viernes, 19 de febrero de 2016

Hombres fantásticos (III)

Es tarde por la tarde. Esa hora que en invierno marca el momento de meterse en casa, hacerse bolita y ya no salir a la calle, pero que en verano señala el momento en el que empiezo a reactivarme. No tengo claro si es junio o septiembre... creo que junio. Finales. 

La cita, el encuentro mejor dicho, es en una playa. Hemos quedado en una explanada, en uno de sus extremos. Nunca he estado en esa playa, nunca he estado en California, pero ésta es una fantasía grande y ambiciosa. Una fantasía con ínfulas. 

Por supuesto, y como siempre, llego tarde. ¿Cómo consigo llegar siempre tarde? No es a mala fe, sencillamente confío siempre en llegar a los sitios en 10 minutos independientemente de la distancia que me separe de ellos. Esta vez, sin embargo, llego tarde porque me he quedado dormida. Estaba agotada tras pasar la noche sin dormir de los nervios e histérica por la perspectiva de este plan; me tumbé a leer para desconectar y relajarme y se me fue la mano... he dormido más de dos horas y me he despertado con el tiempo justo para ducharme e intentar borrar las arrugas de la sábana sudada de mi cara. He tenido poco éxito pero como el plan es en una playa en pantalón corto, camiseta y chanclas tampoco importa mucho. 

Lo de las chanclas no lo tenía claro, no conozco la playa y lo mismo hay mil rocas o yo que sé. He echado unas zapatillas al maletero por si acaso. Por si acaso también llevo un forro polar, una caja de vino, una cazadora vaquera, seis libros y una hucha con monedas de dos euros... pero eso es otra historia. 

Me está esperando, es otro de esos hombres puntuales. Le reconozco aunque está de espaldas, apoyado en la barandilla de madera viejuna mirando el mar. Se gira al oír el coche. Fantaseo por  un segundo con hacer un trompo pero me parece un alarde de macarrismo francamente innecesario. Aparco despacio, saco las llevas del contacto y al salir del coche las guardo en el bolsillo de atrás de los vaqueros. Ni bolso, ni gafas, ni móvil. No tengo que llevar nada. 

Levanto la mirada y sonrío con toda la cara, con mi mirada de "estoy histérica pero disimulo". Él también sonríe, sin nervios. Es uno de esos hombres que siempre parecen estar a gusto en el sitio dónde están. 

Echamos a andar, se coloca a mi izquierda y aunque intento contenerme, no puedo. No podré centrarme en la conversación ni disfrutar del momento si camina a mi izquierda. 

-¿Te importa que me ponga al otro lado? -le digo mientras le paso por detrás y me coloco a su izquierda. 

Me mira con sorpresa. 

- No, no me importa. ¿Es tu lado bueno?
- No, es una manía. Si camino a tu derecha no podré concentrarme. 

Es una playa enorme, larga, ancha y, por lo que veo, poco frecuentada. Caminamos por la orilla, ya nos hemos mojados los pies y la ligera inclinación del suelo hacia el mar hace que él parezca más bajito de lo que es. A la vuelta la bajita seré yo. 

Hablamos de la playa, me cuenta porqué le gusta, cómo la descubrió y cómo enseguida supo que en cuanto pudiera viviría en una casa desde la que viera el mar. Se da la vuelta y me señala a nuestra espalda una casa trepada en un acantilado. 

- Vaya, un tipo con suerte. 

Hace muchos, muchos años que descubrió la playa. Le miro de reojo mientras me cuenta la historia. No parece que tenga 51 años y a la vez da la sensación de haber vivido mil vidas. 

Decido contarle que a pesar de lo famoso que es yo no sabía quién era hasta hace un par de años. Estaba en el curro, leyendo un documento que me estaba provocando ganas de matar cuando en la música que sonaba en mis cascos y que era el vídeo de You Tube de un cantante que me encanta... se coló su voz. 

Me quedé petrificada. Aparté el documento y miré el video. Allí estaba, un tio bajito con una gorra calada hasta las cejas... y esa voz. Esa voz, su voz.  

Escuché esa canción más de 20 veces ese día. Recuerdo girarme y preguntar a mis compañeros: ¿Por qué nadie me había hablado de este hombre nunca? 

-¡Pero sí es superfamoso!

Se ríe cuando se lo cuento. No sé si por cortesía, nerviosismo o porque realmente ha sido gracioso. Da igual. Me embalo a contarle que su voz es balsámica para mí. Me calma, como a las fieras. 

Seguimos caminando mientras chapoteamos en las olas. Hablamos de libros. De David Foster Wallace y de Philip Roth, de Steinbeck y de Margaret Atwood. Así, llegamos al final de la playa, a ese momento raro en el que uno no sabe nunca cuando hay que darse la vuelta para desandar el paseo. ¿Querrá llegar hasta el final? ¿Un poco antes? ¿Se parará? ¿Dirá algo? 

Decido tomar la iniciativa y me paro. 

- ¿Volvemos? 
- No, todavía no. 

Empieza entonces a caminar por las rocas. No sé muy bien dónde pretende llegar pero le sigo, no me queda otra. Trepamos y trepamos, y mientras lo hacemos me dejo un dedo gordo contra una piedra... llegamos a un pino que hay en la pequeña loma que pone fin a la playa. Miro el mar, el paisaje, la playa por la que hemos venido y, por el rabillo del ojo, veo que él se acerca al árbol y sobre una montaña de rocas coloca una pequeña piedra que le había visto coger antes. 

-Es una manía. Cada vez que vengo hasta aquí subo una de las piedras de la orilla y la coloco en el montón. Me mola pensar que dentro de muchos años el pino ya no estará, el mar habrá arrasado esta pequeña colina y las piedras volverán a la orilla. 

No digo nada pero en mi imaginación calenturienta las piedras han empezado a hablar y ahora mismo están comentando: "Ya ves tú la gracia del maniático este, con lo bien que estábamos en la orilla". 

Volvemos a bajar y reemprendemos el camino en sentido contrario. Hablamos de cine, de películas que nos encantan y películas que odiamos, de placeres culpables, de pelis para llorar y yo hablo de Mary Poppins. 

-¿Mary Poppins? ¿No te da vergüenza?
-Por supuesto que no. Es una obra maestra. Es sabiduría suprema

A pesar de las señales de alarma ya voy lanzada, así que le confieso que Into the wild me parece un coñazo de película. Peor, me parece una oda al egoísmo místico con ínfulas salvadoras. 

-Pero no puedes enfadarte, porque la vi entera sin parpadear gracias a tu música. 

No se enfada. Caminamos en un silencio cómodo que no es tal silencio. Se oyen las olas, nuestros pies chapoteando en la orilla y a un par de gaviotas muy desagradables. (Cuánto daño ha hecho Disney, me descubro pensando en que las gaviotas deben estar cotilleando sobre nosotros: "Eh, tú, ¿has visto esos dos?"). 

El sol ha ido bajando y está a punto de tocar la línea del mar al fondo, en el horizonte. Le hablo entonces de Rayo Verde, la novela de Julio Verne que leí de niña y que me marcó tanto que 30 años después me sigue viniendo a la mente cada vez que veo una puesta de sol en el mar. 

Decidimos sentarnos a mirar el rayo verde. La arena está agradablemente fresca pero no fría. No despegamos la vista del horizonte y me cuenta que de niño no le gustaba leer y le daba miedo el agua. Le oigo pero no le escucho. Pienso en que su voz huele a leña, a fuego, a chimenea, a sitio seguro. 

-¿Hola?
-Perdona. 
-No me estabas escuchando. 
-Sí, pero poco. Te estaba sintiendo hablar. 
-Tienes respuesta para todo. 

Se pone el sol. Me fascina cómo siempre hay un momento en el que parece que es imposible que vaya a desaparecer y al momento siguiente ya no está. Se me ocurre que es como la muerte, no te crees que te vaya a pasar y al momento siguiente te cae encima sin dejarte respirar. 

Hablamos de música mientras se hace completamente de noche. De Bruce, por supuesto, y de Glen, y yo le cuento una historia absurda sobre Frank Zappa con la que me enredo y me hago un lío. 

-¿Sabes cantar? -me pregunta. 
-No. Y no voy a probar a enseñarte lo horriblemente mal que lo hago aunque me lo pidas de rodillas. 

Se ríe a carcajadas y me doy cuenta de que es uno de esos hombres que puede permitirse llevar el pelo largo y sostener un ukelele y resultar increíblemente sexy.. En un esfuerzo de contención totalmente sobrehumano, no se lo digo. 

-Se acabó el paseo. ¿Tienes hambre?
-Sí. 
-¿Pizza y cerveza?
-Pizza y vino. 
-Hecho. 

No contaba con este plan pero es lo que tienen las fantasías, que crecen solas. 

martes, 16 de febrero de 2016

Mi nueva adicción, los podcasts

El sábado fue el día de la radio. Recordé mi post de hace una eternidad en el que comentaba que a mí la radio no me gusta. Lo releí, me reí y confirmé lo que pensaba hace seis años: la radio no me gusta. No es que me parezca un horror ni un espanto, pero no le tengo veneración. Podría vivir sin radio y no me pasaría nada. 

Que no me guste no quiere decir que no la escuche. Tampoco me gusta poner la lavadora, echar gasolina o sacar la basura y son cosas que hago a diario. Lo de la radio es igual. Enciendo la radio cuando llego a la cocina para desayunar. Cuando llego, porque, sólo la pongo mientras estoy calentando el café y haciendo la tostada; cuando está todo preparado, la apago y desayuno en silencio, leyendo. 

Vuelvo a encenderla cuando me meto en el coche. Si voy bien de tiempo llego justo a escuchar las noticias sobre Madrid que me interesan entre cero y nada. Después viene la cuña y el saludo del opinador mañanero que menos me chirría y que más tolero. Su saludo viene empaquetado entre cuñas sobre brindar con Rioja, pastillas para la pesadez de estómago y alarmas de seguros. Hace un par de meses le puse un tuit diciendo que las cuñas no dejaban ver el anuncio y al día siguiente casi me estampo por la M50 cuando le escuché decir "Y ahora unos consejos publicitarios especialmente dedicados a una oyente que se llama Molinos y que sé que está muy atenta". 

Aguanto unos 15 o 20 minutos antes de notarme hervir la sangre. Voy calentándome yo sola, indignándome con los tertulianos de chichinabo. No entiendo que el opinador mañanero tenga a ciertos personajes sentados a su mesa sin que se le agrie el café con leche que se debe meter en vena desde las seis de la mañana... pero supongo que por eso le pagan. Yo no podría, ni siquiera los aguanto más de 10 minutos. 

Ese ha sido todo mi consumo radiofónico hasta hace 4 meses. Lo confieso, me he enganchado a dos podcasts. Confieso también que empecé con poca fe, tenía nula confianza en ser capaz de engancharme a un programa de radio y seguir el hilo durante la hora de ida y la hora de vuelta que conduzco a y desde los libros de colores. Pensé que me pondría nerviosa, que me parecerían un coñazo, que perdería el hilo y lo tendría de fondo como quien oye llover... pero no. 

La primera de mis adicciones se llama La cultureta. Es exactamente lo que se intuye por el título. Una reunión de listos, de gafapastas hablando de cosas de cultura, de culto casi, de las que nunca hay tiempo para hablar en programas generalistas. El mismo opinador mañanero conduce este programa; por cierto es Alsina. Tiene cuatro acompañantes que por alguna extraña razón, supongo que monetaria, al cabo de unos meses son captados por la Ser y desaparecen del mapa. De la alineación original solo queda uno, Ruben Amón, un tipo que me mola y con el casi siempre estoy de acuerdo o por lo menos en desacuerdo interesante. El resto de la banda lo componen ahora mismo Rosa Belmonte, un tal JF que no sé quien es pero que sabe bastante de música, Rafael Torres, que ha sido el último en llegar y todavía habla como con vergüencita y el director de cine Rodrigo Cortés, que sabe muchísimo de cine y, además, le encanta oírse. Sabe mucho pero creo que necesitaría un programa para él solo. 

El podcast va de series, de pelis, de libros míticos y libros nuevos, de curiosidades de la historia que vengan a cuento, de música... Todos ellos tienen el tono justo de "parece que estoy improvisando" pero en realidad la noche anterior estuvieron brujuleando, buscando información.  

Es entretenido, se aprende y se descubre un montón de cosas que ver y que leer... y otro montón que sé que no tengo que tocar ni con un palo. Esta semana he descubierto a Norman Corwin, pionero de la radio y autor de este maravilloso pasaje escrito para un programa de radio y que denunciaba los bombardeos de Gernika por la aviación alemana.

"Supongamos que es por la mañana, ya saben cómo son las mañanas, han visto ustedes miles de ellas. Se levantan desde el este, enormes como el Universo y se mantienen de pie en el cielo hasta el mediodía. Han visto ustedes todo tipo de mañanas. Algunas vienen con la cara sucia, como si hubieran pasado la noche en un arroyo entre dos estrellas. Algunas son desafiantes y blanden grandes vientos. Algunas, al amanecer, son como un hilillo de sangre dónde la noche se reúne con la fatalidad. Algunas son todo inocencia, sorprendidas de ser la misma mañana en un planeta tan pequeño."


La segunda adicción es de troncharse. No porque sea de humor sino por lo que estoy aprendiendo. Un buen día, hace tres meses o así, se me ocurrió preguntar: "Alguien puede darme una lista de spotify sobre música clásica para completos incultos musicales". 

"Música y significado" fue la respuesta de mi gran amigo Dani. Ese es el nombre de un podcast de Radio Nacional absolutamente maravilloso sobre música clásica. 

El conductor, locutor, erudito de la música que conduce esta nueva adicción se llama Luis Ángel de Benito y mi relación con él, con su voz y su programa atraviesa ahora la fase que en un ligue se definiría como "me río tanto con él a pesar de lo raro que es". 

Luis Ángel sabe muchísimo y lo cuenta muy bien. Lo mismo te desbroza una sinfonía de Mahler que te hace un programa sobre Música y cine o sobre Música que cura heridas. Gracias a él y a su programa he descubierto que Schuman me aburre y me he vuelto superfan de Sibelius, compositor que hasta hace un mes no sabía ni que existía. 

La música que pone Luis Ángel es siempre interesante, pero no lo es menos todo lo que él cuenta, el contexto histórico, personal y sentimental del compositor en cuestión. Opiniones y teorías de expertos y, luego, lo mejor: sus propios chascarrillos. Todo aderezado con las coletillas que repite siempre y que si bien al principio me chirriaban un poco, ahora, en mi fase de descubrimiento, me hacen sonreír. 

Luis Ángel siempre dice "amigas y amigos", cuando dice el nombre de un compositor o un erudito repite siempre el nombre y dice "tal y como suena", "Bloom...escrito BlOOM con dos Oes". Y, a veces, se enreda él solo y yo me troncho sola en el coche:
"Aquí uno opina que la película está genial, que Charlton Heston está genial, es un tío además guapísimo. Todo funciona estupendo. Además, bueno, yo soy hetero, que lo digo con esa perspectiva. Soy bastante hetero, así que bueno pues... Bueno, bastante hetero, soy normal de hetero pero quiero decirles que no lo digo con otro ánimo". 

Fuera de bromas, he aprendido muchísimo de música clásica y estoy aprendiendo a distinguir lo que me gusta de lo que me deja indiferente.  

Estos dos programas de radio, La cultureta de Alsina y su banda y Música y significado del genial Luis Ángel de Benito han conseguido lo que ninguna radio había conseguido hasta ahora; que esté deseando que llegue el momento de sentarme a escucharlos, que espere con emoción el sábado para descargarlos sabiendo que el lunes será un poco menos horrible pudiendo meterme en vena dos dosis más. 

Os los recomiendo muchísimo. 



viernes, 12 de febrero de 2016

12 de febrero.- 43 años

Hoy, 12 de febrero, cumplo 43 años y celebro que, en el Día de Darwin, he evolucionado a chica con suerte. 

Algo de suerte y de azar hay en la vida de todos, en la mía desde luego, y soy muy fan de escudriñar los encadenamientos de circunstancias que en un determinado momento me llevaron a conocer a alguien, a leer determinado libro o tomar aquella decisión. 

Hay suerte en mi vida o circunstancias que no controlo pero cuando digo que soy una chica con suerte no me refiero a nada de lo externo que me ocurre, o tengo o disfruto. 

Ahora mismo, el día que cumplo 43 años me siento una chica con suerte. Esa es la expresión correcta, ME SIENTO UNA CHICA CON SUERTE porque soy intensamente consciente de todo lo que (me) pasa. Siento cada día y cada cosa. 

Sé si estoy contenta, triste, eufórica, disgustada, herida, cabreada, hostilizada, indignada conmigo misma por ser imbécil o satisfecha por algo que he conseguido y que sólo yo sé. Me siento débil, agotada. O fuerte y con ganas de comerme el mundo. Me entusiasmo y lo sé. Me cabreo y lloro. Duermo agotada y me despierto en medio de la noche con la cabeza en ebullición o abro los ojos en la mañana sin creer que haya dormido del tirón. No hago nada que no me apetezca si puedo evitarlo. No tengo más compromiso personal que conmigo misma y la persona que soy ahora mismo. 

Me siento una chica con suerte, con la suerte de sentirme así y ser consciente de ello y lo estoy disfrutando muchísimo. 


100 fotografías para recordar mi año 42.

Gracias a todos. 

miércoles, 10 de febrero de 2016

Quiero que sean ellas

Bolt Poetry. Tobbe Malm
Cuando tienes un hijo te entra pánico, porque te das cuenta de que no tienes ni idea. Ni de lo que hay que hacer, ni de qué piensa, quiere o le pasa hijo.

Dudas y piensas ¿soy peor que mis padres, que parecían saberlo todo? ¿Peor que otra gente, que parece controlar? ¿Acaso todos fingen? ¿Es una mentira compartida por todos: "cuando seas padre finge que controlas"? ¿Todos están en el ajo menos yo? 

Después, poco a poco, te vas confiando, como un niño. Como todos en todas las facetas de la vida, aprendes rutinas, interpretas gestos, frases, pautas y comportamientos de tus hijos; y te crees que los conoces. Que levante la mano el que no ha dicho o pensado alguna vez: "Yo conozco a mis hijos". 

La realidad es que sigues sin tener ni idea, pero te crees que sí. No pasa nada, es así como funciona. Estás tan confiado que te pones a hacer proyecciones de futuro. Algunos, confiados e irresponsables como yo, dejan esas proyecciones por escrito... y 5 años después las repasas y te tronchas. 

Tus hijos son un misterio, tienen ideas, vidas, pensamientos, preocupaciones, inquietudes, preguntas, virtudes y defectos que eres incapaz de anticipar y que cuando aparecen te sorprenden. 

Ahora mismo, M tiene 12 años y C 10 y medio. Repasando lo que escribí hace 5 años me doy cuenta de que son personas distintas de lo que imaginé. Distintas entre sí y distintas de mí. No tengo ni idea de qué van a hacer con su vida, qué van a querer, lo que les va a ocurrir ni cómo lo van a sobrellevar. Y me parece bien, me parece perfecto. Es como debe ser. 

De todo lo que escribí no he acertado en casi nada. Curiosamente, sólo en lo que depende de mí, lo que prueba que me conozco bastante bien. 

"Serán insoportables. Exactamente como era yo".

Lo son a ratos. Curiosamente, no se sincronizan. Durante un rato, unas horas o unos días, hay una a la que no soporto y, por tanto, fantaseo con que la otra sea mi heredera universal, pero luego los papeles se cambian y es la otra la que está para verla sólo de lejos. Soy consciente de que, también a ratos, la que está insoportable soy yo. Me hace gracia el "era yo" de mi frase de hace cinco años: sigo siéndolo a ratos. 

"M se pasará toda la adolescencia torturada por su madre (o sea yo), que no sabe bien cómo tratar a su primogénita. Creerá que la quiero menos que a C".

Tal cual. La torturo muchísimo. En mi descargo diré que trato de no hacerlo y que cuando no consigo evitarlo me tiro de los pelos. 

"Sacará buenas notas porque es extremadamente responsable y será buena estudiante. No habrá que perseguirla para que estudie y, probablemente, haya que decirle que sacar un 7 es perfectamente aceptable".

Me troncho. M es una estudiante resignada. Hay que perseguirla y sobre todo hay que conseguir encontrar que lo que estudia le haga "clic" en la cabeza y le encuentre el gusto. Si no consigue ese clic el estudio es para ella una tortura absoluta; y para nosotros también. 

"Querrá ser policía". Si algo tiene M, y esto no es adivinación porque es un hecho, es que tiene las ideas clarísimas y una obstinación a prueba de bombas. En mis días malos lo llamo cabezonería. Cuando tenía 7 años y decía lo de ser policía la gente comentaba "qué mona". Cuando lo dice ahora la gente comenta "¡pero qué dices!". Le da igual, es lo que quiere. 

"Como será guapa, alta, flaca, rubia y con los ojos azules no sufrirá por su aspecto e irá siempre en vaqueros. Nada de bolso, nada de pintarse, y el pelo en coleta".

M ha llevado lo de no sufrir por su aspecto a un nivel superior. Un nivel superior de absoluta indiferencia que me ataca los nervios. Se supone que con 12 años debería estar preocupadísima por su aspecto y su ropa. Bien, pues no consigo ni siquiera que se compre ropa. Desde la puerta de la tienda, cualquier tienda, se asoma y dice "no hay nada que me guste". No sé si tiene superpoderes o lo hace para sacarme de quicio. 

"El pelo en coleta". Otra proyección optimista que hice hace 5 años... que debió ser la última vez que me dejó que la peinara. 

"Discutirá con nosotros cuando le digamos que no a algo y su frase será ‘Es injusto’”.

Esto sí lo hace. No es injusto pero le quedan 20 años para comprenderlo. A veces llora, pero no nos lo creemos.  

"Pasará de los tíos y cuando por fin se enganche con uno, éste le romperá el corazón. El ingeniero querrá matarle".

- Pero a ti ¿quién te gusta?
- Ninguno. 

Mira que me extraña -dice El Ingeniero sonriendo feliz. 

*****

"C. se pasará toda su adolescencia torturando a su padre. Sabe que babea por ella y que le perdonará cualquier cosa en cuanto le ponga ojitos y le dé 3 besos". 

Tal cual. El Ingeniero es el conejo de la chistera de C. Ella consigue absolutamente todo lo que se propone con él. Son tan parecidos que cualquiera pensaría que se repelerían, pero no. Se complementan perfectamente. 

"No se planteará que sus padres la quieran o no... Ella es porque yo lo valgo y todo es maravilloso y el mundo seguirá sin perturbarla para nada". 

C tiene una autoestima a prueba de bombas pero es extremadamente sensible, no sólo a lo que le afecta a ella directamente. El otro día, me preguntó por el cambio climático y acabó llorando de angustia. 

"Habrá superado su adicción al rosa pero será una esclava de la moda y pretenderá renovar su vestuario cada temporada. Dejará de molarle heredar toda la ropa de M. 

No es una esclava de la moda pero le gusta la ropa. Le gusta y tiene criterio. Mientras M cabecea desesperada desde la puerta de la tienda ("vámonos a casa, vámonos a casa, estoy cansada"), C recorre las estanterías como un perro perdiguero, con las orejas de punta y la mirada afilada buscando exactamente lo que quiere. Sabe qué ropa quiere, sabe cómo ponérsela y se desespera hasta el infinito con mi ropa. 

Quiere ser veterinaria y dice que tendrá gato. 

"Llevará el pelo largo y será un motivo constante de preocupación".

No le preocupa su pelo, le preocupa el mío. "Mamá por favor, no ves que no puedes ser guapa con el pelo corto?".

"Tendrá varios novios. El Ingeniero querrá matarlos a todos también".

- ¿Sabéis que C le gusta a tres chicos de su curso?
- Pues no, no lo sabía. C, ¿a ti te gusta alguno? -pregunté.
- Pocos me parecen -sentencia El Ingeniero. 

Hace mucho tiempo, y a propósito otra cosa, mi hermana me dijo una frase muy inteligente, como casi todas las suyas: 

"El problema de las relaciones es que cuando hablamos con otra persona anticipamos una respuesta, esperamos que la otra persona diga algo, y cuando no lo hace nos cuesta encajarlo. No pensamos en que eso es justo lo que el otro quiere decir, pensamos en lo que nos gustaría que dijera, que hubiera dicho". 

Todos los días en los que discuto con mis hijas, o que hacen, dicen, piensan o actúan de alguna manera que no espero, recuerdo esa frase. 

M y C son personas distintas. Entre sí y con respecto a mí. Son diferentes de cómo las había imaginado, diferentes a lo que creo de ellas. Distintas a como me gustaría que fueran. Tienen reacciones, ideas y opiniones que no comparto y que, además, soy incapaz de anticipar. Estoy aprendiendo a disfrutar de ese desconocimiento, a valorar ese descubrimiento aunque sea muy diferente de lo que yo había imaginado e imagino cada día. Apreciarlo aunque no me guste. 

Quiero que sean ellas.



domingo, 7 de febrero de 2016

Despelleje Goya 2016

Sábado por la mañana. Recibo un mail de los libros de colores "Si vas a los Goya, te veo esta noche".  ¿Los Goya? ¿son hoy? pero ¿no son en domingo siempre? Un momento, ¿hoy es domingo?

Por suerte era sábado, yo no iba a los Goya y pude ver la gala desde mi sofá. Bueno, esto último no fue tanta suerte porque la gala fue aburridísima. Mientras se empeñen en no contratar guionistas, racanear medios y que cada speech sea una exaltación de su trabajo tenemos tostón para rato. 

Vamos a los trapos. 

Igual que digo una cosa, digo otra. En general, la media de elegancia ha subido bastante desde aquella primera y remota gala que despellejé. En ellas y, sobre todo, entre ellos que, por fin, han comprendido que cualquier hombre vestido con traje gana puntos. OS LO DIJE. 

El amarillo es un color arriesgado. En febrero, en Madrid, sobre alfombra roja y con el mismo tono de piel que un folio es un error garrafal.  Añadirle un escote hasta el ombligo tampoco es buena idea. Y ponerle piedritas marcando el camino rollo "caminito hasta mi obligo" es horripilante. 

Un buen lema de la gala de ayer fue "No hay canalillo para tanto escote". 

Sobre el color visillo sucio de contaminación que hay gente que llama nude ya lo he dicho todo. A Silvia Abascal y su supuesto misterio lánguido le encaja a la perfección. A mí esta chica siempre me da la sensación de que va a derretirse hasta desaparecer. Eso sí, va bien peinada que en esta gala tiene mucho mérito.

"Ay, Mari, se casa mi hijo y yo voy de madrina y ya tengo una edad para ir de colorinchis pero no me gustaría ir de negro que es muy soso". "Pues nada, ponte un azulón verdoso". De eso iba Clara Lago, de madrina de boda con un vestido que a Rocío Jurado le hubiera dislocado. El toque "juvenil" de enseñar pierna le da un toque Norma Duval. Ruth iba de consuegra. 

- A lo Goya este año quiero ir original.
- Pues oye, vete de blanco que es un color neutro, básico y que se lleva poco en trajes de noche. 

Hordas de actrices de blanco. Mal vestidas. 

Marta Hazas con algo blanco sucio con demasiadas cosas pegadas 
Ana Álvarez de bloqueo creativo, de pesadilla de escritor, de folio en blanco. 
Mabel Lozano con una sábana fruncida. 
Nerea Barros de blanco enfurruñado y arrugado. 

Natalia de Molina iba de blanco con flores. Un poco cursi pero me gusta. Eso sí, la había peinado su peor enemigo. No entiendo esa moda de llevar el pelo como si te hubieras teñido con los restos de tinte que quedan de otra persona. Aprovecho pare decir que su Goya es merecídismo, he visto Techo y Comida y ella está espectacular. 

Inma Cuesta de despropósito con un peinado homenaje a Flash Dance

Irene Escolar llevaba un vestido verde complicado pero que le quedaba de lujo. Estaba estilosa, habló maravillosamente y fue muy natural. 

Isabel Presyler va vestida de hipnotizadora. "Marioooo...mira aquí...mira a mi ombligo. Déjate llevar por el vórtice de pasión". No sé si no confía en sus poderes o si Mario tiene tendencia escapista pero Isabel lo lleva amarrado más fuerte que a su bolso. Es una chica lista. 

Úrsula Corberó de "soy explosiva porque el mundo me ha hecho así".  Y Miriam Díaz Aroca de "¡explota, explotame, explo, explota, explota mi corazón!" (poneos a cubierto). 

En mi mundo sencillo y confortable hay dos tipos de rosa: el de los chicles cheiw de fresa ácida y el fucsia. En el mundo exterior, complejo y absurdo, por lo visto hay un rosa que se llama rosa cuarzo. Me encantan estos nombres que no dicen nada: azul apolo, blanco roto, rosa cuarzo. Me encantaría saber cuánta gente que dice "mi vestido es rosa cuarzo" distinguiría el cuarzo de un ladrillo. Amaia Salamanca va despeinada con un vestido de un color indefinido a medio camino entre el rosa y el color carne. Lleva una pulsera unida a un anillo por una cadenita que debe costar dos o tres veces mi sueldo anual y que a mi me parece una macarrada muy muy hortera. 

Esto por lo visto es "rosa empolvado".  Yo lo veo ideal como disfraz de "mujer invisible". Cayetana, por lo visto, también iba de "rosa empolvado" y supongo que lleva celo de doble capa. Las ridículas hombreritas que le hacen pico en los hombres se las he debido poner para no perder el vestido, lo mismo lleva unas escarpias para sujetarlo. 

- ¿Te gusta tu vestido Bárbara?

Pues me parece un horror. 

Macarena Gómez. Reciclando. Cogió una pelusa de esas históricas que todos tenemos debajo del sofá de casa, se la puso de peinado y la sacó a pasear. Si perdisteis algo ayer por la noche es muy probable que esté en su cabeza. 

Cristina Brondo de faja reductora. 

Vamos a ver, vamos a ver, vamos a ver. Hombres con traje siempre es buena idea. Brocados de flores siempre es mala y en chaquetas de esmoquin es horripilante. ¿Qué necesidad tenías, Miguel Ángel Muñoz? (Los de Hola dicen que es verde...)

Ni una gala sin su vestido de bolsa de basura. Verónica Echegui con los pies saliéndose de las sandalias. 

Natalie Seseña de arabesco lateral. 

Elvira Lindo con el jardín colgante del Caixa Forum en la pechera. 

Goya Toledo, como siempre bien. Lleva un vestido homenaje a Escarlata O´Hara precioso. Nunca pensé que supiera coser pero  en la tienda de telas de debajo de mi casa tienen colgadas unas cortinas exactas. ¡Qué apañada Goya! 

Nieves Álvarez de fuego purificador con un vestido que en cualquier otra hubiera sido de bruja del mar. Sobre la laca de uñas negra, siempre que la veo pienso "¿por qué se ha pintado las uñas de negro? ¿para que me fije en sus uñas? y ¿por qué quiere que me fije? Ah claro porque ha dejado de comérselas y está orgullosa". No os pintéis las uñas de negro si no sois Alaska o Mario Vaquerizo. 

Juana Acosta de super diva. Aplaudo en pié las sandalias sin plataforma aunque supongo que hoy tendrá una bonita pulmonía. El bolso caja me espanta. 

Juliette Binoche de despropósito francés con prisas. 

Victoria Abril va de Actor Secundario Bob. (esto lo leí ayer en tuiter, no se me ocurre nada más acertado)

Hablemos de pajaritas. Con las pajaritas tengo la misma teoría que con el pelo largo en los hombres. Sólo si eres increíblemente guapo E increíblemente estiloso puedes llevar pajarita. Sólo si cumples las dos condiciones (guapo y estiloso) puedes ponerte pajarita tranquilamente. En caso contrario no serás un hombre con pajarita, serás una pajarita con un hombre pegado.  Un paquete regalo. 

Lamentablemente  ayer, hubo pocos hombres guapos y estilosos y muchos hombres que pensaron "la corbata es de viejunos y clásica y yo soy "moderno". ¿Resultado? Muchos parecían niños de San Ildefonso y otros tantos cantantes de la orquesta "Pasiones" en el cotillón de Nochevieja del polígono industrial de Cobo Calleja. 

Jan Cornet tiene los brazos cortos. A Javier Cámara le falta camisa para esa pajarita y le sobra contorno para esa chaqueta. Pajarita caída en acto de servicio. Disfraz de mayordomo de Drácula.

Para llevar un esmoquin azul con pajarita y no parecer ridículo hay que ser muchísimo más guapo que Hugo Silva. 

Oscar Jaenada disfrazado de extra de Águila Roja. De extra cutre en plano general de títulos de crédito. No se puede ser más ridículo. 

A Jesús Castro alguien le ha debido decir que es guapo y atractivo y se lo ha creído. Pues NO. 

Premio jaboneras de este año para Paz Vega con su vestido camiseta y su homenaje a los gigantes porque iba a trepada en unos tacones con plataforma de 20 cm. Si sigue sin comer es posible que el año que viene también homenajee a los cabezudos. 

Penélope con vestizado y flequillo postizo. 

Verónica Sánchez de faldillas de mesa camilla. 

Belen Rueda en camisón de noche de bodas de los años 50 y peinado para guardar cosas. Da miedo. 

Esmoquin de brilli brilli y pajarita del tamaño de un aguila. NO. Esmoquin de terciopelo con pajarita tímida, tampoco. Parece que lleva el batín de sentarse a tomar el cognac. 

Y dejo para el final, lo mejor. Lo único por lo que mereció la pena la gala. 

Tim, Tim, Tim. Sin pajarita y con mucha clase. 

Alex García. Madre mía, madre mía, madre mía. ¿Por qué nadie me había dicho nada de este hombre? Guapo y con clase. Lleva la pajarita como nadie. 

Se puede ser guapo, se puede ser atractivo, se puede ser interesante y se puede tener clase, pero solo hay un Darin.





miércoles, 3 de febrero de 2016

Ensayo sobre el chicle

©Michael Massaia Ghost Nightmares
- Moli, ¿quieres un chicle?
- Venga, vale. 

Un par de veces al año lo intento. Acepto un chicle para ver si por fin le encuentro la gracia a masticar plástico. Intento saber qué encanto tiene mantener las mandíbulas funcionando en balde. Quiero saber cuál es el interés de masticar chicle y no, por ejemplo, las hojas de un ficus. 

En mi infancia comía chicle, más por pandillismo y aburrimiento que por gusto, pero lo hacía. Eran otros tiempos. Los chicles tenían personalidad, eran robustos, de tamaño extragrande y de fiar. 

Añoro los chicles Cheiw. Ladrillos duros que había que ablandar a base de producir litros y litros de saliva. Un tocho de goma que te ocupaba toda la boca y que imposibilitaba cualquier comunicación hablada comprensible. (Puede que por eso las amistades duraran más que ahora: pasábamos mucho rato mirándonos mascar sin intercambiar palabra).

Mi chicle favorito era el de fresa ácida, con su precioso papel rosa por encima y por debajo el papel plateado que envolvía una explosión de fresa ácida que me hacía guiñar los ojos intentando no llorar. Me encantaba esa acidez dulzona. 

Lamentablemente poco después, al ser el chicle una bola de goma, el sabor explosivo se le quedó pequeño. Y empezó, poco después, a sofisticarse. Se hizo ambicioso, quería más. 

Primero pensó: ¿Y si me meto en un chupachups? Así surgieron los míticos Kojac. He de reconocer que tenían su encanto, pero la química entre las dos partes de la chuchería no estaba bien conseguida, era obvio que caramelo y chicle no se llevaban bien. El caramelo se hacía pedacitos y corrompía el chicle. No hay nada peor que un chicle con tropezones (por eso no se puede comer chicle con pan, pipas, patatas fritas, galletas... etc.). 

El chicle, además, quería mayor protagonismo. Estar encerrado dentro de una bola de caramelo era humillante. Surgieron entonces los primeros atisbos de los agoreros antiazúcares: uhhh, el azucar es malísimo, es un invento del demonio, uhhhh, uhhh... arrepentíos. 

El chicle, atento a las circunstancias, aprovechó el nicho y lanzó la versión saludable: el Trident. 

Por supuesto, la “saludabilidad” no iba a salirnos gratis. A cambio de creernos que el chicle era bueno, se convirtió en una finísima lámina, una sabanita de goma ridícula, triste como una loncha de jamón en la nevera de un soltero. Y ¿qué pasó con el sabor? La explosión de sabor que te dejaba sordo y mudo se transformo en un ligerísimo recuerdo. Pasados los primeros 30 segundos de duración del sabor te afanabas en masticar y masticar fabricando litros de saliva que consiguieran rescatar algún resto del sabor que, según el envoltorio, aquello que tenías en la boca debía tener: mint. 

Para mi el trident fue muy saludable: dejé de comer chicle. 

El chicle, ya sin mi, siguió con su proceso. Desde la distancia observé cómo de lámina finúscula pasaba a casi imperceptible pastillita en envase gigante. Sospecho que porque para conseguir una mijita de sabor hay que masticar media docena de golpe. 

Comprobé también que cada vez vendían más “saludabilidad”: limpian los dientes, combaten la placa, el mal aliento; un catálogo completo de razones tontas para masticar chicle. 

Al mismo tiempo, la sencillez de los viejos sabores pasó a la historia y, como en el mundo de la cocina, la sofisticación ridícula se hizo fuerte: frutas tropicales, splash, water melon sunrise, mega mistery blue dream, rainforest. Confieso que a veces no sé si son chicles o geles de ducha. He comprobado que saben por el estilo. 

Últimamente los chicles se han vuelto más canallas. Agotadas las posibilidades de la saludabilidad, y supongo que también agotados los nombres absurdos para sabores inexistentes, han vuelto a lo que de verdad vende, a lo que engancha. Y lo han conseguido. Miles de adictos al chicle pueblan nuestras ciudades. 

Son fáciles de detectar. Superan la cuarentena, parecen normales, tranquilos, centrados, serios, pero si pasas con ellos más de media hora notarás algo raro. Mientras hablan contigo, sin cambiar el gesto, ni el tono, ni la pose, una de sus manos se pone en marcha en busca de un bolsillo. Notas un casi imperceptible alivio en el susodicho cuando esa mano que subrepticiamente ha ido hasta el bolsillo agarra algo. La otra mano, en un movimiento veloz se suma a la escondida en las profundidades del bolsillo y, a la velocidad del rayo, lleva a la boca de tu interlocutor algo que parece una pastilla. 

Como tenemos una edad, te callas y no dices nada. Lo mismo esa pastillita es un medicamento: un ansiolítico, sintrón, un anticonceptivo... y continúas la charla. Cuando pasada media hora, el susodicho vuelve a repetir los mismos movimientos; es cuando piensas: o le va a dar un infarto o se droga. 

Y se droga. 

Los chicles de nicotina son un triunfo sin precedentes de la industria del mascar. He visto a exfumadores atizarse el equivalente a 4 cajetillas de tabaco en esas pequeñas pastillitas. He visto a hombres hechos y derechos palparse todo el cuerpo en busca de sus chicles, en una danza digna de la niña del exorcista. Los brazos moviéndose sin parar, los ojos en blanco, la mirada perdida, la saliva borboteando al no encontrar su droga. 

- Te has dejado los chicles en el coche. 
- ¿De verdad? ¿Seguro? ¿Cómo lo sabes?
- Sí, de verdad. Lo sé porque los he visto en la guantera. 
- ¿No te importa que vaya a por ellos? ¿Aunque estemos en el cine a mitad de la película?
- No me importa. Prefiero que vayas a drogarte a que sigas moviéndote como si estuvieras infestado de piojos y ladillas

Sobre besar a estos adictos, ni hablamos. Debería haber comprado toneladas de chicles cheiw de fresa ácida.

*La foto es Ghost Nightmares de M. Massaia. Sí, es un chicle mascado por el artista. Más aquí.

lunes, 1 de febrero de 2016

Lecturas encadenadas. Enero.

Tatsuro Kiuchi at 20x200.com.
He empezado el año fuerte. Seis libros han caído en el mes de enero: un comic, tres ensayos y dos novelas. Dos escritos por mujeres, bueno... uno no se sabe.

¿Quién Robó l Cerebro De JFK? de José Ramón Alonso fue el libro elegido para comenzar el año lector. José Ramón es un amigo muy querido y además un pozo sin fondo de sabiduría. Sabe tanto de todo que es capaz de hilar las más increíbles historias. Escucharle es un placer que no se puede describir con palabras, en una charla te deja con la boca abierta, en un paseo por Salamanca no puedes creer que no se haya empollado todo antes de salir a pasear y en un libro, en este libro en concreto, piensas "pero, pero, pero....¡sigue contándome!". A José Ramón le he dicho mil veces que en su blog escribe posts muy largos y con este libro le he dicho que escribe capítulos muy cortos. Siempre te deja con ganas de más; empiezo a sospechar que es estrategia. José Ramón es un tipo listo. (Para saber más sobre este libro os dejo la reseña que escribí para El Buscalibros).


El periodista y el asesino de Janet Malcom fue la siguiente lectura. Sobre él hablé en este post y tengo poco más que decir. Durante la semana pasada he estado viendo "Making a murderer" una serie de Netflix de 10 episodios que recomiendo a todo el mundo. Es una serie documental que narra un hecho real, la historia de Steve Avery, un hombre  acusado de una violación por la que pasó 18 años en la cárcel antes de que se supiera que era inocente. Cuando salió, en 2003, y tras un año en libertad fue acusado de otro crimen. Las dos directoras de la serie, Moira Demos y Laura Riccardi, han dedicado 10 años de su vida a grabar todo lo relacionado con el caso. ¿Intentan ser imparciales? Si, supongo que sí. ¿Lo consiguen? Tampoco. Ellas no aparecen en el documental en ningún momento, ni siquiera actúan como voz en off, pero la elección de las imágenes, los cortes y el montaje nos lleva a una conclusión. ¿Acertada? ¿Verdadera? No lo sabemos. En cualquier caso, recomiendo "Making a Murderer" es una serie que marca una época en la televisión.
"Cuando escribimos regularmente a alguien comenzamos a anhelar sus cartas. Pero si somos honestos con nosotros mismos reconoceremos que el principal placer de la correspondencia está más en la respuesta que damos que en el mensaje que recibimos. De quien nos enamoramos es de nuestra propia persona epistolar antes que de la del corresponsal de nuestra pluma; lo que hace que la llegada de una carta sea un suceso importante es la ocasión que ofrece de que uno escriba para contestarla antes que la ocasión de leerla." 
El primer cómic del año ha sido El árabe  del  futuro de Riad Sattouf.  En noviembre leí un artículo sobre Riad Sattouf y me llamó la atención su historia. Riad es francés de padre sirio y madre francesa; durante su infancia se crió en París, Libia y el pequeño pueblo sirio del que era originario su padre. Más adelante volvió a Francia donde se convirtió en dibujante, trabajó en Charlie Hebdo y después ha publicado varios cómics. El árabe del futuro es su autobiografía en forma de cómic. Una idea parecida a Persépolis o Fun Home. Riad, en este primer tomo que comprende su más tierna infancia, comentaba en la entrevista que se había obligado a tomar el punto de vista de su yo de niño, contar solo aquello que recordaba y tal y como lo recordaba. Es un buen enfoque aunque yo creo que es imposible no hacer trampas con él. ¿De verdad con dos, tres años recuerdas las cosas así o las historias que te han contado y que tú te has contado a ti mismo han construido ese recuerdo? Más allá de esa "pega", El árabe del futuro me ha gustado mucho. Sattouf consigue transmitir la desconexión cultural entre sus padres y las tensiones internas de su padre que se define como laico e independiente y, sin embargo,  va defendiendo cada vez  más las ideas más religiosas de su país natal. Sattouf consigue que sintamos la angustia y la tensión con la que su madre y él viven en Siria y la libertad y relajación que experimentan cuando vuelven a Francia.



El Relojero Ciego de Richard Dawkins me miraba desde la estantería desde verano. Por fin le llegó el turno y me he aburrido como una ostra. ¿Por qué? Pues porque Dawkins tiene una gran idea que contar pero la cuenta fatal.

El problema con Dawkins es que sabe pensar pero escribe regular. Escribe como piensa y eso, en divulgación científica, es un error. Cada idea, cada pensamiento, cada supuesta hipótesis errónea o acertada, cada pensamiento lateral que se le ocurre, cada pequeño "pero" que otro pudiera ponerle aparece en las páginas. Con esta verborrea mitad personal, mitad científica lo único que consigue Dawkins es que el lector pierda el hilo, se aburra y tenga ganas de zarandearlo y decirle "me he enterado a la primera, pasa a lo siguiente, ya!"

¿Qué quiere contarnos Dawkins? Pues que el hecho de que estemos aquí hoy, escribiendo, leyendo, con dos brazos, dos piernas, nuestros cromosomas y todas nuestras cositas es un hecho asombroso que no responde a ningún plan preestablecido sino que es el resultado de la "precisión de un asombroso relojero ciego".  Es una gran idea porque además (casi) todos decimos "ah si, la evolución, venimos del mono" y pasamos a otra cosa. Dawkins lo ha pensado todo sobre la evolución y lo sabe todo, cosas asombrosas seguro, pero lo cuenta fatal.

Es un libro que solo recomiendo para muy muy fanáticos de este tema y con mucho tiempo libre.
"Si uno pasea un buen rato por una playa pedregosa, observará que las piedras no están ordenadas al azar. Las más pequeñas tienden a encontrarse en zonas segregadas que discurren a lo largo de la playa, mientras que las más grandes están en zonas o franjas diferentes. Las piedras han sido clasificadas, ordenadas, seleccionadas. Una tribu que viviese cera de la cosa podría maravillarse ante esta prueba de clasificación u ordenamiento del mundo, y desarrollar un mito para explicarlo, quizás atribuyéndolo a un Gran Espíritu celestial con una mente ordenada y gran sentido del orden. Tal vez sonríamos con indiferencia ante esta idea supersticiosa, mientras explicamos que el ordenamiento se debe a las fuerzas ciegas de la física, en este caso a la acción de las olas. Las olas no tienen ninguna finalidad, ni intención, ni una mente ordenada, no tienen ni mente. Simplemente, empujan las piedras con energía, y según éstas sean grandes o pequeñas responderán de manera diferente a tal empuje, de forma que terminarán a diferentes niveles de la playa. A partir de un gran desorden se origina un poco de orden, sin que lo planifique ninguna mente.
La amiga estupenda de Elena Ferrante. Un día del pasado mes de noviembre, el nombre de Elena Ferrante me saltó en algún artículo. Ese mismo día recibí un mail de Nán hablándome de sus libros y a partir de ahí no podía entrar en ningún blog cultural, ninguna revista, escuchar cualquier programa de radio sin encontrarme con Elena Ferrante. Todas las críticas eran buenísimas y decidí pedir el primer tomo de la tetralogía napolitana a los Reyes.

Me esperaba una obra maestra, algo que me dejara descolocada y del revés y me he encontrado con una novela que podría ser perfectamente el guión de una película. La novela cuenta en flashback desde la madurez de una de las protagonistas, la infancia y amistad de dos niñas en un barrio pobre del Nápoles de la posguerra. He leído muchas reseñas alabando la historia de amistad que se cuenta y, no sé como continuará en las siguientes entregas, pero para mí lo que se cuenta no es una amistad, es una adicción. Entre las dos niñas no hay una amistad, ni siquiera una relación infantil de juego y confraternización, de compañía y familiaridad. Desde el minuto 1 es una relación de dependencia, con una de las niñas anulada y la otra convertida en una especie de diosa que consciente de su poder utiliza a todo el mundo en su beneficio. Es una especie de camello que suelta su dosis de droga a su amiga en cuanto percibe que ésta se está desintoxicando.

La amiga estupenda no es la historia de una amistad, es la historia de una relación completamente enfermiza y dependiente. Además, me ocurre como con el comic de Sattouf, me resulta muy poco creíble los pensamientos e ideas que se ponen en la cabeza de niños de 8, 9 años. Me resultan artificiales y destinados a impresionar al lector con la supuesta profundidad emocional de los personajes.

Leyendo esta  novela me ha ocurrido una cosa curiosa. Toda la he imaginado en blanco y negro, como una película italiana de los años 50...sólo ha sido en color cuando las dos amigas se separaban y la influencia de la dominante casi desaparecía de la trama. Veremos como evoluciona.
"A la espera del mañana, los mayores se mueven en un presente detrás del que están el ayer y el anteayer o, como mucho la semana pasada; no quieren pensar en el resto. Los pequeños desconocen el significado del ayer, del anteayer, del mañana, todo se reduce a esto, al ahora: la calle es esta, el portón es este, las escaleras son estas, esta es mamá, este es papá, este es el día, esta es la noche."
Flowers for Algernon de Daniel Keyes. Con este libro se han dado una serie de casualidades cósmicas de las que me gustan. Hace diez días tuitee una lista de "Tontos de libro". Inmediatamente, tres tuiteros de prestigio me dijeron ¡Tenías que haber incluido a Charlie! ¿Qué Charlie? pregunté yo. "El de Flores para Algernon, no puede ser que no lo hayas leído", me contestaron.

Por supuesto no lo había leído. Uno de esos tuiteros tuvo la gentileza de envíarmelo en inglés porque en castellano está descatalogado. Gracias Dani. El día que llegó a mis manos, entré en el despacho de mi jefe y allí, encima de la mesa, había un ejemplar de Flores para Algernon en castellano. Ese es el ejemplar que he leído. Gracias jefe.

La historia que cuenta Flores para Algernon es un poquito de fantasía, unas gotitas de fantasía y un par o tres de toneladas de argumento de tv movie de sobremesa. Charlie, un hombre con un CI menor de 70 y problemas para relacionarse y sociales, un "retrasado" como se suele decir despectivamente, es seleccionado por un comité de científicos para un nuevo experimento; una operación que reactivará sus enzimas cerebrales permitiéndole aprender y convertirse en alguien "normal" si es que eso tiene algún sentido. Sobre esta premisa se construye la historia de Charlie, reconstruyendo su infancia, su adolescencia y su pasado. No voy a desvelar la trama que, por otro lado, es bastante obvia y que deja un poso de tristeza.

El mensaje obvio puede ser que la inteligencia no da la felicidad, pero yo me quedo con que aparentar lo que no somos en esencia puede funcionar durante un tiempo más o menos largo pero al final sólo acarrea infelicidad.

Y con esto y un bizcocho a por las lecturas de febrero.




jueves, 28 de enero de 2016

Ocho años de Cosas que (me) pasan

"¿Cuando seas vieja (con suerte) y estés en tu lecho de muerte y mires hacia atrás, ¿de qué estarás orgullosa?"

De Cosas que (me) pasan. 

No es perfecto, ni el mejor, ni es mundialmente famoso, ni es un prodigio de diseño, inteligencia, conocimiento o ingenio pero estoy completa y absurdamente orgullosa de él y de mí por escribirlo. 

Autotélico. 

Dícese de la actividad que no se realiza por la expectativa de un beneficio futuro porque la recompensa es el hecho mismo de realizarla. 

Cosas que (me) pasan es autotélico. Lo escribo con fascinación, con empeño, a duras penas, sufriendo, disfrutando. Riendo, llorando. Emocionándome. Muriéndome de pena y llorando de la risa. Pensando en cosas que ni siquiera sabía que existían y recordando otras que creía haber olvidado. Dejándome llevar por lo más frívolo y tonto o intentado decir algo con un mínimo de sentido y criterio. Descubriendo y descubriéndome. Con ingenio o sin él. Sintiendo con palabras. Analizando las cosas hasta descomponerlas en piezas. Montando ideas como si fueran un mueble de Ikea, se parece al folleto pero no es exactamente igual. Encajando las piezas o destrozando a golpes las ideas. Dejando un rastro escrito de mi vida por si acaso me pierdo.  Con ideas tontas, divertidas, estúpidas, inteligentes, nuevas, frívolas, profundas, absurdas. Haciendo con ellas lo que quiera: armarlas, desarmarlas, darles la vuelta, plancharlas, recoserlas, hacer una colcha, trocearlas, pegarlas, unirlas, separarlas, pintarlas de colores o en blanco y negro. 

Me sirve para conocer(me) y para querer(me). 

Escribir Cosas que (me) pasan es una recompensa en sí mismo pero, además, tengo la suerte inmensa de que una cantidad increíble de gente llegue hasta aquí y pierda minutos de su vida en leer lo que escribo. Gracias. A todos. 

Gracias por leer, por comentar, por haber llegado hasta aquí, por buscar si he actualizado, por compartir lo que escribo, por hacerme reír, por descubrirme cosas nuevas o hacer que me de cuenta de que no me he explicado bien o directamente lo he hecho fatal. Gracias por cabrearme y por hacer que me reafirme en mis días. Gracias por explicarme que me he equivocado. Gracias por apoyarme, preocuparos y reíros conmigo. 

No sé dónde estabais hace 8 años, sé dónde estaba yo y sé que he llegado hasta aquí gracias a Cosas que (me) pasan y todo lo que me ha dado, incluidos vosotros. 

Soy una chica con suerte. Celebrémoslo.