lunes, 26 de octubre de 2015

Tenía que haber...


Llegaba de trabajar, cansada y dormida. En el tren había leído lo justo, menos de lo que le hubiera gustado, porque se había ido adormilando por momentos. Enfiló el andén de salida, ni un alma por el pasillo, nadie en la cinta transportadora. Pensaba en salir a la calle coger el 14 y llegar a casa... su sofá, su sofá, su sofá. ¿Cómo podía estar tan cansada? 

¿El 14 o un taxi? El 14, pero al ver poca gente y muchos taxis parados se encaminó hacia allí. Tres en línea, un montón de coches blancos aparcados esperando. Lo sentía por el que tocara: era una carrera corta pero no era su problema. 

- ¿Cuál me toca?
- Ese. 

El taxista era cadavérico. Cadavérico de maldad, no de enfermedad. Diabólico. Debajo de una gorra calada hasta las cejas un ojos pequeños, malvados, idiotas, crueles. 

- ¡Cabronesssss! - gritó por la ventanilla a los otros taxistas al arrancar. 

Se tenía que haber bajado. 

El taxista salió de la estación y ella pensó que hubiera sido mejor el 14, que todavía estaba a tiempo, pero se acordó de que no llevaba monedas...

- ¿A que mola mi coche? Mi coche mola todo. Deportivo Leganesssss
- Ah si, bueno, no sé qué coche es. No me he fijado. 
- Es el mejor de la parada... Mola todo. Deportivo Leganesss. 
- ¿Qué coche es?
- Me lo han dejado, tiene un nombre raro, empieza por “s”. 
- Skoda. 

Se tenía que haber bajado. 

El ser maligno bajo la gorra enfiló la calle a la derecha, cogió un paquete de galletas del asiento del copiloto y lo abrió a tirones haciendo que un montón de migas salieran disparadas. Soltó el volante, bebió a morro de una botella de litro con un líquido que ella no pudo identificar. 

- Me cago en la puta con las galletas... ¿A que mola mi coche? 

Se tenía que haber bajado. 

Con el semáforo en verde, arrancó conduciendo como un maniaco, pegado al volante. De repente, levantó el culo del asiento.

- Vaya cuesco me he tirado. 

Se tenía que haber bajado. 

Se decidió. Ni un metro más con ese maníaco al volante. 

- Perdona, al salir del túnel échate a la derecha y me dejas ahí en ese semáforo. 
- Pero, ¿de qué vas tía? 
- Que te eches a la derecha y me dejes ahí. Voy de que o paras en ese semáforo o llamo a la policía. 
- Pero, ¡será hija de puta!
- Para ahora mismo. Ahí. 
- Aquí molestamos al autobús. Estamos en la parada.
- No es mi problema. Para el taxi. Y dame un recibo. 

Los ojos del mal la miraron por debajo de la gorra con auténtico asombro, no pudiendo creer que ella tuviera los huevos de, además, pedir un recibo. 

- Se me han acabado. 
- ¿Perdona?
- Que se me han acabado. 
- Mira eres el peor taxista que he cogido jamás en mi vida, el más maleducado, el más asqueroso y encima, ¿no tienes recibo?
- Es que pensé que me quedaban. 
- ¿Cuánto es? Ahí pone 6 euros... toma. 
- Son 9 por el suplemento de estación. 
- Por suplemento de estación no me queda nada para darte. 
- Serás zorra. 
- Dame mis vueltas. No voy a darte el billete antes de que me des la vueltas... no me fío de ti. 

Cogió sus vueltas y con el corazón a dos mil por hora salió del taxi pegando un portazo en el coche "molonnnn deportivo leganesssss". El portazo de su vida. Temblaba. 

Cuando ya caminaba para alejarse le oyó gritar un insulto y algo sobre su rabo. 

Se tenía que haber bajado. 
Los otros taxistas tenían que haberla avisado. Tenían que haber impedido que ese tío circulara con un coche, que nadie se subiera a ese coche. 

¿Cuántas carreras como la suya habría hecho ese día?

Tenía que haber apuntado la matrícula. 

Mierda de tío.

viernes, 23 de octubre de 2015

(Mi) motivo

Hace justamente un año pasaba mi mañana exactamente igual que la mañana anterior y la siguiente, esperando sencillamente a que el tiempo pasara, que pasara más deprisa, que se acabara. 

Llevaba los vaqueros mugrientos de estar en casa; ya no tenía botón y me los sujetaba con la cremallera y con las manos cuando me ponía de pie. Una camisa azul de hombre, enorme, y calcetines. Tras brujulear por la red, mirar el correo, mirar la pantalla, mirar el sofá, mirar el correo... pensé ¡No se me ocurre nada, no tengo nada que decir, ni que escribir! Miré el sofá otra vez, cerré la tapa del portátil y decidí que esa hora era un momento buenísimo para tumbarme y dejar pasar la mañana... y ojalá la tarde, la noche y los días hasta volver a tener los pies calientes y algo en la cabeza. 

Me tumbé y miré por la ventana. Enfrente de mi casa hay un edificio de viviendas pero está lo suficientemente lejos como para tener las cortinas abiertas y que nadie te vea; como mucho, pueden intuirme. Me tumbé y pensé en dejarlo, en dejar de escribir. 

A lo mejor no para siempre... solo un poco, lo suficiente para descansar. 

Jamás hasta ese día, a lo mejor hasta “esos” días, había pensado en dejarlo, pero “ese”, concretamente, pensé que no podía más, que por primera vez en 7 años era un esfuerzo y que, a lo mejor, no merecía la pena. 

Ping. Correo. Lo dejé estar. Me daba igual quién fuera o lo que fuera. Me daba igual. Seguí mirando por la ventana el tráfico en Doctor Esquerdo, la gente caminando, los autobuses. 

Al cabo de un rato miré el correo. 

"7 días sin publicar. Eso no pasaba desde agosto y tus veranos son casi de época de Franco con que se justifica. No hay más receta que subir la escalera, una tan poco apetecible como la que te adjunto. Lo peor es que se suben 7 peldaños y luego se bajan 2 sin motivo, mientras buscas eso, el motivo. Un abrazo". 

No esperaba ese mail. No esperaba nada. Me levanté del sofá, dejé de mirar la vida y escribí un post. 

Seguí escribiendo. He seguido escribiendo mientras subía esa escalera. No sé como he podido hacerlo. No tengo ni idea. No podía comer, ni dormir, ni hablar, ni casi salir de casa, pero de algún lugar recóndito conseguía sacar la inspiración, la concentración (a duras penas) y juntar fuerzas. No lo considero una heroicidad, ni creo que tenga ningún tipo de mérito especial. 

Era un esfuerzo, pero lo único que me reconfortaba. Tener una idea y conseguir escribirla. Llegar al final y leer el texto entero, y asombrarme al pensar que esas palabras habían salido de mi cabeza unos minutos antes. 

No podía con nada, pero de alguna manera sabía que si dejaba de escribir (aquí y en los mil sitios en los que este año han confiado en mí y no podía decir que no) me hundiría. 

El blog ha sido como el madero del náufrago. Tienes los brazos entumecidos de aferrarte a él, estás aterido, congelado, vives sin pensar en nada más que en no hundirte, no ahogarte; pero te duele tanto todo, estás tan agarrotada y tienes tanto frío que fantaseas con lo relajado que sería soltarte del madero, descansar los brazos, cambiar de postura y dejarte ir. Pero sabía que no podía, si lo soltaba me hundiría y me ahogaría. 

Gracias, Gonzalo. Tu mail fue el que me dijo "ehhh...no te sueltes que te ahogas"

No me pongo medallas, ni méritos ni nada. Me aferré a escribir hasta que me dolieron los brazos, llegué a la playa y salí caminando hasta llegar a la orilla. 

Sencillamente lo cuento. Cosas que (me) pasan me salvó la vida y eso son buenas noticias. 


miércoles, 21 de octubre de 2015

Ensayo sobre el microondas

El microondas es como vivir en pareja 

Hay gente que no vive en pareja porque no quiere, considera que es peligrosísimo para la salud, para su vida, que eso no es para ella y que mucho mejor cada uno en su casa y todos tan contentos. Lo mismo pasa con el microondas, hay gente que no quiere microondas, que no lo usa porque es peligroso para la salud y las ondas pueden matarlo. Me parece bien, es una opción tan buena como no tenerlo porque no te cabe, no te va con los electrodomésticos o cualquier otra chorrada... aunque más arriesgada. La buena noticia es que los efectos malvados de las ondas del microondas no les matarán en sus casas, la mala es que en los restaurantes, en el colegio de sus hijos y en otros mil sitios sí usan los microondas y sus ondas malvadas para calentar o cocinar comida que esas personas se comen... pero oye, cada uno se engaña con lo que quiere. 

El microondas es un electrodoméstico prometedor. Es como los novios. Los ves ahí colocados, flamantes y nuevos e imaginas una vida de amor y convivencia en la que todo sea armonía.  El primero que tienes (ya sea en un pasado remoto en casa de tu madre o en pasado menos remoto en tu propia casa) parece algo prometedor y lleno de posibilidades. Un mundo nuevo... Lo miras, te gusta y piensas "juntos vamos a hacer grandes cosas". No hace falta que sea el más caro ni el más brillante; es el tuyo, el que te ha hecho tilín y te gusta. 

Poco a poco, la realidad se impone y las "grandes cosas" se transforman en la rutina cotidiana de pequeños gestos que también mola mucho. Levantarte hecho un gremlin, llorando de sueño, llegar a la cocina, sacar la taza, echar el café, abrir la nevera para coger la leche... y después sin pensarlo, sin saberlo, pulsar el botón que abre la puerta, meter la taza y darle al botón. El sonido familiar de las ondas malignas llena tu cocina y tú te dedicas entonces a preparar el resto del desayuno o a contemplar el (in)finito de tu cocina con mirada de foca monje, esperando el "ping". La puerta se abre y entonces tu maravilloso compañero de rutina te devuelve el líquido asqueroso (si no habéis probado a beber café frío a las 6:30 de la mañana... no lo hagáis) convertido en el maná, en la poción mágica que te hará empezar a ser persona. 

Todo es rutina, todo funciona. Has abandonado los grandes proyectos y las grandes cosas y estás cómodo con tu microondas. Vas a otras casas, ves otros microondas. Algunos parecen más cutres, otros más sofisticados, algunos son preciosos y fantaseas sobre cómo quedarían en tu cocina, otros sabes que están completamente fuera de tus posibilidades y piensas que estás bien, que te gusta el tuyo y que no necesitas nada más.

Tu microondas no hace grandes cosas; a lo mejor sí, si lo cuidaras, mimaras y tuvieras detalles, pero no hay tiempo ni ganas. Estáis bien así. Calienta, pita y sacas lo que sea. Ya no tienes ni que mirarlo. Los números se han borrado, el cristal ya no es traslúcido, hay botones que no sabes (y puede que nunca supieras) para qué sirven... pero es tuyo y te gusta. 

La rutina en algún momento se estropea. El microondas empieza a fallar. Cosas impensables empiezan a ocurrir. Pita demasiado tarde y te abrasas, pita demasiado tarde y al sacar la taza el café sigue congelado. La rueda misteriosa que nadie controla pero que todo el mundo gira se atora. El botón de abrir la puerta se resiste y es necesario golpearlo con fuerza pero no demasiada, porque entonces se cabrea y lanza la tecla. No quieres verlo, te resistes. "No importa que de vez en cuando no caliente". "No importa que no vea los números". "¿Eso que hay ahí era el dibujo de una taza?", pero lo dejas pasar...

El momento final llega y empiezan las dudas. ¿Busco otro? ¿Uno mejor? ¿Uno más caro? ¿Uno más barato? Ya sabes que los grandes planes no se cumplirán y que con uno sencillo y que sea cumplidor tienes más que suficiente. Y vuelta a empezar. 

Conozco casos de gente que después de una primera experiencia traumática “no me tenía en consideración, la grasa del pollo que calentaba la comida aromatizaba mi café de la mañana” al dar sepultura a su microondas... y en un acto radical de ruptura con todo, arrancó el enchufe, le arrancó la puerta y lo convirtió en un especiero. 

También hay gente que tiene (tenemos) muchos microondas en nuestra vida y francamente es un follón.  Hay que recordar los usos y costumbres de todos, cuál necesita mimos previos, cuál es más de aquí te pillo aquí te mato, cuál es mejor no calentar demasiado porque se desborda, cuál es más bien lento y se toma su tiempo. Es fundamental conocerlos a todos y no equivocarse. Nada peor que poner excesivo tiempo en un microondas de calentamiento ultrarrápido para que tu comida entre en ebullición y el túper en el que la guardas se funda y ya no haya solución para esa relación. 

En fin, lo mismo lo mejor es no tener microondas. O uno de confianza. O muchos. O calentar la comida con carbón. O comer frío. O solo cosas crudas. O mejor, la dieta paleolítica. O sólo cosas que caigan de los árboles. 

Pero ¿qué hacemos con el café? 

viernes, 16 de octubre de 2015

Carta a mi yo de 1997

Hola Moli: 

Sí, es a ti. No mires hacia atrás, ya sé que no te identificas con ese nombre pero, aunque no te lo creas, dentro de unos años la mayor parte de la gente que te conoce te llamará así. No preguntes, es una larga historia. Al principio será raro pero luego te acostumbrarás, tampoco es tan extraño, muy poca gente te llama ahora por tu nombre. Siempre es con el apellido. 

Te escribo desde el futuro para decirte unas cuantas cosas, la mayoría inútiles pero a lo mejor te sirven. 

Primero de todo, Saca Pecho. Y no, no hablo metafóricamente, no se trata de que te comas el mundo y estés orgullosa de ti, que también. Saca pecho físicamente. Deja de caminar con los hombros como si llevaras unas bolas de plomo colgando y los nudillos te rozaran el suelo, y saca pecho. Lúcelo y no te preocupes por nada. (Bueno, cuando te quedes embarazada lo mismo es un pelín excesivo, la naturaleza es así de cabrona. Llorarás desconsoladamente por ello, pero luego se te pasará y lucirás canalillo. Empieza ya).

Cómprate un bikini YA. No esperes a los 27 para ponerte el primero. 

Sí, ese tío con el que te encuentras de vez en cuando, lleva camisas de cuadros y al que todos llaman por un mote ridículo tiene algo contigo. No está claro si él lo sabe o no, pero lo tiene. Y sí, será con el que te cases. Confía en tu instinto.

Ese por el que estás sufriendo y del que crees que no te desamorarás nunca es un cabrón con pintas. Déjate de "tengo un pálpito". El pálpito de "seguro que vuelve cuando yo ya pase" será verdad, pero cuando ocurra ya estarás a años luz. 

No seas tan impulsiva. Intenta morderte la lengua de vez en cuando; o mejor, todo el tiempo que puedas. Vas a intentar controlarlo más adelante y lo conseguirás a duras penas y en contadas ocasiones. Es una putada y no lleva, casi nunca, a nada bueno. No lo sabes todo ni lo sabrás nunca. 

¿Te acuerdas cuando te decían “a ver si se te pasa este pavón protestón que tienes”? Pues no se te va pasar. Tendrás 42 y serás una protesta con patas, un gremlin gruñón, y te hostilizarás con todo el planeta. Dirás unas palabrotas increíbles y soñaras con bazokas. Lo siento, no he conseguido desembarazarme del pavo. 

Por lo que más quieras, y esto debería escribírtelo en una carta como Doc a Marty, cuando tengas 37 no vayas, bajo ningún concepto, a un concierto de Burning en Reciclaje. NO VAYAS. No preguntes. Hazme caso. NO VAYAS. 

Una perla de sabiduría suprema: da igual que un hombre no sea especialmente inteligente, ni lo quieras para ser el padre de tus hijos, ni para vivir con él, ni para nada serio... el físico y el atractivo a veces son más que suficiente. Cuando estrenen una película que se llama 300, VE al cine, varias veces. Disfruta de tu epifanía.

Tienes los pies preciosos. Usa sandalias ya. No esperes a los 28. 

No tienes los brazos gordos. Ponte tirantes. 

Esto no te lo vas a creer pero con el tío de la camisa de cuadros y que va en bici a la escuela de montes vas a tener una hija con ojos azules. Por lo visto eso que te llevan diciendo toda la vida de que los ojos azules saltan una generación, es verdad. Tardarás 4 meses en creértelo una vez que nazca. Y después seguirás mirándola todos los días pensando que lo mismo le cambian. 

Otra cosa importante. Intenta no decir "Ni de coña haré esto". No puedo explicarte el mecanismo, pero cada vez que en tu vida digas "ni de coña", te acabarás encontrando haciendo eso de lo que renegabas. Di "cáspita, preferiría que no"... lo mismo funciona. ¿No te lo crees? Pues tengo pruebas, ahora mismo no comes piña y te parece asquerosa: "ni de coña como piña"... con 42 años desayunarás piña. Las buenas noticias son que sigues pensando que la gente que la echa a la pizza no es de fiar. 

Desconfía. Desconfía mucho y sobre todo, por lo que más quieras, el día que creas que puedes confiar del todo, completamente, en alguien... no se lo digas. Muérdete la lengua y no se lo digas. No es verdad, no puedes confiar en él. Cuando abras la boca para decir "no me das miedo", dile "es mi parada, me bajo. Mejor no volvemos a vernos". Hazme caso. 

¿Me dejo algo importante? Un par de cosas, estás a punto de llegar a Madrid de vuelta de tu viaje de celebración de fin de carrera. Has conseguido aprobar numismática y paleografía, y ante ti se abre el futuro. Tengo malas noticias: en mes y medio el futuro te va a dar una leche que te va cambiar la vida. 

No te preocupes, estarás bien. Muy bien. 

PD: 20 años después tendrás fotos exactamente igual que esta pero con más canas. Iguales no. Estarás, estaréis más guapos. 
PD: sigues sin probar los higos.