sábado, 17 de diciembre de 2016

13 años


Interior casa / Exterior playa / campo / jardín /  nueva ciudad.

Dos personajes: adulta de 43 años y preadolescente de casi 13.

–Podías probar a leer este libro.
–No
–¿Por qué?
–Porque no me va a gustar
–¿Cómo lo sabes si no lo has leído?
–Lo sé
–¿Lo sabes todo?
–Sé lo que no me gusta
–No, no lo sabes, si no lo has probado no sabes si te gusta o no.
–No quiero
–Eso es otra cosa. ¿Por qué no quieres?
–Porque no me apetece
–Eso es lo mismo, no me vale. Piensa otra respuesta

Ojos anegados en lágrimas a lo Candy Candy por parte de la preadolescente.

Suspiro por parte de la adulta de 43. 

–Pruébalo, lee un par de páginas, 20. Si no te gusta lo dejas
–¿No te enfadarás?
–No. Me enfado si ni siquiera lo intentas. 

En el 98 % de los casos lo que has probado: el libro, la película, la actividad, la canción, la ciudad o lo que fuera, te ha gustado. Es un porcentaje de acierto por mi parte claramente espectacular. Lo frustrante es que acertar no acumula puntos para la vez siguiente y hay que repetir el esquema de conversación una y otra vez, volver a la casilla de salida.

Ha sido el año del "no" como respuesta automática a cualquier pregunta, sugerencia o idea que no viniera de ese sitio recóndito en tu interior en el que crees que tienes la sabiduría suprema. Contigo, ha sido el año de la marmota, y confieso que, a veces, hubiera deseado tener una marmota entre las manos para poder estamparla contra el suelo o estrangularla de lo que me has sacado de quicio. 

Ha sido el año de la languidez suprema. Todo tu cuerpo te pesa. Tu velocidad vital es como la de los perezosos de zootrópolis. Te mueves a cámara lenta como si hacerlo más deprisa, con un poquito más de brío y energía fuera a provocar un rápido e incontrolado crecimiento de tus brazos y piernas, como si tuvieras miedo de que la aceleración fuera a hacerte tropezar con tu propio cuerpo y caerte. Y no quieres caerte, porque te morirías de vergüenza. Esa es otra, todo te da vergüenza, absolutamente todo, incluso lo que no has hecho pero podrías hacer. Es más, no solo te dan vergüenza tus cosas, te dan vergüenza las de los demás: las mías, las de tu hermana, las de tu padre. Es graciosísimo, nunca lo había pensado pero, a los 13 años uno llega al valle de la "vergüenza ajena" y se pone a recorrerlo hasta sus más profundos recovecos. Yo me río mientras te oteo desde la cumbre de "me da exactamente igual lo que piense la gente". Te quedan años de travesía hasta que consigas llegar aquí pero lo harás. 

Ha sido el año de dormir hasta reventar la cama, los pijamas y mi paciencia. ¿Cómo puedes dormir 13 horas del tirón y levantarte cargada de languidez extrema y aburrimiento? Sospecho que estás acumulando carga de batería para el momento en el que estalles y no pares.

Ha sido el año de verte venir por la calle y no poder pensar en otra cosa que en Jay en Mall Rats. 

El 13 es un número raro. A algunos no les gusta, a otros les da miedo, otros lo ignoran. No se pueden obviar tus 13 años pero es, como el número, una edad rara. Con 13 años no sabes si eres una niña, una adolescente, una preadolescente, una mujer o una profecía. La mayor parte de los días te percibo como si fueras una cocktelera en la que se agitan todas esas personas y dependiendo de la temperatura, las circunstancias, la presión atmosférica, la dieta, las horas que hayas dormido o tus hormonas, la bebida resultante es increíblemente dulce, dolorosamente amarga, estúpidamente insípida, excitantemente sorprendente, deliciosamente divertida o sencillamente repugnante. 

Vivir contigo ahora es aterrador y muy cansado pero me encanta esta etapa en la que, cada día, no sé si voy a declararte mi heredera universal y suspirar de amor por ti o fantasear con que te vayas de casa muy pronto y solo me escribas postales. Me encanta no saber si ese día me tocará ser la madre más molona del mundo o la peor madrastra de los cuentos. Me fascina que un día me adores y otros creas que me odias y me encanta, cuando lo que toca es, descubrir un talento en ti que no sabía que tenías y que despliegas ante el mundo con total naturalidad. 

Los 13 años son una montaña rusa. 

Feliz cumpleaños princesa de los ojos azules.  


jueves, 15 de diciembre de 2016

10 verdades absolutas en la caja del super



1.- Al entrar por la puerta mirarás las cajas y serás optimista: vaya, qué suerte he tenido, parece que hay poca gente. Esto irá rápido. 

2.- Cuando llegues a la caja descubrirás que en tu concentración consumista no has visto las multitudes escondidas en los pasillos y todos ellos han sido más rápidos que tú.

3.- Dudarás al elegir la caja. Fruncirás el ceño, descartarás gente con carros muy llenos, escudriñarás cestas, olfatearás actitudes y comportamientos, escanearás a los cajeros. Valoraras todos los datos en tu cabeza, dudarás, caminarás hacia una, caminarás hacia otra, mirarás atrás. Tomarás una decisión. Error. 

4.- Espiarás la compra de la persona que tienes inmediatamente delante de ti. No tiene el más mínimo sentido hacerlo pero lo harás. Intentarás saber qué tipo de persona es, si vive solo, en compañía, con alguien a quien quiere o alguien a quien odia, si está de día "la vida es para disfrutarla y me voy a dar un homenaje" o de día "ni un día más comiendo hidratos de carbono". Pensarás ¿Por qué la gente baja a estas horas a comprar yogur líquido, piñones, suavizante y un sobre de sopa? o ¿En serio va a cenar gazpacho, salmorejo y crema de tomate? Siempre te parecerá que tu compra tiene muchísimo más sentido, más lógica. Si cometes la equivocación de mirar tu cesta para comprobarlo y después te atreves a mirar al comprador que va detrás de ti, verás en su cara que él está pensando que tu compra de aguacate, sepia y betún dice claramente que eres un psicópata con una infancia traumática.  

5.- Elijas la caja que elijas siempre siempre siempre habrá alguien que lleve solo un sobre o un paquete de pavo en lonchas. 

6.- Las probabilidades de que haya alguien delante de ti en la caja, con más de 70 años pagando en monedas de cobre que saca de una en una de su cartera es inversamente proporcional a la prisa que tengas. Esa probabilidad es del 100% si a) tienes el coche mal aparcado b)has dejado a tus niños 5 minutos solos diciendo "subo enseguida" c) has bajado a por vino porque tienes una cita.  

7.- De las cinco cosas urgentísimas que te han obligado a entrar en el supermercado, se te olvidará una al llegar a la caja. Tendrás que salir corriendo a por ella y descubrirás que en la última reordenación de pasillos la han trasladado a la última esquina del local. 

8.- Si se te han olvidado los ajos y mandas a tu hija de 11 años a por ellos, al pagar descubrirás que llevas una malla de cebollas. Algo estás haciendo mal con su educación culinaria. 

9.- Un 80% de las veces se te habrá olvidado la maravillosa bolsa que tienes para ir a la compra. Las veces que te acuerdes de llevarla, un 50% será demasiado pequeña y el otro 50 % la llenarás tanto que  te provocarás una lesión de espalda al cargar con ella. 

10.- Al salir por la puerta juraras que la próxima vez elegirás mejor la caja y que vas a comprarte un carrito de la compra. 

lunes, 12 de diciembre de 2016

Marie Kondo ordena libros

"Muchas personas dicen que los libros son una cosa de la que no pueden separarse, sin importar si son lectores ávidos o no,  el verdadero problema es en realidad la forma en que se separan de ellos".

Marie, chata, si no eres un ávido lector, si no te gustan los libros te aseguro que no tienes mucho problema en deshacerte de libros. Si eres un ávido lector, si adoras los libros, si te encantan, si te parece que no hay nada mejor que tener en tu casa, el problema no es cómo te separas de ellos, sino que no quieres separarte de ellos. Aunque también te digo, si a mí alguien me regala tu libro sé la forma exacta en que querría deshacerme de él. Lo disfrutaría tanto que solo de pensarlo babeo: una gran fogata a la que ir echando las páginas, una por una, mientras apuro una botellita de vino a tu salud.


—Pero cuéntame Marie, ¿qué hago con mis libros?
—Tienes que sacarlos de las estanterías. 
—Ajá. Menos mal que vienes de allende los mares a iluminarme. A ningún lector se le ocurriría jamás que hay que sacar los libros de las estanterías para ordenarlos. Está el descubrimiento del fuego, la rueda... y tú con este consejo. 
—Los libros que están mucho tiempo en la estantería sin que nadie los toque durante mucho tiempo están inactivos. O tal vez debo decir que son "invisibles".
—Ajá. Marie, define mucho tiempo. Define inactivos. Define invisibles porque yo ahora mismo, sentada en mi cuarto veo a mi alrededor varias estanterías llenas de libros que puede que no haya tocado en un par de años y desde luego invisibles no son. No es solo que los estoy viendo es que sé qué pone en sus páginas, dónde los compré, con quién, cuando los leí y porqué me gustaron o los odié. Para mí tú eres bastante más invisible. 
—Yo he sido doncella en un santuario sintoista, hay que mover tus libros y voy a hacer fus fus fus y mis polvos mágicos harán que tus libros se vuelvan conscientes. 
—Fus fus fus pero con la mano abierta voy a hacerte yo Marie Kondo porque no tienes vergüenza. Además, si vas a venderme la moto de los polvos mágicos házmelo bien: o eres Merlín con varita o eres Pablo Escobar y me traes un regalo en una bolsita o eres un hombre que me guste mucho y vaya a dejarme sin respiración. Déjalo, sería largo de explicar, doncella sintoísta. No creo que lo entiendas, esos polvos desordenan mucho. 
—Coge cada libro, tócalo. Uno a uno decides si te lo quedas o lo tiras. Por supuesto sólo tienes que quedártelo si al tocarlo sientes placer. 
—Marie, ¿qué va a ser lo siguiente? ¿explicarme como respirar? 
—Es que no me refiero al placer que te proporciona leerlos. De hecho no puedes abrirlos mientras haces limpieza, ni mucho menos leerlos. Eso rompería el hechizo. Todo tiene que ser por lo que sientas. 
—Marie no digas memeces. O dilas si te apetece pero lejos de mí o te daré con una sartén en la cabeza. 
—Alguna vez significa nunca. 
—¿Perdona? Pareces Miyagui. 
—Te digo que no tengas libros por si alguna vez los lees, eso significa que nunca los leerás.  
—Mira Marie Kondo como te lo explico para que no te estalle la cabeza. Lo leeré en el futuro quiere decir eso y, además, tengo otra cosita para comentarte. Hay libros que he leído una, dos y hasta tres veces y los tengo ahí por si me apetece releerlos. Y hay otros que sé que no releeré nunca pero que no pienso dar jamás. 
— Acumular libros con la intención de leerlos pero sin hacerlo disminuye el efecto que tienen en ti los libros que lees.
—Lapartecontratantedelaprimeraparte es la partedcontratante de la primera parte. 
—¿Perdón?
—Que no digas más chorradas. 
—El momento de leer un libros es el primer momento en el que te encuentras con él, por eso es importante tener pocos libros. 
—Marie Kondo, DARLING, según tu teoría solo podría tener un libro en mis estanterías. El libro que estoy leyendo. 
—¡Claro! así todo estaría ordenado y yo tendría razón. No olvides que soy doncella sintoísta.  
—Fus, Fus, Fus... eres la Nada. 





PD: mirad la cara de Marie Kondo haciendo fus fus.  

lunes, 5 de diciembre de 2016

Lecturas encadenadas, noviembre.

El mes de noviembre, como todos los meses impares (menos julio) es de solterismo. El solterismo es un estado vital que me sumerge en un ritmo de vida en el que no descanso y en el que, por alguna razón, que no consigo entender,  leo menos. O no. No sé, el caso es que en noviembre sólo he leído dos libros. Dos libros maravillosos y de dos autores que me encantan.

Francamente Frank, de Richard Ford. Este libro tiene una historia y como bloguera vuestra que soy, voy a contarla. A mí, internet, la red, los blogs, twitter solo me han traído cosas buenas. Una de esas cosas buenas ha sido la inmensa cantidad de gente que he conocido y que se han hecho amigos, gente cercana con la que hablar, reírme, quedar, hablar de libros y de mil cosas más y que, muchas veces, me demuestran su aprecio hacia mí haciendo cosas que me dejan sin palabras. Cuando Teresa Valdés-Solís me mandó un mensaje para preguntarme qué libro de Richard Ford quería tener dedicado me eché a reír y le dije: estás loca.

No sólo no estaba loca sino que movió todos sus contactos en Oviedo para conseguirme este libro dedicado por Richard Ford para mí.


Lo importante de los libros es su contenido pero tener un ejemplar dedicado especialmente para ti por uno de los autores que más admiras es una experiencia maravillosa y ese libro ocupa un lugar especial en mi estantería. Si además el libro te  reencuentra con un personaje, que te lleva acompañando casi 10 años, su lectura se convierte en un lugar acogedor, en una especia de volver a casa, de encontrar tu sitio, tu hueco en los cojines del sofá, tu taza de café, tu almohada.

Ford nos lleva otra vez a la vida de Frank Bascombe que ahora tiene ya 68 años, está jubilado y ha vendido su casa de la playa. Todo lo que se cuenta ocurre semanas después de que el huracán Sandy arrasasara la costa de Nueva Jersey. El libro lo componen cuatro relatos que suceden en unos pocos días pero que aparte de tener a Frank como protagonista y narrador no guardan relación entre sí.

Al terminar de leerlo y mientras escribía sobre él en mi cuaderno de lecturas pensé que, quizás, los relatos sí que tenían un nexo común y es que todos tratan del peso del pasado en nuestras vidas, en nuestro presente. No es solo que lo que hayamos hecho, pensado, decidido, amado, dejado o no, nos haga quienes somos y nos haya llevado hasta donde estamos, es que el pasado es como una goma que estiras y estiras y estiras y, a veces, en algunos momentos se suela de su anclaje en el antes y a toda velocidad viaja hasta tu presente y te golpea en la cara volviéndose tu ahora y obligándote a lidiar con ello aunque no quieras.

Eso es lo que le ocurre a Frank en estos cuatro relatos. Se me había olvidado como es de egoísta y de introspectivo, como es capaz de ignorar casi por completo lo que les ocurre a los demás centrándose únicamente en sí mismo. Es fascinante como Ford ha creado un personaje tan redondo, tan complejo y con tantos ángulos, cuesta creer que no sea una persona real, que no sea él. Es inmenso en su normalidad, en su cotidianidad.
"Yo no creo en eso desde luego. La mayor parte de las cosas que no nos matan en el acto nos matan después".
"No hay necesidad de tocar, besar, abrazar. Pero lo hago de todos modos. Es nuestro último fetiche. El amor no es otra cosa al fin y al cabo, que una interminable serie de actos individuales". 
"Porque no hay una forma adecuada de planificar la vida ni tampoco de vivirla: sólo un montón de formas inadecuadas". 
"Los errores son errores mucho antes de que los cometamos". 
No digas noche, de Amos Oz.  Compré este libro en la Feria del Libro Antiguo porque si veo algo de Oz tengo que comprarlo. Es un escritor que me fascina. Me fascina lo que escribe, sus personajes, sus historias que transcurren en un espacio, Israel, que me es completamente ajeno y extraño y me fascina él. Su cara, sus arrugas, su historia, su mirada, sus ideas, las entrevistas, sus ensayos. Un hombre fantástico frente al que me quedaría paralizada y sin habla. 

Reconocería cualquiera de sus libros aún sin ver su nombre en la portada. Es empezar a leer y entrar en un ritmo, en una cadencia de palabras, en un estado de ánimo, un estado vital tan real que noto el polvo del desierto de Israel, el calor y también el desasosiego de los personajes.

No digas noche cuenta la historia de una pareja, de Teo y Noa. Una pareja que se construye como todas, con mucho empuje y brío al principio, como se construye la ciudad en la que transcurre todo, Tel Keider y que es, creo yo, el tercer personaje de la novela. 

Las relaciones surgen de la nada como esa ciudad construida comiéndole terreno al desierto. Al principio se hace con grandes planes, teniendo en mente un ideal y luego, cuando uno la ve terminada y se pone a vivir en ella se da cuenta de que no se ajusta exactamente a lo que proyectó. No tiene porqué ser peor pero es distinto. Habitas esa relación, esa ciudad, esa casa acostumbrándote a ella, la vas haciendo tuya y luego las cosas empiezan a estropearse por el uso. Pequeños detalles que pueden no ser importantes pero que pueden enfadar y que hay que ir reparando. En esas reparaciones de la casa, de la habitación que supone la pareja uno puede hacerse daño o herir al otro, pero puede también que el arreglo, el reajuste sirva para seguir adelante.  

No digas noche va de todo esto. De las relaciones y de su continuo reajuste, siempre hay que estar afinando y calibrando. Al que se deja ir y se despreocupa se le cae la casa encima. 
"Tú eres una persona a la que le gusta resumir. No me resumas aún". 
Esa frase resume el estado en el que las relaciones dejan de repararse para simplemente convivir con el declive, con los desconchones, esperando que aguanten hasta el final o que, poco a poco, derrumben todo. 
"Aquellos que no se entusiasman con nada se enfrían y comienzan a morirse. Hay que empezar a desear de verdad. Coger la vida con las dos manos para que no se escape, si es que comprendéis lo que quiero decir. Si no, todo está perdido". 
Leed a Ford y a Oz, dos hombres fantásticos.