jueves, 23 de octubre de 2014

Un día cualquiera. Ayer


Para cuando suena el despertador llevo 4 horas dando vueltas en la cama. He hecho todo lo que se me ha ocurrido para volver a dormir, para resignarme a la idea de no volver a dormir pero no volverme loca, para volverme loca pero no empezar a arrancarme el pelo a tirones y para arrancarme el pelo a tirones pero dejarme un bonito aspecto. He contado ovejas, he contado hacia atrás desde 300, he intentado escuchar el latido de mi corazón y he pensando en un sitio idílico en el que me gustaría estar y que resulta ser mi cama...pero DURMIENDO. 

Me levanto y despierto a las princezaz. M tapada hasta las orejas y C en un revoltijo de sábanas, peluches y edredón como si hubiera estado en una orgía. 

Desayunamos. M lee un Asterix, C me indica con la mano que hoy quiere mermelada de ciruela. No hablamos. Somos chicas listas y compenetradas y sabemos que antes de desayunar no se habla. 

Se preparan para ir al colegio. Me paro en el pasillo y las miro, me parece un prodigio de autonomía que esas dos personitas a las que, hasta hace nada,  tenía que perseguir para que no se pusieran las braguitas del revés y se acordaran de llevar zapatos, se preparen solas para ir al colegio, sepan mejor que yo las extraescolares que tienen y salgan por la puerta con todo. 

- Adios mami. Hasta luego. 

Me ducho y creo que me duermo un poco. Hago la cama y abro la ventana de mi cuarto, está rota por algún extraño mecanismo que no consigo entender y se que juraré en arameo cuando quiera cerrarla por la tarde. 

Me toca visita al 16. Odio el metro. Voy leyendo cuentos de Raymond Carver bastante deprimentes; hay uno sobre un niño muy feo que se llama Harold y un pavo real agresivo que me deja del revés. 

En el 16 quedamos en tablas. La jardinera con la aromática muerta sigue allí pero me entero de que tengo pinta de tener 27 años. 

A la vuelta me bajo una parada antes para caminar un rato. Me doy cuenta de que si no llevo abrigo no se que hacer con las manos mientras camino. Las llevo cruzadas y elucubro con lo que diría en el 16 sobre esto. Si las meto en los bolsillos del vaquero se me pone pinta de chuleta de Grease. Me río yo sola. 

Brujuleo por Internet. No se me ocurre nada para escribir o mejor dicho se me ocurren demasiadas cosas que me apetece y no me apetece escribir. Leo documentación del curso que acabo de empezar online. Empiezo a pensar en el texto que tendré que escribir y que en mi cabeza se está convirtiendo en algo que no sé si resultará adecuado. Lo dejo reposar. 

Judías pintas con arroz. A la hora de la comida sí que charlamos. En clase de M hay un niño francés que según las princezaz tiene algo raro alrededor de los ojos "rosa". Me temo que deben ser las típicas ojeras de francés interesante...o ¿se parecerá a Jean Paul Belmondo?  Sospecho que a M le gusta un poco. Habla mucho de él. 

- ¿Por qué te has vestido de policía?
- ¿De policia?
- Esa camisa azul es de policía. 
- Es preciosa. ¿No estoy bien?
- Buenoooo....

- Adios mami. Hasta luego. 

La siesta es mía. Sofá y mantita. Me pongo un capítulo de Girls para adormecerme y justo cuando lo estoy consiguiendo suena el teléfono. No lo cojo. Me da igual quien sea y lo que quiera. 

Me duermo. Se que no estoy durmiendo de verdad porque oigo el tráfico en Dr. Esquerdo y soy consciente de que no puedo dejarme ir a un sueño profundo porque no me despertaría para llevar a las princezaz al médico. Aún así ese duermevela "a salvo" de todo me sabe a gloria comparado con la tortura del insomnio nocturno. Debería escribir algo sobre los distintos tipos de sueño: reparador, dormir como un bebe, el dormir satisfecho, el dormir feliz, el fundido a negro.Lo apunto mentalmente. 

Esguince leve en el tobillo izquierdo de C. 
Sibilancias en los pulmones de M. 

Deberes para las tres. Sigo con mis textos del curso, me reafirmo en que lo que estoy leyendo me está generando una actitud poco constructiva y pelín destructiva. Decido seguir reposando el texto que tengo que escribir. 

Llega el Ingeniero. Tiene entradas para ir a ver al Atleti y no tiene acompañante. 

- ¿Por qué no te llevas a M?
- ¿Te parece bien aunque se acueste tarde?
- Es un día y a ella le hace muchísima ilusión y a ti también. 

- Y ¡Qué pasa conmigo? 
- A ti no te gusta el fútbol. De hecho, lo odias. 
- Pero es un plan! Yo quiero. 
- Mira, tu te quedas conmigo y pedimos pizza. 
- ¡Si!

Acuesto a C satisfecha tras haber probado la pizza de encargo. 

- Mami ¿la chica que coge el teléfono también hace la pizza?
- No creo.
- Y la traen ¿andando o en moto?
- En moto. 
- Yo no podría ser repartidor de pizzas no resistiría la tentación de comerme una o un trocito. 

Me sumerjo en los cuentos de Carver de nuevo mientras espero a que vuelva M. 

- ¿Qué tal el fútbol?
- Fenomenal. Los señores del palco eran muy majos y me han dado dos botellas de agua. Y han metido 5 goles y la gente de fuera saltaba y se movía todo y me ha gustado muchísimo y casi me duermo en el metro....
- Buenas noches princesa. 

Un día cualquiera. 

jueves, 16 de octubre de 2014

He ido al futuro y os he traído un paraguas.


Llueve.

- no te tapas con nada, subes los hombros y encoges el cuello. Te transformas en un cuerpo estufa pero te mojas igual.
- te pones la capucha que viene escondida en el cuello de tu chubasquero y que además de no servir para nada te pone cara de tío disfrazado de espermatozoide.
- te pones una bolsa de la compra en la cabeza. 
- te tapas con una carpeta si eres estudiante y todavía usan carpetas.
- te pones la supercapucha de tu supertrenca que te aisla de la lluvia y también del ruido con lo que parece que vas en un submarino.
- un paraguas cutre que se pliega tanto que no lo encuentras en el bolso y al abrirlo se dobla.
- un paraguas de campeón, enorme, con el que paseas como si fueras un Lord inglés por la campiña y que crea a tu alrededor una zona libre de lluvia casi como una rotonda. Molestas a los demás peatones y pesa pero es lo más mejor del mundo mundial contra la lluvia. 

El siguiente paso en la evolución de los archipergues inventados por el hombre para no mojarse con la lluvia (en caso de no querer mojarse, que no es mi caso) sería lógicamente un paraguas que no ocupara espacio cuando no se use, que pese poco y que al abrirse te permitiera ir seco sin molestar a nadie. A mí me molaría que también volara al cambiar el viento como el de Mary Poppins pero reconozco que esto es un caprichito. 

Bueno, pues una vez más, se confirma porque no trabajo en el campo de la innovación y el desarrollo. Resulta que el siguiente paso en la evolución paraguil es esto: el Air Umbrella. 



Bien. Seamos justos. El nombre parece prometedor "Air Umbrella", joder como las zapas esas superfamosas hace unos años. Las "air" eran lo más. Y además "Air Umbrella" puede sonar a justo lo que yo soñaba: un paraguas ligero que me haga volar al cambiar el viento. 

Mi gozo en un pozo. 

El Air Umbrella es una estupidez que consiste en un mango de distintas longitudes y pesos. El especial para mujeres mide 30 cm de largo y pesa 500 gramos y no es extensible, aunque no entiendo la razón para esta limitación en manos de las féminas. Las otras dos versiones son más largas, 50 cm y una se extiende hasta los 80 y son más pesadas, 850 gramos. Se supone que deben ser para hombres, porque claro para una mujer llevar en la mano algo de 50 cm de largo es imposible. (Sin comentarios)

¿Y que hace este increíble invento? Pues aquí viene lo mejor (bueno, no lo se, hay tantas cosas increíbles en este productazo), este invento ha sido diseñado y probado por varios postdoctorados en Aeronaútica y Astronaútica de la Universidad de Nanjing desde julio de 2012 a agosto de 2013. 

Literalmente en su página web dice que "Afortunadamente una de las muestras consiguió proteger a una o más personas de la lluvia en noviembre de 2012. Pero el producto necesitaba mejoras". 

Lloro de la risa. Los buenos de los astronaúticos y los aeronáuticos se dieron cuenta de que habían conseguido no mojarse pero el diseño no era muy adecuado y entonces se pusieron a currar en ese aspecto y al cabo de un año (repito, un año) el diseño que lograron fue este:  




No vale reírse. Reconozcamos que si todos compramos un Air Umbrella siempre que nos inviten a una fiesta de disfraces podremos ir disfrazados de relevista olímpico, de esos que llevan la antorcha olímpica con cara de estar estreñidos. 

Y llega la hora de despejar la intriga. ¿Cómo funciona este revolucionario diseño? Pues ese tubo (de 30 cm si eres chica y de 50 cm si eres chico) provoca un chorro de aire hacia arriba que hace que el agua se vaya a los lados y así tu, que vas tan orgulloso sosteniendo tu antorcha olímpica no te mojas. 

¿Funciona? ¿Qué dicen los creadores? Reconozcamos su sinceridad. A la pregunta, muy pertinente, de ¿sólo tiene media hora de bateria, no es eso poco? Responden:

"Basándonos en las condiciones técnicas actuales, la vida de la batería solo puede durar media hora. Por lo tanto, los productos solo son adecuados para usuarios que no sean muy exigentes. En términos generales, los productos están pensados para gente que vive en ciudades o gente con coche."

Lloro de risa. Imagino toda una caravana de coches en una ciudad lluviosa con sus conductores sacando por la ventanilla orgullosamente sus Air Umbrellas como antorchas olímpicas o ciudadanos paseando rapidamente por las calles aferrados a sus Air Umbrellas y calculando el tiempo que les queda para llegar a casa y no sufrir el ridículo de ir sosteniendo un palo (30 cm ellas, 50 cm ellos) mientras les chorrea el agua por la cara porque se han quedado sin batería. 

Hagamos otra pregunta que se que todos tenéis en la cabeza. 

¿Qué pasa si hay  dos usuarios del Air Umbrella demasiado juntos? (No vale reirse)
"En general, cuando dos personas estén separadas por más de   dos hombros de distancia el uno del otro (Curiosa medida esta), no se verán afectados. Pero si están cerca uno del otro, se verán afectados por algunas gotas de lluvia porque los flujos de aire desordenados al cruzarse los flujos de aire harán que el agua vaya por todos lados."
Jajajaja. Vamos que si te juntas con otro que lleve la antorcha olímpica se producirá una perturbación en la fuerza y es muy posible que acabes calado hasta los huesos por "flujos desordenados" que vendrán por donde menos te lo esperes. 

A estas alturas, se que todos queréis un Air Umbrella, pues estáis de suerte porque sólo va a costar 200 $. ¿Qué son 200 $ comparados con la diversión de poder parecer relevistas olímpicos, soldados imperiales o rebeldes y acabar calado hasta los huesos mientras llevas en la mano un mango?

Eso sí, yo hasta que no vuele paso. Prefiero mojarme.

La foto de la lluvia es del artista Shay Kun.


martes, 14 de octubre de 2014

¿Qué hay en mi armario?

Abro y camino dentro. 

- Ropa de ir a trabajar. Antes, hace años, la parte de mi armario dedicada a esta ropa era bastante grande. La ropa de currar es como un uniforme, ni me gustaba ni me dejaba de gustar. Era para ir al curro y jamás me la ponía para otra cosa. Me queda algún resto por ahí que no tiro por si acaso, por si acaso... por si acaso. 

- Ropa que se me ha quedado grande. Esta ropa aguanta muchísimo tiempo en el armario porque primero me lleva bastante tiempo convencerme de que algo se me ha quedado grande. Luego viene la época en que disfruto la sensación de saber que he adelgazado. Después viene la época de incertidumbre en la que empiezo a pensar  que a lo mejor debería tirarla pero ¿y si engordo otra vez? y no me decido. La tiro cuando alguien que me quiere mucho me dice "Moli, se que estás muy cómoda con esos pantalones pero pareces Cantinflas". 

- Ropa de estar en casa de verdad. Vaqueros viejos y agujereados, una camisa de hombre, una sudadera con 20 años. Eso es ropa de estar en casa y no las pijadas esas de "home wear" con las que se te pone pinta de lánguida que va todo el día con las manos frías abrazada a una taza humeante y está esperando a que la llame alguien para salir. ¡No! La ropa de estar en casa es cómoda y no importa que se manche cuando te hinches a chocolate o a comida china viendo la tele. Si para ponerme la ropa de estar en casa tengo que peinarme... ni es ropa de estar en casa ni es nada. 

- Ropa regalada sin estrenar. Le queda el beneficio de la duda.

- Ropa regalada con una sola puesta, concretamente en la siguiente ocasión en que vi a la persona que me lo regaló. Es carne de contenedor o de parroquia. 

- Ropa regalada tan usada que se transparenta, está dada de sí, tiene agujeros o manchas que no se quitan pero que ya he decidido que quiero que me incineren con ella. Entre estas prendas hay algunas que tienen "el toque", a lo mejor no están muy usadas pero son especiales. "Los vaqueros que llevaba el día que...", "El vestido que...". Esa ropa no se tira jamás. 

- Ropa heredada. Descubro que con 40 años estoy heredando ropa de gente tan variopinta como Molicuñado o M,  con lo que la amplitud temporal de mi armario ha crecido espectacularmente. Tengo una camisa de mi abuela que debe tener 60 años y unas zapatillas heredadas de M que tienen 1 mes. 60 años de moda me contemplan. 

- Ropa ¿pero cuánto hace que me compré esto?, cuelga en mi armario temporada tras temporada, me la pongo, no me la pongo, y de repente un día, tengo un flash y pienso "Joder, este jersey me lo compré en primero de carrera un día que falté a clase. Primero de carrera, 19 años... ¡joder, joder, joder... han pasado 22 años! (este jersey blanco es uno de esos)

- Ropa que me compré aconsejada por alguien y que no me gusta: un misterio. ¿Por qué me dejé aconsejar? ¿Por qué me lo compré? Si lo pienso mucho soy capaz de recordar la tarde en que ese alguien me arrastró de compras y cuando mis defensas ya estaban vencidas me convenció prometiéndome que de ahí iríamos a cenar, a casa o a despellejarme. ¿Por qué no lo he tirado? 

- Ropa que me compré aconsejada por alguien, no me gusta pero cuando me la pongo haciendo un ejercicio supremo de fuerza de voluntad, todo el mundo me dice "estás guapísima". Esto me convence aún más de mi absoluta falta de criterio estilístico. 

- Ropa de disfrazarme de mujer: vestidos y tacones. Esta ropa exige que una vez que me la he puesto haga la salida de casa sprintando, sin entretenerme. Más de una vez al vislumbrarme en el espejo de la entrada he vuelto a cambiarme y ponerme ropa de "moli". 

- ¡Pijamas! ¡pijamas! de hacerme bola y de hacerme bola con otro. De abrigarme y de despelotarme. Nada de corazones, osos, flores ni nada de eso. Vamos, nada que pegue con el "home wear". 

- Cajón de la ropa interior con la parte de todos los días y el fondo con el compartimento especial que al abrir me mira con ojitos y me dice ¡yo! ¡yo! ¡hoy me toca a mi! ¡hoy es una ocasión especial! ¡es mi turno! 

- Foulares. Muchísimos, algunos no me los he puesto nunca, otros sólo en ocasiones especiales y otros los llevo tan a menudo que en mis días buenos fantaseo con que muero estrangulada al quedarse atrapado por una puerta, unas escaleras mecánicas o el ascensor. En mis días malos la dura realidad me hace darme cuenta de que lo he llevado pillado por la puerta del coche unos 50 km y el foulard de turno ha mermado unos 30 cm y presenta un bonito acabado deshilachado que antes no tenía. 
- Una silla que se hace escalerilla. Me encanta esa silla. 

- Un espejo de cuerpo entero en el que me miro y pienso: si fuera inglés escribiría una historia sobre un país secreto al que se accede a través de este vestidor, como no lo soy... escribiré un post hablando sobre ropa. 

Hecho.


Cierro la puerta. 


jueves, 9 de octubre de 2014

El 16

Por fin la he visto. No sé cómo no la vi las dos veces anteriores. Es enorme, ocupa casi toda la pared y tiene un pomo redondo para mi gusto demasiado grande y en cualquier caso un pomo raro para una puerta corredera. ¿Por qué he decidido que es corredera? No la he visto abrirse, ni cerrarse. No la había visto hasta hoy. 

He resuelto parte del misterio. Esa puerta comunica con el resto de la casa, por esa puerta entra ella a esta habitación. Le había dado vueltas a la posibilidad de que sólo tuviera esta pequeña habitación y el resto de la vivienda fuera de otras personas. Era una posibilidad remota y que me entristecía. El hecho de que viva y trabaje en el mismo sitio no he decidido todavía si me alegra, me entristece, me perturba o me da envidia. 

La habitación es cuadrada. Una mesa pequeña bajo la ventana, justo en el espacio de muro que queda a la izquierda de la puerta por la que yo entro y la ventana bajo la que ella se sienta. La mesa está colocada perpendicularmente y no es una mesa para escribir. Es demasiado estrecha, es una mesa para poner distancia entre nosotras. Es de madera oscura, me recuerda a la que tenía mi padre en su despacho, con una cubierta de tapa verde de piel. Por eso sé que es una mesa en la que no se escribe mucho, en esa superficie es incómodo. 

Sobre la mesa, a mi derecha hay unos cuantos cuadernos. Uno verde con su nombre grabado encima. Otro con una tapa que imita un artesonado árabe, yo tengo ese mismo cuaderno. De vez en cuando, saca las manos que mantiene metidas entre sus piernas cruzadas mientras hablamos y recoloca los cuadernos. Es un tic porque todo está perfectamente ordenado. Tiene otro que es tocarse el pelo, apartárselo de la cara. Los dos los hace cuando me habla, no cuando me está escuchando. 

Tiene la piel clara, muy clara. El pelo castaño claro y raya a un lado. Me mira y cuando se ríe, por algo supuestamente gracioso que he dicho, se le achinan los ojos. Saca un paquete cutre y guarrero de pañuelos de papel que no pegan con el atrezzo. Cualquier director de escenografía saldría corriendo despavorido a buscar una bonita caja cuadrada de kleneex. En cualquier caso, no los uso. Ese paquete mísero que ha sacado del fondo del cajón me recuerda a los que llevo yo en el bolso, llenos de migas, trozos de papel y con más vida interior que yo. 

A su izquierda hay un diván. Desde que entré el primer día pienso que lo que de verdad me gustaría sería tumbarme ahí y dormir. Leer un rato con la luz tenue (iba a poner mortecina pero entonces parecería un sitio lúgubre y no lo es para nada) que entra por la ventana y luego adormecerme. 

Supongo que está colocado ahí por algo y que podría tumbarme. Es lo que hacen en las películas pero yo para hablar tumbada necesito otro tipo de intimidad. Dormirme sería de mala educación, así que mejor me quedo sentada. 

A mi espalda hay una librería que ocupa toda la pared. No he podido fijarme, ni en ella ni en la silla en que me siento. 

Hay una planta. ¿Será de plástico? La luz tenue ideal para adormecerme no parece muy adecuada para una planta. Tendré que fijarme. 

Un jardincito alicatado con cuatro grandes maceteros que tienen plantados arbustos de la familia de los lauros. Buena elección, son de hoja perenne, grande y verde oscuro. No habrá bonitos colores de otoño pero también está a salvo de que alguien tropiece con las hojas mojadas de la lluvia y resbale. En ese mínimo espacio hay un aparato de aire acondicionado. ¿Hará calor en la habitación de luz tenue en verano? No lo sé. Es una calle sombría y han colocado una especie de porche. En cualquier caso, el ruido de la máquina arruinará el ambiente de calma. Espero no comprobarlo. 

Un banquito de madera que necesita una pintadita de barniz para exteriores. Al lado una jardinera pequeña de barro con un esqueleto de aromática seca, creo que romero. ¿Por qué no la habrán quitado? Una planta seca y muerta no da mucha confianza. A lo mejor soy la única que se ha fijado y saca conclusiones rarunas pero si se te muere una aromática que sobrevive casi en cualquier condición ¿qué vas a poder hacer por mí?

El 16. 1+6 = 7. No me gusta el número 7. Nunca me ha pasado nada bueno que tenga que ver con un 7. 

Es una calle como de pueblo, con casitas a los lados. Unifamiliares pero todos distintas, con árboles, con enredaderas, con porches. Veo ventanas abiertas y vislumbro habitaciones. 

Cojo el metro. 

Unos vaqueros oscuros, una camisa gris con los puños y el cuello blanco, zapatos negros de princesa y una americana negra que me queda grande. Me visto como me siento, como un personaje de una peli de Woody Allen.