miércoles, 12 de abril de 2017

Sé que es guapo

Todos los jueves el mismo camino, la misma ruta. Paso por delante de nuestra casa y continúo hacia arriba dejándola a la derecha. Tengo que acordarme de colocarme en el carril de la izquierda, la inercia es poderosa en mí y voy como una autómata, si no lo pienso acabo despistándome. 

Enfilo la calle, paso la gasolinera, la rotonda de la piedra, la Citroen y giro a la izquierda justo delante del hospital. Enfilo la calle y, desde el cambio de hora, el sol que hasta entonces entraba por mi ventanilla me da directamente en los ojos mientras baja al otro lado del Retiro. Bordeo el hospital y el mismo recuerdo recurrente vuelve a salir de su rincón en mi memoria. Ana, hay una misa. Mi madre era atea y yo también pero sus compañeros se han empeñado en hacer una misa de recuerdo. No hace falta que vengas. No digas chorradas, allí estaré. 

Es la única vez que he entrado en ese hospital, estrictamente entré en la capilla. Han pasado once años y medio pero, como todos los jueves, recorro el recuerdo entero. Calculo el tiempo transcurrido, once años, otra vida. Giro a la derecha en la esquina de Rodilla. Alguien va hacer reformas o va a mudarse porque hay cinta colocada entre los raquíticos árboles de la calle. Miro el reloj del salpicadero: 18:48. Le resto dos. 18:46. Vuelvo a pensar, otra vez, en poner el reloj en hora pero me produce un extraño placer pensar que vivo dos minutos por delante del locutor de radio por las mañanas y por eso no lo cambio. Al girar a la derecha el sol ha dejado de caerme encima, tapado por los edificios, pero entra fulminante por la siguiente bocacalle iluminando de pleno esta fachada del hospital, casi parece un foco de los que marcan el camino de entrada a los estrenos de cine con alfombras rojas y flashes. 

Como un actor de cine, como el protagonista de una peli ambientada en Manhattan. Le intuyo a lo lejos. Sé que es guapo antes de verle. El sol le da de frente en los ojos y sé que tendrá que entrecerrarlos, guiñarlos si mira al frente. Está parado delante del paso de cebra al que estoy a punto de llegar. La cara iluminada y el cuerpo en sombra. Freno para comprobar que mi intuición es cierta. Y lo es. Es guapo. Atractivo. Alto. Vestido de gris con chaquetilla y pantalón, el uniforme de un instalador. Algo naranja relampaguea con el sol. Quizás el logo de la empresa en la que trabaja. Freno del todo. Me mira con sorpresa. Tiene los ojos azules, arrugas en la cara y el pelo entrecano. 

Cruza mirándome. Creo que lleva un cigarro en la mano. Suelto el freno y continúo. Dejo atrás la manzana del hospital. 18:50, me sobran doce minutos. Aparco. Sabía que era guapo antes de verle.


lunes, 10 de abril de 2017

Todos los por si acaso del mundo

Por si acaso voy a coger el jersey. Por si acaso puedo aprovechar este resto de pisto. Por si al final voy el martes a esa cena. Por si tengo que ir elegante a la reunión del jueves. Por si me llaman la semana que viene. Por si me piden algo esta tarde. Por si se rompe. Por si tengo que celebrar algo. Por si vuelven los vaqueros nevados.  Por si se pierde.  Por si creen que me paso de lista. Por si lo necesito cuando llegue allí. Por si me apetece la semana que viene. Por si hace calor. Por si tengo que ir elegante. Por si creen que soy tonta. Por si vamos a bucear. Por si se enfada con lo que digo. Por si me enfado con lo que me conteste.  Por si me ignoran. Por si me aburro. Por si vamos a un restaurante elegante. Por si me hace gorda. Por si piensan que no tengo ni idea. Por si me piden que lea algo. Por si quieren jugármela. Por si me piden que diga unas palabras. Por si acaso adelgazo. Por si me malinterpretan. Por si engordo. Por si me marca los michelines. Por si me sienta mal. Por si quieren engañarme. Por si me duelen los pies. Por si acaso vuelve a quererme. Por si se arrepiente. Por si me arrepiento. Por si no encuentro a nadie. Por si me quedo solo. Por si, por si, por si... 

Todos los por si acaso del mundo se resumen en por si acaso me equivoco. Y el único por si acaso que debería importarnos es por si acaso se me acaba el tiempo. 


miércoles, 5 de abril de 2017

Me gustaría

«Me gustaría saber a qué dedico el invierno» dice Rafa Pons. A mí también me gustaría saber porqué el invierno pasa más rápido que la primavera. Me gustaría  despertar sin llorar de sueño. Y madrugar para aprovechar el tiempo. Me gustaría que las uñas no crecieran. Y llevar las de los pies siempre pintadas. Me gustaría saber pintarme las uñas. Me gustaría saber dibujar y que me gustara el flamenco. Me gustaría que existiera el teletransporte. Y que los viajes fueran más lentos. Me gustaría poder decir que me quiero dejar el pelo blanco sin que la gente ponga los ojos en blanco con cara de «estás loca». Me gustaría saber poner los ojos en blanco. Me gustaría conocer a David Remnick. Y poder ir en tren a trabajar con la cabeza apoyada en la ventanilla. O poder ir andando atravesando El Retiro. Me gustaría saber pintarme los labios. Y que no me diera vergüenza.  Me gustaría morirme de un infarto. Y que fuera durante la noche, mientras pienso en las cosas que haré al día siguiente. Me gustaría, a veces, ser un hombre y nadar con uno de esos bañadores minúsculos. Me gustaría, a veces, muchas, no tener tetas. Me gustaría que no se me olvidara siempre sacar del congelador lo que tengo pensado para la cena. Y que cada vez que abro una botella de vino no me atacara el miedo a «oh, dios mío, seguro que rompo el corcho». Me gustaría acordarme de cambiarme los pendientes. Y qué me importara que pendientes llevo. O acordarme de los que llevo. Me gustaría que los calcetines no se gastaran y que las toallas se desintegraran al cabo de un par de años. Me gustaría que la capacidad para saber ordenar el armario de los tuppers fuera determinante para elegir pareja. Y que preguntarle a alguien «¿tú sabes ordenar tuppers?» fuera tan común en una cita como preguntarle por su trabajo. Me gustaría no decir nunca «por si acaso». Me gustaría no tener que decir siempre «con b» cuando digo mi apellido. Y que no me dijeran «¿seguro? yo pensé que era con v». Me gustaría no saber qué jamás tendré tiempo para leer todo lo que guardo en mi carpeta de «para leer cuando tenga tiempo». Me gustaría que la concentración pudiera activarse con un interruptor. Y que la inspiración no me llegara siempre en el coche. Me gustaría saber coser. Y que las prendas que no se pueden lavar en la lavadora se pudieran lavar en la lavadora. Me gustaría poder creerme que el programa «lavado prendas delicadas» es una realidad y no una mentira piadosa de los fabricantes de lavadoras. Me gustaría que no se me hubiera olvidado tender la ropa. Me gustaría saber hacer maletas. Y que hubiera muchos días nublados y lloviera más. Me gustaría que lloviera tanto como para tener varios paraguas solo por el placer de tenerlos. Y tener uno favorito para salir a pasear. Sin abrirlo nunca. 


viernes, 31 de marzo de 2017

Lecturas encadenadas. Marzo

Marzo ha sido un mes de grandes contrastes. Ha pasado volando y se ha hecho eterno. Ha nevado y ha llegado la odiosa primavera. He leído sobre drogas, rupturas, educación, un comic mítico y un libro ilustrado. Me ha cundido.

Al lío.

Fariña, de Nacho Carretero. A este libro llegúe por Enric González, en algún sitio, en algún periódico daba su lista de mejores lecturas del año y yo las apunté todas. Me lo trajeron los Reyes.

Fariña es la crónica pormenoriza del contrabando y el narcotráfico en Galicia. El armazón de realidad sobre el que podría construirse el guión de una serie de ficción como los Soprano o Camorra, siempre que el material estuviera en manos de un guionista al que le dejaran hacer un producto que no fuera para público "familiar". Nacho Carretero proporciona toda la información necesaria para que alguien como yo que no tenga ni idea del tema se pueda hacer una composición de lugar de lo que el narcotráfico ha supuesto para Galicia. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quienes? ¿Por qué Galicia? En el quienes da la sensación de que falta gente, de que se pasa de puntillas por las implicaciones, enredos y conexiones políticas que sin duda existen. Por supuesto, lo entiendo, heroísmos los justos. Por esta misma razón, supongo, se  habla con muchísimo más detalle sobre el narco de hace veinte años que sobre el de ahora. La primera parte fluye perfectamente engrasada, Galicia en la posguerra, el contrabando, los primeros narcos, la riqueza sobrevenida a la región y aceptada de buen grado por casi todo el mundo, etc. Después, cuando se llega a las grandes operaciones contra el narcotráfico de las que todos hemos oído hablar en las noticias, creo que Carretero se da cuenta de que hay demasiado para contar y la última parte se convierte en una relación, casi un simple recuento de operaciones, detenciones, condenas y alijos. 

Mientras leía no dejaba de pensar en Los Soprano porque Carretero hace un esfuerzo por no dotar a los narcos de ningún tipo de mística. No son héroes, no son pobrecillos, no son desfavorecidos, no son interesantes. Son simple y llanamente criminales avariciosos y crueles. 

Casi lo olvido pero merece la pena decirlo, la edición de Libros del K.O con mapas, dibujos y aprovechando hasta la faja para dar información sobre las planeadoras es estupenda.

Piel de Lobo de Lara Moreno. Un regalo de cumpleaños que cogí con muchas ganas porque un buen amigo me había hablado maravillas de él. Enseguida me di cuenta de que no es un libro para mí. Choqué con el lenguaje, con su interés en ser bonito, en ser escritura. Soy tan consciente de la escritura que me salgo de la historia. El equilibrio entre el continente y el contenido es complicado de conseguir, yo no sabría hacerlo pero cuando el peso se decanta de manera abrumadora por el estilo acabo saliendo de la historia por completo y me enfado. 

La protagonista es demasiado intensa para mí, me desespera, no me creo nada. Mientras leía iba pensando en cómo la historia de una ruptura semanal, la relación entre unas hermanas, las sensaciones de la maternidad cuando desbordan, experiencias todas ellas que he vivido, me resultaban totalmente increíbles. Pensaba en cómo, sin embargo, otros libros con historias no sólo ajenas a mí sino completamente absurdas me habían llegado muchísimo más. 

Aún así, la primera parte, la separación, los sentimientos de desamparo cuando todo sigue igual, las ganas de desaparecer y de escapar me gustó más. Desde el momento en que aparece la hermana, los flashbacks a su pasado común, los recuerdos al pasado de la pareja con sus secretos oscuros, mi interés empezó a flaquear, comencé a aburrirme. No me creo absolutamente nada y, alguna vez, me encontré diciendo "venga ya".  

Me da rabia porque quería me gustara. 
«¿En esto consiste la tragedia? Las cosas pansa, les pasan a otros, hasta que de pronto un día le pasan a uno y zas, somos espectadores del drama ajeno hasta que somos protagonistas de nuestro propio drama, de nuestra pobreza, de la más profunda debilidad, y  resulta que es así, así como del de otros, exactamente igual de terrible». 
Una cosa curiosa de este libro es que imaginé la casa donde transcurre todo muy parecida a  La Casa del comic de Paco Roca que leí hace un par de meses.

Las pequeñas virtudes, de Natalia Ginzburg. A veces hago cosas nuevas, cosas que pensé que jamás haría y una de esas cosas ha sido apuntarme a un taller literario en la Libreria Muga. ¡En qué consiste? Consiste en leer libros e ir allí a charlar con otra gente sobre esos libros bajo la dirección de orquesta de Santiago Gerchunoff. Llegué a saber de este taller sobre ensayos y relatos porque sigo a Santiago en twitter y me apetecía el tema y charlar con él de libros. La primera sesión era sobre Natalia Ginzburg y había que leer Las tareas de la casa y otros ensayos, que ya había leído y reseñado y este pequeño librito con ensayos y relatos autobiográficos.  

De Natalia Ginzburg ya lo he dicho todo. Ojalá escribir como ella, con esa clase, ese ritmo, ese atrapar las ideas y darles forma encajándolas en su lugar en una secuencia de pensamientos inteligente, meditada y brillante. Ojalá hubiera muchos más autores así. 

He doblado muchísimas esquinas y copiado muchísimos párrafos. He subrayado, puesto notas y papeles de colores. Leed a Natalia Ginzburg, malditos. 
«Los sueños no se hacen nunca realidad, y en cuanto los vemos rotos, comprendemos que las mayores alegrías de nuestra vida están fuera de la realidad. En cuanto vemos rotos nuestros sueños, nos consume la nostalgia por el tiempo en que bullían dentro de nosotros. Nuestra suerte transcurre en ese alternarse de esperanzas y nostalgias».
Ginzburg habla de todo; de tener hijos, de tragedias personales, de la pobreza de tener solo unos zapatos rotos, del oficio de escribir, de la amistad, del amor, de la educación. Y consigue siempre algo muy dificil que es que todos nos sintamos identificados con lo que cuenta; sino con la experiencia con la repercusión que vivir tiene en cada uno de nosotros. Quizás no lo hemos pensado nunca, quizás no somos conscientes pero lees a Ginzburg y piensas «es justo así». 
«Ahora somos verdaderamente adultos, pensamos, y nos asombramos de que ser adulto sea esto y no todo lo que habíamos creído de niños, la seguridad en sí mismo, una serena posesión sobre todas las cosas de la tierra». 
El regreso, de Alberto Manguel. Nunca había leído nada de Manguel, más que columnas, artículos y alguna entrevista y tenía ganas. Este brevísimo relato me lo envío Navona porque acaba de reeditarlo en un formato bastante chulo; cuadrado, tapa dura.

El regreso es un viaje de vuelta que parece un sueño. O quizás es un sueño que parece un viaje de vuelta.  Nestor Fabris, argentino exiliado en Roma, vuelve a su ciudad y al llegar todo es conocido y extraño a la vez. Cercano y remoto. Reconocible y diferente. La ciudad le anima y le agota. Le provoca alegría y una amarga tristeza. Manguel, con su estilo corto y preciso, va dibujando el ambiente. Al ir leyendo me parecía que Manguel más que escribir iba dibujando la ciudad con un carboncillo en la mano, reconstruyendo y construyendo, las luces y las sombras de los lugares que Nestor va reconociendo y desconociendo al mismo tiempo. Una atmósfera irreal y onírica, como los grabados de Gustave Doré, se va creando alrededor de los pasos de Fabris. 

No quiero destripar más pero El regreso es una lectura curiosa. Se parece a caminar de la vigilia al sueño y de éste a una pesadilla para finalmente llegar al despertar pegajoso que sigue a las noches con sueños intensamente reales que se paladean, después, durante varios días.  Podemos huir de la realidad, correr lejos física y mentalmente de aquello que nos aterroriza, que nos asusta, que nos sobrepasa, pero no podemos escapar de nuestros propios sueños en los que habita todo lo que recordamos, lo que creemos recordar, lo que no sabemos que recordamos, lo que imaginamos, lo que jamás nos atreveríamos a pensar conscientemente y lo que no queremos recordar. 
«Pachorriento como moscardón de verano. Nunca un deber bien hecho».
Pachorriento es una de mis palabras favoritas a partir de ahora.


Viaje al corazón de la tormenta, de Will Eisner. La vida está llena de coincidencias, o la mía lo está. Confieso que no sabía quién era Will Eisner y un buen día de marzo empecé a leer en twitter sobre él porque era el aniversario de su  nacimiento o de su muerte, no lo recuerdo. Un par de días después en La Cultureta, Rodrigo Cortés habló de él pormenorizadamente y al día siguiente charlando con un amigo sobre mil cosas y sobre comics porque él es muy friki acabamos en Eisner de nuevo. Y al día siguiente mi amigo me prestó este comic.

Viaje al corazón de la tormenta es un comic autobiográfico, como Maus, como Blankets, como Fun Home, como Persépolis, como El árabe del futuro... sólo que fue el primero de ellos. Eisner cuenta la historia de su padre y la suya propia, desde que la juventud de su padre como pintor en la Viena anterior a la I Guerra Mundial. He pensado que así como los padres en los cuentos infantiles son siempre personajes secundarios que o bien están muertos o sólo están para casarse con madrastras terribles, en los comics autobiográficos son siempre presencias muy potentes.  

Viaje al corazón de la tormenta es la historia de Will Eisner y es, un poco, como ver una novela de Philip Roth hecha dibujo: judíos, familia, trabajo, antisemitismo, dinero, amor, sexo. Me ha gustado muchísimo y los dibujos son impresionantes.  

El desván, de Saki. No sé el tiempo que hacía que no leía un libro ilustrado, ni me acuerdo. Este ha llegado a mis manos directamente desde sus editores, los dos intrépidos lectores de este blog que han montado una pequeña editorial. (Son intrépidos por la aventura editorial, no por leerme). El desván es el primer lanzamiento y es un libro maravilloso. La historia es pequeña, es un cuento que hemos leído mil veces pero que empiezo a dudar que las próximas generaciones lleguen a conocer nunca, ahora que los cuentos "positivos" y políticamente correctos parecen ser lo más buscado. El pequeño Nicholas no es muy obediente y su tía y él tienen desencuentros que terminan casi siempre con Nicholas castigado a no hacer algo que, en teoría, debería apetecerlo mucho pero que en el fondo a él le da igual. 

«-No vas a ir al jardín de las grosellas-dijo la tía cambiando de tema.
-¿Por qué no?-preguntó Nicholas.
-Porque estás castigado-dijo la tía altaneramente.
Nicholas no admitió lo implacable del razonamiento. Se sentía perfectamente capaz de estar castigado y en el jardín de las grosellas al mismo tiempo». 

El cuento es una historia sencilla, sin aspavientos, sin mensaje pero lleno de magia y de evocación. La historia se crea sola en la cabeza del lector pero lo mejor de este libro es la perfecta combinación entre la historia de Saki y los dibujos de Eduardo Ortiz que son MARAVILLOSO. Ilustrar un cuento, una historia, un relato es muy complicado. Hay que sugerir, mostrar, evocar sin contar, limitar, ni predisponer al lector. Las ilustraciones deben ser un soporte, un ambiente, una atmósfera pero no deben poner límites. Los dibujos de Ortiz son para quedarse a vivir en ellos. 


Leed El desván. Leedlo vosotros, a vuestros hijos, a vuestros sobrinos, a vuestras parejas. 

Y con esto, un bizcocho y las Entrevistas breves con hombres repulsivos de David Foster Wallace, hasta los encadenados de abril.