viernes, 14 de octubre de 2016

Lo de Dylan y el Nobel

Y el Nobel es para Bob Dylan. 

Mi primera reacción fue de sorpresa y luego risas. Me imaginé a Murakami con los ojos fueras de las órbitas por la sorpresa. Le visualicé luego, levantándose lentamente del ordenador dónde se había sentado para seguir con fingida indiferencia y los dedos cruzados el fallo del jurado, y caminar hacia su ordenada estantería de vinilos y poco a poco ir cogiendo todos los discos de Dylan y tirarlos al suelo con rabia. Toda la rabia que un japonés tántrico y que habla a su gato puede soltar. 

Me vine arriba y le imaginé incluso cantando por Siniestro Total y pensando en Dylan "Te degollaré con un disco afilado... y bailaré sobre tu tumba". 

Mientras dejaba volar mi calenturienta imaginación y me echaba unas risas a costa de mi animadversión a Murakami, la red se incendió de opiniones sobre el Nobel. 

Están los que les parece maravilloso. Dylan es un rapsoda, la literatura empezó siendo cantada, los griegos tocaban el arpa, es un juglar... y yo solo pienso en Asuranceturix, el bardo de Asterix, y en lo ridículo que estaría Dylan con mallas.  

Están los que les parece horrible. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Un guionista de televisión? ¿Un autor de comics?  Esto es una "afrenta" para todos los literatos del mundo, acabo de leer. Ole, una afrenta para todos... no solo para los que podrían ganar el Nobel sino para todos. Sospecho que el autor del artículo está sin respirar de la indignación y sospecho que mi adicción a Asterix es excesiva

Está el bando de los periodistas / especialistas culturales que los que les molesta es que la gente opine sobre el Premio y sobre Nobel. "No veo que los premios científicos se discutan tanto" o "Si no has leído y traducido todas las letras de Dylan tu opinión no es pertinente". Me troncho. A estos lo que les molesta es que les quiten su parcelita de lucimiento. Otros años podían tirarse el pisto o lucir su verdadero conocimiento (en algunos casos) sobre el premiado y eran consultados por medios y gente para dar su opinión sobre algo que casi nadie conocía. Este año su gozo en un pozo, todo el mundo puede opinar sobre Dylan porque todo el mundo le conoce. La superioridad intelectual ha perdido su semana grande de lucimiento. 

¿Qué me parece a mí? Pues la verdad es que me da igual. ¿Es Dylan literatura? Tengo mis dudas. Tengo una opinión más o menos autorizada (para el periodista de esta mañana) porque he escuchado mucho a Dylan, muchísimo, por elección personal y porque mi hermano tuvo una época de adicción absoluta en la que sólo se escuchaba a Dylan. Creo recordar que incluso tenía grabado en cintas Tdk varios programas especiales que José Ramón Pardo dedicó a toda su trayectoria musical. Algunas canciones de Dylan me gustan y otras no. A veces me parece un auténtico coñazo, otras veces me flipa y algunas veces me retrata.  

She takes just like a woman, yes, she does
She makes love just like a woman, yes, she does
And she aches just like a woman
But she breaks just like a little girl.


Tengo mis dudas sobre lo que el propio Dylan opina sobre sus escritos. "Yo ni siquiera considero escribir canciones, la canción está ahí en el aire, estaba allí antes de que yo cogiera el lápiz", dice en esta entrevista con 20 años y en la que está increíblemente "simpático".  "Yo nunca seré rico y famoso" dice con total inocencia.

¿Se merece el Nobel? Pues no lo sé pero es que además da igual. Los Premios Nobel son una organización privada que da unos galardones a quien le apetece en base a unos criterios que ellos saben y los demás no. Este año han decidido que a Dylan, pues estupendo.  A nivel de promoción y publicidad ha sido un golpe maestro.  

Personalmente hubiera dado saltos de alegría si el Premio se lo hubieran dado  por ejemplo a Philp Roth, Margaret Atwood o Richard Ford pero me alegro infinito de que no se lo hayan dado a Murakami. 

Por otra parte este premio me ha permitido decir una frase que jamás pensé que diría "Yo estuve con 15 años en un concierto de un Premio Nobel en el Palacio de los Deportes". Un concierto atroz, espantoso y muy coñazo en el que Dylan estuvo desagradable, antipático y roñoso. Tocó 50 minutos. 

¿Nobel a Dylan? Voy a decir que sí, que me parece bien, solo por las risas y la diversión que me ha proporcionado este momento. 

Eso sí, Murakami ha empezado a darme hasta penita, los del Nobel lo están masacrando. 

Haruki, ¿cuál es tu inspiración?
Los gatos, mi ego, la música americana, el folk...
Aha, pues mira le vamos a dar el Nobel a Dylan por "For having created new poetic expressions within the great American song traditition" que tanto te inspira.

¿A quién quiero engañar? Me encanta.


jueves, 13 de octubre de 2016

Jugando al despiste



La espera se hace interminable, la cola no avanza y me aburro esperando. Las niñas me están contando algo, no sé muy bien qué, cuyo hilo he perdido hace un rato. Inciso, hay mucha filosofía por ahí sobre lo interesante que es charlar con tus hijos y sí, muchas veces lo es; pero otras muchas, igual que pasa con otra gente, porque tus hijos son gente, las cosas que te cuentan son aburridas, muy aburridas. Esta historia ha empezado con algo como "hoy en clase de lengua, Fulanito ha dicho y entonces yo, que no he hecho nada..." y ahora ya va por Menganita y Fulanito y Zutanito y me he perdido. Fin del inciso. 

Me aburro y decido crear un poco de tensión.

–Chicas, me voy a hacer un tatuaje. 

El efecto es instantáneo. Me encanta. Se quedan petrificadas, me miran y hacen eso que me tanto me gusta y que yo no sé hacer: levantan una ceja. 

-Ja, sí, claro. Tú un tatuaje.Me troncho -dice C. 

M sigue con la ceja levantada y me clava su mirada azul.

Eso es imposible -dice muy seria.

–Bueno, pues no os lo creáis.
–Pero ¿cómo te vas a hacer tú un tatuaje?
–Pero ¿qué pasa? ¿Por qué no me lo voy a hacer?
–Porque los odias, nos has dicho siempre que no nos pueden gustar hombres que lleven tatuajes.
–Y lo mantengo. Ni tatuajes, ni camisetas de tirantes en restaurantes, ni anillos, ni pendientes, ni cadenas doradas ni, sobre todo, gorras de visera plana que hacen que cualquiera parezca imbécil. 
–¿Entonces? 
–Yo no soy un hombre que tenga que gustaros.
–¡Anda ya! Que no te lo vas a hacer.
–Vale, vale, pues nada. 

–Pero dinos que no te vas a hacer un libro.
–No
–Mamá, ¡ni una frase por Dios, que eso es muy hortera!
–No
-Ni un cuaderno ni una pluma.
–Que no.
–Y ni se te ocurra tu nombre en chino.
–Que nooooo. 

–Es mentira.
–Ajá. Vale, es mentira.
–¿Qué te vas a poner?
–Amor de madre hasta el infinito y más allá. 
–¡Mamá! ¡Nos estás tomando el pelo!
–¿Y si me pongo MAC? Las iniciales de las tres... sería precioso.
–Ni se te ocurra. 
–No te lo vas a hacer.
–Bueno, pues no os lo creáis. Cuando me lo haga no os lo voy a decir y no lo veréis.
–¿Te lo vas a hacer en el culo?
–¡No! 
–Entonces lo veremos. 

Por fin la cola avanza y consigo distraerlas sacando los mil cachivaches que hemos comprado en Ikea, tras algo que parecía una inteligente maniobra de distracción, conseguir apartar la conversación diaria de "necesitamos cada una un cuarto" a "compramos cosas para que redecoréis el que tenéis". La cantidad de cosas que llevo en el carro me hace percatarme de que, a lo mejor, no ha sido una maniobra tan inteligente. 

Ya en el coche de camino a casa, me doy cuenta de que mi plan para no aburrirme en la cola tampoco ha sido nada inteligente.

–Pero entonces mamá, ¿es en serio o no lo del tatuaje?
–No
–Sí es en serio... te lo noto.
–Pero ¿no decís que no tengo pinta de tatuarme nada?
–No, no tienes pinta y además los odias.
–Bueno, pues he cambiado de idea. ¿Os parece mal que cambie de idea?
–No pero ¡no sabemos si nos estás vacilando!
–Pensad lo que queráis. 

–Mamá, ¿sabes por qué cambias de idea?
–¿Por qué?
–Porque lees muchísimo. A veces, demasiado. 



martes, 11 de octubre de 2016

Lecturas encadenadas de septiembre. La Broma Infinita

Leer La Broma Infinita me llevó 55 días y anotar todas las esquinas dobladas, todos los párrafos subrayados, me ha llevado dos semanas casi completas. Copiar los párrafos que señalo mientras voy leyendo no es un mero ejercicio de copia, me sirve para repensar un libro, para hacerlo más mío y para intentar saber lo que quiero decir de él. En un futuro, cuando relea esos cuadernos, sé que en esos párrafos escogidos veré mi vida. 

Escribir sobre La Broma Infinita es complicado así que voy a hacerlo mal pero, en fin, espero que sirva para transmitir la experiencia que la lectura de sus más de 1000 páginas ha sido para mí en el verano de 2016. Vamos a intentarlo. 

Leer La Broma Infinita no se parece a leer ninguna otra cosa. 

No se puede recomendar a nadie La Broma Infinita, igual que no se puede recomendar a nadie una sesión de ayahuasca, una fiesta de LSD, tirarse en parapente o tener hijos. Es una experiencia que cada uno tiene que decidir si se arriesga a acometer o no y que no se va a parecer a nada que haya hecho antes ni tiene porqué parecerse a lo que otros han sentido.

Leer la Broma Infinita es como saltar al vacío, como lanzarte por las cataratas del Niágara metido en un tonel, esperando no solo llegar vivo al final, sobrevivir, sino disfrutarlo y salir a flote pensando "no sé cómo he llegado hasta aquí pero me ha molado muchísimo". Terminar y pensar que has disfrutado del susto, del salto, de las corrientes, de los remansos para coger aire y de los sprints. Te ha gustado tener que aguantar la respiración para bucear en las profundidades y también nadar con dulces brazadas por algunos tramos. 
"Mario, tú y yo somos misteriosos el uno para el otro. Nos miramos desde lados opuestos de esta diferencia inabordable que nos aflige. Dejemos el asunto en paz y pensémoslo". 
En La Broma Infinita lo reconoces todo pero, al principio, todo es  tan extraño que te revuelves mientras lees, casi miras a tu espalda, levantas la vista esperando que haya alguien espiándote o escrutando si eres capaz de entender lo que estás leyendo. Después, poco a poco, te acomodas a ese mundo como a una nueva casa, una nueva ciudad o un nuevo amante y luego te enamoras tanto que todo lo que suceda fuera de sus páginas y de sus líneas te da igual. 

La página 231 marca, para mí, el comienzo de ese disfrute absoluto... pasé de sentirme curiosa y miedosa a estar apabullada y deslumbrada. Enamorada hasta los huesos.  
"Que por más inteligente que te creas, eres siempre menos inteligente que eso."
"Que dormir puede ser una forma de escape emocional y con un esfuerzo sostenido se puede abusar de esa actividad."
"Que casi todo el mundo se masturba.Y parece ser que bastante.
Que el cliché `No sé quien soy’ resulta ser, por desgracia, algo más que un cliché." 
La Broma Infinita es apabullante. Apabullante como encontrarte a los pies de una gran montaña, frente a un desierto o cualquier otra cosa inabarcable y que parezca inalcanzable. 

La Broma Infinita también deslumbra. Lees y, en algunos trozos, no puedes creerte la lucidez que David Foster Wallace destila en sus páginas, la claridad mental que le hace formular ideas certeras, agudas, profundas y sabias de una manera que jamás se te habría ocurrido y que sabes que nunca más volverás a leer. Ideas que, una vez descifradas se te meten dentro y ya no te abandonarán. 

Ideas que te describen:
"ELLO también es solitario de un modo que no se puede expresar. No hay manera de que Kate Gompert pueda ni siquiera intentar que alguien entienda lo que es una depresión clínica, ni siquiera otra persona que también está clínicamente deprimida, porque una persona en este estado es incapaz de empatizar con ningún otro ser viviente. Esta Incapacidad anhedónica para Identificarse forma parte integral de Ello. Si a una persona con dolor físico le resulta difícil prestar atención a algo que no sea el dolor, una persona clínicamente deprimida no puede ni siquiera percibir ninguna otra persona como independiente del dolor universal que lo digiere célula a célula. Todo es parte del problema y no hay solución. Es un infierno". 
Leyendo La Broma Infinita te enfadas, te enfadas mucho porque crees que David Foster Wallace te está vacilando o te está tomando el pelo. Piensas que lo está haciendo a propósito para sacarte de quicio, para resultar extremadamente "raro" porque te estabas acomodando y eso no es lo que quiere él. Te enfadas y tres páginas más allá te encuentras riéndote a carcajadas porque has pillado el chiste, la gracia, porque has sido capaz de seguir su hilo de pensamiento. 
"¿Tú espías y traicionas a Suiza para tratar de mantener con vida a alguien con un gancho, fluido espinal, falta de cráneo y en coma irreversible? Y yo que pensaba que estaba perturbada. Me estás obligando a reorientar toda mi idea de la perturbación, tío". 
Reírme a carcajadas con esta frase porque es la conclusión a un diálogo absurdo entre un terrorista sin piernas por un juego adolescente con trenes y una depresiva clínica, alcohólica y drogadicta que se conocen en un bar y tienen una conversación surrealista que al principio no entiendes y al final acabas disfrutando como si tuvieras 3 años y estuvieras en una piscina de bolas. La gente que te ve desde fuera no entiende la diversión pero tú no puedes disfrutar más de lo que lo estás haciendo.  

¿De qué trata La Broma Infinita? No lo sé. Los años están patrocinados por marcas publicitarias y roedores gigantes que recorren la costa este de Estados Unidos y Canadá, ese país idílico, es un enemigo mortal. Hay terroristas en sillas de ruedas y espías con disfraces de mujer. Hay una conversación frente a un barranco en el desierto que dura 300 páginas y una extraña cinta de vídeo que provoca la muerte de todo aquel que la ve. Hay drogadictos de toda clase, putas, homosexuales, exalcohólicos, maltratadores, camellos y adictos al sexo. Hay familias, muchas. Madres y padres, hijos, hermanos, primos. Hay una academia de tenis que mi absurdo cerebro relacionaba con Hogwarts, niños prodigiosos del tenis, entrenadores que parecen sacados de las SS, túneles y partidas de Escatón. 20 páginas están dedicadas a la búsqueda de un misterioso ruido en un colchón y otras 20 a una sesión de adultos intentando conectar con su niño interior. Hay una emisora de radio en la que no se escucha nada y un adicto a la serie Mash. Está Netflix anticipado y una escena de lucha callejera narrada como la sucesión de planos de un script de una serie de televisión.


En La Broma Infinita hay de todo, está todo... hay tanto que según avanzas te vas dando cuenta de que no podrás guardarlo todo, no podrás acumularlo todo, que tus brazos no podrán abarcar todo lo que te ofrece David Foster Wallace y que tendrás que elegir con qué te quedas. 

Al llegar casi al final desarrollas dos sensaciones. Por un lado, desolación. Se está terminando y sabes que cuando lo termines será complicado y te llevará meses encontrar otra lectura; no ya a la altura, pero que por lo menos te sacuda. Por otro lado, quieres terminar cuanto antes. ¿Por qué? 

En la página 1191 tienes la respuesta
"Quieres dejarlo porque empiezas a darte cuenta de que lo necesitas". 
Esta frase resume la sensación que tienes al caminar por La Broma Infinita. Empiezas con prevención, con curiosidad precavida, vas leyendo poco a poco y vas desarrollando cada vez más ansiedad, más ganas de más, de conocer y sumergirte en ella, porque leer la Broma Infinita es inmersión y no superficie, quieres ir cada vez más profundo hasta que te das cuenta de que tienes que terminar porque empiezas a necesitarlo. Eso le pasaba a un personaje en "Amor y letras" y no quieres convertirte en un loco que acarrea las 1000 páginas de un lado a otro. 

Lo terminas y días, semanas, después sigues pegado al libro, con las  historias estallando en tu piel como ampollas. Tienes mono y síndrome de abstinencia. Te descubres apartándote de la cara jirones de tela de araña en la que se enredan tus pensamientos ... y te das cuenta de que La Broma Infinita es una tela de araña en la que has caído y de la que nunca podrás escapar, te pasarás la vida atrapado en ella y por mucho que te alejes y corras... los hilos que te unen a ella jamás se romperán. 

Algo así es leer La Broma Infinita. 

P.S: También he leído "El viajero involuntario" pero... ¿a quién le importa?



sábado, 8 de octubre de 2016

Ella no sabe titular sus posts

Sábado por la mañana. El portátil en las rodillas, la ventana abierta de par en par, los pies fríos y un pijama de rayas. Brujulea por la red con calma, leyendo lo que no ha tenido tiempo de leer entre semana, disfrutando al saber que tiene horas para ir pinchando de enlace en enlace sin rumbo. Realmente no tiene horas, una voz interior le está susurrando cosas, "deberías vestirte, ponerte a escribir un rato, tienes cosas que hacer, encargos, tareas, compromisos", pero por ahora tolera sus murmullos sin sentirse culpable. 

Encuentra unos maravillosos dibujos de animales en un solo trazo y piensa que ojalá supiera dibujar, lee una artículo sobre John Le Carré y apunta otro libro más en su lista interminable, empieza a escribir un correo y lo borra "bah, no merece la pena".

Suena el teléfono en el piso de abajo. Es curioso como ese sonido ya ni sobresalta, ni provoca ningún movimiento. Da igual quién sea, si es importante llamará al móvil que tiene a su lado entre las sábanas. O lo cogerá su madre que anda zascandileando por abajo.

¿Sí? ¡Ah, hola M!

Su madre tiene tono de sorpresa al reconocer a la interlocutora.

Ella sigue tecleando y pensando que, a estas horas un sábado, solo puede ser una mala noticia. Es una amiga de Los Molinos, vive un par de calles más allá. En dos milisegundos ella piensa que habrá llamado porque ha muerto alguien, hay un incendio o una inundación... se frena y piensa que, a lo mejor, está siendo terriblemente dramática y que, a lo mejor, solo llama porque organiza una fiesta. M era muy de fiestas, organizaba unas fiestas geniales. 

Claro, te la paso ahora mismo. 

¿"Claro, te la paso"? Están solas en casa, ella  y su madre. ¿M quiere hablar con ella? ¿Por qué? Por un segundo piensa en encerrarse en el baño y esquivar la llamada. No le gusta hablar por teléfono, lo odia y...Su madre entra sigilosa apretando el teléfono contra el pecho y susurrando:

Moli, es M y quiere hablar contigo. 

–¿Hola?
–Hola. Solo llamaba para decirte que he leído "La calle que mide mi mundo" y me he emocionado hasta las lágrimas. Porque lo has contado muy bien, porque mis hijos tienen los mismos recuerdos que tú, porque escribes fenomenal y porque ha sido maravilloso leerte. Te había escrito un comentario enorme en word pero no consigo dejarte el comentario y al final he pensado "qué narices, la llamo y se lo digo de viva voz". Ha sido maravilloso. 
–Er...muchas gracias. Muchísimas gracias por llamarme y por leerme. No sé qué decir.
–No tienes que decir nada, ya lo has escrito todo. Sigue haciéndolo. 

Cuelga el teléfono. Mira por la ventana, sigue teniendo los pies fríos y va a llegar tarde a Correos, a nadar y al aperitivo. Siempre llega tarde pero hoy con razón, tiene que sentarse a escribir estas cosas que (le) pasan y que le dejan sin palabras.