viernes, 29 de junio de 2018

A ti, lector.

http://bioluminess.tumblr.com/post/137134408269/i-like-the-in-betweens-i-like-the-time-it-takesEy, tú, lector que busca mi última actualización y al no encontrarla murmura «ya no escribe tanto como antes». Tú, lectora, que me regañas un poco en las presentaciones, al conocerme, porque echas de menos cuando escribía casi todos los días. Tú, lector, que al leer en Twitter la historia de mi compañero de Ave que gritaba por el móvil «¿Sabes lo que es la época azul de Picasso? Vale. Pues consigue un Picasso de la época azul que tengo un inversor que nos dará cincuenta millones de euros» te has quedado como yo, queriendo saber más. ¿Quién era ese hombre? ¿Había una cámara oculta en mi vagón? ¿Cómo se puede no saber lo que es la época azul? Quizás, como yo, hayas llegado a la terrible conclusión de que ese hombre vociferante e indiscreto ni siquiera sabía quién era Picasso. A ti, lector, que llevas días y días dejando comentarios y preguntándote qué pasaba con ellos, si es que yo, la bloguera, había decidido suprimirlos, te debo una explicación. Blogger había estado secuestrando todos los comentarios y yo, inmersa en la vorágine de correr de un lado a otro, y sometida a la idea de que la gente ya no lee blogs, solo ve vídeos en Instagram y lee hilos en Twitter, creía que había vuelto a los inicios del blog, a cuándo escribía solo para mí. Ayer, gracias a P, me di cuenta del secuestro y a las doce de la noche, en pijama en la penumbra de mi salón ,liberé todos los comentarios retenidos y comprobé que somos como la irreductible aldea gala, yo sigo escribiendo y vosotros, lectores, seguís aquí, leéis y decís cosas. Tú, lector anónimo, que me escribes para decirme que ya no es lo mismo, que ya no te gusta lo que escribo y que te vas, adiós. Tú, lectora, al que me gustaría poder contarle cómo eran los dos hombres, chicos jóvenes, que ayer en el Ave de vuelta a Madrid pasaron todo el trayecto hablando de filosofía del derecho y de los valores morales sobre los que debe asentarse la democracia para poder llamarse así. Me gustaría poder contarte que en un primer momento pensé que había una cámara oculta y, después, que nunca en mi vida había estado tan cerca de ver a dos filósofos charlar y debatir ideas. 

A ti, lector, descerebrado, fiel u ocasional, antiguo o recién llegado, aburrido o extasiado, entusiasmado por el Mundial o repudiador del fútbol, tengo que decirte que pensé en escribir en el tren, me llevé el cuaderno, la pluma, un lápiz. Tenía mesita, ventana, tiempo... y no fui capaz. Leí, dormí y pensé, mientras miraba por la ventana, que quiero vivir en una de esas casas que sólo se ven desde un tren. 

Quiero decirte, además, que escribo todo lo que puedo, sobre todo lo que se me ocurre y que trato de hacerlo lo mejor que me puedo. Que cuanto más leo más consciente soy de mis carencias y que me enfado por no saber hacerlo mejor. Quiero decirte también que no siempre va a gustarte lo que escribo ni cumplirá tus expectativas. Quizás no te haga reír cuando querrías reírte y te haga llorar cuando jamás lo pretendo. Quizás te interese un pimiento lo que cuento o quizás querrías saber más...No lo sé. 

Yo escribo y tú lees. Gracias.   


lunes, 25 de junio de 2018

Yo me bordé mi ajuar

Leo la última entrega del "Querido diario" de Tallón sobre el mundial y su peripecia en una boutique "del botón" en la que en su escaparate se anuncian «Los 430 colores más bellos para bordar» y me acuerdo de la caja de hilos de bordar de mi madre. Era una caja azul de lata (que seguro que está por casa aún, recordemos que mi madre es inmune a Mary Kondo) con un paisaje inglés pintado en la tapa. No recuerdo que nunca tuviera galletas ni dulces así que quizás la heredamos de alguien. Mi madre la tenía llena de hilos de bordar de colores. Los ovillos de hilo de bordar son tan bonitos y dan tantas ganas de coser como las cajas perfectas de lápices de colores. Las ves en los escaparates y no puedes contener las ganas de tener una hoja en blanco y empezar a pintar porque con esos lápices seguro que consigues dibujar algo precioso. La realidad te pone en tu sitio enseguida y, poco a poco, decides resignarte a mirar los lápices en el escaparate. Con los hilos pasa lo mismo, durante años los admiras en su caja como si fueran un tesoro, sus colores brillantes, ordenados por tonalidades y ves a tu madre cosiendo y bordando servilletas, manteles, sábanas, toallas. Parece fácil, ella lo hace sin mirar, mientras ve la tele, mientras charla contigo, mientras te echa broncas sin pincharse... y piensas «no puede ser tan difícil». Y así, con el enésimo «no puede ser tan difícil» de tu vida te encuentras un buen día bordando tu ajuar. Sí, yo me bordé mi ajuar. Dos juegos de sábanas, dos manteles, dos juegos de toallas y no sé si se me olvida algo. Y aún hay más, tengo un baúl del ajuar que, ahora, utilizamos de mesilla de noche y en el que guardo la ropa de verano en invierno y la de invierno en verano. 

Bordarme el ajuar se me dio bastante mejor que pintar cualquier cosa. Bordé mi nombre con un precioso hilo azul marino en unas toallas blancas que todavía utilizo. Bordé unas preciosas hojas, en distintas tonalidades de ocre, en una tira que luego cosí a un juego de sábanas, bordé mil adornos multicolores en un mantel rojo intenso que responde con precisión al adjetivo "navideño" y sé, que en alguna bolsa, en algún armario, en una bolsa amarilla de Antoñita Jimenez, me  está esperando un precioso mantel blanco con un millón de flores de colores. No lo terminé, me casé antes de terminarlo y, después, no encontré el momento ni el tiempo para retomarlo. 

Ayer pensé que quizás sea el momento de retomarlo. ¿Por qué? Por llevar la contraria. Asisto con incredulidad, sorpresa y con bastantes ganas de repartir collejas como Amparo Baró en aquella serie mítica de televisión, a una reinterpretación de cada pensamiento, acción, reacción u omisión de la vida diaria, de la vida diaria de las mujeres, de mi vida diaria como mujer, madre, divorciada, trabajadora... en función del supuesto machismo que domina mi vida sin que, por lo visto, yo me entere. Y entonces, mientras asisto atónita a esta ola de «vengo a explicarte como es el mundo porque los hombres son todos malos y tú no te enteras» pienso en cómo se interpretaría el hecho de que yo me bordara mi ajuar. Supongo que, completas desconocidas poseedoras de la verdad absoluta por el mero hecho de ser mujeres, me dirían que el hecho de que me bordara mis toallas, mis manteles y mis sábanas y los guardara en un baúl constituye un ejemplo de cómo el patriarcado y la idea de que mi futuro era casarme me oprimió para hacer eso. 

Y la verdad, la realidad, es que  bordé mi ajuar porque me encantaban los hilos de colores de la caja de lata azul. 


miércoles, 20 de junio de 2018

Me gustaría...

Me gustaría que no se notara tanto que realmente no sé mucho de nada. O saber mucho de algo. Ojalá supiera de qué. Me gustaría saber si los demás también creen que no saben mucho de nada y todos fingimos que no nos damos cuenta. Me gustaría que dejara de dolerme el brazo y que en el comedor de mi curro hubiera más fruta que naranjas. Me gustaría acordarme de las pelis que quiero ver cuando decido que quiero ver una película. Me gustaría ser capaz de medir el tiempo; no anticiparme a las preocupaciones y llegar pronto a las citas. Me gustaría que los fabricantes de patatas fritas no hubieran descubierto el secreto para que cuando te compras una bolsa de patatas fritas tengas, obligatoriamente, que terminártela a pesar de haberla comprado con el pensamiento de solo zamparte la mitad y guardar el resto para otro día. Me gustaría no descubrirme haciendo cosas que hacia mi madre y que a mí me sacaban de quicio. Me gustaría que la mantequilla fuera más fácil de untar y que los panes de molde en vez de venir clasificados por con corteza o sin corteza, con semillas o sin semillas, tuvieran un indicativo que dijera «soy bueno, resisto que me untes con mantequilla sin desintegrarme». Me gustaría recordar cada mañana que las ganas de hacerme bicho bola se me pasarán y que el día pasará como tiene que pasar hasta que llegue la noche. Me gustaría no sorprenderme pensando «qué mayor soy» al verme en fotos  de hace unos años y «qué monas eran» al ver a mis hijas en esas mismas fotos. Me gustaría que cuando firmo un correo con «un cordial saludo» cargado de bilis y odio profesional, el destinatario sintiera al leerlo un ligero malestar, un mareo, una breve náusea aterradora y escalofriante de origen desconocido que le sumiera en una zozobra angustiosa durante unos breves minutos, digamos veinte. O treinta. Me gustaría que me gustara hablar por teléfono. Me gustaría ser capaz de mantenerme firme en mi propósito de acompañar a mi hija María en su afición futbolera y no descubrirme pensando en cambiar los libros de sitio y renovar las fotos de los marcos mientras ella me dice «Mamá, así no me acompañas».  Me gustaría poder pedirme un mes sin sueldo y enfrentarme así a un largo verano de tedio, de aburrimiento, de horas sin nada que hacer, llenas de rutinas intrascendentes e inconscientes que ralentizaran el paso del tiempo, como cuando era pequeña y cada día hacia lo mismo y parecía que todos mis días serían siempre así, vividos sin pensarlos. 



lunes, 18 de junio de 2018

Agua con gas, ese invento del demonio


Cuando tienes mucha sed, cuando te duele la cabeza, cuando te estás mareando, cuando tienes los pies hinchados, cuando estás asqueroso de mugre o apestando a sudor, cuando no puedes más de sueño, cuando vas a parir en una película, cuando te da por tener plantas en casa porque dan alegría de vivir, cuando tienes el pelo mugriento, cuando tienes fiebre, cuando quieres escupir en el dentista, cuando quieres limpiar, cuando tu bebé ha desbordado la capacidad del pañal más eficaz del mercado, cuando quieres refrescarte después de...,  cuando quieres darte un festín de macarrones, cuando quieres ponerte una copa que te reconcilie con el día de mierda que has tenido... ¿qué necesitas? Agua. Sin sabor, sin olor, sin gas. Agua. 

Nada de todo eso se puede hacer con agua con gas. Nada. ¿Por qué? Porque el agua con gas es medicina. 

¿Quién bebe agua con gas? Y ¿por qué la bebe? La mejor y más adicta bebedora de agua con gas que conozco es mi ex suegra, una señora maravillosa a la que cuando propones cualquier plan su respuesta es siempre: «si hay vino blanco y cerveza fría, me apunto». Tiene casi ochenta años y jamás bebe agua, como mucho cuando se siente «pesada», bebe agua con gas. ¿Por qué? Ella misma lo dice «porque no es agua» 

El agua con gas es un invento del demonio creado por alguien que se creyó Dios, que quiso mejorar la perfección, cuadrar el círculo, volar a tocar el Sol pero que no quiso ser gaseosa porque le pareció vulgar. Lo alucinante es que encontró nicho de mercado y se vende. Aún hay más, conozco gente que sabe distinguir una de otra y que encuentra maravillosa un agua con gas francesa, exquisita una alemana y «francamente asquerosa» una de marca italiana. El agua con gas es una creída pero la gente que la bebe, o por lo menos la que yo conozco, es gente bastante divertida. Se saben raros, peculiares, absurdos y no lo ocultan. Parecen señoras inglesas con casas llenas de barbies con la cara de Lady Di: «ya sé que esto es una estupidez pero me encanta». Los del agua con gas son así, excéntricos divertidos con una adicción muy tonta a una medicina. 

—Tengo sed. Quiero agua.
—¿Con gas o sin gas?
—¿Cuánto tiempo llevamos juntos? Lo haces para hacerme rabiar, ¿no? 
—Ja. Por supuesto. 

El agua con gas no es agua, es medicina. Es gaseosa con ínfulas.