viernes, 27 de marzo de 2015

Un baño de realidad


Miro el suelo. En el rato que llevo esperando he descubierto en las tablas de la falsa tarima: un mosqueperro, al Lobo de los tres cerditos y a un señor con un gran bigote con cierto parecido a Stalin. El problema es que desde Stalin no puedo volver hacia atrás y no hay manera de visualizar de nuevo al mosqueperro. 

Tumbada boca abajo, desnuda desde la cintura, además del suelo me veo las manos colgando a los lados de la camilla. Siempre había pensado que tenía unas manos feas pero desde esta perspectiva hasta parecen estilosas. No sé, a lo mejor es la edad. 

-¡MÍIIIIGUELLL! ¿A LA SEÑORA DEL BOX DEL MEDIO QUE LE FALTA? 

Esa soy yo. La señora del box del medio que ha entrado hace un rato pareciendo una grulla: dos patitas y el cuello en un posición imposible. 

Me ha recibido "La Vero" con su impecable conjunto morado de recepcionista de clínica de rehabilitación, aunque  esto se parece más al decorado de una serie de televisión. Están de obras y está mucho mejor que hace seis meses pero sigue dando una sensación de provisionalidad, de escaparate, muy chocante. 

Probablemente, si no me doliera el cuello como para arrancármelo y fuera capaz de levantar la mirada más allá de las puntas de mis zapatos me importaría algo el ambiente, pero soy puro dolor y lo único que quiero es que "El Miguel" o "Elborch" (El Borja en su jerga) me metan mano hasta el píloro y me curen. 

- Pero cuerpo, ¿cómo te has hecho esto? - me ha preguntado Elborch nada más verme. 
- Abriendo un bote de mermelada de melocotón. - he contestado con un hilo de voz. 
- Vamos, vamos, vamos...estás como una piedra. No te puedo tocar así, voy a ponerte corrientes. 

Y aquí estoy. Sintiendo calambrazos en el cuello, mirándome las manos y viendo a Stalin en el suelo.  
Se supone que cuando vas a que te relajen los músculos, habrá un ambiente tranquilo, todo será blanco, calmo y sonará una música de fondo que adormezca. 

Cualquier parecido con esa imagen idílica es pura coincidencia. Las paredes son azulonas, algunas son amarillas y hay un montón de plantas artificiales color verde loro colgando del techo. De fondo, bueno, no tan de fondo y en el rato que llevo con las "corrientes" he escuchado ya a Rihanna, Shakira, Fito y algún otro grupo para mi completamente desconocido. A pesar del volumen de discoteca de la música, lo más impresionante son las conversaciones. 

- Pero cariño, ¿Qué cara tienes hoy? Eso es que ayer no te acostaste hasta que acabó Gran Hermano Vip. 
- ¡Qué no, coño! Me acosté cuando dijeron que ganaba la Esteban que era la que quería que ganara yo. 
- ¿Ganó la Esteban? ¡Qué me dices? 
- ¡Pues claro! Se sabía desde el primer momento. Pero es más buena, lo ha dado todo, todo el premio a cosas buenas. 
- ¿Cosas buenas? ¿A drogas y alcohol?
- Ay Míguel como eres. Y me estás haciendo daño en la rodilla. 
- No te voy a hacer daño, cariño sino te estás quieta. 
- Pues la Esteban lo ha dado a organizaciones de esas que hacen cosas buenas, pero ella no quería decirlo y tuvo que forzarla el presentador. 
- ¿Y la Hormigos?
- Bueno, bueno, bueno... se le quedó una cara. Claro que yo no entiendo al marido. Porque se puede ser liberal pero que tu mujer haga guarrerías pues no. 
- A ver, Chari, cada uno hace las guarrerías que quiere. 
- Bueno sí, ¡pero qué no las mande! 
- Chari, haz guarrerías y me las mandas a mi. 

Vuelvo a Stalin. Me concentro en otra cosa. 

- ¿Viste el partido?
- ¡No lo voy a ver! Pues claro. Pero te digo una cosa a mi ese chaval no me gusta. 
- Juega bien.
- Juega bien pero le falta garra. Y sin garra no se va a ninguna parte. 
- Eso es verdad. Por cierto ¿a qué no sabes cuánto le mide el contorno de brazo al Borch?
- ¿A ese?
- ¿Cómo que a ese? ¡Qué os estoy oyendo! 

Y yo también.- pienso mientras me miro las manitas. 

- ¿Cuánto le mide el brazo? Pues ni idea pero está mazas. 
- ¡31 cm en reposo! 
- ¿en reposo el brazo?
- Jajajaja, lo otro me mide más. 

Stalin de mis amores y de mi corazón. 

- ¡Angelines! ¡Ya era hora de que volvieras! ¿Te has echado un novio y por eso no vienes a verme?
- Ay Borja que ladrón eres. ¿Cómo me voy a echar un novio con la edad que tengo?
- Pero Angelines si tú has tenido que ser un pibón de joven. ¿Cuando me vas a traer una foto?
- ¡Que no tengo fotos de cuando era joven!
- No vas a tener, no vas a tener. Lo que pasa es que no me las quieres enseñar. Y a bailar, ¿cuando vamos? 
- ¿A bailar? Pero si no me puedo subir el camisón y ya me han infiltrado tres veces. 
- A bailar agarrao, tú y yo. 
- ¡Ay qué chico este!

Oigo la cortina abrirse, veo las zapatillas amarillo fosforito del 31 cm en reposo y la misma voz que quería ir a bailar con Angelines me dice: 

- Venga cuerpazo, que me pongo contigo. 

Masaje de las manazas de ElBorch y baño de realidad por el mismo precio. 

Todavía estoy en shock.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Tres hombres en el escenario


Llego 26 años tarde. Lo pienso mientras frenéticamente hurgo en el bolso buscando las entradas que, por supuesto, creo haber perdido. 

Pachá. El templo de mi adolescencia. El sitio donde tenía que haber ido y no fui jamás. Mentí, por supuesto. Quise ser como todas las niñas de mi clase, quise ser del grupo y dije que había estado. Jamás en mi vida había entrado hasta ahora, con 42 palos y cuando me da igual ser de un grupo y lo que quiero es ser yo. 

- Moli, ¿en serio nunca has venido aquí? ¿Nunca te morreaste en la parte de arriba?
- Nunca. ¡Yo no me morreaba con nadie, ya lo sabéis!  Si tuviera una historia así os la hubiera contado. 

La culpa o el mérito de haberme hecho recordar a mi yo adolescente de 16 años la tiene el hombre que me ha hecho venir esta noche. 26 años tarde o justo a tiempo, según como se mire, entró en el Teatro Barceló (aka Pachá) para el concierto de Rafa Pons. 

Al entrar me parece un sitio agobiante, con el techo bajo, una barra grande a la derecha y a la izquierda unas plataformas con  barandillas. Parece una discoteca. Es una discoteca. Le cambiaron el nombre a Teatro para que pareciera otra cosa.

Hace un calor espantoso y eso que todavía no ha empezado. Cuando sale Rafa, nos acercamos hacia el escenario. Un poco en plan groupies y un poco porque pegados a la barra se escucha de angustia. Después de unos cuantos “perdona”, “¿me dejas?” y “gracias” logramos acercarnos lo bastante para comprobar que, delante, el problema de sonido sigue siendo el mismo. 

Me distraigo, y eso es mala señal en un concierto. Es un público raro, hay gente con pinta de quinceañeros y un montón de cuarentones como nosotros. Lo de los cuarentones lo entiendo pero no veo a Rafa como ídolo de masas de adolescentes, aunque claro, es cantautor y eso, por lo visto, atrae a ciertas mujeres y más en la adolescencia. Aunque a mí me ha empezado a gustar con 40 palos. Definitivamente me he distraído. Intento concentrarme.
“A menudo me despierto borracho en los portales y aunque no sé ni mi nombre sé que quiero abrazarte. Te olvido pero en el fondo te recuerdo y me digo ¿Qué hay de falso en lo que muestro, de cierto en lo que escondo?” 
Suena Supongo.

El concierto sigue un rato pero a mí ya me da igual.

Al terminar, por unas escaleras estrechas, inmundas y en las que, por segunda vez esta noche, agradezco ser bajita llegamos al camerino para saludar a Rafa. Es curioso, en el concierto en Los Molinos era un chico con una guitarra que fumaba con nerviosismo. Aquí, con un botellín en la mano, es una estrella. 

*********

Me sorprendo cuando un aviso en el teléfono me recuerda que el miércoles tengo concierto. ¿En serio? ¿Cuando compré la entrada? Lo recuerdo vagamente pero en cualquier caso me alegro de haber sido previsora. Ni de coña podría pagar la entrada ahora. 

El concierto es en un teatro en el que no he estado nunca. No hay ni un solo cartel anunciando la actuación. No hace falta, las entradas llevan meses agotadas y todos somos devotos confesos y entregados. Entramos pasando por delante de las fotografías de Los Morancos, que descansan hoy, y entramos en el gran hall. 

El teatro es enorme, profundo y muy alto. Las butacas son de madera de terciopelo rojo ajado, el suelo ha perdido la moqueta en su mayor parte y las tablas de la tarima se ven rotas y astilladas. Las paredes están llenas de humedades y los distintos descansillos conservan suelos de baldosas hidráulicas con preciosos diseños geométricos. Las escaleras para trepar hasta nuestras butacas son muy empinadas, con pasamanos dorados e ideales para un asesinato de película, un leve empujón que precipite a la heroína o al malvado hasta estrellarse contra el suelo. 

Desde nuestros asientos, al módico precio de casi 60 euros, casi podemos darles la mano a los de la Estación Espacial Internacional. Observo al público. Calculo que estoy entre el 10 % más joven de la sala bajando la media de edad en unos 15-20 años. El patio de butacas es un mar de calvas y melenas canosas. Alguna vez, todos ellos fueron jóvenes, seguramente alguno tocó la guitarra imitando a James y casi todos tuvieron sus discos. Seguro que ninguno pensó que algún día pagaría 150 euros por una entrada para uno de sus conciertos. 

Cuando sale al escenario, James parece pequeño, indefenso, quebradizo, tímido y frágil. Saluda como si le asombrara estar aquí, como si le sorprendiera que el teatro estuviera en pie aplaudiéndole, como si fuera nuevo, como si estuviera empezando. 

Beautiful theater, is like a little jukebox.

“No tan little” pienso mientras echo de menos unos prismáticos. 

James coge la guitarra, se sienta y sin quitarse la gorra, que le tapa la calva y le sienta de angustia, empieza a tocar  Something in the way she moves”.
“It isn't what she's got to say but how she thinks and where she's been”.
Esta canción siempre me ha parecido lo más bonito que te puede decir un hombre, un piropo emocionante e íntimo. “No eres sólo lo que dices, eres lo que piensas y dónde has estado”, que es como decir… eres toda tú lo que me emociona. Te quiero por lo que eres ahora y lo que has sido hasta llegar aquí, hasta el momento en el que te veo moverte, hasta el momento en que te encontré. 

Dejo de pensar, me dejo llevar y sólo siento la música. La piel de gallina, las lágrimas en los ojos y mi trance particular con la música. Hacía años que no escuchaba muchas de estas canciones pero estaban guardadas en algún cajón de mi memoria y, al empezar a sonar los primeros acordes, saltan al centro de mi salón mental y bailo con ellas, me recuerdo cantándolas conduciendo y escuchándolas una y otra vez en un walkman cuando iba en autobús a la Facultad. Canciones que me hacían pensar en hombres, en  casas en el campo, en paseos de la mano. 

Y de la mano, paseando, me lleva James durante dos horas y media. Salgo feliz, flipada y pensando que tengo que hacer un viaje por la Costa Este de Estados Unidos.  

Al día siguiente, al ver las fotos en la prensa, me doy cuenta de que James lleva barba. Desde la Estación Espacial no se la distinguí. Me gustan las barbas. 

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Otro teatro que no conozco. Otro Rafa, pero este es Rafael, es “El Brujo” y vengo a ver “El Lazarillo”. Si no me hubieran regalado las entradas por mi cumpleaños seguro que no habría venido. 

Otro teatro antiguo, ajado y con las butacas de terciopelo rojo, pero este es pequeño, coqueto, “íntimo”, dice Juan mientras intenta acoplar su 1,90. 

Comienza la obra y pienso que “El Brujo” va demasiado deprisa, que parece un niño recitando la lista de minerales o de provincias, sin pensar en lo que piensa y deseando terminar. Pienso que no me va a gustar. Después, me meto en el texto y descubro que a pesar de creer que nunca terminé de leer El Lazarillo me sé todo el texto, la historia. 

Cuando estoy inmersa en el siglo XVI, en la historia del pícaro y el ciego, la magia se para. El Brujo empieza a divagar: el 21 % de Iva, Mariano Rajoy, Wert, Javier Bardem. El patio de butacas ríe entregado el chiste fácil, la broma coyuntural. Me salgo completamente de la historia. 

El resto de la obra va y viene de un siglo a otro, de un texto clásico a un guión del club de la comedia. Voy pensando si me está gustando o no, si me parece bien o no. 
El Brujo es un grandísimo actor, hay que tener muchas tablas, mucho oficio y muchísimas ganas para aguantar una hora y media solo, completamente solo, en el escenario. Sin decorado, con una banqueta, un bastón y un arcón. El público y él. 

Hay que ser muy bueno para aguantarlo y me parece maravilloso que lo haga con un texto de teatro clásico, una obra cumbre de la literatura. Me parece increíble que consiga que la gente vaya a ver teatro clásico… pero ¿por qué convertirlo en un gag de televisión, en un monólogo cómico? Entiendo algunos guiños, las alusiones al minimalismo del escenario, al necesario poder de la imaginación en el teatro, a la imprescindible complicidad del público: “Esto es una plaza, imaginadlo”, pero, ¿qué necesidad hay de emponzoñarlo con comentarios completamente coyunturales? 

¿Por qué todo tiene que ser divertido para que el público vaya? ¿Por qué esa tendencia de infantilizar al público? Es cierto que “entrar” en El Lazarillo puede costar un poco al principio pero El Brujo es un gran actor, es capaz de hacerlo sin necesidad de imitar a Rajoy o hablar de Podemos. 

No todo tiene que ser divertido, no es necesario aligerar El Lazarillo, ni recurrir al chascarrillo fácil. hacer reír. Para llegar al público, lo fundamental es emocionar, coger al público y meterlo en la historia sin que sepa siquiera cómo. 

Un mes, tres hombres en el escenario. Con uno he vuelto a tener 16 años, con otro he querido volver a enamorarme y con otro he descubierto que me sé El Lazarillo y soy un crítico de teatro gruñón. 



domingo, 22 de marzo de 2015

Psicodelia en los carteles


Tengo una contractura cervical que, en palabras de mi fisio "El Borch", es de campeonato. La inmovilización en la que me encuentro,  me ha permitido brujulear por internet con tiempo y calma. Lo bueno de esos paseos sin rumbo por la red es que de vez en cuando me llevan a grandes descubrimientos que me inspiran,  me provocan preguntas y me dejan sin palabras.

"Mind-bending Czech posters for American Movies"

Mind-bending es un término que se queda muy muy lejos de definir este fino de trabajo de ilustración.

Espectacular es poco.


Sospecho que algunos de los artistas tenían que hacer los carteles sin haber visto las películas. Si tu eras checo en 1969 y te decían que ilustraras algo titulado "Rebelde sin causa"  supongo que primero te acojonabas hasta el infinito por si era una trampa de la policía secreta. Pero,  superado el miedo a terminar en un calabozo por simpatizante del capitalismo yanki, te dejabas llevar  y te dibujabas a ti mismo revolucionario, hortera de bolera, hecho un hippie y descalzo sobre un fondo asalmonado en un escorzo absurdo.

Pobre James Dean. Hace el esfuerzo de morir joven y pasa a la historia  idealizado como un icono del atractivo masculino, la contención y la sobriedad y van los checos y lo convierten en una especie de Ringo Star teñido de pelirrojo, vestido de John Lennon y con la misma pose chulesca que Jim Morrison.

¿Cuándo, por el amor de Dios, James Dean llevó bigote? ¿Y ese pelazo? Me juego las dos manos a que el autor del poster tenía pelazo y mostacho, aunque sospecho que esos ojos rasgados son un embellecimiento añadido.

Todo son dudas. Menos mal que han mantenido el nombre, James Dean.





Al contrario que James Dean, la buena de Elizabeth está bastante reconocible. Me encanta lo de "Taylorova" le da más rotundidad. Kleopatra con K interpretada por la gran Taylorova, los checos no se andan con chiquitas.

A este artista le dejaron ver la peli o por lo menos sabía algo de historia. Se toma su trabajo en serio y quiere hacer un póster que anticipe de qué va la película, quién es la mala y qué está pensando la buena de la reina egipcia.  El diseñador checo recurre a la historia y en un fotomontaje muy muy sutil y muy currado, recorta una pitón verde loro de un libro de animales de la escuela primaria y se lo pone a la Taylorova en el canalillo.

¿Kleopatra es una peli histórica? Sí, pero ¿a quién le importa? Mucho mejor poner el énfasis en la historia de la reina egipcia y la serpiente que a saber de quién es... Que la Taylorova aparezca en blanco y negro y la serpiente en color sugiriendo que la vida de la reina no es "de luz y de color" hasta que conoce a la culebrilla, me parece demasiado retorcido incluso para mi. Pero con los checos nunca se sabe.






Grandísimo el Planetaopic. ¿O son dos palabras? Planeta Opic. No lo sé. Opiáceos tomó seguro el diseñador del cártel. Me encanta todo. El simio amenazante con un cierto parecido a Stalin, las curvas multicolores rollo psicodelia con una "ligera" inspiración en el Yellow Submarine de los Beatles. La preocupación por la simetría en la parte de arriba con los dos planetas que nos recuerda que en Checoslovaquia el orden era el orden. Y por supuesto me fascina  la orgía de "opics" amenazantes persiguiendo a unas mujeres desmelenadas vestidas con harapos sexys corriendo por una playa. Para un checo de 1970 así debía haber sido Woodstock.  

¿Quién protagoniza este peliculón? Charltonem Hestonem. Me parto.



- Stanislav, tienes que hacer un cartel para una película que se llama "La pantera rosa" y la protagoniza Claudia Cardinale. 
- ¿Y de qué va?
- ¡Pues te lo acabo de decir! De una pantera rosa y Claudia Cardinale. 

Y ahí fue el bueno de Stanislav. Cogió una foto de la Cardinale, le puso cuerpo de pantera en escorzo de esfinge egipcia y la pinto de rosa. Como le sobraba espacio, decidió colgar de la parte de arriba un "algo" dorado que Claudia coge con su hermosa dentadura de pantera. No contento con eso e intentado huir del horror vacui, Stanislav pintó flores y más flores y más flores multicolores porque obviamente si sale la palabra "rosa" en el título es que por algún lado van a salir flores ¿no? 

Pagaría por ver la cara de los checos al salir del cine de ver esta película. 



Mi héroe sin embargo es Vaclav. Le tocó lidiar con la más fea y tuvo que salir como pudo del entuerto. Recordemos que en Checoslovaquia no estaban las cosas como para decir que no alegremente a un encargo. 

- Vaclav, tienes que hacer un cartel para anunciar "Cazafantasmas"
- ¿Estás de coña?
- Vaclav, aquí no hemos estado de coña desde 1935. Cazafantasmas y rapidito. 

Vaclav tras días de dar vueltas y más vueltas, de no dormir, de pensar en sábanas, castillos, armaduras, brujas y perversiones sexuales rarunas para distraerse, decidió darse a las drogas y dejarse llevar. 

¿Qué es eso? Llevo 24 horas intentando descifrarlo. Un bicho con pelo y boquita de piñón de señora mayor tomando el té en Embassy con una trompa llena de arrugas sujeta con cinturones.Lleva sobre la cabeza un tapete de ganchillo con dos vasos gigantes de Starbucks (Vaclav el visionario) de los que sale humo. Detrás de la boca de piñón hay una oreja con forma de tornillo del monstruo de Frankestein (Vaclav el que no olvida los orígenes) y luego unas orejeras (Vaclav, anclado en su tiempo de los 80) de las que sale un brazo que sostiene una  manguera de pelo con pinta de picha fina que escupe o succiona bestias peludas. 

- Lo tengo. Mi obra maestra. - dijo Vaclav al contemplar su obra, terminarse el vodka, dar otra calada al porro mágico y tragarse la última pastilla azul que su contacto en la Stasi le había pasado.  


Creo que para mi dolor cervical me vendrían de coña las mismas drogas que tomaban estos artistazos checos. 



miércoles, 18 de marzo de 2015

¿Locas?

Cuando era pequeña y comenzaba el veraneo franquista, uno de los primeros rituales era comprarnos las zapatillas para el verano: unas camping. Un par, o dos, para cada uno con los que deberíamos aguantar los tres meses de verano trotando por Los Molinos, jugando al fútbol, a polis y cacos y  montando en bici. Por supuesto durante esos tres meses el pie te crecía y llegabas a septiembre con los pies metidos dentro como si fueras una de las hermanastras de Cenicienta. 

Las camping marcaban el inicio del veraneo y la primera lucha. Molimadre quería algo sufrido "azul marino" o algo que fuera con todo "blanco" y a nosotros nos fascinaban las rojas, las azul celeste, las verdes o las amarillas. Lo que era común a todas era la peste que iban cogiendo según pasaban los días de calor, pero por supuesto a nosotros, eso, nos daba igual. 

Gran parte o casi todo el encanto de la compra de las zapatillas venía del ritual que se cumplía todos los años. 

- ¡Niños! Esta tarde vamos a bajar a La zapatera prodigiosa a comprar las zapatillas. 

La zapatera prodigiosa. ¿Con ese nombre como no íbamos a estar emocionados? Bajábamos siempre andando en un paseo que nos parecía toda una excursión, primero la cañada, luego cruzar el río para llegar al pueblo y por fin veíamos la casita blanca con el cartel de "Zapatería" y el escaparate en las dos ventanas con todas las zapatillas imaginables y zapatos de mayores. 

Entrábamos saludando como Molimadre nos había enseñado y Mari, la zapatera prodigiosa nos decía siempre lo mismo ¡Cómo habéis crecido!

Empezábamos entonces el ritual de elegir las zapatillas, las tallas, probar, comprobar hasta donde nos llegaba el dedo gordo y calcular si serían suficientemente grandes para que nos duraran todo el verano. La inevitable cháchara de mayores preguntando por unos y por otros, aburrirnos deseosos de estrenar las zapatillas, pagar y marcharnos. 

A mi me encantaba la zapatería y la zapatera prodigiosa. Me parecía una tienda encantadora. Pequeña, coqueta, con zapatos maravillosos ordenados en cajas perfectas que ella sacaba y volvía a colocar. La caja registradora, la vitrina que tenía dentro de la tienda, la magia de abrir el escaparate de la ventana porque la zapatilla que había expuesta era justo tu número. Era un sitio mágico.  

Después crecí, crecimos. Cumplí 10 años. Abrieron grandes hipermercados donde vendían pares y más pares de zapatillas a precios ridículos. Llegó la moda de las bambas Victoria en vez de las camping. Crecí más, me hice mayor y los zapatos del escaparate de Mari dejaron de parecerme mágicos para hacerse primero invisibles y después tristes, muy tristes. 

La zapatera prodigiosa no desapareció. Ella también creció (debía ser joven cuando aquellas excursiones aunque a mi me pareciera muy mayor). Durante mucho tiempo tuvo abierta la zapatería y al pasar por delante la veías sentada con su silla de tijera tomando el sol en la puerta de la tienda. Al principio con sus padres, después sola. En verano con su bandeja de la cena, sentada delante del escaparate con zapatos que llevan ahí 30 años. 

Mari da grandes paseos por toda la zona. En invierno abrigada hasta las orejas con gorros de lana, bufandas multicolores, guantes y enormes abrigos de colores. En verano en pantalón corto y camiseta  se sienta al sol delante de su tienda. Coqueta, se baja los tirantes para no tener marca en los hombros y se sube la pernera de los pantalones, cierra los ojos y como una lagartija se queda horas al sol. 

Mari te saluda, te cuenta historias interminables que no sabes muy bien de qué van. Te pregunta por tus familiares vivos y muertos y enlaza quejas, con protestas y advertencias "tened cuidado con los niños que hay gente mala por ahí". Asiento y pienso en si sabe que soy aquella niña de las camping. 

Ayer me acordé de ella viendo Grey Gardens. Un documental sobre dos mujeres, familiares de Jackie Kennedy que vivían solas en una villa en East Hamptons, completamente al margen de la vida. Peleándose, discutiendo pero incapaces de vivir separadas. Rodeadas de recuerdos de su juventud, de un pasado en el que creían en un futuro que no se ha cumplido. ¿Locas? Puede que sí, que para los que estamos fuera de sus vidas, estén locas pero ellas están en su mundo, en su casa, en su vida y los que sobramos somos nosotros. En Grey Gardens lo que más incomoda no son ellas, sino la presencia de gente del exterior en sus vidas que viene a perturbarlas. 

Creo que a Mari también le perturbamos los demás. Ella es la zapatera prodigiosa y vive como quiere, aunque no la entendamos, aunque nos provoque inquietud, aunque nos haga reír su pinta. A pesar de que, a veces, nos de miedo.