viernes, 24 de enero de 2020

Podcasts encadenados (VII)

Mi aplicación para escuchar podcasts tiene una pestaña de estadísticas. Hoy esa pestaña señalaba que desde el día que instalé la aplicación, el  pasado 22 de noviembre, he escuchado cinco días y una hora de podcasts. Me indicaba también que en ese tiempo han despegado en todo el mundo 1.541.003 aviones. He hecho unos cálculos y resulta que escucho de media dos horas de podcasts al día. Además del placer de escucharlos, me gusta seleccionar lo que voy a escuchar, elegir el orden según el tiempo que tenga o el humor en el que estoy y, una vez escuchados, me gusta pensar en cómo relacionarlos para traerlos al blog y poder recomendarlos. 

Todo este preámbulo viene porque el hilo de las historias de hoy es la edad. Son podcasts que cuentan historias de gente mayor, gente de más de sesenta y cinco años con experiencias dignas de ser contadas y muy entretenidas. 

1.- Her name was Jean del podcast Don´t act your age.  Todos los episodios de este podcast están dedicados a contar historias de personas "han estado ahí, han hecho eso y siguen viviendo sin dar al botón de pausa". Lo presentan y producen dos señores que se presentan en su web con fotos de cuando eran jóvenes y con unas voces maravillosas. Voces graves y reconfortantes, de abuelo al que no te cansas de escuchar. Ellos presentan la historia y luego dejan que los protagonistas la cuenten.  En este breve episodio, doce minutos, cuentan una historia de amor que no voy a desvelar porque os arruino la sorpresa y porque es mucho mejor que la escuchéis en sus voces, con sus pausas, sus titubeos, la emoción con la que la cuentan. Preparad los suspiros y los pañuelos.

Podcast: Don´t act your age. 
Episodio: Her name was Jean.
Duración: 12 minutos





2.- Perdidas del podcast Radio Ambulante.  De Radio Ambulante ya recomendé un episodio en la primera entrega de esta sección y hablé del podcast. Este episodio es muy divertido, cuenta la historia de dos hermanas argentinas, ya sesentonas, que se llevan muy bien y a las que les gusta viajar  solas, dejando a sus maridos y a sus hijos, y tomándose tiempo para estar juntas. En uno de esos viajes, el año pasado, sin saber muy bien cómo acabaron perdidas. Escucharlas contar como les ocurrió, cómo se enfrentaron a eso, los audios que grabaron y lo que pensaban cada una de ellas mientras andaban metidas en esa aventura es, a la vez, emocionante y divertido. Se enfrentan a esa aventura desde la calma de la edad y la tranquilidad de estar juntas.

Podcast: Radio Ambulante.
Episodio: Perdidas.
Duración: 36 minutos


3.- The race grows sweeter near its final lap del podcast Modern Love. Modern Love es una columna del New York Times con historias de amor que los lectores enviaban, es también un podcast y sí, es también una serie de televisión de Amazon. Este episodio del podcast es en el que se basa el último capítulo de la serie pero es bastante mejor, mucho más emocionante y creíble. En el podcast la historia la cuenta (la lee)  una cantante que yo no conozco y después hablan con la protagonista para que cuente cómo le va la vida ahora, cinco años después de que la historia saliera publicada en el New York Times.  Y sí, es una historia de enamoramiento tardía, de amor cuando piensas (supongo) que lo de encontrar una pareja ya ha quedado atrás, cuando crees que enamorarse ya lo dejaste atrás. 

Me encanta esto que dice la protagonista: «I was no longer so pretty, but I was not so neurotic either» porque yo creo que hacerte mayor es eso, dejar de estar atacado por todo y tomártelo todo con más calma. 

Podcast: Modern Love
Duración: 22 minutos 


Por favor, venid a contarme como habéis llorado con estas historias. En el fondo sé que sois unos románticos y os estáis haciendo viejos. 



miércoles, 22 de enero de 2020

Ayer fue uno de esos días.

Amalia Avia. Maravillosa pintora.
Ayer fue uno de esos días en los que desde que me levanto estoy pensando «pero quién me mandaría decir que sí», uno de esos días en los que arrastro la pereza por hacer algo que ni siquiera sé en qué va a consistir, uno de esos días en los que me prometo a mí misma que no volveré a cometer el mismo error. También fue uno de esos días, escasos ya en Madrid, en los que puedo calarme un gorro de lana y verme favorecida. 

Me equivoqué de portal porque me equivoqué de calle. En el 19 no había ningún 3C porque no era ese 19 ni esa calle. También era uno de esos días en los que llego tarde. De esos días tengo muchísimos. Menos mal que a nadie pareció importarle. La cita era a cenar y contar historias. Eso ponía en la invitación «Cena de historias». Era uno de esos días en los que pienso que no paro de hacer cosas impulsivas y que lo mismo salía de la cena con un montón de tupers, un satisfayer, unos folletos sobre meditación y hambre. 

El 19 correcto resultó ser un precioso edificio del Madrid antiguo. Y en el piso correcto había un pasillo larguísimo en el que me recibieron un montón de desconocidos, doce para ser más exactos, a los que saludé mientras valoraba quién tenía pinta de vender tuppers, quien podía ser un  gurú y quién estaba a los mandos de la cocina. 

Resultó que la invitación de "cena de historias" era certera al cien por cien. Cenamos y contamos historias. Trece personas, la mayoría desconocidas entre ellas, reunidas en torno a una cena estupenda preparada por la persona que nos había invitado a todos. Bebimos vino, mucho, en vasos y tazas de desayuno. Comimos con tenedores o con cucharas y tomamos quesos en flores y  helado de mango, de limón, de dulce de leche. Contamos historias, historias de las cosas que no se cuentan, historias sobre secretos que no se dicen y todo el mundo conoce, historias sobre nosotros y nuestras familias, sobre lo que nos pasa a cada uno que se parece mucho a lo que nos pasa a todos. Historias sobre los silencios alrededor de los que vivimos por miedo, por vergüenza, por acojone, por desconocimiento o porque de eso no se habla. Nos presentamos y nos reímos mucho. Y bebimos mucho vino y pasamos mucho calor porque ayer, en Madrid, era uno de esos días en el que en las casas con calefacción central se pone la calefacción con la intención de que los inquilinos tengan la sensación de vivir en un baño turco. También hablamos de hombres desnudos y yo dije algo de empotradores y luego me arrepentí. 

Ayer fue uno de esos días en los que me acuesto pensando  que a mí las redes no me han traído más que cosas buenas. Bueno, eso y que iba a dormir cinco horas y que no tengo edad para dormir tan poco.  


domingo, 19 de enero de 2020

Este libro es malo y alguien tenía que decirlo


Hace dos días que leí esta frase y todavía ando intentando entender qué significa, qué quiere la autora que entendamos. En un pueblito francés un adolescente rema en una barquito en un lago para complacer a su madre que está enferma de cáncer. Y rema como un pene en un barreño. ¿Rema flácido? ¿Rema empotrando? No, eso no porque dice que después de una hora solo se habían movido diez metros. No lo entiendo. No lo entiendo igual que se me escapa cómo la novela en la que encontré esta perla, El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, ha aparecido en todas las listas de mejores libros del año.

Todos los años caigo en lo mismo, todos los años con una ingenuidad que a mí misma me sorprende cometo el mismo error: fiarme de esas listas y picar comprando alguno de esos libros. Siempre pienso: «venga, vamos a ver qué tal, si tanta gente lo dice será por algo». Y año tras año me hostilizo hasta el infinito con libros malos que ni de coña son lo mejor del año. 

No estoy en contra de los productos culturales malos, de fácil consumo y sin pretensiones. Series malas, canciones terribles pero muy pegadizas, películas sin más pretensión que hacerte reír aún a costa de un guión espantoso y novelas malas con las que pasar el rato, reírte o llorar con una historia lacrimógena. Estoy muy a favor de este tipo de cosas porque todo tiene su lugar y su tiempo. Lo que me saca de mis casillas es que en el mundo del libro, todos los años, en todas las listas aparezcan libros malos encumbrados como «los mejores del año». Nadie espera que una serie como You, que me he tragado con mis hijas, mala de llorar con una historia imposible, unas tramas ridículas y unas interpretaciones que rozan el esperpento, aparezca en la lista de «series imprescindibles». Es lo que es y para eso existe, para ser mala y ser un placer fácil y culpablepero ¿por qué siempre, todos los años, las listas de mejores libros están llenas de libros malos, libros como YOU?

El verano que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibûleac, es la enésima historia de adolescente que odia a su madre que le parece un infraser idiota merecedor de la muerte y que desde su presente de adulto nos cuenta cómo aprendió a quererla, cómo dejó de ser un adolescente egocéntrico y estúpido y cómo entendió que su madre era algo más que su madre y aprendió a quererla un verano, el verano en el que ella enferma de cáncer y muere. 

Es una historia que se ha contado mil veces y que puede contarse otras mil más porque el distanciamiento adolescente hacia los padres y la súbita comprensión de su realidad como personas más allá de nosotros mismos, más allá de ser nuestros progenitores, es algo universal. El añadido de drama: cáncer, padre que se marcha, padre que no es padre, descubrimiento de padre real, hermana que muere, enamoramiento adolescente, locura, blablabla, es el aderezo de la ensalada pero tampoco es nada nuevo. ¿Más historias de adolescentes y madres? Perfecto. ¿La mejor novela del año? Ni de coña. 

La historia es predecible, carece de anclaje en el tiempo y en el espacio (¿dónde viven? ¿van a Francia? ¿desde dónde?), los personajes secundarios son casi cameos y todo suena a falsopero lo peor no es eso, lo peor es que El verano que mi madre tuvo los ojos verdes está muy mal escrito. Página tras página, párrafo tras párrafo, la autora lo llena todo (y cuando digo todo es TODO) de comparaciones bochornosas y absurdas que dejan al lector patidifuso: «El montón de piedras junto al cobertizo formó una línea recta y larga y partió, ondulándose como una serpiente, hacia el horizonte que castañeteaba como una boca abierta» ¿Castañetear como una boca abierta? ¿Un horizonte? ¿Qué significa esto? «Me pegué a ella como una herida a un esparadrapo» ¿No es al revés? ¿No es el esparadrapo el que se pega? ¿Quién pone esparadrapos directamente en las heridas? «Mi verano había transcurrido bello pero implacable como una mantis», «Mi madre era blanca y larga como una sombra matinal», «la lluvia cae menuda y cálida como los golpes de una muchacha», «[...] reuniendo mis huesos con palabras flotantes por los rincones de la habitación; tumbado en los divanes de las decenas de psiquiatras que se han paseado por mi cerebro como por el vestíbulo de un hotel barato», «el mercadillo de antigüedades era como si Dios hubiera tropezado y se le hubiera vaciado la bolsa», «mi madre saltaba de un sitio a otro, como una ardilla, comprando toda clase de cachivaches y apretujándolos...»,«cuando la bolsa estuvo llena como una vaca», «esos consejos de mi madre son como las instrucciones de la comida congelada», «Alesky, ¿cómo vas a recordarme?–me preguntó de repente, como un pájaro recién decapitado que todavía aleteara», «estaba toda rosa, como un salmón cocido,..», «Me mordías como un lobo cuando te daba de mamar», «Después de oír esas palabras me enamoré de ella de forma fulminante y dolorosa, como si alguien me hubiera arrancado de golpe todas las uñas con unas tenazas», «Para mí y para mi madre—acostumbrados al frío y las lluvias inglesas— esos días eran como el Alzheimer del verano». A lo mejor alguien cree que he sido exhaustiva en esta lista pero para nada, he elegido solo algunas. Este libro se puede recorrer como una ardilla saltando de símil bochornoso en símil bochornoso como si de árboles se trataran hasta llegar al pene remador que te asalta cuando menos te lo esperas como una mala noticia al final de un día agotador. 

No sé si es un problema de escritura, de traducción o de edición o si se combinan un mal trabajo por parte de la escritora, la traductora y el editor. No lo sé y da igual. Es un libro malo con una historia sensiblera que a mucha gente le ha gustado y me parece perfecto pero lo que me saca de mis casillas son los elogios de críticos y periodistas. ¿No lo han leído? ¿Les da igual? ¿Están editoriales, críticos y periodistas inmersos en un mercadeo de favores? Creo que las tres cosas son ciertas y por eso pasan estas cosas. Libros malos encumbrados como libros del año. Y nadie dice nada. 

Y yo creo que hay que decirlo y no pasa nada. Dos de los peores libros que he leído en mi vida y que sufrieron despellejes sangrantes en este blog son de dos editoriales con las que he tenido siempre buena relación: una de ellas publicó mi primer libro (un libro malo) y de la otra, Espasa, me hice muy amiga de su editora, Belén Bermejo. Los ojos amarillos de los cocodrilos La sonrisa de las mujeres son dos libros horribles que dieron grandes alegrías a sus editoriales. Se vendieron como churros pero nadie las encumbró como "novelas del año". Eran lo que eran. 

El verano que mi madre tuvo los ojos verdes es una mala novela: es sentimentaloide, busca la emoción fácil acumulando desgracias tras desgracias y está mal escrita. Ha tenido éxito comercial y conozco a mucha gente a la que le ha gustado, pero esas dos cosas no la convierten ni por asomo en una buena novela ni en uno de los mejores libros del año. 


Y vuelvo, una vez más, a recomendar tres novelas que tratan más o menos el mismo tema y que son fabulosas y están muy bien escritas. Ambas están mi lista de mejores libros del año: Malaherba de Manuel JaboisFugitiva y Reina de Violette Huissman y Claus y Lucas de Agota Kristoff. Corred a leerlas. Os prometo que con ellas no perderéis vuestro tiempo y, sobre todo, no encontraréis en ellas penes remadores. 



martes, 14 de enero de 2020

Me planto. No quiero cambios

«No me da la gana de pensar que nada es para siempre» escucho en una canción de Xoel López que salta tras un  bucle de cuarenta y ocho horas con otra canción. Lo que me provoca la canción del bucle, Bajo la piel, prueba que si hay algo que no es para siempre es el amor. Los amores no duran para siempre o no duran siempre de la misma manera pero es que ni siquiera la sensación que te provocan las canciones de amor siguen siendo las mismas. El bucle continuo significa que la canción me gusta, ¿lo que cuenta? me da igual. Amores sufridos, de esos de te quiero pero nos hacemos daño. No es que esté en contra, es que todo eso me resbala. Y me hace gracia que me resbale porque me recuerdo a mí misma escuchando canciones así y pensando «habla sobre mí, sobre nosotros». Todo esto es otra prueba más de que mi transformación en señora mayor descreída va viento en popa. Pero no quería escribir sobre amor, quería escribir sobre la otra frase de Xoel porque casi todos los días me descubro pensando: por favor, que todo siga igual. 

En Los Molinos, en septiembre, los pájaros cantan distinto. No sé qué pájaros son ni a qué obedece ese canto pero llevo escuchándolo cuarenta y seis años. Cada año, la tarde en que lo escucho por primera vez al final del verano, vuelvo a tener ocho años y estar en casa de mis abuelos a la hora de la merienda. Cuando tienes ocho años todo es eterno, todo es para siempre: tus padres, tus abuelos, tu casa, tu colegio, tus rutinas. Todo es inmutable y de fiar. No te planteas que nada cambie y si lo piensas de refilón crees que los cambios se ven venir, que son algo que se puede predecir. Cambiaras de curso, de ropa cuando llegue el invierno, te crecerán los pies, te harás mayor, te dejarán salir sola con la bici, comer dos huevos fritos. La vida es rutina y solo de vez en cuando, muy de vez en cuando, aparece algún cambio completamente predecible y que siempre es a mejor. Pasas de pantalla.  

Más adelante llega un momento en tu vida en que quieres, necesitas que todo cambie. Toda tu energía se invierte en buscar el cambio. Quieres acabar de estudiar, tener un trabajo, irte de casa, cambiar de ciudad, de pareja, de trabajo, de estilo de vida. Quieres hijos, quieres que crezcan, que anden, que corran, que hablen. Quieres amigos nuevos, ropa diferente, un color de pelo inesperado, un perro, un gato, una sardina. Lo que sea, uno busca el cambio, lo anhela con ansia porque por las razones que sea, quedarse como está se ha convertido en "conformarse". Conformarse es una palabra con malísima fama cuando tienes entre veinte y cuarenta años. Uno no se puede quedar siempre en el mismo nivel del juego, hay que perseguir el cambio para llegar a la pantalla final, al premio gordo. 

Ultimamente pienso que yo ahora estoy en la etapa del juego en la que lo que busco es que me dejen sacar la carta de "me planto" combinada con un "pies quietos". 

Me planto, me quedo como estoy, ¿es todo perfecto? No, pero mira esto lo tengo controlado. Mi familia, mis amigos, mis hijas, mis relaciones, mi trabajo, mis aficiones, los lugares que conozco me conocen a mí y a los que son nuevos voy de visita. Quiero que todo siga igual, no tengo grandes ambiciones, no quiero ser califa en lugar de califa. ¿Podría tener mejoras? Sí pero no quiero correr riesgos. Mejora es sinónimo de cambio y si algo aprendes pasado los cuarenta es que los cambios los carga el diablo. Quizás algo se torcería, quizás algo se destabilizaría y esa pérdida de equilibrio empezaría a resquebrajar todo lo demás y, en breve, me vería achicando agua de mi vida por las razones que sean. No. 

Sé que nada es para siempre pero, como Xoel, no quiero pensarlo. Ahora mismo saber que nada es para siempre son mis monstruos bajo mi cama, Frankestein, el hombre del saco o el sacamantecas. Me da pánico pensar que en cualquier momento algo, la muerte, a quién quiero engañar sin decirlo, puede ocurrir y eso desencadenará un maremoto de cambios que no quiero manejar. Sé que las situaciones se terminan, que los amores se abandonan, que los hijos crecen, que los amigos mueren, que las casas se venden, que puedo morir esta noche pero no quiero pensarlo. Quiero quedarme en lo que parece durar siempre, en el sonido de los pájaros en Los Molinos en las tardes de septiembre, cuando tenía ocho años y me daba más miedo la bronca de mi madre por romper unas zapatillas que cualquier cambio.