martes, 3 de mayo de 2016

Otra tarde en El Retiro


Una tarde preciosa con El Retiro petado de gente, vamos hablando de mil chorradas y pienso en las miles de veces que hemos venido, en carrito, en silla, en patinete, en bici. 

Hay una luz preciosa y mientras esquivamos turistas y parejas vamos hablando sobre patos y cisnes. Por un momento estoy tentada a contaros que los patos tienen el pene en forma de sacacorchos y que cuando practican sexo es a rosca...  una imagen perturbadora que decido no compartir todavía con vosotras. 

Me encanta el Palacio de Cristal. 
- Es un palacio de cristal como otro cualquiera-. Dice M que está en modo lo tengo todo visto.
- ¿Ah si? ¿Cuántos palacios de cristal en medio de un parque has visto, listilla? 
- Ninguno... pero no me gustan. 
- Bueno, pues a mí éste me encanta, me siento princesa cuando lo veo. 
- Mami, tú no eres más princesa porque no quieres-. Comenta C. 
- ¿Porque no llevo el pelo largo?
- Si y porque eres un desastre. 
- Pues lo siento, es la madre que te ha tocado. 
- ¿Sabes que ahora se llevan dos trenzas de raíz desde los lados de la cabeza?-. Me pregunta C cambiando de tema... o eso creo.
- Pues no, es un dato que desconocía completamente. Yo no sé hacer trenzas de raíz. 
- Ya, eres una madre un poco regular. 
- Mamá, ¿por qué no jugamos a inventarnos historias?-. Interviene M. 
- No, mejor vamos a jugar a que digáis 5 cosas que hago bien, que os gustan de mí. 
- Joooo... eso es un aburrimiento.- dice mi pequeño clon agitando su coleta. 
- No, nada de aburrimiento porque hay que pensarlo bien. No vale decir bobadas de "nos quieres mucho" y esas cosas que hacen todas las madres. Tienen que ser cinco cosas especiales de mi. 

Se callan un rato mientras vamos camino del lago. 

- ¿Nos compras un helado?
- Si os ayuda a pensar, sí.
- ¡Claro que nos ayuda a pensar!

M se zampa un Magnum de fresa (sin gluten) y C, como si tuviera una regresión a los 5 años, se pinta toda la cara con un corneto de yogur. Nos sentamos. 

- ¡Spaghettis con verduras y langostinos!-. Grita C triunfante. 
- ¡Eso no vale! Eso es cocinar y lo hacen todas las madres. 
- ¡Judías pintas con arroz!-. Se suma M. 
- Que no, que las comidas no valen. 
- ¿Tarta de zanahoria sin gluten?-. Replica M poniendo ojitos
- Bueno, venga... pero spaghettis, judías pintas y tarta de zanahoria solo cuentan como una cosa. Os faltan cuatro. 
- Que escribes-. Dice M. 
- ¿Eso te gusta?
- Sí, me gusta cuando estás en casa sentada escribiendo historias y te miro y tienes un tic. Mueves la boca mientras escribes como si estuvieras contando la historia a la vez. 
- ¿Lees lo que escribo?-. Le pregunto.
- No. Casi nunca. Sólo cuando tú me dices que lo lea, pero a veces cuando se me ha olvidado llevar fotos para algún trabajo del cole, entro en tu blog a buscar allí las fotos. Eso mola, encontrarte en internet. 
- Bien, van dos cosas. C, pequeña bruja, ¿qué dices tú?
- Tus amigos. 
- ¿Mis amigos? 
- Si, me gusta que tus amigos sean míos también. Ir a sus casas aunque tú no vayas, poder contarles cosas que a ti no te cuento, reírnos de ti, meternos contigo, que me abracen. Me gustan tus amigos. 
- Vale, eso me gusta. Ya van tres cosas. ¿Qué más? 
- ¡Los Molinos!-. Grita M. 
- Sí mami. Los Molinos mola mucho y eso es tuyo porque vamos ahí por ti y nos gusta por ti y por tus amigos y por tu familia y vamos a ir siempre siempre. Así que Los Molinos aunque no seas tú, eres un poco tú o más. 
- Bien, eso me gusta también. Os falta una. 
- Ya son suficientes. 
- No, el juego eran 5 y falta una. A ver M, piensa un poco... y piensa bien... no vale decirme como el otro día "tienes papada". 
- Te lo has tomado fatal y, además, todo el mundo tiene papada. 
- Tú no.
- Yo soy joven. 
- ¿Y yo no?
- ¡Mamá, no me líes! Tú eres joven pero yo lo soy más. 
- Vale, vale... pero venga, os falta una cosa. 
- Yo tengo una ya, - dice C. 
- A ver... miedo me das. 
- A mi me gusta cuando llegas a casa, abres la puerta y gritas... ¡Hola princezas!
- Muy bien, ¿por qué te gusta?
- Porque cuando dices eso ya está todo bien. 
- Estupendo. Ya están las cinco cosas. ¿Veis como no era tan difícil? Vamos. 

Volvemos caminando. 

- Chicas, ¿cuando sea vieja me meteréis en una residencia?
- Si tú no quieres no-. Dice C.
- ¿Y me invitarás a tu casa?
- Sí, pero yo te invito y tú me dices que no puedes venir. 
- ¿Y eso?
- Porque es mejor. 
- Jajajaja... vale. ¿Y tú M, me invitarás?
- Pues no lo sé... ya veremos. Pero mami, se me ha ocurrido otra cosa que me gusta de ti. 
- A ver. 
- Me gusta como lees. 
- ¿Y eso?
- Porque lees muy dentro. Te pones a leer mientras desayunamos o en el sofá o en cualquier sitio y te miro y pienso, yo quiero leer así. 
- Eso es precioso, cariño. 
- Lo sé. 

De todas las veces que hemos venido al Retiro, como siempre, ésta es mi favorita. 

domingo, 1 de mayo de 2016

Lecturas encadenadas.- Abril


Abril empezó por todo lo alto y ha terminado regular porque ha llegado la primavera, mayo y las flores y yo lo que quiero ahora es meterme en una caverna, un iglú o la cama y no salir hasta octubre, pero he leído mucho y no hay tiempo que perder.


La casa de cristal de Simon Mawer. No consigo recordar quién me regaló este libro por los Reyes Magos ni siquiera estoy segura de que fuera en Navidad pero el caso es que estaba en la estantería y me "llamó" y le tocó el turno. No es una gran novela ni creo que me deje mucha huella. Es la historia de un matrimonio, los Landauer, y la casa que se construyen en una ciudad de Checoslovaquia en el periodo entreguerras. En esos años después de la I Guerra Mundial en los que la historia y la sociedad quisieron aferrarse a la ilusión de que todo había terminado, de que no vivían en una pausa tensa, de que sobre los frágiles pilares del Tratado de Versalles se podría construir un mundo nuevo.


La casa de cristal es la metáfora de esa esperanza y esa ingenuidad. Una casa nueva, amplia, con luz, construida desde cero, sin anclajes con el pasado y mirando al futuro, es la protagonista de la historia. La trama de la novela no tiene mucho misterio y cuando alcanza un pelín de profundidad se desvanece como si a Mawer le diera vergüenza y no fuera capaz de seguir por el camino que ha aprendido y optara por la ruta marcada, obvia y sin complicaciones. Lo mejor de La casa de cristal es el contexto histórico en qué se desarrolla, mucho más interesante que lo que ocurre con los protagonistas.

"La idea de que pudieran derribar la casa terminó por derrotar a Liesel, que lloró no sólo por la preciosa casa en la colina de Mesto, sino también por su vida perdida y por su amor perdido y por todos los exiliados para quienes la realidad se encuadra en otra parte y se ven obligados a vivir unas vidas ajenas, como si lo que sucede no les sucediera a ellos, como si les sucediera a otros en un mundo onírico que discurre en el filo de la pesadilla". 
Estrellas Negras de Ryszard Kapuscinski es un libro SOLO para iniciados en el escritor polaco. Repito, solo para iniciados. Si alguien quiere acercarse por primera vez a la obra de Kapuscinski que NO coja este libro. ¿Por qué? Pues porque es un libro escrito antes de que Kapuscinski fuera quien llego a ser y creo que si alguien empieza por este libro es lógico, normal y natural que nunca más quiera leer nada de él y se pierda sus grandes obras maestras como Ébano, El Sha, El Emperador o La Jungla Polaca.

En Estrellas Negras acompañamos a Kapuscinski en sus primeros momentos en África, concretamente en Ghana y El Congo justo antes de que esos dos países se independizaran y adquirieran su identidad y justo eso es lo que le pasa a Kapuscinski aquí. Nos encontramos un autor que quiere contarnos África pero no sabe cómo hacerlo, no encuentra el tono, ni sabe interpretar lo que ve porque todavía todo lo es muy ajeno y tampoco sabe cómo ubicarse él en esa realidad tan absolutamente nueva.

Esta esquina la doblé porque me recordó a cómo Moehringer describía el Publicans en "El bar de las grandes esperanzas".
"El bar africano es como el foro de la Roma antigua, como el mercado de la ciudad medieval, como la taberna parisiense de Robespierre. En él nacen todos los estados de opinión: idolátricos o demoledores. El él te elevan a un pedestal o te arrojan estrepitosamente al vacío. Si el bar de admira, harás una gran carrera; si se burla, puedes volver a la selva". 
 Lo dicho, solo para fans convencidos de Kapuscinski.

Marcelín de Sempé. Esta historia, comic, cuento o tebeo... no sé muy bien como llamarlo es lo más tierno que he leído últimamente. Es la historia de la amistad entre dos niños diferentes como los somos todos. Marcelín se pone colorado sin motivo y a destiempo y Renato Piqueras estornuda sin control ni razón aparente. Se encuentran, se hacen amigos, se separan y cuando por azares de la vida vuelven a encontrarse.

Me ha encantado el tono de la historia porque no hay un mensaje más allá, ni trascendencia, ni moraleja ni enseñanzas de esas que están tan de moda ultimamente. Marcelín y Renato no son ni mejores ni peores que los demás y los demás no son malvados ni insensibles ni nada por el estilo. Es una historia sencilla, sin más.

Es un libro para tener en la mesilla y leer para sentirse mejor, para sonreír. Como mi vida es absurda muchas veces, yo lo leí una noche de jueves tras ver Shame. Hay pocas cosas en la vida que peguen menos que el protagonista de Shame con toda su soledad desesperanzada y sufrimiento y Marcelín con su celebración de la amistad y la vida... pero así es mi vida, una sucesión de cosas sorprendentes.

"Dibujo mis propias debilidades". Sempé. 
Y luego llegó él. Jamás pensé que diría algo así pero me he enamorado de un gato detective con gabardina y pantalones de pinzas. Blacksad ha sido el descubrimiento del mes y de lo que llevamos de año. Llegué a él porque alguien me dijo "Lea Blacksad", sí llamándome de usted. Recordé entonces que Pobrehermano Pequeño me había hablado de estos comics hace tiempo y se los pedí prestados. Me he pasado una semana acostándome entre humo de tabaco, casos de novela negra, amores entre gente compleja, traiciones, alcohol, música, corrupción y, sobre todo, con él... con el detective.

Blacksad es una obra maestra de guión con un protagonista redondo tanto en lo que hace como en lo que piensa, siente y dice. Es uno de esos personajes que tiene el "amor propio" del que hablaba Joan Didion para no esconderse de sí mismo, para escudriñarse hasta hacerse daño y aceptarse.

Cada tomo es un caso distinto con un millón de referencias a libros, música, acontecimientos políticos, históricos, sociales. Desde el nazismo hasta la literatura de la generación beat, desde la música de Nueva Orleans hasta el jazz de Nueva York. Tiene, además, el aroma de la novela negra más clásica, casi sorprende que no sea en blanco y negro y que las páginas no huelan a tabaco y a garito de mala muerte.

Y si las historias son una pasada, el dibujo es increíble. Incluso a mí que soy una completa neófita en esto del comic y dudo muchísimo que tenga el ojo adiestrado para valorarlo como se merece el dibujo me ha parecido sencillamente alucinante, me he quedado atónita. He pasado minutos escudriñando las escenas, cada detalle, cada expresión, cada personaje. A veces parece el story board de una película y otras El jardín de las Delicias de El Bosco.

Corred a leerlo.
"Para mí el infierno es la nada. Un lugar sin amigos, sin música, sin palabras que estimulen la imaginación ni belleza que exalte los sentidos".  (Vol 4. El infierno, el silencio)


He terminado el mes con Y Eso Fue Lo Que Pasó  de Natalia Ginzburg que compré en la Librería Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes mientras esperaba a un amigo. Lo he leído del tirón en una mañana, metida en la cama viendo el cielo azul y las montañas y los árboles. El azul y la amplitud del paisaje creo que hicieron más llevadera esta historia tan terrible, tan claustrofóbica y tan gris.


Es una historia tan trágica y tan angustiosa por lo real y cotidiana que resulta. Una relación amorosa que empieza por casualidad, y que evoluciona hacia una trampa mortal, más bien vital porque es una condena a vivir en desgracia, porque ninguno de los dos protagonistas toma ninguna decisión en su vida, se dejan llevar por una inercia que acaba envileciéndoles hasta destruirlos a ellos y a todos los que les rodean.

Está escrita en primera persona, desde el punto de vista de la protagonista y, por eso, y por el hecho de que ella cree estar enamorada de un hombre cuando en realidad está enamorada de la idea de estar enamorada me ha recordado muchísimo a "Carta de una desconocida" de Stefan Zweig. Dos historias en las que las protagonistas se anulan a sí mismas, se aniquilan en beneficio de unos hombres que ni siquiera las perciben... ni las ven.

Ginzburg, de la que ya había leído Léxico familiar, escribe de una manera que te encoge el aliento, la palabra justa, la frase exacta.

Del prólogo rescato estas palabras de Natalia Ginzburg que se me han quedado grabadas porque podía haberlas (salvando las distancias) escrito yo.


"Algunas personas cuando han leído esta historia, me han llegado a decir: Si hubieses sido más feliz, habrías escrito una historia más bella. Yo nunca decía nada porque me parecía que tenían razón, pero era más cierto aún que no se trataba de que yo estuviese intentando ser menos infeliz escribiendo aquella historia, sino sencillamente intenta escribir algo a pesar de mi infelicidad y sin haberme curado, escribir sin dejar que mi infelicidad enturbiara e hiciera enfermar las cosas que escribía. Aunque para llegar a ese punto es necesario que la infelicidad no sea en nosotros una pregunta lacrimosa y llena de ansiedad, sino una conciencia absoluta, inexorable y mortal". 
Una maravilla de lectura solo para valientes porque es un libro que te deja del revés, con el alma al aire y sin aliento.

Y con la Ginzburg resonando todavía en mi interior, hasta los encadenados del mes de mayo.

martes, 26 de abril de 2016

Deseo y ansiedad

Ansiedad, de tenerte en mis brazos 
musitando,... palabras de amor 
ansiedad, de tener tus encantos 
y en la boca, volverte a besar.

No sé, y además me da igual, quién escribió esta letra para Nat King Cole pero no puede ser más confusa ni estar más equivocada. Lo que supongo que Nat King Cole quería decir es que se moría de ganas, que agonizaba de deseo. 

La ansiedad y el deseo son sentimientos, mejor dicho, sensaciones completamente diferentes. Para empezar y, casi valdría para terminar, el deseo suma y la ansiedad resta. 

Cuando te mueres de deseo, cuando no puedes pensar en otra cosa que lo que deseas, esa sensación te eleva. Es verdad que distrae y desconcentra, cuesta centrarse en las obligaciones pero es una sensación que reconforta. El deseo te calienta, te hace sentir vivo, tener ganas de vivir, de hacer cosas para que pasen las horas, de experimentar, de correr. Cuando el deseo es muy fuerte puedes, incluso, sentir que caminas más ligero. ¡Joder, hasta te ves más guapo! El deseo hace el mundo más brillante, más nítido, más de colores. 

Desear a alguien (o algo) es una actitud activa, una decisión que se descubre por sorpresa en uno mismo y que se cultiva, se cuida y se mima porque se sabe frágil. No hay nada más quebradizo que la incipiente ilusión de un deseo. Nunca llega de golpe, nunca te lo encuentras de bruces. Empieza como un pequeño brote, algo que, en un principio puede ignorarse o aparcarse a un lado y, de hecho, cuanto mayor eres más intentas apartarlo. Sin embargo, un buen día descubres que ha germinado y que las ramas se te salen por la boca, los ojos, las manos y los pensamientos. Desde el centro mismo de tus entrañas te hace vibrar. 

El deseo te recorre como una corriente eléctrica y revitaliza.Te hace cosquillas. El deseo se comparte, se ve en la cara, se escucha en la voz y se nota en la sonrisa. 

La ansiedad se parece al deseo como un huevo a una castaña. Para empezar es traicionera. Ataca por sorpresa, te golpea en la frente, te cae encima como un peso muerto. Un buen día te despiertas y la tienes ahí, sentada a horcajadas sobre tu pecho donde se hace fuerte. Te paraliza poco a poco los órganos vitales. Consigue que dejes de hablar, de comer, de ver y de sentir. Ni siquiera oyes, solo escuchas su voz en tu cabeza "estoy aquí y he venido para quedarme, sin razón aparente, solo para joderte la vida". La ansiedad aterroriza. 

La ansiedad te coloniza y te resquebraja. Te cuartea y tienes que guardar cada pequeño aliento, cada bocanada de aire que consigues, para tratar de que los trozos no se separen demasiado y puedas recomponerte. La ansiedad es solitaria, no se cuenta y no se enseña porque ni siquiera te deja hablar. Crees que si abres la boca para decir algo sólo se oirá su voz "jajaja, no seas patético...¿qué vas a decir?" 

La ansiedad hace que tu mundo se aplane, se vuelva gris, que la realidad se desenfoque y que no encuentres tu sitio. Con la ansiedad se llora a arcadas, a golpes que te parten el pecho. 

El deseo te dice exactamente dónde tienes que estar, dónde quieres estar. Y cuando se colma, si se colma bien, se puede llorar de éxtasis. 

En el deseo nadas.
En la ansiedad te ahogas.

Y, para mi que Nat King Cole hacía largos en el deseo de una TSNR a punto de resolverse. 

sábado, 23 de abril de 2016

Hombres fantásticos (V): Amor y libros


Está demasiado cerca y temo que note que la estoy mirando. Sin que ella se diera cuenta, desde el otro lado de la calle he estado mirándola un buen rato. Después, he cruzado para verla más de cerca, quizás tenía que haber seguido mi camino. 

Tenía la esperanza de que al acercarme me gustará menos o no me gustara. Todo es más bonito desde lejos, la imaginación es muy cabrona. Quizás descubriera que los libros que miraba concentrada eran de maquillaje, o de como celebrar tu boda en 25 sencillos pasos o de manicuras con ingenio. Pero ¿Qué tonterías estoy pensando? Sabía que no, lo sabía. 

Quizás debería haberme alejado. ¿Cómo es esa frase? Las mujeres que leen son peligrosas. Qué chorrada de frase y que cierta es por otro lado. ¿Los hombres que leemos somos peligrosos? No sé, pero yo ahora mismo no tengo peligro, lo que estoy es acojonado. 

La he seguido paseando por la librería. No me ha visto, ni me ha intuído,  ni se ha fijado. Los libros eran lo único que le interesaba. Ha recorrido las estanterías mirando, agachándose, poniéndose de puntillas para llegar a los estantes de más arriba. Por un momento he estado tentando de acercarme a ayudarla a alcanzar un volumen que intentaba agarrar con la punta de los dedos. Me he contenido, no sé si por miedo a que me sonriera o a que me dijera ¿Insinúa que soy bajita? (Pero sí, es bajita)

En la caja se ha reído al pagar, ha charlado con el librero y antes de salir he podido echar un vistazo a la lista de "libros pendientes" que tiene en el móvil y de la que ha tachado unos cuantos que lleva en una bolsa. La lista es tan larga como para estar leyendo toda una vida. ¿Me enseñará esa lista? 

Sale, se va... la voy a perder de vista. Intento pensar en algo para decirle, en algo que le llame la atención. Disimulo mirando los libros de ocasión de la puerta y, entonces, vuelve sobre sus pasos y ahora está aquí, demasiado cerca. Oigo su respiración mientras me ignora completamente. ¿Soy transparente? Disimulo mientras rebusca a mi lado, tocando los libros justo después de que los toque yo. Las manos pequeñas, las uñas cortas, sin anillos. Nos vamos a rozar... Vaya, parece que queremos el mismo libro. 

Ahora o nunca... el infierno es para los cobardes. 

- Hola, ¿puedo invitarla a una cerveza?

Sonríe. 

- Que sea un vino. 

Huele a limón y a verde. Menos mal que no seguí mi camino, quizás pueda leer con ella.