lunes, 8 de enero de 2018

Despelleje en negro: los Globos de oro

Voy a ser sincera, a mí que todas las actrices decidieran vestir de negro en la gala de los Globos de Oro me parece regular. Más que regular completamente intrascendente, superfluo y, sobre todo, fácil. ¿Es reivindicativo ir con un vestido de alta costura negro en vez de llevarlo azul apolo (como mi coche) o verde madrina de boda? Pues no lo sé, yo no lo veo. Puestos a ser reivindicativos, lo que de verdad hubiera sido rompedor hubiera sido ir vestidas de un color que diera fatal en pantalla, algo que chirriara, que llamara muchísimo la atención. Si alguien no sabe de qué va la historia del Time´s up y el  #metoo, se pone a ver la gala y es muy posible que ni se de cuenta de que todas van de negro. 

Así como tengo dudas sobre el supuesto valor reinvindicativo del negro, no tengo ninguna sobre el plus de elegancia que el total black ha dado a la gala. Jamás podré agradecer bastante al comité reinvindicador que me haya librado, por primera vez en la historia de este blog, de ver trajes color carne y color visillo sucio de piso en alquiler en idealista. God bless you total black.  El descanso de mis ojos, sin embargo, trae como consecuencia un empobrecimiento en el nivel de despelleje porque, al fin y al cabo, todo es negro. ¿O no?

Tenemos el negro profundo a lo bruja del mar y el negro adornado. El negro recatado con su camisita y su canesú y el negro porque yo lo valgo.  El ojalá fuera negro y no este traje rojo absurdamente construído. El negro las sandalias de fiesta son dos números más grandes y el negro cuatro por cuatro, dieciséis.  


Tenemos también el negro ¡Aleluya, por fin Emma Stone ha conseguido vestirse de un color que no sea el de su piel!  y el negro "ayssss, no". El negro cariátide y el negro perifollo. El negro bañador de lycra mala del Decathlon AKA "si te mojas con eso y palmeas pareces una foca monje" y el negro "Asley Jud, hija mía, qué te has hecho". 

Por supuesto no podía falta el negro "todo MAL"  pero REQUETEMAL y el negro "te has echado quince años encima o vas disfrazada de Joane Crawford". El negro "dame una A, dame una N, dame una G...ANGELINA y muevo mis pompones"  y el negro disfraz de esqueleto. 

El negro "lo quiero todo, el retal entero, los metros que sean, todos" y el negro "soy Susan Sarandon, what else?  El negro ¿cómo es posible que vayamos las dos hechas unos trapos si se suponía que esto era fácil? dame la mano a ver si así se nos ve menos.  Y el negro diosa. 

El negro premio jaboneras y el negro "Soy Michell Pfeiffer y ya está". El negro "NO, no y no, esmoquin con brocados NO" y el negro "Dios mío que resaca tengo, si esto es una alfombra roja a lo mejor soy Jude Law o no, o ¡yo qué se!" 


El negro me has dejado sin palabras y el negro "hacerse un Pedroche". El negro Giuliana, cómo es posible que después de diez años siga sin saber quién eres y lo que es más increíble como sigues viva cuando es obvio que no has comido nada en estos diez años. Envidio tu metabolismo. No podía faltar el negro sosaina ni el negro de institutriz de película del oeste.

El negro casi sí pero no y el negro me recuerdas a unas cosas que mi abuela colgaba en los pomos de las puertas de sus armarios y que nunca entendí qué sentido tenían, como tu vestido.  


Hay que reconocer que todo esto con telas de lunares o de color amarillo limón hubiera sido muchísimo más divertido. A ver si para los Oscars se les ocurre.


domingo, 7 de enero de 2018

Romance de invierno

Soho. Joseph Holmes
«El romanticismo del invierno es posible solo cuando tenemos un interior cálido y seguro en el que refugiarnos, y el invierno se convierte en una época tanto para mirar como para vivir». (Adam Gopnick)


Cuando yo era una niña y mis padres eran treintañeros los inviernos eran fríos y en Los Molinos vivíamos con mis abuelos. La Rosaleda era un caserón de principios de siglo con grandes muros de piedra que lo mantenían siempre fresco en verano y que en invierno lo mantenía a una temperatura que lo hacía perfectamente apto como base de entrenamiento para una expedición polar. Ropa abrigada, jerseys gordos de los que picaban, pantalones de pana, encender radiadores más por fe que por efectividad, las sábanas heladas, los calientacamas, el vaho sobre la mesa de la cocina cenando al llegar los viernes. Ir a Los Molinos en invierno requería mucha logística y, sobre todo, curtía. A la sierra se iba a respirar aire puro, a huir de Madrid y a pasar frío. 

Cuando yo seguía siendo pequeña pero mis padres ya eran cuarentones compraron nuestra casa, La Creu. Una casa con paredes de ladrillo blanco, tejados de pizarra y grandes ventanales para aprovechar la luz y el calor del sol. A pesar de todo eso, a Los Molinos seguíamos yendo a curtirnos. Aterrizábamos allí los viernes, encendíamos los radiadores eléctricos que tenían el maravilloso superpoder de quemar sin calentar y nos apiñábamos en los sofás esperando que el cariño fraternal (y los pedos) nos hicieran entrar en calor. Camisetas thermolactil de las que hacían pelotillas, botas forradas, plumíferos de dos colores, seguíamos teniendo que disfrazarnos para aguantar el crudo invierno. La única mejora con respecto a La Rosaleda consistía en un sistema de ventilador que se instaló en la chimenea y que en teoría llevaba el calor del fuego al piso de arriba. Yo creo que era más fe que otra cosa pero para cuando el domingo tocaba volver a Madrid nos parecía que habíamos empezado a sentir de nuevo los dedos de los pies. 

Cuando yo ya era mayor y mis padres frisaban los cincuenta, a nuestras vidas llegó "la reforma". Entramos en ella como curtidos pobladores del invierno y salimos de ella sintiendo que el frío, las narices rojas y los pies congelados era algo que les pasaba a otros, en otra época, en otros lugares, en otro tiempo. Una caldera maravillosa, un programador, radiadores que desprendían calor con generosidad y abundancia, ventanas que cerraban herméticamente, doble cristal. Por la puerta principal y con grandes fanfarrias el confort entró en nuestras vidas y por las ventanas salieron las camisetas térmicas, las sábanas de franela, las dos mantas en cada cama, el pijama manta con pies, los jerseys gordos. Se nos olvidó el frío, olvidamos que estábamos en la sierra, a mil metros de altura y nos creímos a salvo, protegidos. ¡Qué digo protegidos! Hasta nos pavoneábamos y hacíamos alardes: dormir desnudos, caminar descalzos, camisetas de manga corta, finos edredones sintéticos, duchas tan calientes que salías de ella esperando que alguien te preguntara ¿has estado alguna vez en un baño turco? Dejamos de curtirnos, nos volvimos flojos, débiles, comodones. Olvidamos el invierno. 

"Si no recordáramos el invierno en primavera, no sería tan hermoso ... faltaría la mitad de la gracia de la vida. Estaríamos viviendo sin altos ni bajos, como si tocáramos  un piano sin teclas negras". (Adam Gopnick)

El año pasado hubo que cambiar la caldera. Le rendimos los honores correspondientes y tras un cónclave en el que la protección medioambiental, el ahorro y las nuevas tecnologías tuvieron mucha presencia, los sabios decidieron instalar una caldera de pellets: ecológica, funcional, económica y supercalifragilisticuespialidosa. La nueva caldera ha llegado a nuestras vidas para espabilarnos, para hacernos reaccionar, para dejarnos claro que la vida no es para los flojos y para hacer que nuestras narices vuelvan a gotear. Es nuestro Sargento de Hierro, calienta pero sin alardes, nos obliga a estar alerta, a percatarnos del frío, a hacer algo para calentarnos, no nos da tregua. 

De los altillos, de los rincones de los armarios, de las cajas más remotas han salido las camisetas interiores, los pijamas mantas de unicornio, de la patrulla canina, las batas forradas como si fuéramos princesas de reinas helados, las camisas de franela, el doble calcetín, los jerseys gordos, los gorros de lana, las mantas en el sofá. Las noches se iluminan ahora con las chispas de electricidad estática que las recuperadas sábanas de franela producen al chocar con nuestros pies enfundados en calcetines gordos. Apilar leña, atizar el fuego, limpiar la caldera y acabar como Bert, el deshollinador de Mary Poppins. Hasta hemos recuperado el sistema del ventilador de la chimenea que hace que toda mi ropa huela a leña y a fuego cuando vuelvo a Madrid. 

Nos habíamos acomodado y eso casi acaba con el romance invernal. Con la nueva caldera hemos recuperado el invierno y la sensación de frío. Volvemos a valorar el calor, lo que cuesta conseguirlo y mantenerlo. Hemos vuelto a vivir el invierno como si no lo conociéramos, como si fuera desconocido, lo estamos redescubriéndo y volviendo a enamorarnos de él. También hemos vuelto a ducharnos en días alternos o incluso cada tres días pero el amor es así y no ducharse curte mucho.

«En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible». (Albert Camus)


miércoles, 3 de enero de 2018

Una cabalgata de camiones de basura

Los niños aplauden hasta al camión de los barrenderos que cierra las cabalgatas».

Yo adoraba el camión de la basura. Cuando era pequeña me despertaba todas y cada una de las noches para ver pasar el camión por debajo de mi ventana. Me acostaba, me dormía y con el runrun del camión me despertaba, me acodaba en el cabecero de mi litera, movía las cortinas y llegaba a tiempo de ver el giro del camión, el salto de los basureros al suelo y el lanzamiento de las bolsas a esa boca traga todo que las engullía. Por aquel entonces el reciclaje era ciencia ficción, ¡qué digo yo! hasta los contenedores con ruedas eran algo del futuro. Los cubos de basura eran redondos, negros, con tapa que se ajustaba con unos enganches y con el número del portal escrito con pintura blanca. La calle llena de cubos alineados delante de cada portal. El nuestro era el diecisete. Intento recordar si había más de uno por portal y creo que no. Quizás el reciclaje abulta o quizás tirábamos menos cosas. 

Asistía perpleja cada noche a la coreografía de los basureros, siempre la misma. Saltar, abrir, acarrear bolsas y otro salto para encaramarse al camión. ¿Hay algo más maravilloso que pasar la noche paseando por la ciudad en un camión agarrado a un asa y disfrutando del aire en la cara? Probablemente hay un millón de cosas más maravillosas pero en mi infancia no se me ocurría ninguna más mágica y al mismo tiempo más accesible. Y aquello pasaba todas las noches bajo mi ventana. 

Tras el diecisiete, llegaba el diecinueve y aguantaba hasta el veintiuno que ya solo vislumbraba por la esquina de la ventana de mi cuarto. Después, dejaba caer la cortina, me arrebujaba en la cama y escuchaba el camión alejarse. En aquella época tampoco pitaba al girar, era como un rumor sordo que se iba alejando tal y como había llegado. Se despedía al girar la calle.  Me dormía pensando cómo sería ir en ese camión aunque fuera solo una vez ver la ciudad de noche y descubrir que era lo que la gente no quería. Repetía aquella rutina, noche tras noche, aunque estuviera profundamente dormida me despertaba para mirar el camión pasar. Me encantaba. 

En algún momento abandoné aquella rutina y ahora ya no me asomo a la ventana, entre otras cosas porque da a un patio de vecinos por el que  no pasa el camión de la basura, pero si una noche cualquiera, al volver a casa en coche, al girar una esquina me encuentro con el camión de la basura no me encabrono como el noventa por ciento de la gente ni empiezo a pensar en como escapar.  No me importa, me gusta verlo, me vuelvo a sentir como cuando me acodaba en mi litera. Paro el coche, me relajo y observo a los basureros y su coreografía. Los basureros ya no abren cubos, arrastran los contenedores y los enganchan a la boda devoradora. Ya no acarrean las bolsas ni las lanzan con estilo pero siguen saltando del camión al suelo y del suelo al camión como los apaches en las películas del oeste. Y, en el fondo, me sigue pareciendo maravilloso. Y mágico. 

Ojalá todos nos quedáramos hasta el final de la cabalgata cuando llega ese camión con sus apaches y su boca devoradora. 


domingo, 31 de diciembre de 2017

Lecturas encadenadas. Diciembre

Termina el año y esta es la última entrega del post que menos se lee: lecturas encadenadas. En diciembre he leído cinco libros de los cuales tres han sido comics. El otro día alguien me pregunto si los comics cuentan en la lista de libros leídos, «claro que sí» contesté. ¿Por qué no iban a contar? 

Tres sombras de Cyril Pedrosa. «Tienes que leerlo» Y lo leí del tirón, tumbada en un sofá tapada con una manta y atrapada por una historia muy muy triste llena de poesía. En el mes de noviembre, mientras leía Portugal, mi primer contacto con Pedrosa, no pensaba que me estaba gustando tanto pero según se ha ido posando en mí, asentando su estrato en mi experiencia lectora, su estilo me ha atrapado más. Ese mismo estilo está en Tres Sombras pero sin color. Los dibujos de Pedrosa te envuelven y envuelven la historia. Las líneas son redondas, curvas, plenas de expresividad y carácter. Son acogedores, esa es la palabra que me viene la cabeza para definir lo que se siente frente a los comics de Pedrosa. En este caso la historia es muy triste y si tienes hijos aún más, casi insoportable. Pedrosa presenta la muerte como lo que es, algo de lo que no se puede huir, no puedes correr, ni esconderte, ni hacer como que no la ves. Es algo más grande que nosotros y que siempre nos alcanza. 

El rumor del oleaje de Mishima llevaba en mi estantería desde el 23 de abril de 2016. Fui con Clara a comprar libros a Cercedilla y de todos los que había en la Librería Fuenfría éste fue el que se vino conmigo. Su momento ha llegado año y medio después. Esta novela se publicó por primera vez en 1954? y cuenta la historia de amor entre dos adolescentes en una pequeña isla japonesa. 

El mar, las olas, el viento, las tormentas, la lluvia y el resto de la población de la isla son personajes tan importantes como los dos jóvenes protagonistas y su historia de amor. Ellos sienten el amor pero toda la isla lo vive, afecta a todos. Es una historia delicada, suave, casi cumple todos los estereotipos que tenemos en mente sobre los japoneses: el valor de la tradición, de la familia, el estricto cumplimiento del deber, la ausencia de rebeldía, el respeto a los padres, a los mayores. Se lee fácil, con calma, como un cuento de otra época, como ver las olas en la orilla mientras te mojan los pies.  

«Mientras permanecía sumido en estas reflexiones, el tiempo había pasado sorprendente rapidez. Aquel muchacho tan poco dado ala reflexión se sorprendió al descubrir que una de las propiedades del pensamiento era su eficacia como medio para matar el tiempo. Sin embargo, el resuelto joven refrenó con brusquedad sus pensamientos, pues, al margen de lo eficaces que fuesen, lo que había descubierto con respecto a su nuevo hábito, por encima de cualquier otra consideración, era que también entrañaba un claro peligro»

La Guerra Civil Española de Paul Preston ilustrado por José Pablo García. Este comic fue un regalo de mi hermano pequeño por mi cumpleaños. Lo primero que hay que decir es que la Guerra Civil es un conflicto aburridísimo y cuyo estudio anula cualquier atisbo de confianza en la clase política de cualquier época y tiempo. Cuando digo que es aburrida no quiero decir que una guerra tenga que ser entretenida ni divertida pero nuestro conflicto civil está tan lleno de pequeñeces, de miserias y menudencias entre los políticos que cada paso, cada etapa, cada nueva riña entre los comunistas, los anarquistas, los socialistas, los trotskistas y demás resulta desesperanzado en su pequeñez. La estrechez de miras, el egoismo, la ausencia de la más mínima solidaridad, el clasismo, la soberbia ignorante y cateta de la derecha es igualmente aterradora. En el comic, se analiza el conflicto desde los primeros años veinte, explicando como la situación se fue deteriorando. Lees y lees y te das cuenta de que aunque lo desees, aunque inconscientemente lo esperes, no va a pasar nada bueno, lo que ocurrirá será terrible. La Guerra Civil, el golpe de estado militar fue horrible, un conflicto que destrozó el país y lo que es aún peor, sus efectos duraron (si es que no duran aún) muchos años después. La victoria de Franco y el bando nacional con todo su rencor cateto e ignorante, el rencor de los que se saben injustamente poderosos arrasó la vida y las esperanzas de todo el país. El comic es árido, serio, casi académico y, a veces, complicado, pero merece la pena para intentar entender porqué nos pasó lo que nos pasó.  


Merci de Monin Zidrou. Este comic se coló entre mis lecturas como un regalo para María por su cumpleaños y lo leí antes de dárselo. Esto está muy feo pero ¿quién va a enterarse? Es un comic de adolescentes un poco rebeldes pero sin mal fondo. Una historia corta sobre una joven descolocada en esos años en los que todos nos queda grande o pequeño, en la que todo nos parece demasiado difícil o muy fácil, esos años en los que todo el mundo nos parece estúpido y nosotros nos creemos los únicos que lo sabemos todo. ¿Qué nos hace salir de esa etapa? ¿Cómo lo hacemos? Este cómic va de eso. Muy recomendable para todos y más si tenéis adolescentes languideciendo por vuestro salón esperando a que la vida sea de su talla. 

He terminado el año volviendo a Alemania con Regreso a Berlin de Verna. B. Carleton. Verna era americana, de madre inglesa y padre alemán. En esta novela recrea o, mejor dicho, se inspira en un viaje que hizo a Alemania en 1957 acompañando a su amiga Gisele Freund, fotógrafa alemana. ¿Qué pasó con los alemanes que se exiliaron, que consiguieron huir de su país antes o durante la guerra? ¿Cómo lo vivieron? ¿Cómo fue su regreso? ¿Cómo fue avergonzarse de ser alemán fuera y de haber podido escapar al volver? Vera intenta hacer un retrato que responda a todos estas preguntas siguiendo los pasos de un matrimonio inglés formado por una inglesa y un aleman de los que consiguió huir y que al volver debe enfrentarse tanto a lo que dejó como a la nueva situación en Alemania. 

¿Me ha gustado? Pues ni sí ni no que creo que es lo peor que se puede decir de algo o alguien. Pensando sobre este libro pensé que si fuera un hombre y me preguntaran por él diría algo así como “es majete, entretiene pero se te olvida. Y es solo para quedar de vez en cuando”. Se lee fácil, engancha a ratos y en otros, se lee en diagonal porque te estás aburriendo y lo que quieres es irte a casa, perdón, terminarlo para irte a buscar, a leer, algo que te emocione más. 

Y con esta novela he llegado a las sesenta lecturas (contando comics) este año. 

Como bonus track, dejo aquí el enlace a un artículo en el New Yorker espectacular en el que Kathryn Schulz reflexiona sobre cómo creemos en lo que no creemos. Es un planteamiento muy curioso que sorprende y nos obliga a reflexionar. Sabemos que no existen las sirenas, el Yeti, los vampiros, los gnomos, las hadas o los fantasmas pero, a pesar de saber que no existen si nos piden que hagamos un ranking con todas estas criaturas de fantasía en orden de “existencia real”, somos capaces de hacerlo. A partir de ahí y tirando del hilo, el artículo es maravilloso. 

«Yet, in the end, what’s most remarkable is not that our fantasies contain so much reality; it is that our reality contains so much fantasy»

Y ahora sí, con esto y doce lacasitos, hasta los encadenados del mes de enero.  



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