lunes, 22 de febrero de 2016

La bata de beber

Primer acto.

Se abre el telón. Noche madrileña. Grupo de amigos a la puerta de un garito que se llama "Granjero busca campero". Charlan animadamente, tras comerse unos bocadillos después de disfrutar un concierto.

–¿Qué hacemos?
–Pues yo tengo sueño. 
–¿A casa?
–¿A CASA? Pero si son las 12. ¿Cuántos años tenemos? ¿16?
–Peor Moli, tenemos casi 50. 
–Eso seréis vosotros. 
–A casa. ¿Te vienes? ¿Compartimos taxi?
–Claro, no me voy a quedar aquí a hacer amiguitos en los bares.

************

Segundo acto.

Interior taxi. Pareja de amigos y nuestra heroína. Actor secundario: taxista.

Joder, qué lamentable. Las 12 y a casa –se lamenta la heroína.
Bueno, es que nosotros mañana tenemos que blablablablá.
–Ya, ya. Bueno, pues visto lo que he visto, cuando llegue a casa me tomo una copa. 
–¿Tienes bata de beber?
–¿Bata de beber? ¿Qué dices? ¿Qué es eso?
–Hombre, una bata de beber. De toda la vida –comenta el taxista.
Pero oiga, ¿CÓMO QUE UNA BATA DE BEBER?
Claro, una bata de beber, la copa y gatos –insiste.
Pero vamos a ver, ¿TENGO PINTA DE TENER BATA DE BEBER?
–No, pero es que no funciona así. Primero tienes pinta normal, luego te pones la bata y te mimetizas con ella. 
–Jajajajajaja. ¿Has visto Moli? –los amigos de la heroína se descojonan.
Vamos a ver. Vamos a dejar las cosas claras. Yo no tengo bata de beber. Tengo unos vaqueros mugrientos que se me caen y una sudadera gris de NY con los que me fantaseo medianamente sexy en el improbable caso de que alguien llame a la puerta y yo abra con una copa en la mano. 
–No, no. Nada de vaqueros y sudadera. Bata de beber con manchas. 
–Jajajajaja –el coro se descojona.
Pero oiga, ¿en qué momento además de tener bata de beber la tengo con manchas?
–Es por los gatos. 
–¿Qué gatos?
–Jajajajajajaja. Menos mal que no te has quedado haciendo amigos, nos hubiéramos perdido esto. 
–Hombre, bata de beber y gatos. De toda la vida. 
–Oiga, a este paso voy a terminar diciéndole que pare en cualquier bar solo para tomarme un sol y sombra dando un golpe en la barra y quitarme esa imagen de mi misma como Mrs. Ropper con permanente, redecilla y gatos. 
–Y la bata de beber.
–Bueno Sue Ellen, nosotros nos bajamos aquí. Mándanos una foto al wasap con tu bata de beber.
–Iros un poquito a la mierda...

*******

Tercer acto. La heroína se queda sola con el taxista.

Oiga, nosotros no éramos así. Es que estamos mayores.
–Ya, yo también. 
–¿Tiene usted bata de beber? JA.
–Pues casi pero es que ya me he retirado de beber. Ha sido cumplir los 30.
–¿LOS CUÁNTOS?
–30. 
–Jajajajaja, vale...
–¿Y esas risas?
–Nada, nada. Es aquí. Mil gracias. Me voy con mis gatos imaginarios y mi sudadera de Nueva York.
–Y la ba..
–Ni una palabra más sobre la puñetera bata de beber. 

**********

Interior dormitorio. Nuestra heroína lee en la cama, se le cierran los ojos, el libro se le resbala de las manos. Consigue recobrar la conciencia lo suficiente para dejar el libro en la mesilla, apagar la luz y girarse mientras piensa: A Dios pongo por testigo que jamás tendré una bata de beber.

Fundido a negro sobrio.

viernes, 19 de febrero de 2016

Hombres fantásticos (III)

Es tarde por la tarde. Esa hora que en invierno marca el momento de meterse en casa, hacerse bolita y ya no salir a la calle, pero que en verano señala el momento en el que empiezo a reactivarme. No tengo claro si es junio o septiembre... creo que junio. Finales. 

La cita, el encuentro mejor dicho, es en una playa. Hemos quedado en una explanada, en uno de sus extremos. Nunca he estado en esa playa, nunca he estado en California, pero ésta es una fantasía grande y ambiciosa. Una fantasía con ínfulas. 

Por supuesto, y como siempre, llego tarde. ¿Cómo consigo llegar siempre tarde? No es a mala fe, sencillamente confío siempre en llegar a los sitios en 10 minutos independientemente de la distancia que me separe de ellos. Esta vez, sin embargo, llego tarde porque me he quedado dormida. Estaba agotada tras pasar la noche sin dormir de los nervios e histérica por la perspectiva de este plan; me tumbé a leer para desconectar y relajarme y se me fue la mano... he dormido más de dos horas y me he despertado con el tiempo justo para ducharme e intentar borrar las arrugas de la sábana sudada de mi cara. He tenido poco éxito pero como el plan es en una playa en pantalón corto, camiseta y chanclas tampoco importa mucho. 

Lo de las chanclas no lo tenía claro, no conozco la playa y lo mismo hay mil rocas o yo que sé. He echado unas zapatillas al maletero por si acaso. Por si acaso también llevo un forro polar, una caja de vino, una cazadora vaquera, seis libros y una hucha con monedas de dos euros... pero eso es otra historia. 

Me está esperando, es otro de esos hombres puntuales. Le reconozco aunque está de espaldas, apoyado en la barandilla de madera viejuna mirando el mar. Se gira al oír el coche. Fantaseo por  un segundo con hacer un trompo pero me parece un alarde de macarrismo francamente innecesario. Aparco despacio, saco las llevas del contacto y al salir del coche las guardo en el bolsillo de atrás de los vaqueros. Ni bolso, ni gafas, ni móvil. No tengo que llevar nada. 

Levanto la mirada y sonrío con toda la cara, con mi mirada de "estoy histérica pero disimulo". Él también sonríe, sin nervios. Es uno de esos hombres que siempre parecen estar a gusto en el sitio dónde están. 

Echamos a andar, se coloca a mi izquierda y aunque intento contenerme, no puedo. No podré centrarme en la conversación ni disfrutar del momento si camina a mi izquierda. 

-¿Te importa que me ponga al otro lado? -le digo mientras le paso por detrás y me coloco a su izquierda. 

Me mira con sorpresa. 

- No, no me importa. ¿Es tu lado bueno?
- No, es una manía. Si camino a tu derecha no podré concentrarme. 

Es una playa enorme, larga, ancha y, por lo que veo, poco frecuentada. Caminamos por la orilla, ya nos hemos mojados los pies y la ligera inclinación del suelo hacia el mar hace que él parezca más bajito de lo que es. A la vuelta la bajita seré yo. 

Hablamos de la playa, me cuenta porqué le gusta, cómo la descubrió y cómo enseguida supo que en cuanto pudiera viviría en una casa desde la que viera el mar. Se da la vuelta y me señala a nuestra espalda una casa trepada en un acantilado. 

- Vaya, un tipo con suerte. 

Hace muchos, muchos años que descubrió la playa. Le miro de reojo mientras me cuenta la historia. No parece que tenga 51 años y a la vez da la sensación de haber vivido mil vidas. 

Decido contarle que a pesar de lo famoso que es yo no sabía quién era hasta hace un par de años. Estaba en el curro, leyendo un documento que me estaba provocando ganas de matar cuando en la música que sonaba en mis cascos y que era el vídeo de You Tube de un cantante que me encanta... se coló su voz. 

Me quedé petrificada. Aparté el documento y miré el video. Allí estaba, un tio bajito con una gorra calada hasta las cejas... y esa voz. Esa voz, su voz.  

Escuché esa canción más de 20 veces ese día. Recuerdo girarme y preguntar a mis compañeros: ¿Por qué nadie me había hablado de este hombre nunca? 

-¡Pero sí es superfamoso!

Se ríe cuando se lo cuento. No sé si por cortesía, nerviosismo o porque realmente ha sido gracioso. Da igual. Me embalo a contarle que su voz es balsámica para mí. Me calma, como a las fieras. 

Seguimos caminando mientras chapoteamos en las olas. Hablamos de libros. De David Foster Wallace y de Philip Roth, de Steinbeck y de Margaret Atwood. Así, llegamos al final de la playa, a ese momento raro en el que uno no sabe nunca cuando hay que darse la vuelta para desandar el paseo. ¿Querrá llegar hasta el final? ¿Un poco antes? ¿Se parará? ¿Dirá algo? 

Decido tomar la iniciativa y me paro. 

- ¿Volvemos? 
- No, todavía no. 

Empieza entonces a caminar por las rocas. No sé muy bien dónde pretende llegar pero le sigo, no me queda otra. Trepamos y trepamos, y mientras lo hacemos me dejo un dedo gordo contra una piedra... llegamos a un pino que hay en la pequeña loma que pone fin a la playa. Miro el mar, el paisaje, la playa por la que hemos venido y, por el rabillo del ojo, veo que él se acerca al árbol y sobre una montaña de rocas coloca una pequeña piedra que le había visto coger antes. 

-Es una manía. Cada vez que vengo hasta aquí subo una de las piedras de la orilla y la coloco en el montón. Me mola pensar que dentro de muchos años el pino ya no estará, el mar habrá arrasado esta pequeña colina y las piedras volverán a la orilla. 

No digo nada pero en mi imaginación calenturienta las piedras han empezado a hablar y ahora mismo están comentando: "Ya ves tú la gracia del maniático este, con lo bien que estábamos en la orilla". 

Volvemos a bajar y reemprendemos el camino en sentido contrario. Hablamos de cine, de películas que nos encantan y películas que odiamos, de placeres culpables, de pelis para llorar y yo hablo de Mary Poppins. 

-¿Mary Poppins? ¿No te da vergüenza?
-Por supuesto que no. Es una obra maestra. Es sabiduría suprema

A pesar de las señales de alarma ya voy lanzada, así que le confieso que Into the wild me parece un coñazo de película. Peor, me parece una oda al egoísmo místico con ínfulas salvadoras. 

-Pero no puedes enfadarte, porque la vi entera sin parpadear gracias a tu música. 

No se enfada. Caminamos en un silencio cómodo que no es tal silencio. Se oyen las olas, nuestros pies chapoteando en la orilla y a un par de gaviotas muy desagradables. (Cuánto daño ha hecho Disney, me descubro pensando en que las gaviotas deben estar cotilleando sobre nosotros: "Eh, tú, ¿has visto esos dos?"). 

El sol ha ido bajando y está a punto de tocar la línea del mar al fondo, en el horizonte. Le hablo entonces de Rayo Verde, la novela de Julio Verne que leí de niña y que me marcó tanto que 30 años después me sigue viniendo a la mente cada vez que veo una puesta de sol en el mar. 

Decidimos sentarnos a mirar el rayo verde. La arena está agradablemente fresca pero no fría. No despegamos la vista del horizonte y me cuenta que de niño no le gustaba leer y le daba miedo el agua. Le oigo pero no le escucho. Pienso en que su voz huele a leña, a fuego, a chimenea, a sitio seguro. 

-¿Hola?
-Perdona. 
-No me estabas escuchando. 
-Sí, pero poco. Te estaba sintiendo hablar. 
-Tienes respuesta para todo. 

Se pone el sol. Me fascina cómo siempre hay un momento en el que parece que es imposible que vaya a desaparecer y al momento siguiente ya no está. Se me ocurre que es como la muerte, no te crees que te vaya a pasar y al momento siguiente te cae encima sin dejarte respirar. 

Hablamos de música mientras se hace completamente de noche. De Bruce, por supuesto, y de Glen, y yo le cuento una historia absurda sobre Frank Zappa con la que me enredo y me hago un lío. 

-¿Sabes cantar? -me pregunta. 
-No. Y no voy a probar a enseñarte lo horriblemente mal que lo hago aunque me lo pidas de rodillas. 

Se ríe a carcajadas y me doy cuenta de que es uno de esos hombres que puede permitirse llevar el pelo largo y sostener un ukelele y resultar increíblemente sexy.. En un esfuerzo de contención totalmente sobrehumano, no se lo digo. 

-Se acabó el paseo. ¿Tienes hambre?
-Sí. 
-¿Pizza y cerveza?
-Pizza y vino. 
-Hecho. 

No contaba con este plan pero es lo que tienen las fantasías, que crecen solas. 

martes, 16 de febrero de 2016

Mi nueva adicción, los podcasts

El sábado fue el día de la radio. Recordé mi post de hace una eternidad en el que comentaba que a mí la radio no me gusta. Lo releí, me reí y confirmé lo que pensaba hace seis años: la radio no me gusta. No es que me parezca un horror ni un espanto, pero no le tengo veneración. Podría vivir sin radio y no me pasaría nada. 

Que no me guste no quiere decir que no la escuche. Tampoco me gusta poner la lavadora, echar gasolina o sacar la basura y son cosas que hago a diario. Lo de la radio es igual. Enciendo la radio cuando llego a la cocina para desayunar. Cuando llego, porque, sólo la pongo mientras estoy calentando el café y haciendo la tostada; cuando está todo preparado, la apago y desayuno en silencio, leyendo. 

Vuelvo a encenderla cuando me meto en el coche. Si voy bien de tiempo llego justo a escuchar las noticias sobre Madrid que me interesan entre cero y nada. Después viene la cuña y el saludo del opinador mañanero que menos me chirría y que más tolero. Su saludo viene empaquetado entre cuñas sobre brindar con Rioja, pastillas para la pesadez de estómago y alarmas de seguros. Hace un par de meses le puse un tuit diciendo que las cuñas no dejaban ver el anuncio y al día siguiente casi me estampo por la M50 cuando le escuché decir "Y ahora unos consejos publicitarios especialmente dedicados a una oyente que se llama Molinos y que sé que está muy atenta". 

Aguanto unos 15 o 20 minutos antes de notarme hervir la sangre. Voy calentándome yo sola, indignándome con los tertulianos de chichinabo. No entiendo que el opinador mañanero tenga a ciertos personajes sentados a su mesa sin que se le agrie el café con leche que se debe meter en vena desde las seis de la mañana... pero supongo que por eso le pagan. Yo no podría, ni siquiera los aguanto más de 10 minutos. 

Ese ha sido todo mi consumo radiofónico hasta hace 4 meses. Lo confieso, me he enganchado a dos podcasts. Confieso también que empecé con poca fe, tenía nula confianza en ser capaz de engancharme a un programa de radio y seguir el hilo durante la hora de ida y la hora de vuelta que conduzco a y desde los libros de colores. Pensé que me pondría nerviosa, que me parecerían un coñazo, que perdería el hilo y lo tendría de fondo como quien oye llover... pero no. 

La primera de mis adicciones se llama La cultureta. Es exactamente lo que se intuye por el título. Una reunión de listos, de gafapastas hablando de cosas de cultura, de culto casi, de las que nunca hay tiempo para hablar en programas generalistas. El mismo opinador mañanero conduce este programa; por cierto es Alsina. Tiene cuatro acompañantes que por alguna extraña razón, supongo que monetaria, al cabo de unos meses son captados por la Ser y desaparecen del mapa. De la alineación original solo queda uno, Ruben Amón, un tipo que me mola y con el casi siempre estoy de acuerdo o por lo menos en desacuerdo interesante. El resto de la banda lo componen ahora mismo Rosa Belmonte, un tal JF que no sé quien es pero que sabe bastante de música, Rafael Torres, que ha sido el último en llegar y todavía habla como con vergüencita y el director de cine Rodrigo Cortés, que sabe muchísimo de cine y, además, le encanta oírse. Sabe mucho pero creo que necesitaría un programa para él solo. 

El podcast va de series, de pelis, de libros míticos y libros nuevos, de curiosidades de la historia que vengan a cuento, de música... Todos ellos tienen el tono justo de "parece que estoy improvisando" pero en realidad la noche anterior estuvieron brujuleando, buscando información.  

Es entretenido, se aprende y se descubre un montón de cosas que ver y que leer... y otro montón que sé que no tengo que tocar ni con un palo. Esta semana he descubierto a Norman Corwin, pionero de la radio y autor de este maravilloso pasaje escrito para un programa de radio y que denunciaba los bombardeos de Gernika por la aviación alemana.

"Supongamos que es por la mañana, ya saben cómo son las mañanas, han visto ustedes miles de ellas. Se levantan desde el este, enormes como el Universo y se mantienen de pie en el cielo hasta el mediodía. Han visto ustedes todo tipo de mañanas. Algunas vienen con la cara sucia, como si hubieran pasado la noche en un arroyo entre dos estrellas. Algunas son desafiantes y blanden grandes vientos. Algunas, al amanecer, son como un hilillo de sangre dónde la noche se reúne con la fatalidad. Algunas son todo inocencia, sorprendidas de ser la misma mañana en un planeta tan pequeño."


La segunda adicción es de troncharse. No porque sea de humor sino por lo que estoy aprendiendo. Un buen día, hace tres meses o así, se me ocurrió preguntar: "Alguien puede darme una lista de spotify sobre música clásica para completos incultos musicales". 

"Música y significado" fue la respuesta de mi gran amigo Dani. Ese es el nombre de un podcast de Radio Nacional absolutamente maravilloso sobre música clásica. 

El conductor, locutor, erudito de la música que conduce esta nueva adicción se llama Luis Ángel de Benito y mi relación con él, con su voz y su programa atraviesa ahora la fase que en un ligue se definiría como "me río tanto con él a pesar de lo raro que es". 

Luis Ángel sabe muchísimo y lo cuenta muy bien. Lo mismo te desbroza una sinfonía de Mahler que te hace un programa sobre Música y cine o sobre Música que cura heridas. Gracias a él y a su programa he descubierto que Schuman me aburre y me he vuelto superfan de Sibelius, compositor que hasta hace un mes no sabía ni que existía. 

La música que pone Luis Ángel es siempre interesante, pero no lo es menos todo lo que él cuenta, el contexto histórico, personal y sentimental del compositor en cuestión. Opiniones y teorías de expertos y, luego, lo mejor: sus propios chascarrillos. Todo aderezado con las coletillas que repite siempre y que si bien al principio me chirriaban un poco, ahora, en mi fase de descubrimiento, me hacen sonreír. 

Luis Ángel siempre dice "amigas y amigos", cuando dice el nombre de un compositor o un erudito repite siempre el nombre y dice "tal y como suena", "Bloom...escrito BlOOM con dos Oes". Y, a veces, se enreda él solo y yo me troncho sola en el coche:
"Aquí uno opina que la película está genial, que Charlton Heston está genial, es un tío además guapísimo. Todo funciona estupendo. Además, bueno, yo soy hetero, que lo digo con esa perspectiva. Soy bastante hetero, así que bueno pues... Bueno, bastante hetero, soy normal de hetero pero quiero decirles que no lo digo con otro ánimo". 

Fuera de bromas, he aprendido muchísimo de música clásica y estoy aprendiendo a distinguir lo que me gusta de lo que me deja indiferente.  

Estos dos programas de radio, La cultureta de Alsina y su banda y Música y significado del genial Luis Ángel de Benito han conseguido lo que ninguna radio había conseguido hasta ahora; que esté deseando que llegue el momento de sentarme a escucharlos, que espere con emoción el sábado para descargarlos sabiendo que el lunes será un poco menos horrible pudiendo meterme en vena dos dosis más. 

Os los recomiendo muchísimo. 



viernes, 12 de febrero de 2016

12 de febrero.- 43 años

Hoy, 12 de febrero, cumplo 43 años y celebro que, en el Día de Darwin, he evolucionado a chica con suerte. 

Algo de suerte y de azar hay en la vida de todos, en la mía desde luego, y soy muy fan de escudriñar los encadenamientos de circunstancias que en un determinado momento me llevaron a conocer a alguien, a leer determinado libro o tomar aquella decisión. 

Hay suerte en mi vida o circunstancias que no controlo pero cuando digo que soy una chica con suerte no me refiero a nada de lo externo que me ocurre, o tengo o disfruto. 

Ahora mismo, el día que cumplo 43 años me siento una chica con suerte. Esa es la expresión correcta, ME SIENTO UNA CHICA CON SUERTE porque soy intensamente consciente de todo lo que (me) pasa. Siento cada día y cada cosa. 

Sé si estoy contenta, triste, eufórica, disgustada, herida, cabreada, hostilizada, indignada conmigo misma por ser imbécil o satisfecha por algo que he conseguido y que sólo yo sé. Me siento débil, agotada. O fuerte y con ganas de comerme el mundo. Me entusiasmo y lo sé. Me cabreo y lloro. Duermo agotada y me despierto en medio de la noche con la cabeza en ebullición o abro los ojos en la mañana sin creer que haya dormido del tirón. No hago nada que no me apetezca si puedo evitarlo. No tengo más compromiso personal que conmigo misma y la persona que soy ahora mismo. 

Me siento una chica con suerte, con la suerte de sentirme así y ser consciente de ello y lo estoy disfrutando muchísimo. 


100 fotografías para recordar mi año 42.

Gracias a todos.