, no voy. 

—Mamá, ¿dónde están mis pantalones blancos?
—Están en el cesto de la plancha. 
—No hace falta plancharlos.
—Me alegro. Eso que te ahorras.
—Pues no están. 
—Pues eso que te ahorras también. 

Es importante recordar que cuando, por casualidad, encuentro lo que sea que ellas han dado por perdido, no cogerlo y decir "¿Veis como si estaba?". Ese algo, lo que sea, es invisible para mí. (Advierto que esto cuesta) 

El tercer mecanismo es reajustar expectativas combinándolo con una sabia y necesaria regresión a los primeros momentos de la maternidad, cuando descubrí que nada es cómo te han contado. Cada vez que vuelvo a casa, en vez de imaginar una entrada triunfal en la que mis hijas, según oigan el delicioso tintineo de mis llaves en la puerta, aparecerán por el pasillo dispuestas a saludarme y contarme su día, tengo que bajar esas expectativas a la realidad: el eco de mis pasos por el salón a oscuras mientras grito: ¡Hola! ¿Hay alguien en casa? Un poco después, según avanzo por el pasillo y veo luz salir de su cuarto, me tranquilizo porque sé que no estoy sola y, entonces, tengo que controlar el miedo desenfrenado pensando que quizás me las voy a encontrar desmayadas, muertas, despedazadas por lo que sea que ha salido de su armario. 

—¡Ah! Hola, mamá. 

Así me gusta, la efusividad supurando por todos sus poros. No me extraña que nadie de Narnia quiera devorarlas, seguro que no saben a nada.  

Mi cuarto mecanismo de defensa es que he desarrollado el superpoder de no ver qué llevan puesto. Para mí, mis hijas siempre llevan el traje nuevo del emperador. Hasta hace poco, era como el famoso listillo del cuento que le gritaba al rey "¡va desnudo!", pero he descubierto que es mucho mejor la opción contraria. 

—¿Qué tal voy?
—Perfecta. 
—No te gusta.
—Perfecta. Estupenda. 
—Pues no me voy a cambiar. 
—Me parece muy bien. 
—Valeee, me cambio.
—Como quieras.


La última herramienta defensiva es adoptar el silencio como manta protectora. Nada de pensar en el silencio como algo incómodo. Nada de obsesionarse con que el silencio es un problema de comunicación. Hay que olvidar todas esas cosas que has leído sobre la importancia de la conversación, de charlar con tus hijos, de compartir temas. Todo eso es importante pero si para conseguirlo tienes que sacar el sacacorchos del cajón de la cocina y embutírselo en la garganta, quizás no sea tan buena idea. Si las respuestas a todas tus preguntas son: sí, no, no sé, me da igual, no me acuerdo, es muchísimo mejor usar el sacacorchos para abrirte una botellita de vino y sentarte a esperar que les apetezca hablar contigo. 

Hay que disfrutar el silencio para leer, dormir o, simplemente, para concentrarte en no abrir el armario y ordenar Narnia al grito de ¡no vuelvo a compraros ropa hasta que no sepáis tener esto ordenado!


19 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho esta entrada. Yo tengo también un adolescente y es igual, salvo por la ropa que le interesa menos tres y podría ir vestido con una bolsa de basura (13 años) ya veremos más adelante.
Me veo muy reflejada en la parte de la importancia de la conversación y el charlar con los hijos. Personalmente me asalta el sentimiento de culpabilidad, ¿debería hacer más aunque me acuse de ser una pelma? Me ha llegado mucho esa parte.
Consuela un poco ver que todos pasamos por lo mismo más o menos

rousmery68 dijo...

Pero Moli...¿vives en mi casa y no te he visto?.Estas hablando de mi quinceañera y mi treceañera...genial.

Anónimo dijo...

Me encanta lo que escribes sobre la adolescencia porque siempre me sacas una sonrisa. Me siento plenamente identificada .
Voy a tomar nota en lo que respecta a utilizar el sacacorchos para abrirme una botellita de vino y disfrutarrrrr ...

Anónimo dijo...

Ser adolescente es una putada y con humor, todo sabe mejor.
Tata_Keli

Gloria dijo...

Moli, tus dos princezaz van unos años por delante de las mías y siempre me ha encantado leer los post en qué hablas de escenas cotidianas. Ahora que en mi casa empieza a oler a adolescente me parto con las entradas que tocan el tema con humor!! Eres la mejor. Tomo nota!!!

xaquin dijo...

Lo de Narnia aplicado a la adolescencia es simplemente glorioso!! Y la "llegada a casa" de historias para no dormir...

Luxindex dijo...

Lamento que el “adolescentismo” haya, como dices, llegando a tu vida porque resistirte a dejar de comportarte como un adolescente cuando ya a tus hijas les está llegando la adolescencia te tiene que estar trayendo mucha tarea (perdida).

Ay, los neologismos desenfadados, armas de doble filo…

Por otra parte, y ahora en serio, con lo de la adolescencia tienes, Molinos, más razón que una santa, especialmente con lo de las puertas abiertas de los armarios.

Se diría que los adolescentes tienen con las puertas de los armarios ¡y las luces! una relación inversamente proporcional; esto es, cuanto más cerrados están y menos luces gastan para explicarse más puertas de armarios dejan abiertas y más bombillas encendidas inútilmente.

Te confesaré que a mí me gustan todas las edades. Todas las edades en los otros (yo no volvería a mi adolescencia ni obligado por la Guardia Civil).

Piénsalo, ¿no te resultan enternecedores los hijos adolescentes (incluso las tuyas)? ¿No te enternece cómo se arriesgan, valientes, a ser lo que serán, cómo se atreven a sacar las uñas cuando apenas las tienen?

Voz en off dijo...

Ánimo Moli!

Anónimo dijo...

Pa habernos matao

Efe dijo...

Qué mala es la memoria, Moli. Seguro que ya no recuerdas cuando tú eras la adolescente y sacabas de quicio a tus santos padres.

Anónimo dijo...

Yo no me asomo ni a la puerta del pasaje a Narnia, no entiendo para qué son necesarios docena y media de sujetadores todos básicos y f que tener un pantalón de cada color incluyendo él quisquilla ( que no es rosa) el kaki, que no es verde o cinco azules distintos es una necesidad básica.
Y cuando voy a lanzarme a su yugular siempre pienso en aquellas sabias palabras que emprendí el primer día que acudí a mis clases de preparación al parto de ese mi primer embarazo, "educar no es difícil, solo es la ostia de cansado", así tal cual nos lo soltaron, poco a poco voy aprendiendo cuanta razón tenían...
Animo, que ya nos queda menso

Lou

Marta G dijo...

Totalmente identificada, gracias por el humor de todas tus entradas que me arrancan una sonrisa cuando llego al blog después de batallar con mi adolescente particular.
Gracias por hacerme ver que luchar con los cajones y armarios abiertos es una batalla perdida, me ha encantado tu post.

Marta dijo...

Y qué me dices de la obsesión con los youtubers absurdos, eh???
Fíjate que yo consumo vídeos de YouTube: de viajes, de moda, de maquillaje, de cocina... Pero lo que ellos ven es para bajarse del mundo.

Sara M. dijo...

Madre mía, lo de bajar las expectativas en mi caso sería aplicable a cuando los recoges del colegio. Primero vas con muchas ganas de verlos, luego te vas haciendo a la idea de que igual no salen "exultantes", y por fin tropiezas ooooootra vez en la misma piedra, y te encuentras con que están enfadados, con la vida, algún profesor, la comida o lo que sea. Y tú eres el cojín donde descargan su ira. ¡Ay!

Beatriz Abellán dijo...

Por favor, lo que me he reído no está escrito!!! A parte de sentirme identificada con mi hija casi preadolescente, me he visualizado con lo que me espera con mis dos hijas dentro de unos años. Y entonces es cuando te pediré tu teléfono y descorcharé una botella de vino contigo, jajaja! Que no se me olvide guardar este post a muy buen recaudo para guiarme por tu experiencia y sentirme con ánimos de seguir y pensar que no estoy sola.
Gracias por este post y por el rato que me has hecho pasar. Lo comparto.
Un abrazo,
Bea

Anónimo dijo...

¿"Buscar como un hombre"..? Ya veo... ¿a qué clase de hombres has visto buscar?
Pero mira, a lo mejor la naturaleza nos compensó con la capacidad de apreciar el silencio... no hay silencio incómodo. Y si es de adolescentes, menos aún.
Ea.

sasadogar dijo...

Ay Moli....me acuerdo cuando hablabas de lo peñazo que era la hora del baño con tus hijas, y me he sentido tan identificada cuando ahora estoy viviendo esa época y esos momentos.Aunque he desarrollado una táctica, poner música que les gusta y así no acabamos como el rosario de la Aurora.

Tomo buena nota de tus tácticas de defensa y superpoderes para poder desarrollarlos cuando me toque. Yo aún puedo controlar algo como van vestidas al cole, pero dentro de nada se me escaparán de las manos. Paciencia y que pase el tiempo supongo.
Un beset desde Valencia.

NáN dijo...

Reconozcámoslo: la adolescencia es un período de ruptura de todo lo establecido. Pasamos, los padres, de ser necesarios a ser "los desaparecidos".

Tu técnica de "actuar como desaparecida" me parece de lo más inteligente.

Myriam González Gil dijo...

Me he reído mucho. Es fantástico cómo lo cuentas, aunque tengo claro que es la cruda realidad y que más vale tomárselo así, por lo que voy interiorizando todas estas cosas que cuentas para cuando me toque, que será más pronto que tarde. Con el niño no falta poco para llegar a esa edad, con la niña algo más, pero visto su carácter, voy a tener que releer tus entradas sobre adolescencia una y otra vez, porque la princesa indómita es mucha princesa y muy indómita.