lunes, 18 de septiembre de 2017

Despelleje de los Emmys: de un vistazo.

¿Hago despelleje? ¿No lo hago? ¿Sí? ¿No? Deshojo la margarita mientras voy conduciendo. Mejor no, ya está todo dicho. Mejor sí, es una tradición. No. Sí. Bueno, pero uno rápido. 

¿Qué es lo más importante de los Emmys? Lo más importante es que todas y todos deberíamos poder envejecer con la clase con la que lo está haciendo Robin.  Está espectacular y fabulosa y todo, absolutamente todo bien. El vestido no me vuelve loca pero me da igual. Robin es fabulosa. 

Soy muy fan de Milo desde su más tierna adolescencia. Cuando veía las chicas Gilmore con treinta años y dos hijas, tenía sudores fríos y de los otros viéndole en pantalla haciendo de adolescente. Ahora que tengo 44 y sigo teniendo dos hijas con las que estoy volviendo a ver Las chicas Gilmore ya no tengo sudores. Mientras ellas dicen «pero mamá, ¿cómo te puede gustar? es horroroso» yo elucubro escenas tórridas con él.  Estaba en los Emmys por una nueva serie This is us que no he visto pero que obviamente voy a empezar a ver. Estoy muy a favor de que Milo aparezca en todas partes porque, además, es un hombre que sabe llevar traje y lleva reloj. 

No os acostumbréis, vamos con los despropósitos. 

Me encantaría conocer quién está detrás de la espantosa moda del escote modelo autopista de seis carriles. Es un escote que jamás favorece, jamás es cómodo de llevar, jamás es sexy y da igual las tetas que tengas, jamás es buena idea. Ves a alguien con ese escote y nunca piensas «¡qué bonito escote!» o «qué canalillo más sexy. ¿será capaz de atrapar una aceituna?» o «¡como me gustaría verla sin el vestido!» ni siquiera piensas «¡qué buena piel!» Lo único que piensas es «¿cómo se sujeta eso? ¿con velcro? ¿dolerá al quitarlo? y ¿sí se le cae la sopa o el champagne le resbalará hasta el ombligo?»  Nunca es buena idea. El escote seis carriles arruina cualquier vestido, por muy elegante que sea. 

Priyanka se ha hecho un completo: dame plumas, dame apliques metálicos y dame acolchados que no se llevan desde los videoclips de los 80 y seguro que doy el golpe. La parte buena es que cuando caiga rodando no se hará daño. 


Dos reinonas. Susan está espléndida y a Jessica le ha crecido la frente. 


Elizabeth Moss sigue empeñada en afearse. No hay manera de que entienda que vestirse del mismo color que su piel es una malísima idea. Malísima. Y no es manía con ella, a esta chica también le sienta como un tiro o peor. 

My girl se ha hecho mayor y estoy en shock. 

Si no puedo envejecer como Robin, quiero hacerlo como Eddie Falco.  

Estos son los chicos de Stranger Things. No sé ni por dónde empezar a despellejar todas las cosas stranger que hay en esta foto. Eso sí, ella bate el record mundial de "mi metabolismo es así y me está devorando". Se lo ha arrebatado por muy poco a esta chica de Modern Family y su modelo "show me las costillas". 

¿Mangas farol? ¿En serio Sara Paulson? ¿EN SERIO? Replantéate tu vida. Ya. 

Tres cosas voy a decir sobre Hilaria Baldwin. Primero, qué putada llamarte Hilaria. Segundo, acabo de descubrir que nació en Mallorca y tercero, qué vestidazo lleva. Y qué bien lo lleva. 

Tessa Thompson va vestida de "Simon dice". Y el que no coja esta referencia, no ha tenido infancia. 


Milo está que cruje, hasta la perdono el pelito ese largo por detrás que es totalmente innecesario. 

Liev es también un hombre que sabe llevar traje y reloj. Y asustar niños. 

Me encanta Julia Louis-Dreyfuss. Estoy viendo Seinfeld entera de nuevo y su papel de Elaine es espectacular, se te olvidan las pintas que lleva, pero ayer en la gala estaba impresionante de guapa con un vestido precioso, elegante, correcto, sencillo, adecuado. Una rara avis. Julie Owen de negro también está estupenda. Y, oh sorpresa, conseguimos un tercer ejemplo de elegancia con Mandy Moore. 

Keri Russell, de pollo desplumado.  Debra Messing de bruja del mar y dos relojes. ¿De qué está hecho ese vestido? 

Nicole y Kid.  Ella y Él van de luna de miel. Él lleva alzas y Ella escote seis carriles, pero oye si se quieren y se ven divinos, ¿quién soy yo para decir que me parecen horribles y me dan mucha grima? 

Esto no lo había visto nunca fuera de una clase de segundo de infantil, un vestido de espumillón de colores. Muy mona Zoe Kravitz, un diez en pretecnología y manualidades. 

Otro problema del escote seis carriles es que hay que estar siempre con pose de cántaro yendo a la fuente. Los cántaros son tendencia por lo que veo. 

Uy, se les ha colado un maniquí del Museo de Cera. Pago por la foto en la que entran dos operarios y se la llevan. 

Vanessa Bayer que va vestida de "mira fijamente y verás la figura en tridimensional". Otro completo: manga abollonada, plateaditos, plumitas y cantarito. Otra camuflada. 

Iñigo Montoya será el próximo Santa Claus. 

Muy fan del actor secundario Bob. Esta chica va estupenda. 

A todos nos cae bien Jessica Beil, a todos os gusta esta chica pero pero pero nos ha querido colar un escote seis carriles y superposiciones de pañuelos y no. Ni siquiera Heidi aka Pibón de la muerte aguanta ese escote.

Como Jane no quiero envejecer, me conformo con llegar a esa edad. El vestido no me gusta aunque quiero creer que es un homenaje al vestido rosa que lleva en Descalzos por el Parque cuando comen knichi y beben ozu. 

Con mucho pecho di NO al escote seis carriles. Y requeteNO.

-Tengo trauma porque mi madre me vestía de marinerito.
-Podía ser peor. Podía haberte vestido como a los niños de Stranger Things.

Ni una fiesta sin la pobre chica sin amigas. O peor, con amigas cabronas que le han dicho «¿Amarillo, encaje y que te haga el pecho caído? Gran idea, estás estupenda. Y además, ven que te vamos a hacer un peinado original»

Y para cerrar, Milo again. Porque sí, porque es mi nuevo o, mejor dicho, mi recuperado placer culpable. 



jueves, 14 de septiembre de 2017

El adolescente desaprendido


Tienes hijos, crecen, y hacen cosas que tú les vas enseñando. Van a aprendiendo a desarrollar ciertas habilidades, ciertas destrezas, adquieren lo que tú ilusamente crees que son espacios de independencia y de control y tú te confías. Crees que la crianza, la educación es siempre hacia delante y que tus hijos siempre aprenderán a hacer más cosas perfeccionando, con el tiempo, las que ya saben. 

Ja. Qué cabrona es la vida y que memo eres tú. Al llegar a la adolescencia, el proceso de aprendizaje que tú creías imparable se ralentiza hasta pararse. ¿Podría ser peor? Lo es. Ante tu atónita mirada y tu mandíbula desencajada descubres que tus adolescentes desaprenden. 

Cada semana, cada hora, cada minuto una nueva incapacidad se suma a la lista de "Cosas para las que un adolescente está mágica y súbitamente incapacitado". 

Cambiar el rollo de papel higiénico. El primer día piensas que ha sido despiste, el segundo que se les ha olvidado, el tercero decides que lo mejor es dejarles el rollo de repuesto en un cajón del baño para que así no tengan si quiera que retener el dato los diez segundos que se tarda en llegar a la cocina. El cuarto lo dejas encima de la taza. Y el quinto te das cuenta, por fin, de que son incapaces de cambiar el rollo. «Pero vamos a ver ¿es que habéis perdido los pulgares oponibles y no sois capaces de cambiar el rollo?» Te miran como si les hubieras pedido que ensamblaran un módulo espacial. Sospecho que asociado a esta incapacidad está la de colgar las toallas en su sitio, siendo su sitio cualquier otro que no sea el suelo. 

Comprender que para que algo esté ordenado hay que ordenarlo previamente y mantenerlo después. Los adolescentes vuelven a su más tierna infancia y vuelven a creer en Mary Poppins. Concretamente parecen pensar que tú eres Mary Poppins y que cuando se encuentran sus camisetas guardadas en los cajones tú lo has logrado chasqueando los dedos mientras ellos dormían. Cuando les das un baño de realidad, obligándoles a ordenar, de repente poner orden se convierte, para ellos, en una tarea más o menos a la altura de construir la Gran Pirámide sin haber conocido la rueda. Protestan tanto que temes encontrarte un piquete sindical en el pasillo. 

Encontrar algo a la primera. En mi caso, tengo dos hijas, que han desarrollado y perfeccionado la técnica del desencontrar hasta dibujar con ella una filigrana exquisita. Me he pasado su infancia diciéndoles "buscáis como un hombre", pero ahora mismo eso se queda muy muy corto. Vivo temiendo el día que no encuentren la nevera en la cocina, presiento que está cerca. 

Sentarse como una persona normal. Para empezar no se sientan doblando el cuerpo para posar el culo en el asiento. Se desploman. A veces, sólo se dejan caer pero lo normal es que se derrumben, desparramándose como pulpos por el sofá. Si es en una silla, o bien se hacen bola en el asiento como si el suelo fuera lava y los pies no pudieran tocarlo o, se escurren por la silla rozando con los nudillos de sus manos el suelo mientras apoyan la barbilla en la mesa. Otra cosa curiosa que desaprenden, con la edad, es que una silla es un asiento para una sola persona y un sofá es para varias. 

Calibrar cuánto van a comer. «¿Qué hay de comer? Tengo muchísima hambre, muchísima, me muero de hambre. ¿Cuánto falta? Ponme más, ese trozo, el más grande». Las miras orgullosa sintiéndote la madre naturaleza alimentando a sus polluelos y tras tres bocados dicen «puff, ya no puedo más». Tu orgullo de proveedora se esfuma y vuelves a sentirte cómo cuando tenían cuatro años y te crecía el pelo esperando a que terminaran de cenar. 

Pues ya sabes, de aquí no se levanta nadie hasta que te termines lo que hay en el plato. 
¿Cómo que ya sé? ¿Desde cuando es así? 

Y así pasamos los días, desaprendiendo. 


martes, 12 de septiembre de 2017

Los sobre preocupados y los obviadores

Según los evangelios apócrifos de la historia de mi vida, cuando yo tenía 8 años, por las tardes sufría unos terribles dolores de cabeza. Debían ser reales y terribles porque mi madre, poco dada a las contemplaciones y con otros tres hijos que atender, decidió llevarme al hospital porque algo me pasaba. En La Paz, me sometieron a todo tipo de pruebas y la conclusión médica fue que tenía dolores de cabeza por la ansiedad que me provocaba cada tarde al llegar a casa, pensar en lo que tenía que hacer al día siguiente en el colegio o dentro de una semana. Desde aquellas pruebas mi madre siempre ha dicho «eres muy preocupona». 

Casi cuarenta años después y a base de muchas leches en la vida y muchísimo insomnio absurdo, he conseguido pasar de muy preocupona a consciente de los problemas. Y estoy orgullosa de ello. Es incómodo, es un coñazo, quita mucho tiempo y probablemente me esté acortando la vida pero veo los problemas y me lanzó a buscarles solución. 

En el otro extremo de la vida están los obviadores. Esa gente me saca de mis casillas y me admira al mismo tiempo. Me pregunto qué gen, que combinación genética han desarrollado que les permite ver un problema y obviarlo. «Un problema, voy a no verlo y, por tanto, ya no existe» Me fascina. Por supuesto, soy consciente de que estos obviadores juegan siempre la baza de si me quedo parado durante el suficiente tiempo vendrá alguien a solucionarlo sin que yo tenga que hacer nada, sin que yo haya tenido, ni siquiera, que pensar en la existencia objetiva de eso que estoy haciendo como si no existiera. 

Yo no sé obviar los problemas, ignorarlos, cerrar los ojos y no verlos. Lo he intentado, lo intento. A veces consigo meterlos en un cajón un par de días, tres, creo que una semana es mi récord, pero la mayor parte de las veces paso de cero preocupación a cien intentos de resolución en minuto y medio. No es sano, no es inteligente ni resolutivo pero no sé hacerlo de otra manera. Me sumerjo en una espiral de ansiedad, anticipación y pensamientos laterales para encontrar una solución lo antes posible. Funciono así: problema, buscar solución, resolverlo, dejarlo atrás.  Intento cambiar el esquema y decir: problema, dejarlo reposar, quizás se solucione solo pero NO PUEDO.

Entre mi ansiedad ante los problemas y los obviadores, existe gente maravillosa que tiene el superpoder de clasificar los problemas. Personas pausadas y nada impulsivas que ante cualquier problema toman la actitud adecuada; lo valoran, lo sopesan, lo miden, lo dejan reposar y tras dormir unas cuantas horas piensan en alguna solución si la creen posible o tiran el problema a una papelera bien porque les parece una nimiedad o porque ya saben que no pueden solucionarlo y no van a malgastar más tiempo ni energía en pensarlo. 

Si volviera a nacer y me dieran opciones diría: «Hola, soy Moli y como superpoder vital quiero saber valorar los problemas en su justa medida. Y, si puede ser, de extra quiero bofetada ultrarápida para dar a los obviadores. Y ya, por pedir, lo quiero todo en el traje de Spiderman».

Y si no puede ser, en mi próxima vida me pido obviador. 

viernes, 8 de septiembre de 2017

En Rouen, Picasso y el hombre del pelo blanco


Paseamos por Rouen al caer la tarde. En realidad son las seis, temprano, hora de levantarse de la siesta en España en agosto, pero ya hemos conseguido meternos, a duras penas, en los horarios franceses y a las seis de la tarde empezamos a sentirnos crepusculares, recogidos y, sobre todo, comenzamos a preocuparnos por dónde iremos a cenar. Yo, concretamente, voy pensando que me apetece un pain au chocolat, no porque tenga hambre sino porque sí, porque estoy de vacaciones, estoy en Rouen y he descubierto una moneda de dos euros en el bolsillo de mis vaqueros. 

Mientras doy vuelta a la moneda entre mis dedos, pienso en la expo de Picasso de la que acabo de salir.  Siempre me pasa lo mismo con él y en esta ocasión con más razón. Además de los cuadros, dibujos y esculturas que realizó en un castillo cercano, en Boisgeloup, y que es la excusa para que el museo haya montado la muestra, había muchísimas fotografías e incluso películas del pintor y su familia en su vida cotidiana. Una vez más, me asombra su contemporaneidad. Nunca parece antiguo, pasado de moda, mayor; siempre tiene el mismo gesto de seguridad, de autoridad, rozando casi la soberbia. Siempre tiene esa mirada de sé exactamente qué va a ocurrir en el futuro y cómo de grande voy a llegar a ser y, en este momento, aquí, estoy solamente de paso.  Todos parecen antiguos, viejos, mientras que él parece haber viajado en el tiempo para pasearse por aquella época y divertirse. 

Mientras me voy peleando conmigo misma intentando descifrar el enigma de Picasso, de repente, me saca de mi ensimismamiento un hombre que camina delante de mí. Lleva un traje azul oscuro con una levísima raya blanca, intuyo unos zapatos oscuros, por supuesto de cordones, y una bufanda granate alrededor del cuello, pero lo que me llama la atención es la llamarada blanca que corona su cabeza. El pelo más blanco que he visto jamás y descuidadamente peinado, un poco largo y con estilo. Me quedo mirando cómo camina y me doy cuenta de que también lleva un bastón de madera oscura en el que sólo se apoya ligeramente como si no quisiera concederse la necesidad de utilizarlo. No me puedo contener las ganas de acelerar el paso, adelantarle y girarme con la excusa de admirar los edificios para poder ver su cara. Me encuentro de golpe con unos ojos azules fríos y claros que parecen decir "tú no eres de aquí".  Llegamos a la vez al cruce de la calle y, mientras esperamos a que el semáforo se ponga verde para cruzar, me doy cuenta de que es alto y que debió serlo mucho más. Debe tener muchos años, más de ochenta y es posible que más de noventa y los hombros se le notan vencidos hacia delante a pesar del traje impecable. Veo también que lleva un periódico en la mano y elucubro toda una teoría. Vive solo pero es maniático y ordenado, debió ser militar y mantiene una rutina estricta que incluye salir todas las tardes a comprar el periódico al kiosko del centro de la ciudad. Es una manera de obligarse a salir de casa y seguir conectado a la vida real, aunque la vida real ya no tenga nada que ver con él. Su pelo blanco llama la atención entre el resto de los transeúntes mientras se aleja por la calle. Es guapo, guapísimo. 

–¿Has visto a ese señor?
–¿Qué señor?
–Ese del pelo blanco que se va por ahí. 

Llegamos a la plaza del mercado viejo de Rouen y nos chocamos de golpe con la espantosaiglesia en honor a Santa Juana de Arco que destroza toda la perspectiva y da ganas de matar arquitectos. Antes de empezar a buscarlos para lincharlos entramos en la iglesia por si acaso encierra un secreto arquitectónico que rebaje nuestra hostilidad. No lo hay pero lo que encontramos es al hombre del pelo blanco sacando de su bolsillo diez euros que deposita en la caja de limosnas. 

–Mírale, ahí está.
–¿Quién?
–El señor del pelo blanco. Fíjate. - le susurro a Juan. 

Pasa a nuestro lado sin mirarnos, digno, elegante, guapísimo. 

–Joder, sí que es guapo y debió ser enorme. Es casi más alto que yo a pesar de ir un poco encorvado. 
–Te lo dije. 

Cuando consigo mi pain au chocolat todavía voy pensando que el hombre del pelo blanco es como Picasso. Nunca fueron jóvenes ni nunca llegaron a viejos. Son como el David de Miguel Ángel o el Discóbolo de Mirón. Y no puedo explicarlo mejor.