viernes, 1 de enero de 2016

(Mis) propósitos



Empiezo el 2016 con algunos propósitos. No sé si son buenos o malos pero son los que me apetecen. Teniendo en cuenta que el de 2015 era no morir en el intento, creo que he avanzado muchísimo. 


Beber más
O lo mismo. Quiero vino blanco del que entra solo y  me hace sentir como una señora mayor inglesa. Quiero vino tinto de color intenso y sabor poderoso, vino del que me encanta y me dejará una resaca horrible. Quiero mojitos y margaritas para hacer el tonto y gintonics para charlar y reírme.   

Esparcir amor
En mi nueva fase de Mrs. Robinson y purpurina, esta frase tiene una connotación sexual que me parece muy muy adecuada y estoy muy muy a favor. 

Cambios de tiempo
El calentamiento global me está reventando el ciclo estacional que adoro y me da la vida. Si en Madrid no llueve y no hay nubes, iré a buscarlas. Si en Los Molinos no nieva y hace frío me meteré en el coche y conduciré hasta un lugar dónde pueda ponerme guantes y calarme el gorro hasta las cejas. Llevo el coche lleno de abrigos para ir en busca del viento. En verano renegaré del calor y disfrutaré de ir descalza. 

Disfrutaré de todo
Durante un año la Nada casi me come, una Nada gris y espesa que hacía que me diera igual todo. 

Nunca más. 

Hacer planes que sólo dependan de mí.
No estoy en contra de planes con gente, pero siempre y cuando sea gente de confianza, gente de la que te puedas fiar, gente que si dice que irá, sé que estará allí. Gente en la que confío. Nada de mierdecillas de "ya veremos", "es que no sé", "me gustaría pero". 

Tengo muchos planes para este 2016 que empiezan ya. Leer mucho, escribir infinito, llevar solo un retraso de un mes en mi lectura del New Yorker, comprar condones, viajar a Bilbao a ver una expo, ir a Lyon aprovechando una oferta de billetes, ir a Grecia de vacaciones en junio y a Francia en agosto. 

Casi lo olvido, quiero empezar a leer poesía.

Perfeccionar el exquisito arte de la siesta
Concretamente quiero perfeccionar la técnica de la siesta por placer. No descarto la modalidad en pareja, aunque puede ser deporte de riesgo. 

Correr riesgos.
Sí, sí, sí. 

Otra cosa es un aburrimiento. Lo mismo me compro algo rosa. 

Aceptar mis limitaciones.
No sé envolver, divido con dificultad, soy completamente incapaz de secarme bien al salir de la ducha, no sirvo para la charla intrascendente y la prudencia no está entre mis dones. 

Aceptar la incertidumbre.
Soy muy organizada y previsora, pero me estoy quitando. Esto es arriesgado porque me lleva a encontrarme sin ropa interior limpia y descubrir que el papel higiénico se ha terminado en el peor momento posible. Por otro lado, vivo más relajada. 

Enfrentarme a mis miedos.
Solo tengo dos miedos: los gatos y morirme ahora que estoy feliz. No voy a enfrentarme a ellos, los gatos pienso obviarlos completamente porque son innecesarios y con la muerte voy a confiar en que por lo menos me aguante hasta los 52. 

Todo lo demás lo tengo superado teniendo en cuenta que no pienso bucear. Dos miedos son muy pocos. Soy una valiente.  

Divertirme muchísimo. 
Esto suena espantosamente "happy people" pero ahora mismo estoy tan contenta que me descubro a mí misma sonriendo en el coche a las 8 de la mañana mientras voy a los libros de colores. Soy feliz al despertarme, es imposible que no me divierta.

Empezar de cero con todas mis fuerzas porque soy una chica con suerte.

La tira es de Grant Snider.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Hombres fantásticos (II)

Esta es una fantasía canalla. Una fantasía de garito con barra, taburetes y copas. Con poca luz y mobiliario oscuro. Con humo y olor a tabaco.

De alguna manera, y aunque no pegue, tengo que conseguir encajar algo de comer en esta fantasía. Si me dedico a beber con mi hombre fantástico sin comer nada,  no seré capaz de articular palabra y, sin algo que empape el alcohol, no me fío de mi misma:  soy capaz de las peores cosas y prefiero evitar el ridículo incluso en mis fantasías.

Hemos quedado en un bar habitual para él, un bar en el que lo conocen, lo llaman por su nombre y saben que, llegado un punto de la noche, le gusta comer algo que empape todo lo que está bebiendo. ¿Qué comemos? Un buen bocadillo, algo ilustrado, algo caliente, con queso. Y también hay aceitunas y alpiste de ese para humanos que te ponen con copas y que es un vicio infernal y da muchísima sed para seguir bebiendo.

Yo no conozco el bar, no sé dónde está. Tengo una vaga idea y, como siempre hago, me niego a usar el navegador del móvil y confío en mi sentido de la orientación. Al salir de casa me he dicho "Sí, más o menos sé dónde es". Y, más o menos, lo he encontrado, lo que quiere decir que estoy dando vueltas caminando por el barrio y llego veinte minutos tarde. Por fin lo encuentro: una puerta que pesa un quintal y que, al cerrarse, me deja en un espacio oscuro en el que casi no veo. Me adentro en el bar quitándome el gorro y los guantes que, nerviosa, intento embutir en los bolsillos de mi trenca de Jane Fonda en Descalzos por el parque.

Él está en la barra, al fondo, sentado en un taburete. No nos conocemos pero me reconoce. La verdad es que sí nos conocemos pero no se acuerda; o quizás sí, no lo sé y he decidido no preguntárselo hasta que esté en confianza. Si no se acuerda, será violento y, si se acuerda, mejor que me lo diga él.

Bebemos vino para empezar. Yo me tomaría un gintónic? de buenas a primeras. Total, son las ocho de la tarde, una hora tan buena como cualquier otra; pero sé que, si empiezo así, lo mismo a las doce soy sólo una ameba balbuceante. El plan nos sale rana porque, después de enchufarnos una botella en cuarenta y cinco minutos, decidimos que mejor copas directamente. Van cayendo las copas mientras la conversación fluye.

Le dejo hablar al principio, al fin y al cabo él es la fantasía y yo ya me conozco y puedo ser un loro descontrolado si me dejo ir, así que le dejo hablar. De lo que quiera, (casi) todo me interesa; sólo hay un tema del que no quiero hablar, de fútbol.

Poco a poco, y según vamos entrando en calor, con el vino y la conversación, le pregunto cosas. Le hablo del Panteón de Roma del que vi un documental/charla el otro día y me recordó a su libro Historias de Roma y un fin de semana de junio de 2001 en el que me senté en una terraza de la plaza del Panteón después de un agotador día de turismo. Hacía un calor espantoso, me tomé una cocacola? y luego entré en el Panteón. Recuerdo la oscuridad al entrar desde la intensa luz de la calle, el frescor y una sensación que jamás he tenido en ningún otro edificio: inmensidad a escala humana. Tiempo detenido.

De repente me doy cuenta de que él me mira fijamente y me callo.

¿Estoy hablando mucho? Perdona. 
No, para nada, Molinos. 

Ja. Se acuerda. Sabe que soy yo. Qué perro, ha esperado el momento justo en el que me he relajado, he olvidado que nos conocíamos y me lo ha soltado a bocajarro.

Hablamos entonces de ese día, del día que nos conocimos. De lo petada que estaba la librería, de mi trenca roja y, lanzada ya sobre mi tercer gintónic?, echaría espumarajos por la boca hablando de Pérez Reverte y las cosas que le oí decir aquel día. Se acuerda hasta de las fotos.

Mientras nos comemos el bocadillo ilustrado le digo que Memorias líquidas es como un polvo a medias: cada vez que el capítulo, la historia o la anécdota coge temperatura, se pone los calzoncillos, saca la mano de dentro de mi camiseta y se marcha dejándome a medias.

Ahora sí que estoy hablando demasiado. 
No, estamos bebiendo demasiado pero ya nos preocuparemos mañana. 

Lanzada por la pendiente de la confianza, solos en el bar y con todo el tiempo del mundo le pregunto cómo es vivir sin preocuparse del curro. Cómo es trabajar sabiendo que, escribas lo que escribas, habrá gente deseando publicarlo y gente deseando leerlo. Hablaríamos de Judt y de qué pensaría de la situación actual, de la enfermedad terrible, cruel y horripilante que lo mató y de cómo fue capaz de contarlo. Él habla, como yo, moviendo las manos. Manos pequeñas y finas. Seguro que están frías.

Hablaríamos de la muerte. No sé muy bien cómo. No le gusta hablar de eso. Lo puede la emoción. Le diré solo una cosa, que nunca lo había pensado pero que la muerte de un hijo es la versión más terrorífica del luto hacia delante.

El camarero que lo conoce hace tiempo que ha recogido todo,  ha hecho caja, limpiado la barra, vaciado el lavavasos y colocado todo en su sitio.

- Lo siento pero ya os echo. 

Salimos a la calle. Es hora de irse. Somos adultos borrachos pero responsables.

Me pongo la trenca mientras sujeta la puerta y el gorro mientras salimos a la calle. Caminamos con las manos en los bolsillos para volver a casa.

- ¿No te he dicho nada de tus orejas todavía, ¿no? 
- Jajajajaja... ahora ya sí. 

lunes, 28 de diciembre de 2015

Mujeres y sufragistas

Su fra gis tas. ¿Qué es eso?
Entradas para el cine.
Eso ya lo veo pero, ¿qué son sufragistas?
Sufragistas fue el nombre que les pusieron a las mujeres que hace 100 años lucharon para que las mujeres, para que yo, para que tú, podamos votar. 
¿No podíamos votar?
No
¿Por qué? 
Porque los hombres no querían, no nos dejaban. Pensaban que no sabíamos votar. 
Pero... ¿Cómo no vamos a saber votar? Si eso es facilísimo. Eliges cuál te gusta más, pones su papeleta y la echas. 
Ya, pero ellos pensaban que nosotras no íbamos a saber elegir. 
Eso es una tontería y no lo entiendo.
Lo sé, pero es que hace 100 años no podíamos votar y hace 35 no podías abrir una cuenta en el banco sin que tu marido te autorizara y no podías trabajar y no podías separarte de tu marido aunque quisieras. 
Pues qué suerte tengo... yo voy a poder hacer todas esas cosas. 

*************

Después de esta conversación me fui al cine a ver Sufragistas. La sala estaba llena y al terminar la película, al fundirse a negro la pantalla y aparecer los rótulos mostrando el año en que las mujeres consiguieron el derecho a votar en distintos países, nadie se movió. Tímidos aplausos y después toda la sala aplaudiendo y algún grito de bravo. 

Sufragistas no es una gran película cinematográficamente hablando pero consigue llegar al espectador, consigue llegarte a ti, sentado en tu butaca de 2015 con tus derechos conseguidos. Derechos que sin pensarlo has dado por hechos, como si fueran obvios, como si fueran evidentes, como si fueran tan de cajón que es imposible no tenerlos. 

Es una película muy dura que quiero que vean laz princezaz. Quiero que la vean y se den cuenta de la suerte que tienen y de que lo que tienen, lo que disfrutan sin pensar, sin poder creer que otra cosa sea posible, lo tienen porque hubo otras antes que nosotras que pelearon por ello. Otras y otros que pensaron "Eh, esto no está bien, no es justo" e hicieron todo lo posible por cambiar una situación establecida e injusta. 

Al salir del cine pensé en mi conversación con C por la mañana. Por un lado me preocupa que mis hijas den cosas por supuesto, que las den por hecho, que no las aprecien ni valoren. Por otro, me alegro de que vean el absurdo de la desigualdad, que les parezca inconcebible y completamente idiota que hombres y mujeres no tengamos los mismos derechos, que las mujeres cobren menos o que uno no pueda casarse con quien le dé la gana sea del sexo que sea. 

***********

Al llegar a casa vi Querido papá, un video promocional de una asociación noruega para alertar, concienciar, prevenir contra la violencia de género. 


Lo he visto varias veces y no sé si me gusta. Tengo sentimientos encontrados. Me parece necesario, me parece muy realista en muchas de las situaciones que presenta de manera muy cruda pero, a la vez, me parece que se queda corto unas veces y se pasa de frenada en otras. 

Nacer mujer tiene muchas desventajas ahora mismo. Lo sé perfectamente, de hecho siempre he dicho y lo he escrito aquí: que si volviera a nacer me gustaría ser hombre; pero no todo es tan terrorífico. Lo fue, lo ha sido, lo es en muchas partes del mundo, lo es para muchas mujeres en nuestro entorno, pero no naces mujer y estás abocada a sufrir maltrato, insultos y vejaciones. Puede pasarte, claro que si, pero puede no pasarte. ¿Quiero decir que no es necesario este tipo de campañas? Para nada, pero me gustaría que igual que se hacen estos mensajes terroríficos, se pudieran hacer otros, igual de reales, que en vez de asustar reafirmaran a las mujeres, a las jóvenes en su personalidad, sus derechos y en una posición en la que sepan que deben defenderse y no aceptar una realidad que muchas veces será machista, que las denigrará o lo intentará, y contra la que tienen que rebelarse. 

Otra cosa que no me gusta y que llevo pensando desde ayer es: ¿por qué no hay campañas hacia los hombres? La campaña noruega se articula como un mensaje de su hija hacia su padre, para que su padre la cuide y cambie una realidad amenazante para ella. Creo, y sigo dándole vueltas, que el mensaje hacia ellos no debe ser "cuida de tus hijas, tu mujer, tu madre..." debe ser "no seas un mierda, ni un troglodita". Un tío que llama puta a una mujer que no quiere estar con él, llamará maricón a un homosexual, pensará que los inmigrantes son escoria y se verá a sí mismo como un ente superior. 

Una campaña para que los niños no sean trogloditas y se avergüencen de sus padres y una campaña para que las niñas y las mujeres sean conscientes de sus derechos y su valía. 

Hay que llevar a nuestros hijos a ver Sufragistas. A todos. 

martes, 22 de diciembre de 2015

El síndrome de la Señora Robinson

Hace muchos muchos años, en uno de esos momentos absurdos e idiotas de mi vida, decidí autoimponerme una norma. 

"Nunca me gustará, ni me liaré, con alguien que sea más joven que mi hermano pequeño". 

Me sorprende que ya tuviera claro por aquel entonces que puedes liarte con alguien que no te gusta. Por otro lado, teniendo en cuenta que esta decisión la tomé hace muchos años y que me llevo 10 con mi hermano pequeño, supongo que en su momento era una norma para no lanzarme a corromper menores. Repasando aquel momento vital me doy cuenta de que debía estar borracha o extrañamente eufórica para creer que cualquier menor iba a fijarse en mí. 

La cuestión es que han pasado un porrón de años desde aquel entonces. Pobrehermano Pequeño y yo seguimos llevándonos 10 años pero, ahora mismo, los hombres que son como él tienen la edad que yo tenía cuando nació mi segunda hija. 

Antes de que este post se desmande, quiero aclarar que no me gustan los hombres más jóvenes que yo, nunca me han gustado. Bueno, vale, mi primer novio era casi dos años más joven que yo pero de eso hace mucho, fue una mala idea desde el minuto 1 y yo era idiota. Me gustan los hombres mayores, no vetustos pero mayores que yo desde luego, y la cuestión es que últimamente no paro de encontrarme con jovenzuelos. 

El proceso es más o menos así:

- Conozco a un hombre o leo una entrevista o le escucho en la radio, o cualquier otro encuentro casual. Ni me planteo cuántos años tendrá, porque doy por hecho que su rango de edad estará entre los 38 y los 58. 

- De pronto el susodicho, en el transcurso de una reunión de trabajo, unas cañas con amigos, un par de mails o lo que sea dice algo que hace que me ponga como un perro de caza. "Estoy terminando la carrera", "Cuando yo hice la ESO", “¿Qué es un hulahop?”, "Jennifer Anniston es vieja" o "Yo jugaba con los Pokemon". Se me eriza el pelo, las orejas se me despegan de la cabeza y dejo de prestar atención a la conversación, porque mi cerebro empieza a hacer conjeturas. A lo mejor tiene hermanos pequeños o un síndrome de Peter Pan muy agudo, o es capaz de viajar en el tiempo...

- Para salir de dudas no queda más remedio que aplicar el Test de Pobrehermano Pequeño, que es como el Test de Bechdel pero adaptado a mis circunstancias. 

Pero, ¿cuántos años tienes? 

28, 30, 27. 

Oigo mis engranajes cerebrales chirriar calculando fechas de nacimiento. Por mi cabeza pasan efemérides: Naranjito, Barcelona 92, mi primer novio, mi primer pol... mi primer coche y entonces llego a una conclusión espeluznante: Dios mío, estoy tomando cañas con alguien que se lleva más años conmigo que con mi hija de 12 años. 

Automáticamente, ese hombre deja de ser un hombre y se convierte en un tipo entrañable al que me veo poniendo un colacao. Al mismo tiempo, una banda sonora toma posesión de mi cerebro: Simon y Garfunkel y sus armonías vocales suenan en mi cabeza a todo volumen: Hey, hey, hey, hey.... 

Me visualizo con canas (visibles), cruzando las piernas, fumando y por un nanosegundo pienso si ese jovenzuelo me ve como una vieja corrupia, aunque yo me sienta joven y estupenda. Después visualizo al susodicho mirando a mi hija y, antes de que me entren ganas de matar, tarareo el estribillo y me reengancho a la conversación de curro, las cañas o lo que sea, pensando que a lo mejor la norma de Pobrehermano Pequeño fue algo inteligente que mi yo del pasado hizo por mi. 

El test del Pobrehermano Mayor como cura del Síndrome de la Sra. Robinson y de la tentación de empezar a fumar.