jueves, 18 de diciembre de 2014

Reinterpretando a Pedro Etxenike (con su permiso)


Traje gris, corbata azul, camisa blanca. Todavía conservas algo de gris entre tu bastante abundante pelo blanco. Gafas sin montura apoyadas en una nariz y unas orejas llamémoslas importantes. Detrás de las gafas, unas cejas oblicuas enmarcan unos ojos pequeños pero vivaces y penetrantes. Eres alto pero pareces más alto porque siempre estás muy erguido y más cuando vigilas, atento a todos los que van entrando en la sala. Seguro que tu madre no te decía "Pedro, ponte derecho". 
Tienes las manos grandes y "hablas" mucho con ellas. Me identifico con ese rasgo tuyo, yo también hablo mucho con las manos, aunque en mi caso lo llamaría gesticular como una loca, pero tú eres Premio Príncipe de Asturias, una eminencia científica y todo un señor, y no se puede decir eso de ti. 
Mientras con una sonrisa y unas cuantas palabras de cortesía (sospecho que no recuerdas mi nombre) saludas a todo aquel que se acerca, sigues oteando la sala, metiendo alternativamente una mano u otra en el bolsillo del pantalón, tocándote la nariz y alisándote la corbata. Tienes un tic. 
Cuando por fin, tras las correspondientes y elogiosas presentaciones, comienzas a hablar todo desaparece. No importa si estás en una sala atestada con un calor horrible, en una cafetería o en un salón de actos inmenso y desangelado, en el sótano de una fea facultad en el invierno madrileño... cuando comienzas a hablar no hay nada más que lo que cuentas y, sobre todo, cómo lo cuentas. 
Tienes algo que sólo poseen los grandes comunicadores, que sólo algunos hombres, Springsteen, Gaiman o Enric González consiguen (conmigo). Cuando hablas no pareces querer estar en ningún otro lugar ni haciendo ninguna otra cosa y lo que cuentas no lo cuentas a un gran auditorio;, siento que hablas sólo para mi.  
Ahí estoy yo, pequeña y canija en mi butaca. Rodeada de popes del mundo académico (me he sentado demasiado cerca) y sintiendo exactamente eso, que hablas solo para mi aunque la charla se llame "Consejos a un joven científico" y yo no sea científica ni me se me pueda considerar joven. 
Me dejo llevar por tus palabras y voy apuntando los consejos, escuchando y reformulándolos en mis notas. ¿Y si intento aplicar estos consejos a lo que yo sé hacer, a los  blogs? 

1.- Escoger un buen sitio, un buen supervisor y un buen proyecto 
Decidir lanzarse a escribir es un gran reto. ¿Dónde colocarte? ¿En qué nicho? ¿Hablar sólo a los que piensan como tú o para todos? ¿Escribir de un solo tema o de mil? ¿Con tono formal o personal? Buscar el consejo de alguien que ya tenga un blog es una buena idea, de hecho la mayoría de la gente que abre un blog lo hace porque decide "imitar" a otro que le gusta o porque otro alguien le anima a hacerlo: "deberías escribir un blog". 

2.- A nadar se aprende nadando, no leyendo sobre nadar 
Escribe, escribe, escribe como si te fuera la vida en ello. Lo harás mal, nadarás a perrito y llegarás al final del largo, perdón, del post, boqueando sin aire y deseando que nadie te haya visto, leído, porque te parece que tienes un estilo horrible, que lo que has escrito no se parece a nada de lo que tenías en la cabeza y desearás dejarlo. 
Escribe, escribe, escribe y acabarás dando la vuelta olímpica y escribiendo posts de los que estarás orgulloso y no te dará vergüenza enseñar. 

3.- Arriesgarse. Ir a lo desconocido. Aprender a comunicar. La ciencia es ante todo creatividad 
Una vez que se ha cogido el truco y has cogido soltura, conviene probar a hacer cosas nuevas. Con un publico fiel (sean 3, 300 o 3.000 personas) lo mejor es intentar hacer cosas nuevas. No por ellos sino por ti, para no aburrirte y porque si has aprendido a nadar, a escribir posts... ¿por qué no vas a poder hacer ahora un podcast, un videoblog o lanzarte a escribir sobre otro tema o con otro estilo?
Ten sentido del humor. Sonríe cuando escribas 
La ciencia es creatividad y también lo son casi todas las cosas que dan satisfacciones personales en la vida. 

4.- No tengas miedo a perder el tiempo 
Perder el tiempo es maravilloso. Brujulear por la red saltando de enlace en enlace, bucear en twitter buscando algo que te llame la atención y que no sabes dónde te va a llevar, leer, ver pelis... todo eso no es perder el tiempo, es dejar que tu mente descanse libre, haga conexiones absurdas, pues a veces, una de esas conexiones absurda originada en un momento de descanso mental te lleva a una idea genial, a encajar cuatro conceptos o a encontrar una manera nueva de enfocar una idea para escribir. Pierde el tiempo. 

5.- No desanimarse
Los posts no van a salirte como a ti te gustaría, te van a pisar los temas, no se te ocurrirá nada, pensarás que nadie te lee, tu entorno de la vida real te mirará con cara de ¿eres de Saturno? cuando les comentes que tienes un blog y cuando por fin escribas un post del que estés enormemente orgulloso... no recibirás el feedback que esperas de los lectores. 
No te desanimes. Disfrútalo. Siempre. 

6.- Lee otros blogs 
De tu materia y de otras, de tu estilo y de otros. De temas que siempre te han interesado y de los que sabes un montón, de temas que siempre te provocaron curiosidad pero de los que no sabes nada y de materias que ni siquiera sabías que existían. Lee. 

7.- Sé ambicioso, pero sin pasarte 
La modestia bloguera, como cualquier otra modestia, no sirve para nada. Aspira siempre a escribir el mejor post, a contar la idea de la mejor manera posible y a sentirte lo más orgulloso posible de lo que has hecho. 
Pero no te pases de ambición; no pretendas arrasar nada más llegar, ganar todos los premios y conceder entrevistas. 
¿No es coherente este consejo? 

Etxenike lo explica muy bien: "la coherencia es una virtud de pequeñas mentes".

8.- Hazte un nombre 
Más que un nombre, que también, un estilo. Esto es importante, hazte un estilo que te identifique, una manera de escribir y de contar las cosas que sea plenamente tuya y clara. Como dice Gaiman, "nadie puede contar las cosas como tú lo haces". Agárrate a eso y hazte un nombre. 

9.- Cree en tus ideas y en tu forma de contar las cosas pero no infinitamente. No te confíes y presta atención a los detalles, esos que a lo mejor descuidas cuando hayas cogido soltura y confianza
Hay que ser crítico con lo que haces y con lo que escribes, con lo que cuentas y cómo lo cuentas... pero tampoco te pases. Para ser ultracríticos ya estarán tus enemigos, muchos de tus amigos y menéame y sus comentarios de cola de la pescadería.

10.- Cultiva amigos inteligentes 
Este es un consejo para jóvenes científicos, para blogueros y para todo el mundo... pero en el mundo de los blogs conviene aplicarlo para no perder el tiempo leyendo textos que no aportan nada, críticas que no pretenden nada más que destruir, o participando en polémicas en bucle completamente absurdas. 

Llevas una hora hablando, dejo de tomar notas, levanto la mirada y allí estás con todo el auditorio a tus pies esperando tus palabras... como buen seductor y comunicador has dejado lo mejor para el final:
"No olvidéis que a la perfección se llega con la pasión".

Grandes aplausos, todos nos quedamos con ganas de más, de muchísimo más. 
Tras el turno de preguntas que comienza con una maravillosa, "Sr. Etxenike ¿que hay que hacer para que usted tenga un cargo en el Ministerio de Educación?", me  acerco a despedirme y descubro que también compartes debilidad con otros de mis hombres favoritos; eres presumido. 

- ¿Me ves más gordo que en El Escorial?
- Por supuesto que no, estás estupendo. 

La charla oficial que no debéis perderos está accesible en la web.  


miércoles, 17 de diciembre de 2014

Repasando tus 10 años.

En enero, el día de la cabalgata de Reyes en Los Molinos y disfrazada de algo parecido a un ángel, recogiste toda tu premio por el cuento de Navidad que habías escrito. Casi un año después, no has canjeado el premio porque unos días quieres ir a clases de padel y otros días quieres dedicar el premio a aprender a cantar. Sigues cantando increíblemente bien. Enero fue también nuestro primer mes sin vivir juntas pero lo llevamos francamente bien. 

En febrero me preparaste tu primera fiesta sorpresa por mi cumpleaños y me hiciste una  final una tarta de cartón con velas para mi caminito de chuches. Organizar la fiesta sorpresa con mis amigos te puso muy nerviosa porque pensabas que yo sospechaba algo. Además, renqueaste en las notas porque decidiste que ni las matemáticas ni la lengua eran para ti, decías que eras demasiado tonta. Nos enfadamos muchísimo contigo y te castigamos sin ir a fútbol. Nos odiaste un poco. 

Tu primera noche fuera con el colegio fue en marzo. Frío y nieve en la montaña y por supuesto y a pesar de mis "no pierdas nada", volviste sin abrigo. Llorando de la culpabilidad pero sin abrigo. En marzo fue también tu competición de natación, lo hiciste muy bien y quedaste segunda de tu serie. Celebramos, un año más, San Huevo Frito. 

En abril llegó la Semana Santa, la mitad en Los Molinos y la otra mitad en Málaga con todos vuestros primos. Fuimos a la expo de Pixar y en El Roto te hice una foto maravillosa en la que a pesar de estar de espaldas, estás muy muy tú. 

En mayo y como era de esperar siendo hija de dos gafotas te pusimos tus primeras gafas. Rojas y con una funda de camuflaje que es lo que más te gusta. A junio llegaste desfondada del esfuerzo con los estudios pero muy contenta porque tu profesor te dijo que habías mejorado muchísimo y en casa habíamos conseguido convencerte de que no eres tonta ni muchísimo menos. 

Junio fue un mes raro. En una noche te hiciste mayor; entré contigo siendo una niña en el salón de plenos del Ayuntamiento de Los Molinos para que te maquillaran de trasgo y en las fotos que te hice me encontré con que ya no eras una niña. Pensé que era efecto del maquillaje, de Shakespeare y de la luz... pero al día siguiente en pijama, sin peinar y acariciando a Tuca te habías convertido en otra persona. Todavía no sabemos muy bien quién eres pero lo estamos descubriendo. En junio organizasteis vuestro Club de los 5 y acondicionasteis vuestra sala de reuniones en el fondo de la piscina vacía de La Marquesina, una casa donde yo jugué mil veces de niña. 

Julio, ¡albricias! ¡redoble de tambores! descubrimos que te gustan las coquinas. Me vas a salir carísima pero por lo menos en los restaurantes de playa ya podemos pedirte algo más que chuletas con patatas. Lo pasaste fenomenal en la playa, disfrutando como una enana. Ibas por la calle con tu hermana saltando de banco en banco, bailando y gritando "No hay pan para tanto chorizo". Abu se moría de vergüenza y por supuesto me regañó: "A saber de qué les hablarás en casa". Con todos vuestros amigos en la superpantalla de Juan vimos "Alien" y pasaste de risitas de listilla "¿esto es de miedo?" a venir llorando a mi regazo, quitándote las gafas para no verlo y tapándote los oídos. Con el club, pasasteis la noche durmiendo en la piscina vacía...por supuesto no pegaste ojo. 

En agosto por primera vez en nuestra vida pasamos 21 días sin vernos. Por primera vez fuiste al extranjero, a Francia y te enfadaste muchísimo porque los franceses no fríen las patatas aparte y no son sin gluten, acabaste harta de ensalada. Volviste de Gibraltar después de disfrutar de tus primos, completamente asilvestrada y con el pelo larguísimo. 

En septiembre, tu primer flechazo amoroso. Te llevé al concierto de Rafa Pons y acabaste loca de amor con él y enganchada a su música. Cuatro meses después seguimos en bucle con sus canciones, ya nos las sabemos todos. Renunciaste al fútbol por la natación y te compré tu primer top. Estoy muy orgullosa de mi misma porque no lo hice avergonzándote delante de la dependienta. 

Octubre pasó sin pena ni gloria. Colegio, biblioteca, fines de semana en Los Molinos. Mucho Mortadelo y Filemón, muchos "Misterios de Laura" y un recurrente ataque de asma. Nada interesante. Casi lo olvido, te has vuelto adicta a jugar a la escoba y fuiste a tu primer partido en un estadio, al Calderón a ver ganar al Atleti.

En noviembre, tu último mes con 10 años, Abu cumplió 70 y le hicimos una gran fiesta. Lo pasaste bien aunque fuera una "fiesta de viejos". Estuvimos en la casa de las montañaz y saltaste por los aires, recogimos millones de manzanas de Casa Espada y jugamos 3 partidas de parchís a cara de perro.  

Diciembre. El mes empieza bien porque te han elegido para las olimpiadas de natación de tu colegio. Vamos a nadar juntas y alucino con los 40 largos que te haces a braza con un estilo increíble y sin desmayarte. Te enseño a dar la vuelta americana. Continuamos regular porque después de años de comer atún de lata ha empezado a picarte la garganta y salirte ronchas al comerlo,  así que me temo que habrá que tachar atún de la lista de cosas que puedes comer. Haces tu última función de Navidad, cantas y bailas por última vez en el escenario del cole; siento una extraña mezcla de alivio y pena. 

Espero que te guste el patinete de macarra que nos has pedido por tu cumpleaños y que sea sorpresa. Todavía no me he repuesto de lo que me dijiste ayer: 

"Mami, no debería decirte esto pero el año pasado encontré mi regalo antes de mi cumple porque me puse a buscarlo y lo encontré en tu vestidor"

Este año no estaba en el vestidor. 

Disfruta de tu caminito de chuches, de tu día, de los burritos que me has pedido como comida favorita y que sepas que ni El Ingeniero ni yo pensamos dejarte ganar en la bolera esta tarde. 

Feliz cumpleaños princesa de los ojos azules. 

viernes, 12 de diciembre de 2014

Ikea no me manipules

Vaya por delante que me gusta Ikea. Levanto la mirada ahora mismo y más de la mitad de los muebles que veo los he comprado allí. Me gustan los muebles, me flipa mirar el catálogo con sus familias suecas que se parecen a las españolas igual que unos extraterrestres de Venus y adoro las fundas de edredón de lobos verdes que tienen las princezaz en sus literas. 

Pero que me gusten sus muebles no quiere decir que no me haya encendido como el icono del cabreo del whatasup al ver su tan alabado anuncio de navidad en las redes sociales. 

Me levanto y digo, "mira, voy a ver el anuncio de Ikea a ver si me reconcilio con la publicidad y empiezo el día con buen rollo". 

Ahora mismo odio a todos los creativos publicitarios y estoy tan hostilizada que hasta tengo ardor. 

Es un anuncio rastrero, falsamente emotivo, manipulador, tramposo y sobre todo de una desvergüenza escalofriante. 

Por si alguien no lo ha visto, lo resumo brevemente. 

Coges unos cuantos niños de edades entre 4 y 11 años más o menos. Más pequeños no sirven porque no entienden por dónde vas a manipularlos y mayores tampoco porque no se van a dejar y además lo que ellos quieren no se corresponde con tus rastreros intereses de hacer sentir culpables a los padres. Con 12 años un niño no quiere que su padre le lea un cuento, sino que le deje salir con sus amigos al parque o al cine. 

Les haces escribir una carta a los Reyes Magos sin mencionar que muchos de esos niños probablemente han perdido ya la bendita ilusión de su existencia y conocen el secreto, y piden juguetes. Luego, les haces escribir una carta a sus padres con lo que les pedirían a ellos por Navidad. 

Es todo tan sutil que dan ganas de vomitar. 

Luego entregas las cartas a los padres que lloran todos. ¿Por qué? Pues porque en las misivas entregadas los niños piden que se les lea un cuento, cenar con sus padres, jugar al fútbol y pasar más tiempo juntos. 

Los padres lloran y se sienten inmensamente culpables. 

Ikea no contenta con este nivel de manipulación emocional, lleva su retorcida estrategia un poco más allá y les pregunta a esas inocentes criaturitas que carta eligirian si sólo pudieran enviar una. 

Los angelitos ponen cara de pensárselo, valoran los pros y los contras y dicen con cara de no haber roto un plato: la de mi madre, la de mis padres. 

¡Tachán! Ya tenemos el mensaje:

"Tus hijos te quieren a ti a pesar de que eres un padre desalmado que no pasas tiempo con ellos y tratas de comprar su amor con juguetes". 

Tócate los cojones, la zambomba y baila. 

Ikea está en su derecho de hacer el anuncio que le salga de las narices, eso no lo discuto pero ¿En qué están pensando todos los que han llorado con este anuncio, todos los padres que dicen que les ha emocionado, todos los que dicen que Ikea tiene razón?

¿Estamos tontos o qué? 

Nadie discute que la conciliación es un tema chungo, que a todos nos gustaría llegar a casa a las 5 de la tarde y pasar la tarde con nuestros hijos, tener más vacaciones y poder ir a las funciones del colegio sin tener que pedir favores a diestro y siniestro. Eso es evidente, pero no se soluciona con un anuncio de Ikea.

Por otro lado pasar la tarde con nuestros hijos no quiere decir ser un parque temático. A ver si nos enteramos ya de que la convivencia familiar no consiste en estar en casa haciendo todo lo que quieran nuestros hijos cada segundo de su existencia. La convivencia familiar consiste en convivir con las tareas, aficiones, gustos e intereses de cada uno. A veces coinciden, a veces no. Y no pasa nada.

Además, la pregunta de elegir que carta enviar es tramposa, muy tramposa. Esos niños saben que sus padres fliparán con la carta y que la manipulación emocional a  funciona siempre con efecto inmediato (estoy suponiendo que no hay manipulación de ninguna clase haciendo el anuncio y es ya muchísimo suponer). Si además saben, que los Reyes no existen y que en caso de existir su recompensa depende de su comportamiento, la elección está clara. Y además, ¿les has hecho creer que si no mandan la carta a los Reyes no tendrán regalos? Ja. Me gustaría ver la respuesta a esa pregunta.

No dejemos que nos manipule una empresa que tiene un servicio para que aparques a tus hijos al ir a sus tiendas para que no te molesten. No le hagamos el juego a una empresa que abre todos los festivos y que cierra sus almacenes a las diez de la noche. Me encantaría saber que han sentido sus empleados al ver el anuncio,  esos trabajadores que salen a las mil de la noche en el extrarradio de las ciudades cuando llegan a sus casas y sus hijos llevan dos horas durmiendo.

Lo que más me cabrea de todo esto es que los espectadores target del anuncio, padres y madres con niños de esas edades, se hayan sentido culpables por esta burda manipulación por parte de una multinacional. 

Joder, dejad de sentiros culpables. No dejéis que os manipulen así. Sois los mejores padres que sabéis ser, cada día intentáis hacerlo mejor, unos días sale mejor, otros peor, unos adoras a tus hijos, otros no puedes más con ellos. Otros te da pena infinito no estar con ellos y otros das palmas con las orejas por tener unas horas de solterismo. Unos días los quieres con locura y otros te sacan de quicio. Sois, somos los mejores padres que pueden tener porque sois, somos sus padres y los queremos como nunca pensamos que podríamos querer a nadie y ellos a nosotros. 

No tenemos que ser padres perfectos de anuncio. Nuestros hijos tampoco lo son.  Y no pasa nada. 


jueves, 11 de diciembre de 2014

No le gusta bucear

Camina hacia la boca del metro igual que lo haría hacia la orilla del mar si no supiera nadar. Justo al poner el pie en el primer escalón, al comenzar a bajar, a sumergirse en ese mundo subterráneo que la aterra, coge aire. En el último momento antes de cruzar las puertas, dirige una última mirada hacia fuera, hacia la calle, al aire, al cielo, al espacio abierto. A partir de ahí contendrá la respiración, intranquila. 

Camina como una autómata de segunda clase, como si estuviera oxidada, como si sus circuitos se hubieran mojado. Es rutina pero tiene que fijarse en los carteles, leer las señales, los nombres. Es un trayecto conocido pero nunca está segura de hacer escogido bien el pasillo, de haber acertado en la bifurcación, en la escalera. ¿Será el andén correcto? Siempre el mismo momento de pánico al ponerse el convoy en marcha. ¿Lo habrá cogido en el sentido correcto? 

Nunca le gustó el metro. Jamás. De niña, la parada más cercana estaba a 10 minutos andando de su portal, un paseo por una recta interminable sin comercios que le daba miedo. El miedo crecía y crecía durante ese paseo hasta llegar a la boca de metro y sentir esa pérdida de referencias espaciales, igual que al ser revolcada por una ola. 

De adolescente siempre prefirió el autobús. Más lento, más lleno, más luminoso. Se sentía más segura. El metro era sin embargo más popular y a ella le avergonzaba decir que la aterraba. 

Cuando se fueron a vivir juntos, incluso antes, de novios, tuvo un breve idilio con el metro. La boca de la estación estaba a escasos metros de su portal, él siempre la cogía de la mano y le contagió parte de su entusiasmo juvenil por los trenes, cuando soñaba con ser ferroviario. Le enseñó la estación fantasma, un lugar increíble, aterrador y mágico al mismo tiempo que le hacía sentirse como en un viaje al pasado. Siempre pegaban las caras a la ventanilla al pasar por ella; después se miraban, sonreían y se besaban.  

Con él en el metro se relajaba. No tenía que fijarse. Él la orientaba, conocía los pasillos, los recorridos e incluso era capaz de recordar si había que ponerse al principio o al final del tren para estar más cerca de la salida al llegar a destino. 

Ya está en el tren. Intenta leer. No se concentra, no consigue fijarse en las páginas de su libro porque cada vez que llega a una estación levanta la mirada con ansiedad hasta que ve el nombre en la pared y confirma que no se ha perdido, ni equivocado, que no está dando vueltas en círculo en un recorrido imposible. 

Piensa que en el metro se anulan sus percepciones. Su memoria visual se apaga y sabe que no sería capaz de reconocer a cualquiera de estos desconocidos habituales con los que coincide todos los días. Sabe que los vio ayer, pero no los reconoce. Se angustia.  

Su capacidad de orientación se va a off y ni siquiera sabe en qué sentido circula; tampoco es capaz de calcular la distancia o el tiempo que tardará entre estación y estación. Se siente un saco vacío que sólo consigue llegar de un sitio a otro porque nadie sabe que es un saco vacío. 

Estación de destino. Todos las veces igual, pone el pie en el andén y es incapaz de recordar hacia qué lado tiene que ir. Necesita leer los carteles. Camina deprisa, todo lo deprisa que puede, hacia la salida, hacia las escaleras, hacia la luz, el aire y el ruido de la vida.  

Sube los escalones corriendo; siempre pensando, siempre sintiendo, siempre sabiendo que se está alejando de la mayor equivocación de su vida, de su mayor error. El único día en que en el metro no fue un saco vacío y le dijo lo que nunca le había dicho a nadie: "No me das miedo". 

Nunca se arrepentirá lo bastante de aquella frase. 


Si al menos pudiera dejar de ir en metro. Respira.