jueves, 7 de febrero de 2019

Que me dejes en paz con la comida

Quiero pensar que lo hacen con buena intención pero son un coñazo. No pasa un día sin que haya una columna sobre lo mal que comemos, lo mal que hacemos la compra, el azúcar que como drogadictos nos metemos en vena, lo poco que nos preocupamos sobre lo que comen nuestros hijos y el poquito esfuerzo que nos costaría si, de verdad, quisiéramos alimentarnos siguiendo los esquemas, dibujos e infografías que día sí y día no tratan de embucharnos como si fuéramos ocas en periódicos, televisiones, revistas y redes sociales. 

Me aburro. Me aburro muchísimo. 

Hay que comer bien, claro que sí. Es importantísimo llevar una dieta equilibrada y no atufarse chucherías y caprichos a cascoporro todos los días. A mí y a los de mi generación nos lo gritaban nuestras madres: ¡no se comen guarrerías y de merienda bocadillo de chorizo! El Bollycao, la Copa Danone de chocolate era un lujo que agradecíamos con albricias, emoción y saboreando el último bocado hasta que se perdía para siempre por nuestro esófago porque sabíamos que ese placer tardaría en repetirse. Ahora, echarte una cucharada de azúcar en el café es un pecado mortal, una falta de criterio, de  conocimiento, una muestra de ignorancia que hace que muchos divulgadores levanten la ceja en plan: ¡Por favor! ¡Ojalá se te caiga la cara de vergüenza por tomar azúcar! O por hacer el bizcocho con harina normal o por echar chorizo a las lentejas o por tomar pan de molde. 

Entiendo que hay que remover conciencias, explicar que es absurdo comprar un envase con ensalada preparada cuando puedes hacerla tú y por el mismo dinero. Entiendo que hay que explicar que cuando pone sin azúcares es un truquito de marketing y otras cuantas cosas importantes pero esta campaña de acoso y derribo, de culpabilización total y absoluta de la gente, de acusación más o menos velada de ser unos zopencos nutricionales ¿es necesaria? y más importante aún ¿es efectiva?  ¿Hacer que la gente se sienta culpable por cocinar macarrones con chorizo en vez de pasta integral salteada con puerros es una buena estrategia? Es más, no pasa nada por comer macarrones con chorizo. 

Son pesadísimos, unos plastas y además viven en otro planeta, en un planeta donde a todo el mundo le gusta la verdura y los garbanzos, en un planeta donde el gusto por comer, la golosonería, el darse un capricho está prohibido porque ¡Eh, tú, que te estás matando por comerte esa palmera de chocolate y estás acabando con tus hijos por dejarles desayunar galletas María! En un planeta donde hacer un bizcocho integral con harinas de grano entero y otros mil ingredientes difíciles de encontrar es "fácil" porque ellos lo han hecho y han colgado un vídeo. A ver, campeón, tú tienes tiempo hasta de grabarte haciendo un bizcocho, la mayoría de la gente cocina mientras tiende la lavadora, plancha, intenta solucionar alguna gestión por teléfono, atender a sus hijos o no llorar de agotamiento. 

Tienen buena intención y una misión loable y necesaria pero creo, sinceramente, que lo están enfocando mal, terriblemente mal.  Están dando tanto el coñazo, están acusando tanto a la gente de comprar a tontas y a locas, de no preocuparse por su salud, de involucrarse poco en la alimentación de sus hijos, de casi estar envenenando a sus churumbeles por darles un zumo de merienda que nos tienen hasta el moño. 

Cada vez que veo una nueva columna, post, artículo o lo que sea, me veo contestando como mis hijas hacen conmigo cuando les doy la brasa: «¡que sí, que ya lo sé, pero déjame en paz un rato!» 


domingo, 3 de febrero de 2019

Goyas 2019: despelleje.

Voy a hacer un despelleje porque sí, porque me apetece. Aviso a lectores nuevos, de piel fina, susceptibles, sensibles y con el mismo sentido del humor que una flor de Pascua: un despelleje es un despelleje. Me sé la teoría: que cada uno se ponga lo que quiera, no está bien criticar BLA BLA BLA pero en eso consiste un despelleje y si no te gusta, no lo leas.

Empecemos por lo bueno:

Nieves Álvarez llevaba un vestidazo, VESTIZADO, inspirado en la arquitectura o no se qué pero eso da igual, era precioso y además tenía bolsillos. Me juego una mano a que el vestido pesaba más que ella pero ese es otro tema. Como también es otro tema que es un vestido que no te puedes poner si tienes más de una 85B de tetas, pero el mundo es injusto y  la alta costura no está ni ha estado jamás a favor de tener tetas. ¿Por qué? No sé, de moda no sé nada aunque en este caso seguro que tiene que ver con el hecho de que si tienes más de una 85B te sales por los lados si no las llevas pegadas con Loctite. El de Elena Sánchez también me gusta pero queda subcampeón porque no tiene bolsillos.

Rosalía ha metido en una coctelera unas gotitas de Morticia Adams, un chorrito de batín de señor que vive en Downtown Abby, un pelín de uniforme de karateka, unas medias a lo Cindy Lauper y unos lazos para adornar como aceituna y ha dicho allá que me voy. La miro, la remiro y la vuelvo a mirar y pienso: malamente. (No he podido evitarlo)

Leticia Dolera lleva un clásico de todas las galas, el modelo "no tengo amigas ni espejos en casa".

Iba Habouk iba vestida de contenedor de helado de lemon pie de heladería buena. Llevaba el escote más popular en la gala, el famoso escote esfinge «Voy a estarme tan quieta como una esfinge toda la gala porque como me mueva enseño pezones o se me sale una teta por la axila». Aura Garrido llevaba también este escote y, además, en un vestido dos tallas más grandes lo que supone asumir un riesgo extra ¡valiente!

Macarena Gómez. «Tenía claro que quería llevar capucha» dijo ayer. Solo se me ocurren dos posibles razones: querer estropear a propósito un vestido bastante correcto o poder taparse los ojos cuando su marido se quedara sin riego sanguíneo en la parte inferior de su cuerpo y cayera al suelo entre estertores de dolor y sudores fríos. Eso o llamar la atención que le encanta, pillina.

Najwa Nimri "vestida de Gucci" dice el titular. Supongo que falta la parte de "vestida de Gucci con lo que le sobraba por la tienda". O eso o ella dijo: dame todo lo que tengas que brille, tintinee y pese. Y claro el de Gucci dijo esta es la mía. Cuanto más miro la chaqueta menos la entiendo.

Belen Cuesta de «adivina dónde se encuentran mi escote esfinge y la raja de mi falda» y Lola Dueñas con un modelo parecido pero en modo ¡dadme todos los flecos, que no quede ni uno, los quiero todos!

Silvia Abascal está a dos alfombras rojas más de llegar volando y gritar:  ¡Hago chas y me desintegro! y esfumarse no sin antes pelear fuerte por el premio Piruleta. No se puede ser más etérea.

El disfraz de Mondrian de garrafón lo va a pegar fuertísimo en los chinos en el próximo carnaval y será culpa de Bryce Efe.

Penélope mal. El color es feo, falda y top casi nunca son buena idea, cinturoncito innecesario. Es un poco de madrina de boda de pueblo con ínfulas. Eso sí: pendientazos y un moño compatible con la vida. 

¿Os acordáis de cuando Paz Vega iba discreta? Yo tampoco. Y ahora, por lo visto, ha renunciado a sentarse.

Vestidazo de Juana Acosta: elegante, bonito y bien combinado. Por  su cara a ella parece no gustarle. O es eso o que tener los ojos a punto de hacer contacto con los lóbulos de las orejas te pone de mal humor.

Miguel Ángel lleva un modelo parecido al de Leticia Dolera pero en versión tío, se llama: «mis amigos son unos cabrones y me han dicho que no tenía cojones para ponerme esta funda de butaca Luis XVI del Museo de Cera".

Marta Nieto y su modelo homenaje a Mecano: «en tu fiesta me colé y no sé muy bien qué hago aquí».  James  lo lleva en versión masculina: "en tu fiesta me colé pero sé tocar el piano, no me eches"

Hay varios ejemplos del famoso modelo «considero que el negro es soso así que voy a apañarlo con algo». Tenemos a Manuela Vellés que además ha pedido que la peinara y maquillara su peor enemigo y dar el pego como madrina de boda con ínfulas que odia a la futura mujer de su amadísimo y perfecto hijo. Y tenemos a  María Pedraza y Cristina Brondo que van de indecisión: «ay que se me vea algo, ay que no se me vea».

María León de «voy a demostrar que el negro puede sentarte como el culo y no ser nada favorecedor»

Ni una gala sin su trapo color carne.

Belen Rueda de blanco elegante pero echando de menos los bolsillos de Nieves Álvarez y un poquito a su peluquero. Ese moño de malvada creo que la envejece pero no me hagáis mucho caso que yo estoy pensando en dejarme el pelo blanco.  María Adanez de blanco muy requetebién y con pinta de haberse peinado ella misma y estar más a gusto que un arbusto. Muy a favor del vestido camisón de Marisa Paredes, la comodidad es fundamental y dice mi madre que a mí lo que me gustan son los sacos. Y me gustan pero creo que Susi Sánchez lo ha llevado un poco lejos y que la combinación saco + sotana no le favorece nada.

Cristina Castaño de blanco ordinario. No hay más preguntas, señoría.

¡Anda, mira, un Ave Fenix! 

¡Poooobres almas en desgracia! Hacia mucho que no veíamos un disfraz de bruja del mar tan logrado.

Lucia Jimenez mezclando el escote esfinge con el estampado de cuadros y respirando flojito.

Rossy de Palma de Rondel Oro meets Fino La Ina.

Di No al pelo lamido de vaca. Nadie es lo suficientemente guapa como para que le favorezca.

Eva Llorach muy despropositada: el vestido es feo, el peinado es criminal y el maquillaje se parece al que me haría yo si me dejaran sola y borracha con el set de maquillaje de la señorita Pepis.

Con respecto a ellos aunque MA (mejoran adecuadamente) presentan varios problemas que podríamos resumir en estos:

- A llevar traje se aprende. A la mayoría se les nota mucho que esta es la única vez al año que llevan traje y ¿qué pasa? Que el traje les lleva a ellos. NP: necesitan practicar.
-No tienen ni la más remota idea de cual es su talla. Les pasa como a nosotras con los sujetadores, que necesitamos años de estar incómodas para acabar encontrando la talla. Ellos lo llevan o ridículamente canijo o innecesariamente grande o son las dos cosas a la vez.
-Quieren ser originales. Me los imagino a todos «ay, yo no quiero ser como mi padre, quiero ser moderno, quiero ser distinto, quiero ser artista» y entonces se apuntan a cosas que cualquier tío que sepa llevar traje sabe que son mala idea: bordado en la chaqueta con zapatitos a juego,  el ya clásico ejemplo de "dadme brocados más grandes", el "voy  correr riesgos y obviar la camisa" o las pantuflitas con dorados. 
-¿Qué ha hecho Emilio Aragón por nosotros? Hacer creer a los tíos que algo que era gracioso en 1985  lo sigue siendo en 2019. Zapatillas con traje: NO.

A mí Velencoso no me gusta mucho pero sabe llevar traje. ¿En qué se nota? En que mete las manos en los bolsillos con seguridad.  Los hombres que nunca llevan traje van siempre con las manos en los bolsillos de los vaqueros pero ¡alehop! les pones traje y parece que se les olvida cómo se usan los bolsillos y optan por la pose guardaespaldas.

Coque, Coque, Coque ¿qué hacemos contigo? ¿qué es eso que te cuelga? ¿qué es eso que te brilla? y sobre todo ¿por qué no tienes ni una cana?

Terminemos por todo lo alto que esto está quedando muy largo:

Paco, Paco, Paco.

Paco León de ¡Obi, Oba, cada día me gustas más!


jueves, 31 de enero de 2019

Lecturas encadenadas. Enero

Enero ha sido un mes muy muy largo y muy doloroso. Tiempo y dolor son dos circunstancias que favorecen la lectura y por eso no tengo tiempo ni espacio para cháchara introductoria. 

Al lío. 

Empecé el año con Sur y oeste de Joan Didion, comprado en Los editores. Advierto de que es un libro solo para fans de la escritora americana, no es un libro para primerizos en Didion.  En la primera parte, Sur, se recogen las notas, los apuntes que Didion tomó durante un viaje por el sur de Estados Unidos en el verano de 1970. No había ocurrido nada especial, no tenía entrevistas concertadas ni planes para documentarse sobre ningún tema, sencillamente sintió que quería conocer el sur y se marchó a conocerlo. Jamás escribió nada basado en estas notas. 

Viaja en coche con su marido, John Dunne, de ciudad en ciudad, sintiéndose casi una extraterrestre. Nada de lo que ve le gusta o lo entiende, o mejor dicho, lo entiende mejor de lo que le gustaría y le provoca rechazo. El racismo, la segregación racial, las mujeres recluidas en sus casas, las diferencias sociales, el calor, la naturaleza agresiva y poderosa. Es consciente de su completa extrañeza y lo que más le cuesta entender es la naturalidad con la que los sureños aceptan y exhiben su "manera de ser" que a ella le resulta tan desagradable y ofensiva. En el epílogo, escrito en diciembre de 2016 por Nathaniel Rich (que no sé quién es) se expone una interesante reflexión, comenta que esa manera de ser, de pensar era algo a superar con el tiempo y al final ha sido algo a reivindicar que ha terminado con la elección de Trump como presidente.
«En Nueva Orleans, la naturaleza salvaje se percibe como algo muy cercano, no como la naturaleza redentora de la imaginación del oeste, sino como algo rancio y viejo y malévolo, la idea de la naturaleza salvaje no como una huida de la civilización y de sus descontentos, sino como una amenaza mortal a una comunicad precaria y colonia el sentido más profundo: el resultado es vivaz y avaricioso e intensamente egocéntrico, un tono bastante común en las ciudades coloniales, y que constituye la razón principal de que esas ciudades me resulten estimulantes».

En la segunda parte, Oeste, se recogen las notas que tomó en 1976 cuando cubrió el juicio a Patty Hearst y son más apuntes brevísimos sobre su vida, su infancia en California.

La perfecta definición de estar en casa:
«En el Oeste estoy en casa. Las colonias de la sierras de la costa quedan "bien" para mí, la peculiar llanura del valle Central me reconforta la vista. Los topónimos me suenan a sitios de verdad. Sé pronunciar los nombres de los ríos y reconozco los árboles y las serpientes más comunes. Aquí estoy cómoda de una forma que no lo estoy en otros sitios». 
Mi primer desencuentro del año con las listas de «libros del año» ha sido El orden del día de Eric Vuillard. Había leído y oído maravillas de este breve librito sobre la II Guerra Mundial. Quizá había elevado mis expectativas demasiado pero me ha parecido sencillamente correcto. Es verdad que mi adicción a este tema quizás haya hecho que nada de lo que cuenta me haya resultado especialmente impactante o novedoso pero es que, además, me ha resultado en su redacción deslavazado y frío. Toca muchos temas: los empresarios alemanes apoyando al nazismo, la anexión austriaca, el papel de los políticos austriacos en esa anexión, el miedo de los habitantes de Austria,  pero va saltando sobre ellos como si fueran piezas de un puzzle que sabes que encajan pero que ni te molestas en unir y sencillamente tiras encima de una mesa.
«Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y pavor. Y no quisiera tanto no volver a caer, que se agarra, grita. A taconazos nos quiebran los dedos, a picotazos nos rompen los dientes, nos roen los ojos. El abismo está jalonado de altas moradas. Y la Historia está ahí, diosa, sensata, estatua erguida en medio de cualquier Plaza Mayor, y se le rinde tributo, una vez al año, con ramos secos de peonzas, y a modo de propina, todos los días con pan para las aves».
No me gusta leer libros de gente que me cae bien porque siempre quiero que sus libros me encanten pero no quiero correr el riesgo de que no me gusten y tener que decirlo. Por eso Una lección olvidada de Guillermo Altares llevaba esperando en mi estantería desde noviembre. Quería leerlo, tenía ganas, pero lo dejaba para más adelante para aplazar el posible chasco.

Una lección olvidada es Enric González tomando cañas con Bill Bryson, Mary Beard, Tony Judt y el propio Altares. La visión periodística de Enric Gonzalez, la curiosidad por los detalles de los lugares que visita de Bill Byrson, el amor y el conocimiento por Roma de Mary Beard y el amor incondicional por Europa de Tony Judt se unen aquí a la maravillosa manera de contar las cosas que tiene Altares y que hacen que todas las historietas interesen, sorprendan, diviertan y hagan pensar.

A Altares le apasiona la historia y se le nota muchísimo pero lo mejor es que sabe contarla muy bien. El libro cuenta con veinte capítulos en los que viajamos por Europa, en el espacio y en el tiempo, desde las cuevas prehistóricas y el arte paleolítico hasta la guerra de Kosovo o los atentados de Paris en 2015. Ningún capítulo se desarrolla como esperas, las verdades históricas y los datos se intercalan con las opiniones, las reflexiones y las anécdotas personales.

Es un libro ameno, emocionante, divertido que al terminar te deja con ganas, sobre todo, de viajar por Europa del este y de salir a comprar todos los libros que aparecen citados (aunque yo he leído bastantes), todas las pelis de las que habla y todos los documentales que recomienda.

Podía haberlo leído Una lección olvidada nada más comprarlo porque me ha gustado muchísimo, me lo he pasado fenomenal leyéndolo y al terminarlo tenía esa sensación que solo dejan los buenos libros: «Joder, Guillermo, sigue contándome cosas».

He doblado muchas esquinas pero me quedo con esta reflexión final muy Altares y muy Judt.
«Si podemos extraer una sola lección de la historia de Europa es que deberíamos aprender a vivir con el pasado para que nos ayude a comprender el presente, pero sin contaminarlo con sus fantasmas y sin pensar que nos pertenece [...] El pasado de este continente se podría dibujar como una inmensa tela de araña que une decenas de miles de pequeños hilos para crear una estructura con sentido. Y tenemos que construir sobre ese pasado, no desde ese pasado».

Chavales, leed a Altares.

Helena o el mar de verano de Julián Ayesta es una novela muy breve, de apenas noventa páginas, publicada en 1952 y que estaba en mi lista de Libros pendientes y que me trajeron los Reyes. Se cuentan ella recuerdos de la infancia y la adolescencia del protagonista. Un día de playa con todas las tradiciones y rutinas familiares que cuando eres niño no valoras porque las das por hecho, porque siempre han sido así durante tu breve vida y, por tanto, crees que siempre estarán y que empiezas a valorar cada día cuando eres más consciente de su fragilidad. Otro recuerdo suena ahora, leído en 2019, muy ajeno: la culpa adolescente frente al pecado, los pensamientos impuros, la falta de comprensión de Dios o de la fe pero en 1952 esto tenía mucho sentido y realidad. El último recuerdo es el primer amor, Helena, los escarceos, los besos, el amor sexual, ese amor que crees que nadie más ha sentido nunca y que es imposible que se acabe.

Ayesta escribe muy bien y aunque su estilo pueda sonar de alguna manera "cursi" a nuestros oídos actuales, es un libro tierno, dulce y que a mí me ha recordado de alguna manera a la sensación que tenía cuando leía a Elena Fortún y sus historias de Celia.

«Corriendo, entre viento, pasamos por zonas de sol amarillo, por sitios de sol más blanco, por calles de sombra azul y fresca, por sombra grisácea y caliente, por un olor a algas de mar, por olor a pinos, por olor a grasa de automovilismos, por la calle de la señora de los perros con bata de lunares, por debajo del mirador del dependiente que canta ópera por las mañanas con el balcón abierto mientras se hace el nudo de la corbata, por los sitios de invierno que ahora, en verano, son tan diferentes».

El olvido que seremos de Hector Abad Faciolince ha sido el descubrimiento del mes y la prueba de que se me pueden regalar libros que no conozco y que me encanten. Me lo regaló una de mis tías por Navidad y me ha gustado muchísimo. Es uno de esos libros que desde la primera página sabes que va a ser casa. Otro más de recuerdos de infancia y homenaje a los padres, no sé si es que ahora se escriben más libros de este tipo o que los leo más. De todos modos creo que para apreciar este libro y exprimirlo no puedes tener quince ni veinte años, necesitas la perspectiva de ser hijo y la de ser padre (aunque esta última no es imprescindible).

Hector Abad cuenta la historia de su padre, su niñez, sus años con él mientras todo fue perfecto y cuando dejó de serlo. Lo construye y reconstruye con amor incondicional, humor, cariño y también intentando tomar cierta distancia crítica para no convertir a su padre en alguien irreal y perfecto. Era su padre y lo adoraba pero no era perfecto.
«Cuando me doy cuenta de lo limitado que es mi talento para escribir (casi nunca consigo que las palabras suenen tan nítidas como están las ideas en el pensamiento; lo que hago me parece un balbuceo pobre y torpe al lado de lo que que hubieran podido decir mis hermanas), recuerdo la confianza que mi papá tenía en mí. Entonces levanto los hombros y sigo adelante. Si a él le gustaban hasta unos renglones de garabatos, qué importa si lo que escribo no acaba de satisfacerme a mí. Creo que el único motivo por el que he sido capaz de seguir escribiendo todos estos años, y de entregar mis escritos a la imprenta, es porque sé que mi papá habría gozado más que nadie al leer estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. Es uno de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme,  y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra».

Abad cuenta como cuando era pequeño y escribía cartas a su padre firmaba como Hector Abad III y le decía «soy Hector Abad III porque tú vales por dos». Es un libro tiernísimo.

Leed a Abad, malditos.

La última lectura del mes ha sido la nueva recopilación de historias de Lucia Berlín: Una noche en el paraíso.  Se recogen aquí otros cuantos relatos de Lucia Berlin (pronunciado Lusia) que no sé si en algún momento fueron pensados para publicar o se han rebuscado ahora dado el éxito de Manual para mujeres de la limpieza. Los relatos están bien pero ni de lejos son tan excepcionales como los del Manual salvando algunas excepciones. Para mí los mejores son los que vuelven, una vez más a recrear de manera más o menos autobiográfica su vida en México con sus hijos y Budy Berlin, su marido drogadicto, esos relatos están llenos de ella, de su espíritu, de su manera de vivir, de su libertad y su expresividad.
«Mi madre escribía historias verdaderas, no necesariamente autobiográficas, pero por poco. Las historias y los recuerdos de nuestra familia se han ido modelando, adornando y puliendo con el paso del tiempo, hasta el punto de que no siempre sé con certeza qué ocurrió en realidad. Lucía decía que eso no importaba: es la historia la que cuenta».

En estos relatos hay menos desgarro, menos cinismo, menos humor y menos visión crítica pero aún así, sigue siendo Lucia (pronunciado Lucia) Berlín. Leedla.
«Hay cosas de las que la gente nunca habla. No me refiero a las cosas difíciles, como el amor, sino a las más bochornosas, como por ejemplo que los funerales a veces son divertidos o que es emocionante ver arder un edificio. El funeral de Michael fue maravilloso».
Leed a Altares, a Hector Abad, a Ayesta y a Lucia Berlín. 

Y con estas recomendaciones y un bizcocho doy por celebrados los trece años que llevo escribiendo mis cuadernos de lecturas. 







lunes, 28 de enero de 2019

Las quiero a pesar de ellas

Vengo del futuro para decir que la adolescencia no es como nos la habían contado. Vamos, lo mismo que pasa con el resto de la experiencia de reproducirse. Vengo del futuro  a confesar, en voz alta, que quiero más a mis hijas ahora que cuando eran pequeñas.

Ahora las quiero contra ellas, contra su falta de ganas de  darme besos, abrazos, de estar conmigo, de contarme cosas. Las quiero contra sus monosílabos y  sus "ay mamá que pereza", sus "mamá, no nos de el coñazo" y sus "pero mamá que más te da". Las quiero contra sus silencios y sus vacíos. Las quiero contra su pereza y su indiferencia. Las quiero contra sus olvidos que siempre son a su favor y nunca al mío. Las quiero contra sus exigencias y sus protestas. Las quiero a contracorriente, nadando cauce arriba.  

Las quiero a pesar de ellas. Las quiero a pesar de que no quieran que las quiera. Las quiero a pesar de que no quieren que se lo demuestre y a pesar de que ya no quieran ir cogidas de mi mano por la calle. Las quiero a pesar de que les cueste un mundo pasear conmigo y a pesar de que no tengan ganas de leer. Las quiero a pesar de que discutamos por las películas y series que vamos a ver y  a pesar de que sean incapaces de meter su taza del desayuno en el lavaplatos hasta que les grito. Las quiero a pesar del desorden que también es siempre a su favor y nunca al mío. Las quiero aunque me comparen con otros padres y casi siempre salga perdiendo. 

Las quiero más y mejor que cuando era fácil, cuando era imposible no quererlas porque para ellas yo era lo más, la solución a sus problemas, el Sr. Lobo, el médico, la enfermera, la cocinera, la contadora de historias, Willy Wonka y el hada madrina, la lectora de libros gordos mientras cenaban. Era más fácil cuando mis brazos, mis besos y mis palabras eran todo lo que necesitaban. Era más fácil cuando yo era todo su mundo, era más fácil cuando ellas parecían perfectas y adorables pero ahora las quiero mejor. Las quiero más y mejor a pesar de que haya cosas que no me gustan. A pesar de que a veces me caigan mal, a pesar de que a veces no las soporte. A pesar de que, a veces, me duelan. 

Ahora las quiero mejor a pesar de ellas. Y esto es algo que no me esperaba. 

Vengo del futuro a contároslo por si acaso creéis que no podéis sentir más amor que en el parto, viendo a vuestros hijos dar sus primeros pasos o diciendo "papá, paso de ti». Ese amor está muy bien pero está chupado, son las verdes colinas de Sonrisas y Lágrimas del amor. Vengo del futuro a contaros que lo bueno, la cumbre del amor por tus hijos está al final de las pendientes del Everest y que no te esperas lo que encuentras allí.