jueves, 13 de abril de 2023

Podcasts encadenados: J. K. Rowling, familias y moda.


Advertencia: este post va a ser largo porque tengo mucho que comentar, recomendar y sobre lo que reflexionar en alto. 


Voy a empezar por lo último que he escuchado, lo que ha entretenido mi insomnio vacacional de Semana Santa. The Witch Trials of J.K Rowling es un podcast de siete episodios muy serio que reflexiona sobre el momento cultural y social que estamos viviendo en el que la libertad de expresión está poco a poco desapareciendo porque si lo que dices no coincide con lo que se supone que debes opinar sufres un juicio social a través de las redes, pero también en muchos medios tradicionales que se han sumado a eso y que puede acabar con tu reputación, tu trabajo, tus amistades y cualquier perspectiva de futuro. 


La host del podcast, Megan Phelps-Roper, se crio dentro de una comunidad religiosa ultraconservadora, del tipo de las que van a gritar a funerales de homesexuales que han muerto por SIDA con pancartas que dicen: «Dios odia a los maricones». La iglesia, de hecho, la había fundado su abuelo, que fue un reconocido luchador por los derechos civiles (aunque se ve que solo de algunos). Para los que creemos que la cultura y la educación te hacen más abierto de mente es un golpe de realidad brutal descubrir, en el último episodio, que Megan tiene 12 tíos maternos de los cuales 10 (además de su madre) son abogados. Todos son fanáticos religiosos. Megan, que ahora mismo tiene 35 años, dejó a los 25 la secta. El proceso de cómo lo hizo, cómo se replanteó toda su vida, todas sus creencias y todo aquello dentro de lo que había vivido es interesantísimo y lo cuenta en esta charla. A darse cuenta de que lo que ella pensaba y creía podía estar equivocado le ayudó ¡tachán, sorpresa! hablar con desconocidos en Twitter. Se dio cuenta de que muchas veces hacemos juicios rápidos y contundentes de otras personas sin habernos tomado ni la más mínima molestia en escucharles o conocerles. Que esto sea un incorregible fallo humano que venimos practicando desde hace milenios no quita para que ahora, con las redes sociales, ese fallo se haya convertido en algo bastante más trágico e importante que cuando decíamos «fulanito me cae mal». 


Megan Phelps-Roper, con la financiación de The Free Press (una empresa con tufillo conservador americano), ha realizado un podcast centrado en la cultura de la cancelación y el linchamiento en redes («quemar brujas») tratando de explicar el caso de J.K. Rowling y sus comentarios tránsfobos que provocaron una oleada de críticas y amenazas de todo tipo hacia ella y su familia. 


Voy a empezar explicando que yo no he leído ninguno de los libros de Harry Potter y la polémica por los tuits y opiniones de J.K Rowling la vi pasar por mi vida pero no le presté atención. Tampoco sabía nada de su vida más allá de que era pobre antes de publicar y ahora es inmensamente rica. Es decir, partía de cero al escuchar y he aprendido muchísimo a lo largo de los siete episodios. Para empezar, algo que no es que desconociera pero que a veces olvido: para entender lo que otro quiere decir hay que escuchar su argumentación completa; y eso jamás se consigue leyendo un tuit, un titular o un artículo en prensa. Por supuesto esto no es fácil. El juicio rápido y la opinión contundente son vicios complicados de erradicar porque dan mucha satisfacción y un subidón de superioridad moral al que es muy fácil hacerse adicto. J.K Rowling dijo cosas tránsfobas, sí. Pero ¿por qué las dijo? y, entre todas ellas, ¿puede tener cierta razón en algunas? Y, si la escuchas despacio atendiendo a sus explicaciones, ¿puedes entender por qué tiene esas opiniones? La respuesta a todo esto no debe de ser sí o no. Debe ser: «mmmmm, pues no lo sé, nunca lo había pensado así». 


En The Witch Trials of J.K Rowling hay mucho material para escuchar y pensar. A mí me ha cubierto horas de insomnio y horas de conversación sobre el tema sin llegar a ninguna conclusión y esa falta de concreción, ese decir en alto «no lo sé» ha sido muy satisfactorio. 


J.K. Rowling aparece en el podcast, por supuesto, contestando a todas las preguntas, explicando sus opiniones; y debo decir que, aunque no comparto muchas de ellas, he entendido sus motivos para tenerlas. 


Este podcast da para muchísimo (¿Qué tal usarlo para el club de podcast que estoy planeando?) pero dejo, además, este cuestionario que la host hace a J.K Rowling y que son las que ella se hace cuando quiere saber si está siendo razonable. Todos deberíamos hacérnoslas. 


  • ¿Eres capaz de dudar realmente de tus creencias o actúas con certeza absoluta creyendo que siempre tienes la razón?

  • ¿Eres capaz de verbalizar las pruebas que necesitarías ver para cambiar tu percepción o tu perspectiva es inamovible?

  • ¿Eres capaz de formular la perspectiva de tu oponente de forma que la reconozca?

  • ¿Estás atacando las ideas o estás atacando a las personas que tienen esas ideas?

  • ¿Estás dispuesto a cortar relaciones con personas que no están de acuerdo contigo, incluso si el desacuerdo es sobre algo pequeño?  

  • ¿Estás dispuesto a utilizar medios extraordinarios contra la gente que no está de acuerdo contigo y con eso me refiero a forzar a la gente a dejar sus trabajos, sus casas, amenazas violentas, linchamientos en redes, etc?


Si alguien ha llegado hasta aquí, gracias y prometo que todo lo que viene a continuación es más ligero. 


En español voy a recomendar Familia de Libro, de Ana Solanes.  Este podcast (que yo he editado) nos ha llevado muchísimos meses de trabajo. Como siempre comento, cuando uno es oyente no es capaz de pensar (y tampoco hace falta que lo haga) la cantidad de trabajo que un podcast narrativo de no ficción lleva detrás. Con Familia de Libro llevamos más de un año. Ana ha buscado seis historias de familias que no se parecen a ninguna y que, como ya todos sabemos, se parecen. Desde dentro nuestra familia nos parece algo anodino, rutinario en el mejor de los casos y terrible o quizá vergonzosa en otros. Nos cuesta interesarnos por nuestra familia y, al mismo tiempo, hay veces que preferimos no saber. ¿Quiénes fueron tus padres? ¿Y tus abuelos? ¿Por qué alguien dejó de hablarse con otro familiar? ¿Por qué una persona opta por un modelo de familia que a ti te chirría tanto? No quiero que penséis que estas preguntas se corresponden con las historias que Ana cuenta: en cada episodio hay una familia que encierra incógnitas, despechos, olvidos, reproches y felicidad, cariño, amor y muchos «así es la vida». Escuchad Familia de Libro, que os va gustar. 


Vamos a por algo más frívolo. A mi la ropa me interesa poquísimo pero todo lo que hace Avery Trufelman (hay que escuchar Articles of interest y Nice Try) me interesa. Hace unas semanas sacó un nuevo episodio dedicado a esa fantasía que creo todos hemos tenido alguna vez: no solo de tener un armario ordenado sino de tener un ordenador que nos conjunte la ropa y nos diga qué ponernos. Resulta que esta fantasía tiene su origen en una película que yo casi había olvidado, Clueless, y el maravilloso vestidor de su protagonista; y resulta que hay muchísima gente por ahí que ha intentando crear esa app que nos diga qué ponernos y nos ahorre tiempo mirando nuestra ropa con desesperación. He aprendido que la recreación de armarios y vestidores en las películas y series es algo que todos los directores de arte y escenógrafos odian con todas sus fuerzas porque significa muchísimo trabajo y muchísimo presupuesto. (Para sorpresa de nadie, un armario lleno de camisas colgadas del Alcampo no da igual en cámara que un armario lleno de camisas de marca). Pero lo más curioso es que, a pesar de que esas apps para ayudarte a vestirte ya existen, no acaban de despegar. ¿Por qué? Porque para que tengan sentido tienes que tener muchísima ropa, pero muchísima es cientos y cientos de prendas. Si os gusta el tema de la ropa, la moda y el estilismo, es tu episodio. 


Para terminar, tres cosas breves y más sincero agradecimiento a los que hayáis llegado hasta aquí:

  • What class are you? Uno de mis podcasts más favoritos es Rumble Strip, un podcast de los que yo llamo «de mujer orquesta» porque su host, Erica, lo hace todo. Es un proyecto muy pequeño, realizado en Vermont y centrado en ese estado. En este episodio Erica pregunta a sus paisanos: «¿De qué clase consideras que eres?» Y luego los deja hablar. ¿Qué tengo yo en común con un camionero de Vermont? Nada, pero volviendo a la idea de The Witch Trials of J.K Rowling, no hay como sentarse a escuchar a alguien para empezar a conocerlo. Me gusta muchísimo este podcast.
  • En Hoy en El País hemos sacado muchas cosas chulas (todo lo que hacemos lo es) pero hoy quiero dejar aquí Tu cerebro es oro ¿Qué harás con él cuando te mueras?, que se curro mi compañera Belén Remacha. Es un episodio que trata algo en lo que seguramente no has pensado y que, sin embargo, cuando escuches lo mismo te mueve a hacer algo. Eso ya nos ha pasado con algún oyente y nos ha hecho muchísima ilusión. 
  • Por favor, no dejéis de escuchar El País de los demonios. Cada episodio que sacan es mejor que el anterior. Y, si lo hacéis, fijaos en lo importante que es tener un testimonio que hable bien, que lo cuente con fluidez. 

En fin, si escucháis algo venid a contármelo. Como siempre, os dejo aquí una lista en Spotify a la que podéis suscribiros y en la que está todo lo que voy recomendando. 

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domingo, 9 de abril de 2023

Una semana más


Nos damos una semana de plazo y ya está. Yo no puedo más.


Tuve que girarme para ver quién estaba pronunciando esa frase que bien sabía no se refería a una reforma, ni a una discusión laboral ni siquiera de amistad o familiar. Era una frase de divorcio. Estaban sentados en un banco del parque, en el centro del pueblo, al caer la tarde, justo en ese intervalo entre el final de la siesta y el comienzo del “vamos a tomar algo” en el que la gente sale de casa por eso de no quedarse en ella. Me giré y casi vi la frase flotando entre ellos, como un bocadillo en un tebeo. Su significado llevaría, sin embargo, mucho tiempo entre ellos, metido en su cama, entre las sábanas, en sus «que tengas un buen día» y sus «¿qué tal hoy en el trabajo?», entre sus whatsapp de logística familiar, sus comidas en casa, con su hija, y sus planes de vacaciones. La niña corría por el parque, pegado al río, uno de los últimos lugares del pueblo en el que da el sol justo antes de esconderse detrás de las montañas. Fui rápida en el giro porque, a pesar de estar en medio del pueblo, era un momento de intimidad desbocada. Ella, morena, lloraba dándole la espalda a él. Él miraba al infinito como si la frase no fuera con él, como si le sorprendiera que ella se hubiera atrevido a poner palabras a la nube con la que él ya se había acostumbrado a vivir. ¿Por qué había tenido que darle volumen, presencia? ¿Por qué no la había dejado ahí, flotando, ignorándola, si ya se habían acostumbrado a vivir con ella? ¿Por qué ahora? ¿Por qué en vacaciones? ¿Y si la ignoraba? 


«A la gente le horroriza el cáncer, tan invisible y silencioso, y la ruptura de algunas parejas que nunca se han mostrado hostilidad públicamente. Parecían muy felices, dicen, porque la idea de que la muerte pueda no dar ninguna señal de que se está acercando nos hace sospechar que ya está aquí». 
(Despojos, Rachel Cusk)


Hasta que no te divorcias no sabes cómo se hace. Nadie sabe cómo se hace o cómo se llega a él hasta que está atravesando ese momento. «Fulanito y Menganita se divorcian». A los demás, a los externos, casi siempre les sorprende lo repentino de la decisión, se creen que ha sido un arrebato, una decisión repentina tomada sin pensar. Cuando eres tú el que estás ahí te das cuenta de que a la decisión de divorciarse se llega después de recorrer meses o años de dudas, inseguridades y autoengaño. El que ha pasado por ahí sabe de qué hablo. «Cuando tengamos casa será mejor». «Cuando los niños sean mayores irá mejor». «Nos adaptaremos». Y así un millón de hitos temporales más que, cuando llegan, no arreglan ni cambian nada. Entonces, con la seguridad de que no hay mejora posible, uno empieza a pensar en el mejor momento para hablarlo y descubre pronto que no hay un mejor momento, que todos son malos y que todos dan muchísimo miedo. ¿Qué le pasó a la pareja del banco? Que el mejor momento ya no podía esperar más y se manifestó en un parque, en un pueblo de montaña, en medio de las vacaciones mientras el sol les daba en la cara y les permitía esconder las lágrimas bajo las gafas de sol. 


«Como he dicho antes, el paso decisivo es el que media entre no imaginar algo en absoluto y considerarlo imposible. Una vez que lo has considerado imposible, solo hay un corto trecho hasta que te parece posible, luego probable, luego seguro». 
(Vidas paralelas. Cinco matrimonios victorianos. Phyllis Rose)


Me fui a comprar quesos y pan y al volver hacia el coche volví a verlos. Ella ya no le daba la espalda, le consolaba mientras la hija se acercaba a ellos sin saber qué ocurría pero sintiendo que algo estaba ocurriendo. Se abrazaron. Explotar la nube provoca ese efecto. La tensión acumulada se convierte, por un tiempo, en un coletazo de cariño retrospectivo porque la visión del abismo que abre la frase «Nos damos una semana de plazo y ya está. Yo no puedo más», hace que el pasado compartido se convierta en un lugar seguro. En la cabaña se estaba incómodo pero salir al bosque oscuro y desconocido es terrorífico. 


MIentras se consolaban con más cariño del que, seguramente, se habían manifestado en los últimos tiempos pensé que, a lo mejor, esa noche, hacían el amor de consolación, un polvo de consuelo en los rescoldos de la culpa, la pena y la culpabilidad por no haber sabido o no haber podido seguir adelante. A lo mejor en el calor de esas cenizas decidieron darse una última oportunidad, alguna semana más. No lo sé, no tengo ni idea; todo esto lo pensé mientras me alejaba hacia el coche, llegaba a casa y continuaba leyendo Vidas paralelas, la historia de cinco matrimonios victorianos escrita por Phyllis Rose. Cada uno de ellos tiene un problema, solo alguno es feliz, pero todos (excepto el de John Rushkin, que se negó a consumar porque el cuerpo de su mujer no era como lo había imaginado) se parecen a los matrimonios de ahora con sus miserias, sus enormes expectativas y los problemas para encajar la realidad del día a día en el ideal en que querríamos vivir. 


Hasta que te divorcias no sabes cómo duele. Tras pasar por ello eres capaz de ver su rastro en cualquier otra pareja. 


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lunes, 3 de abril de 2023

Lecturas encadenadas. Marzo

Marzo ha sido bastante desastroso en cuanto a lecturas. Tengo la desagradable sensación de llevar bastantes meses encadenando lecturas mediocres intercaladas con alguna maravilla (Invierno, de Rick Bass, me viene ahora mismo a la memoria) pero en general la decepción es la tónica general en mi lectura. A lo mejor estoy eligiendo mal, o no es el momento, o no estoy leyendo bien porque o bien estoy demasiado cansada para leer bien o tengo demasiada prisa. Esto último me preocupa. A veces, cuando me meto en la cama y me pongo a leer, me doy cuenta de que voy con prisa, como si estuviera en un concurso. Me obligo, entonces, a leer en voz alta para pararme, para dejar de correr y coger un ritmo de lectura con sentido, sin que parezca que alguien me persigue, que me azuza para llegar al final de la página.

Al lío.

Cuando A me dice «toma, lee este tebeo» no discuto, ni siquiera pregunto de qué va o por qué cree él que debo leerlo. En este tema (y en casi todos) me fio al 100% de él. En sus tebeos me sumerjo siempre sin preguntarme si el agua estará fría o si habrá algo en el fondo, si él cree que es para mí, casi siempre lo es. Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim, es un tebeo de no ficción que cuenta la historia de Lee Ok-Sun, una anciana que la autora conoce en una residencia y la que somete a un interrogatorio/conversación para conocer su vida y contárnosla. Lee Ok-Sun es una mujer coreana utilizada por el ejército japonés como “mujer de consuelo”, que es un eufemismo para decir que formó parte del enorme grupo de mujeres coreanas convertidas en esclavas sexuales durante la Guerra del Pacífico*. Este hecho, ser prostituida a la fuerza durante años, ya sería lo bastante terrible como para destrozar la vida de Lee Ok-Sun pero es que se suma a una vida llena de penurias y tragedias que comienza en su más tierna infancia. Su familia sobrevive como puede, casi sin comer, y la única solución que tienen es vender a Lee Ok-Sun a un vecino, entregarla a cambio de dinero para mantener al resto de los hijos. Para convencerla de que se vaya con el vecino le dicen que si se va, que si no protesta, podrá ir a la escuela, que es su máximo anhelo. Se me rompía el corazón leyendo esas viñetas en las que la niña, con apenas 10 años, se marcha de su casa creyendo que va a cumplir su sueño. Todo lo que le ocurre a partir de entonces es espantoso, no hay respiro. La acumulación de horrores es tal que se podría pensar que el lector acabará desensibilizado, acostumbrado, pero no es así. Recorres las páginas casi sin respirar, al principio crees que en algún momento llegará la “rendición”, el final feliz, el respiro, pero no lo hay. De vez en cuando hay que apartar el tebeo y respirar, mirar fuera de sus páginas y darte cuenta de la suerte que tienes y de que hay vidas terribles.

Hierba es un tebeo tristísimo en el que el dibujo juega con el contraste permanente de la vida. Las viñetas con la historia son duras, angostas; los personajes casi feos, transmitiendo una sensación de estrechez, de estar encerrado, de no tener aire, ni luz, ni horizonte ni futuro. Por el contrario, en las páginas que comienzan y terminan capítulos no hay viñetas; el dibujo, los trazos se expanden con libertad hasta salirse de la página. Encontramos ahí el retrato de la naturaleza que, indiferente al sufrimiento y el dolor, sigue su ciclo. En esos dibujos sueltos, libres, expansivos, sentimos el aire en la cara, el sol sobre nosotros, escuchamos las ramas de los árboles mecerse y el susurro de las hojas con el viento, tocamos la hierba. No sé si Lee Ok-Sun tuvo esos respiros o son concesiones que la autora concede al lector y a sí misma para poder contar esta historia.

Sombras verdes, ballena blanca, de Ray Bradbury, lo compré en León en fin de año. Bradbury es una debilidad que tengo, como Richard Ford, Amos Oz, Steinbeck y algún otro autor que ahora mismo no soy capaz de recordar. (Escribo esto dopada de Couldina y en la cama, con un catarro monumental que me ha dejado como si fuera una heroína tísica del siglo XIX pero con pijama y sin camisón, y sin la tez de porcelana ni las manos finas). Las debilidades están muy bien pero lo que tiene, a veces, es que te obligan a poner a prueba tu amor incondicional por ellas y tienes que recurrir a ese amor para no abandonar la lectura.

En 1953 Bradbury desembarcó en Irlanda (resulta que el creador de los más increíbles viajes espaciales tenía miedo a volar) para pasar allí una temporada escribiendo, con John Huston, el guión que adaptaba Moby Dick, de Henry Melville. Inciso.- Yo no he leído Moby Dick porque me da muchísima pereza, pero mi relación con la película es estrecha debido a que durante tres veranos (1988,1989 y 1990) pasé largas temporadas en Youghal, un pequeño pueblo de la costa este de Irlanda en el que ¡sorpresa! se rodó la famosa película. Que Youghal fuera, además de eso, el lugar donde conseguí mis primeros éxitos en el mundo del ligue, convierte a ese pequeño pueblo en un sitio importante en el mundo o, al menos, en mi vida. .- Fin del inciso.

Bradbury se instala en un hotel en el centro de Dublín donde pasa las horas escribiendo y adaptando para, por las noches, ir a cenar a la casa que Huston ha alquilado junto con su mujer a las afueras de la ciudad. Bradbury trabajó muchísimo, sufrió con el guión y Huston era un tirano con él y con quien se le pusiera delante, especialmente con su mujer. Hay algunos pasajes del libro que retratan las cosas que le decía su mujer y dan ganas de pegarle. Los días que no cenaba con los Huston pasaba las horas en un pub con los parroquianos del lugar, bebiendo y escuchando historias interminables, anécdotas y chascarrillos. Todo esto, sobre el papel, parece estupendo para un libro de no ficción, una crónica de esos siete meses de purgatorio, pero a mí me ha parecido bastante aburrido y repetitivo. La parte que más me ha interesado ha sido la relación con Huston y los problemas con la película. La historia del pub y las peculiaridades de los irlandeses me ha aburrido bastante. Puede que haya sido porque las historias de borrachos, sean irlandeses, de Benidorm o de Avilés, son todas iguales: todos se creen especiales en sus bares y en sus relaciones y son todas iguales: soporíferas. También puede ser que el asombro que a Bradbury le causó Irlanda por sus diferencias con California, de donde él venía, no existen en el lector contemporáneo. A lo mejor simplemente tenía demasiadas expectativas.

«Me quedé mirando las calles de piedra gris y las nubes gris piedra, mirando a la gente helada que pasaba de largo y exhalaba grises penachos fúnebres por sus glaciales bocas. En días como estos, pensé, todas las cosas que no hiciste se ponen al corriente contigo, desatan tus cordones, te irritan la barba. Que Dios ayude al hombre que no haya pagado las deudas ese día».

De Bradbury, repito por enésima vez, leed Crónicas marcianas.

Noches insomnes, de Elizabeth Hardwick, lo compré en el Thyssen el día que fuimos a la exposición de Freud. Me hizo ilusión encontrarlo porque llevaba en mi lista desde que Isabel Calderón lo recomendó varias veces y porque descubrí que estaba editado por Navona, que me encanta. Al abrirlo, para empezar, me enteré de que Hardwick había escrito una biografía de Melville y me pareció una buena carambola cósmica.

Chasco total. Me he aburrido muchísimo y lo he terminado porque son apenas doscientas páginas. Nada me ha interesado, he deslizado la vista por los párrafos intentando encontrar algo en lo que engancharme, algo a lo que agarrarme para no perder por completo el interés, pero no ha habido manera. Se supone que Noches insomnes es una novela en la que la protagonista (¿la propia autora?) repasa retazos, recuerdos y personajes de su vida. Ninguno de esos recuerdos resulta interesante para el lector pero es que tengo la sensación de que tampoco lo es para la autora. He recorrido los párrafos, las páginas, los recuerdos esperando encontrar algo, un destello, que me congraciara con el libro porque de verdad quería que me gustara. Nada.

«A principios de junio hizo calor. Me fui de viaje y, naturalmente, de repente todo era nuevo. Cuando viajas, lo primero que descubres es que no existes».

A pesar de la decepción he doblado varias esquinas porque Hardwick era brillante.

«El anfitrión y la anfitriona eran de una inteligencia excepcional y, por tanto, se mostraron sucesivamente ansiosos, aburridos y complacidos». Perfecta descripción, yo conozco gente así.

«Divorcios y separaciones: así es como te prestan atención. Todo el mundo examina su estado y algunos dicen: “que raro, eran mucho más felices que nosotros”». Aquí hemos estado todos alguna vez.

«No se puede echar de menos durante mucho tiempo a quien no deja nada a su paso».

Noches insomnes fue un exitazo cuando se publicó. Dándole vueltas a ese éxito y a mi decepción con él creo que quizá fue rompedor en su momento y de ahí que se hablara mucho de él. Ahora ya no lo es y resulta anodino, pero no hay que despistar a Hardwick. A mí me encantó conocerla en este artículo en el que un joven escritor contaba cómo la conoció y su amistad con ella.


Ten cuidado de las cosas de la tierra

Haz algo, corta leña, labra la tierra,

planta nopales, planta magueyes

tendrás que beber, que comer, que vestir.

Con eso estarás en pie, serás verdadero

con eso andarás.

Con eso se hablará de ti, se te alabará,

Con eso te darás a conocer.

Huehuetlatolli

Esto lo leí en una pared del Museo de Arqueología de Ciudad de México y me gustó.

Ha sido un mal mes de lecturas. Veremos qué pasa en abril

*Hace años leí El holocausto asiático, de Laurence Rees, y me di cuenta entonces de que, con nuestro eurocentrismo, no tenemos ni idea de lo que ocurre en el otro lado del mundo. Los horrores que cometieron los japoneses durante la II Guerra Mundial contra los chinos son espeluznantes.

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lunes, 27 de marzo de 2023

Noches insomnes y días de sueño


Dormir como un perro, el superpoder que tienen mis hijas para tumbarse en cualquier momento y decir «voy a dormir» y conseguirlo durante doce o catorce horas seguidas. Dormir con alguien que te da calor, dormir con alguien y sentir frío. Descubrir la almohada perfecta después de muchas citas con almohadas que prometían mucho y al final no daban nada. Acostumbrarte a la almohada ergonómica*. Dormir con mi almohada ergonómica: tengo tres, una por cada cama en la que descanso de vez en cuando. Dormir con pijama. Dormir en una cama de hotel con esas sábanas a estrenar en las que, cuando me deslizo en su interior, siempre pienso: «no entiendo a la gente que no plancha las sábanas». Si por mí fuera estrenaría sábanas cada día. No dormir, acurrucarme, frotar los pies uno contra otro y tratar de respirar para calmarme y que la cabeza deje de dar vueltas. Acunarme a mí misma como cuando era pequeña y lo hacía tan fuerte que la cama daba contra la pared y acabé dejando una marca en la pintura. Los pies fríos, tan fríos que me obligan a levantarme a ponerme calcetines. Otros días, buscar el fresco moviendo las piernas como si fueran a escapar de mi cuerpo para salir a respirar debajo del edredón o la sábana. Dormir en un avión o intentarlo. Drogarme para conseguirlo (gracias,
Stilnox)  y aún así despertarme siempre con la sensación de que ha sido un sueño clandestino, robado, un sueño fingido que ni de lejos se parece a la verdadera sensación de dormir, sino que es más bien apagarse, irse a off. El sueño en un avión sirve para distraerse de la incomodidad, del ruido, del tedio, del absurdo, pero nunca descansa. Creo que en business sí que consigues un sueño parecido al de las sábanas a estrenar del hotel pero es algo que, por ahora, no he podido comprobar. Dormir alerta a los ruidos, a lo que pueda venir, a lo que no llega. Dormir y despertarme sobresaltada porque escucho el ascensor. Dormir con alguien por primera vez y, aunque ya hayas tenido muchas primeras veces, volver a pensar que eso es justo lo que necesitabas. Volver a descubrir que como mejor se duerme es solo y que admitirlo no significa no querer al otro. De hecho, reconocerlo es una prueba de amor: «contigo duermo peor pero no me importa». Dormir la siesta a conciencia o al tropezar con ella. Despertar de la siesta sin saber quién eres ni dónde estás y por qué tienes que seguir viviendo en vez de continuar en ese lugar mágico en el que nada importaba. La siesta de invierno con manta y noche a la que despertar. La siesta de verano con calor, moscas y sed.  

Soñar todo el día con el momento de acostarte, leer diez minutos, apagar la luz y desconectar del mundo con la vaga pero constante ilusión de que a la mañana siguiente estarás recargado, como la batería de tu móvil, y todo será mejor. Descubrir cada noche que tu tiempo de carga para llegar ligeramente a ese ideal no son siete ni ocho horas, que tendrían que ser dos o tres semanas. 

Noches insomnes, de Elizabeth Hardwick, me espera en la mesilla.Creo que los libros encuentran la manera de encajarse en tu vida, en la mía por lo menos, relacionándose con tu cotidianidad. Cuando no es así, cuando no es su momento se produce un desencuentro que a veces te separa de ellos para siempre o te hace esperar a reencontrarte en el futuro, como me pasó a mi con El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell. 


Noches insomnes y días de sueño en los que me pondría a llorar como un bebé es lo que estoy viviendo.Llevo una semana dando tumbos por el mundo soñando con dormir, solidarizándome con todos los bebés que lloran de sueño. Sufriendo un jetlag que sé que va a matarme esta semana, Dedico muchísimo tiempo al día en pensar en dormir, es en lo único en lo que puedo pensar. 


Estoy monotemática y muy cansada. 



* Lo de la almohada ergonómica me lleva a los anuncios de teletienda de finales de los noventa y principios de los dosmil. Esos anuncios en los que, igual que te vendían el «anillo zarina» y la mesita plegable que iba a hacer tu vida mejor, podías conseguir un aparato que iba a curarte la miopía. Una vez conocí a alguien que trabajaba en esas teletiendas y me contó que era increíble la poca cantidad de personas que devolvía los productos a pesar de que jamás eran como aparecían en los anuncios. Todo el negocio se basaba en lo que nos cuesta reconocer que nos hemos equivocado y la pereza de ir a correos.


*La escultura es de Aman Khanna