lunes, 9 de mayo de 2022

De intentar y olvidar

Hace justo una semana pensé: mira que bien, tengo una idea para un post. Voy a pensarla bien, dejarla macerar un día en mi cabeza y mañana me siento y lo escribo. Sigo recordando la idea pero lo que no sé donde tengo es esa confianza en que podría sacar un hueco fácil para sentarme a escribir. El otro día, al salir de trabajar, no conseguí recordar si esa misma mañana había ido a la oficina andando, en metro o en bus, me parecía que esa mañana había sido hacía tanto tiempo que era un recuerdo lejano. Se me pasan los días sin saber a qué los dedico. Trabajo mucho, leo bastante, veo gente, organizo viajes y resuelvo gestiones. Todo esto también lo hacía antes pero ahora parece que todo eso me ocupa más espacio mental o a lo mejor es que mi cabeza está más centrada en todo eso. Sí, eso es. Tengo más cosas en qué pensar y cuando no tengo cosas en qué pensar mi cerebro se declara en huelga y dice: ¿escribir? ¿estás loca? 

Creo que quería escribir sobre el Palace y mis padres y su boda. La semana pasada, el día 29 de abril, hubieran cumplido cincuenta años de casados. El 29 de abril de 1997, cuando cumplieron veinticinco años, fuimos a celebrarlo al Palace. Recuerdo la sensación de asistir a una ocasión solemne. Veinticinco años de matrimonio me parecia una eternidad, una gesta digna de aparecer en los libros y de ir presumiendo por la calle. Ahora cuando pienso que yo cumpliría este año veintiuno, me doy cuenta de que tiene mérito pero que es más una cuestión de dejar pasar el tiempo. A lo que iba, aquella noche fuimos al Palace los cuatro hermanos y mis padres, cenamos en el buffet de la rotonda y después nos sentamos muy educadamente en una de las zonas de sofás. Llegaron todos mis tios, los hermanos de mi madre, y celebramos la ocasión con copas, creo recordar, y los tradicionales regalos de plata y un talonario de noches de hotel. Mis padres estaban radiantes y nosotros un poco avergonzados y muy fuera de sitio. Para un adolescente o joven veinteañero La Rotonda del Palace es un sitio incómodo, un lugar en el que pareces no encajar hagas lo que hagas. ¿Por qué fuimos al Palace? Porque mis padres habían celebrado allí su boda. 

Cuando siete meses después mi padre estaba muerto y yo tuve que acompañar a mi madre a gastar esas noches de hotel descubrí que lo dificil no es llegar a los veinticinco años de matrimonio sino seguir vivo cada día que te levantas. Es algo que he pensado, en algún momento, cada día de estos veinticinco años. Durante todos estos años mi madre ha llevado las dos alianzas, la suya y la de mi padre, unidas. El lunes pasado, tres días después del no aniversario, se dió cuenta de que las había perdido. Se las había dejado a mi sobrino que la interrogó sobre peticiones de matrimonio y sortijas de compromiso y en algún momento se despistó y las perdió. Revolvió toda la casa pero no las encontró.  Lo dificil no es conservar algo, lo dificil es no perderlo. ¿Que quería contar con todo esto? ¿El Palace, los aniversarios de boda, los talonarios de noches de hotel, las alianzas, lo que se pierde, lo que se muere, lo que ha cambiado mi percepción de las cosas, del tiempo, de los lugares? 

No lo sé. Mi mente se cierra en banda y me dice: hasta aquí, ya te avisé de que no lo dejaras para mañana. Además, se que todo esto se unía a una imagen de mi misma con unos pantalones verdes. Soy incapaz de encontrar el nexo. 

The biggest lie we tell ourselves is “I dont need to write this down because I will remember it.” Esto sí lo apunté y claro, no se me ha olvidado. 


lunes, 2 de mayo de 2022

Lecturas encadenadas. Abril


Son las seis y cuarto de la tarde y me caigo de sueño. Me acostaría ya hasta mañana pero, como bloguera con catorce años de experiencia a mis espaldas, sé que me debo a mi obligación de escribir sobre mis lecturas encadenadas del mes así que voy a sobreponerme a mi astenia primaveral y cumplir con mi obligación. 

En abril ha habido grandes éxitos y un gran cabreo. Al lío. 

El monstruo del monóculo y otras bestias de Nuria Pérez inauguró el mes de abril. No creo que haya nadie que llegue a este blog y no sepa quién es Nuria y no conozca su maravilloso podcast Gabinete de curiosidades. Si hay alguien así que corra a escucharlo y vuelva luego. A los que conocen el podcast, les animo a comprar el libro y disfrutarlo y paladearlo cómo han hecho con los episodios del podcast. ¿Qué hay en este libro? Lo que encierra la preciosa y cuidada edición de Jekyll & Jill es el mundo de Nuria. Hay objetos preciosos, hay personajes con historias desconocidas que ella teje para que nos envuelvan y enseñen y hay mucho cine negro, muchísimo. Hay directores, actores, actrices, películas e historias, muchísimas. ¿Todo se queda cerrado? No, en el mundo de Nuria todo es siempre una invitación. Ella es una contadora que nos abre puertas, ventanas, cajones, armarios, archivadores, carpetas y nos muestra lo que hay en su interior, nos invita a descubrir, a revolcarnos en lo que encontremos y a curiosear. 

«La vida es una suma de instantes. Algunos se desvanecen hasta quedar en nada, son nieve al sol. Otros son hilos de araña y te atrapan para siempre. Si te descuidas y los rozas un segundo toda tu vida se reduce a esperar el fin. Ojalá ser mosca y poder desaparecer sin rastro tras una rápida y merecida agonía».

Un buen día entre en el despacho de mi adorable jefa y antes de saludar me dijo: «Te tienes que comprar este libro. Lo compré ayer y estoy enganchadísima» Mi jefa, además de adorable, es una grandísima lectora con muy buen criterio así que lo apunté mentalmente para comprarlo tan pronto como pudiera. A los dos días, mi compañero Pablo apareció con él en mi despacho y cuando le pregunté a Tallón  me dijo: «es estupendo, lo leí hace un mes». Y claro, fui, lo compré y comprobé que todos tenían razón. 

Salid a comprar La ciudad de los vivos de Nicola Lagioia ahora mismo. Ya. 

Hacía tiempo que un libro no me enganchaba tantísimo. ¿Lo he disfrutado? Pues a ver, es que no cuenta una historia de disfrutar pero es una maravilla de libro, escrito con rigor, con criterio, con ritmo y que deja, a la vez, un poso muy amargo y una senda para reflexionar sobre nosotros mismos y sobre la sociedad y las ciudades en la que vivimos.  

¿Qué cuenta La ciudad de los vivos? Cuenta Roma y cuenta el asesinato de Luca Varani ocurrido en 2016. Lagioia hace de Truman Capote para intentar entender porqué ocurrió el asesinato y que llevó a los asesinos, Manuel Foffo y Marco Prieto a cometerlo. (He dicho Truman Capote y lo mantengo, es una comparación ajustada y no ofende a Capote ni a su A Sangre Fría. Dejo este paréntesis aquí por algo que diré después de otro libro) Lagioia quiere saber qué sociedad, la romana, la italiana, la europea, la occidental ,crea el caldo de cultivo para un crimen así y después lo devora como carnaza, como espectáculo. Lagioia disecciona como desde la prensa, las redes sociales, la sociedad se juzgan los crímenes, y cualquier otra cosa, desde la atalaya a la que nos subimos todos, el pedestal del «yo no lo haría» y el «son monstruos». La realidad que Lagioia nos muestra, descubre para nosotros y para sí mismo es que un crimen así lo puede realizar cualquiera, ninguno estamos a salvo de convertirnos en eso que juzgamos tan alegremente y con tanta superioridad moral.  El ritmo de la novela es trepidante, empiezas a leer y no puedes dejarlo. Vamos saltando de testimonio en testimonio, de noticia en noticia hasta contarlo todo, como si recompusiéramos un espejo roto. Además de todo esto, Lagioia es un personaje de la historia contando su propio enganche con el asesinato, todos los implicados y con Roma. Del crimen consigue distanciarse, de Roma no. 

Las descripciones de la ciudad son fantásticas: 

«Parece que la ciudad está a punto de colapsar sobre sí misma, dejando entrever una ciudad anterior. Luego, otra ciudad más antigua que esa. El viejo Pórtico de los Argonautas, detrás del Altar de la Patria. El anfiteatro de Calígula, desparecido durante siglos, en vez del Palazzo Borghese. Si la lluvia continuara, podríamos apostar a que los viejos dioses tomarían de nuevo posesión del lugar Pero el mensaje real es otro. Todas las ciudades, tarde o temprano, acabarán destruidas por la lluvia. Que no se engañen Londres o París. Llamadlo lluvia. Todo el mundo sabe que el fin del mundo llegará. Pero el saber, en el hombre es un recurso frágil. Los habitantes de Roma llevan en la sangre la conciencia de las últimas cosas, y está tan asimilado que ya no genera ningún razonamiento. Para los que viven aquí, el fin del mundo ya ha ocurrido, la lluvia solo tiene el molesto efecto de derramar de la copa un vino que en la ciudad se bebe sin parar». 

«Más cruel que la tragedia que nos aflige es la tragedia de la que, engañándonos a nosotros mismos, creemos haber escapado». 

Corred a comprarlo. 

Siguiendo la recomendación de alguien a quien acababa de conocer compré La señora March de Virginia Feito. La faja de este libro lleva una frase que dice: La Patricia Highsmith española. Al verlo me dio un escalofrío, ese tipo de comparaciones suelen ser casi siempre desafortunadas y, siempre, un insulto al autor citado. En este caso, además, es una comparación que no se sostiene de ninguna manera. Feito está tan cerca de parecerse a Patricia Highsmith como yo de ser Beyoncé y puede que yo esté más cerca. 

Feito escribe bien y te atrapa enseguida. Sin apenas darte cuenta devoras cien páginas. Entonces, levantas la vista y dices pero ¿qué es esto? Durante esas cien páginas Feito nos han hecho seguir a la señora March en su vida diaria, atendiendo a cada mínimo detalle de su insulsa vida y lo que es peor de sus absolutamente anodinos pensamientos. A partir de la página ciento cincuenta el aburrimiento te devora y lo único que quieres es que la señora March muera o la maten o, mejor aún, ella misma se tropiece con su propia falda y fallezca o se atragante bebiendo te hasta la asfixia. Además, en este punto y si eres un lector de Highsmith la indignación nubla tu vista, tu mente y te hace proferir todo tipo de insultos hacia el editor. ¿Esto parecido a cualquiera de las obras de Patricia? POR FAVOR, ¿ya no se respeta nada?

Una de las características de las protagonistas de Patricia Highsmith es que te hechizan aunque intentes resistirte. Son personajes terribles que cometen atrocidades y que sabes que no deberían gustarte pero no puedes evitar sentirte atraído por ellos. Quieres que no los pillen, que se libren de las consecuencias de sus actos, te sorprendes a ti mismo estando de su parte, entendiéndoles. Con la señora March no pasa eso, no hay atracción ni hechizo ni magnetismo. Diseccionar los pensamientos e ideas de un personaje no es siempre sinónimo de interés. No todos contenemos multitudes ni cosas interesantes y la Sra. March es un personaje insoportable, aburrido, plano y, a veces, idiota. 

Mi recomendación para lectores: no lo leáis. 

Mi recomendación/ advertencia a los editores: haced el favor de no utilizar el nombre de autores consagrados en vano. ¡Con la Highsmith no se juega! 

El ladrón de destinos. Ensayos sobre escritura, escritores y la vida, de Richard Russo ha sido la lectura con la que he terminado el mes. Me gusta mucho Richard Russo, he leído varias de sus novelas: Empire Falls, Alto riesgo, Tonto de remate, El puente de los suspiros y El verano mágico de Cape Cod. Todos sus libros se parecen pero me gustan. Como escribí hace muchísimo tiempo sus novelas están muy bien escritas, tienen personajes de los que te enamoras y se leen muy bien. Son ¿cómo decirlo? agradables. Siempre tienen algún breve destello que te hace pensar pero en general son como un paseo por el bosque, como sentarse a contemplar un lago, como ver nevar, algo así. 

El ladrón de destinos no es una novela, es una recopilación de ensayos. Como siempre en este tipo de volúmenes, algunos son mejores que otros, algunos te llegan más que otros pero he doblado muchísimas esquinas (preguntadme cuantas he doblado de la Pelma Señora March). Muchos de los ensayos son reflexiones sobre el trabajo de escribir, sobre cómo además del trabajo, el empeño, la humildad, el deseo de aprender es necesario tener suerte. Hay además un discurso que pronunció en la graduación de una de sus hijas que tiene el típico tono de esos discursos, tan americanos.  Mi favorito es un ensayo maravilloso que escribió como prólogo para las memorias de su amiga Jennifer Finney Boylan que ella escribió tras transicionar. No he leído nunca una confesión tan sincera sobre los sentimientos y pensamientos que se tienen cuando un amigo/a te cuenta que va a transicionar a otro género y como esa confesión remueve todas tus creencias sobre ti mismo y tu manera de ver el mundo, el sexo, el género, las relaciones y la amistad. 

Dejo, para terminar, esta reflexión en la que me he sentido muy reflejada. Russo la cuenta como parte de su experiencia aprendiendo a conducir con su padre y yo la sentí aprendiendo a conducir con el mío y enseñando a mi hija a conducir. 

«Parte de la dificultad de enseñar nada a nadie reside en que una vez alcanzada la maestría, a menudo esta genera amnesia e impaciencia a partes iguales».

Y con esto y un nuevo libro ya empezado, hasta los encadenados de mayo. ¡No lo olvidéis: huid de la Pelma  Sra. March! 

sábado, 30 de abril de 2022

Podcasts encadenados. De expertos, devociones y tragedias




En mi primer puente de mayo en veintiún años, vamos con lo que he escuchado esta semana que creo que a alguien le puede interesar. 

Against the rules es el podcast de Michael Lewis, uno de esos autores americanos de difícil clasificación pero con una indudable capacidad para contar historias y contarlas bien. Lewis es periodista pero empezó su carrera, sin saber muy bien cómo, de analista financiero sin tener ni idea de finanzas. Los locos años 90. Además de muchos libros de gran éxito tiene este podcast que ya va por su tercera temporada. La primera trató sobre la desaparición de la figura del árbitro en la vida americana, no solo referido al mundo deportivo, también en la vida política, económica y social y los problemas que la desaparición de esas figuras ha acarreado. La segunda temporada trató sobre la aparición del mundo coach y la tercera, que acaba de empezar va sobre la figura del experto. La idea de esta temporada es ¿Por qué cada vez tenemos más acceso al conocimiento pero cada vez sabemos menos? ¿Cómo saber quién es realmente un experto? y ¿por qué los que gritan ser expertos rara vez lo son? El primer episodio de la temporada, Six Levels Down cuenta, a través de la creación de un centro médico nuevo, como los expertos, la gente que realmente sabe dónde está el problema en una empresa y cómo resolverlo, suele estar seis niveles por debajo del CEO o del primer nivel de mando. Yo no sé si son seis niveles o cuatro, lo que tengo clarísimo es que desde arriba, desde muy arriba, se desconoce por completo el intríngulis del funcionamiento de una empresa, una fábrica, una startup o lo que sea, hay que estar en el menudeo diario, en las llamadas, los mails, la relación con los clientes, la administración, los programas informáticos para saber qué falla y cómo arreglarlo. Hay verdaderos expertos en resolver problemas escondidos, como dice Lewis, en sótanos sin ventanas o puestos sin relumbrón. Por mi experiencia, en muchas empresas, todo el mundo sabe que es a ellos a quién hay que recurrir para resolver los problemas. Todo el mundo menos los que están seis niveles por encima imaginando curvas de beneficio. 

Hay podcasts a los que soy fiel, mas bien devota. Escucho todos los episodios religiosamente y me los guardo, además, para disfrutarlos sin interrupciones para saborearlos. Que sea devota y fiel y predicadora no quiere decir, sin embargo, que pierda el criterio y no sepa qué episodios son mejores y cuales son no tan mejores. En el caso de Deforme Semanal Ideal Total con Isa Calderón y Lucia Litjmaier el episodio de esta semana La Soledad (Primera Parte) es uno de los mejores o de los que más me ha gustado. El lunes, en mi paseo a trabajar, lo disfruté muchísimo. Aprendí, me sorprendí con la historia de Luisa Casati y Horacio Quiroga, me apeteció comprarme los libros, recomendar otros y me quedé contando los días hasta que salga La Soledad (Segunda Parte).  Soy muy fan de este podcast que supongo que, a estas alturas, no descubro a nadie pero, lo dejo aquí, por si cae algún despistado. 

En español, esta semana también he escuchado el primer episodio de la nueva temporada de Un periódico de ayer, de La No Ficción. El abogado para todos cuenta la historia de Eduardo Umaña Mendoza, un defensor de los derechos humanos que, para sorpresa de nadie, murió asesinado en Colombia por su trabajo. El episodio está bien, la historia sin ser sorprendente es interesante por el retrato que de Eduardo hacen su mujer, su hijo y uno de los sindicalistas a los que defendió en vida. Sorprende el empeño de Eduardo, su valentía, su dedicación. O me sorprende a mí que soy una cobarde y no creo tener esa convicción en mis ideales. Dicho esto, creo que el episodio hubiera ganado si se hubiera recortado diez minutos, resulta, a veces, repetitivo y se estanca en la narración. Dicho esto, lo recomiendo. 

Para terminar un nuevo episodio de The Experiment, el podcast de The Atlantic. Han dedicado un episodio al resurgimiento de un movimiento de apoyo al aborto clandestino (The resurgence of Abortion underground) en previsión de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos revoque, en junio, la sentencia Rose vs Wide que legalizó el aborto en el país hace más de treinta años. La historia del movimiento abortista, su lucha, su logro y el peligro que corre ahora está muy contada y estremece escuchar a una activista de más de ochenta años decir: "sabíamos que no se quedarían tranquilos, que lucharían para abolir ese derecho, sabíamos que lo harían... y aquí están de nuevo para conseguirlo". Muy interesante. 

Y chimpún. Como siempre, si escucháis algo, venid a contármelo. 

martes, 26 de abril de 2022

Un paseo que cura

Justo cuando iba a salir de trabajar, el cielo de Madrid se ha hecho noche y ha empezado a llover a mares, con truenos que en la Gran Vía resuenan como el final de una sinfonía y grandes charcos formándose en el alféizar de mi ventana. «Estarás contenta» me han dicho. Lo estaba pero solo un poco porque aunque me guste la lluvia, un tormentón gigante no me conviene para mi plan de ir y volver andando al trabajo. Entre unas cosas y otras, al salir ya no llovía y Silvia me esperaba abajo. Quería hablar conmigo, había subido a verme mientras yo bajaba y, por un momento, parecía que estábamos en una peli de enredos. Pero no estábamos para risa. 

«Ya casi no llueve. ¿Vamos andando?» le he preguntado. 
«Venga» 

Ella llevaba el pelo recogido con un arte que no tendría yo ni aunque dedicara el resto de mis días a intentarlo. Una gabardina marrón y unas zapatillas elegidas, claramente, sin haber mirado la previsión del tiempo. Siempre está guapa pero hoy tenía mala cara, cara de no puedo más, cara de vencida, cara de déjame descansar.  Pero ha podido, hemos atravesado Madrid sin parar de hablar. Sentada ahora escribiendo esto me doy cuenta de que no tengo ningún recuerdo de las calles que hemos atravesado, los semáforos que hemos cruzado, los edificios que nos han visto pasar inmersas en la conversación. Mi recuerdo empieza cuando hemos entrado en El Retiro. No había nadie, los paseos embarrados y nosotras caminando mientras empezaba a llover. 

«Te vas a mojar, que no llevas capucha» le he dicho mientras veía como sus gafas se llenaban de pequeñas gotitas. 
«No importa. ¿de cuantos colores tienes ese impermeable?»
«Solo tengo uno. Este»
«Pero ¿no era rojo»
«No, siempre ha sido verde»

Nos reímos de su despiste cuando pasamos justo por delante del Palacio de Cristal. Ya hablamos de lo que nos preocupa ni lo que nos indigna, se ha quedado atrás, en el asfalto que no recordamos haber pisado. Hablamos de hombres, de relaciones, de ser cuarentonas. Y sigue lloviendo.  Por los cristales de sus gafas se escurren cada vez más gotas de lluvia pero Silvia ya sonríe. El verde brillante de mi impermeable, el verde que nos ha caído desde las hojas de los castaños bajo los que hemos caminado, el que se reflejaba en el estanque y en el Palacio de Cristal, el de los pinos y la rosaleda y el de nuestras risas le ha sentado bien. Está mejor. Nos despedimos en la puerta del Mercadona con unos besos y más risas: «Cómprate algo rico para cenar» 

Sigo caminando, de camino a casa robo una lila del jardín de un vecino. 

Al llegar a casa ya no llovía y mi impermeable brillaba. Mientras lo dejaba en la cocina y colocaba la lila en un tarro viejo de mermelada he pensado «Qué buen paseo. Ha sido lo mejor del día» 

La lluvia nos ha aliviado.