Hoy toca un post
culturetas, un post de pensar. Un post que no lee casi nadie, pero que a mí me
sirve de mucho. Me hace pensar al escribirlo y si le sirve alguien más,
pues cojonudo.
Europa: un continente.
Europa: dos guerras
europeas que acabaron siendo mundiales y que cada una a su manera cambiaron el
mundo.
Europa, Comunidad
Económica Europea: un recuerdo de la infancia, entramos en algo llamado así y
parecía bueno.
Europa: algo llamado
acuerdo de Schengen que por una parte molaba porque parecía que eras más
europeo y por otro lado le quitaba magia a eso de cruzar fronteras y sentirse
por unos momentos un poco espía, un poco contrabandista...
Europa: el euro. Hacer
cálculos. Acostumbrarse a una moneda nueva. Redondeo. Todo más caro.
Europa: rescate. Ajustes.
Más ajustes. Más ajustes.
Si me siento a pensarlo
todo esto sabía yo de Europa en la nebulosa de mi cerebro antes de sentarme a
leer “¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa” de
Tony Judt.
Judt por supuesto sabe un
huevo de cosas sobre Europa y las explica muy bien. No voy a decir que es un
libro entretenido porque el tema es muy árido. Hay temas entretenidos, temas
amenos y luego en el otro extremo del espectro, entre las cosas “espantosas, densas,
complejas, con muy poco sentido y chungas de explicar”...está la política
europea. Judt por tanto hace un esfuerzo por explicar qué es Europa y qué
sentido puede tener. Se aprende mucho pero no es una juerga. Es algo así como
cuando tenías un buen profesor con el que aprendías mucho pero tenías que
esforzarte un huevo...pues igual.
Al grano. Se trata de
tres conferencias que Judt pronunció en 1995 en Bolonia y que le había
encargado el New York Review of Books y Hill And Wang (que creo que es una editorial).
Cada una de las conferencias se centra en un aspecto de Europa.
Una de las primeras cosas
que me ha llamado la atención es que frente al furor por creer que ese concepto
tan poco claro que es “Europa”, “Bruselas”, o que la “Unión Europea” es la
única solución a los problemas de los distintos países, Judt ya en 1996 se
declara muy poco convencido de eso...de hecho nada convencido.
“Soy un europeo entusiasta; ninguna persona bien informada podría desear seriamente volver al combativo y mutuamente enemistado círculo de sospechas y naciones introvertidas que el continente europeo ha sido en el pasado reciente. Todo lo que nos aleje de aquella Europa es bueno; cuanto más mejor.
Pero una cosa es creer que algo es deseable y otra muy distinta considerarlo posible. Y lo que yo sostengo en este ensayo es que una Europa verdaderamente unida es algo demasiado improbable como para que insistir en ello no resulte tan insensato como engañoso. De modo que eso me convierte en un europesimista”
Judt tampoco cree que la
Unión Europea vaya a poder crecer indefinidamente aceptando a todos los países
de la zona este.
“He tratado de establecer que, al margen de que el futuro de los antiguos Estados comunistas de la Europa del Este deba encuadrarse dentro de una Europa plenamente integrada, el hecho es que lo más probable es que esto no ocurra, y sería por tanto mucho más prudente dejar de realizar promesas al respecto”
Recuerdo que el libro
está basado en unas conferencias de 1996, hace 17 años. Desde entonces la creencia en que Europa es
la solución a todos los males de los países que ya forman parte de la Unión
Europea como la de que todos los países para crecer deben estar incluidos en
ella no ha hecho más que crecer y crecer. ¿Ha sido real? ¿Es real? En mi
opinión...solo en una pequeña, pequeñísima parte. Es como los Reyes Magos,
molaría que fuera todo verdad y te pudieran traer todo lo que pides...pero al
final te traen calcetines que no son de tu talla y hay que conformarse.
El primer capítulo es el
que da título a todo el libro. “¿Una gran ilusión?” Judt hace un repaso
histórico bastante exhaustivo a la creación de lo que ahora conocemos como la
Unión Europea, Europa con mayúsculas.
Europa se montó sobre los
restos que quedaron después de la IIGM, sobre los intereses franceses y
alemanes que no estaban pensando en crear nada “para todos” sino en
defender lo que era suyo. Judt lo explica genial.
“No fue el idealismo lo que movió a los europeos en aquellos años, ni tampoco los imperativos evidentes del destino histórico. Fueron muy pocos los que durante los años de posguerra sugirieron la unión natural e inevitable de los supervivientes de la guerra de Hitler”.
Vamos, que la Unión
Europea no fue una reunión de buen rollo en plan “No vamos a pelearnos, vamos a llevarnos bien y así juntos podremos
hacer más cosas y viviremos felices y comeremos perdices ayudándonos mutuamente”
y sacaron la guitarra y cantaron alrededor de un fuego de campamento.
Fue algo mucho más
político, interesado y menos altruista. Los alemanes necesitaban pasta para
reconstruir el país y su economía pero sin que se notara mucho y los franceses
necesitaban seguir creyendo que eran el centro del continente, el eje político.
Vamos, lo que siempre han necesitado creer los franceses, que son el centro del
universo conocido y por conocer.
“La esencia del condominio en torno al que Europa Occidental se construyó reside en un acuerdo de interés para ambas partes: que los alemanes tendrían los medios económicos (para su reconstrucción) y que los franceses mantendrían la iniciativa política. En los primerísimos años, claro está, los alemanes todavía no habían adquirido su actual riqueza y el predominio francés era real. Pero a partir de mediados de la década de 1950, esto dejó de ser así: a partir de entonces la hegemonía de Francia en los asuntos de Europa occidental descansaba en un arma nuclear que el país no podía utilizar, un ejército que no podía desplegarse dentro del continente y una posición internacional derivada en gran medida de la interesada magnanimidad de las tres potencias victoriosas al final de la guerra. La premisa tácita de las relaciones Francia con Alemania Occidental era ésta: tú haces como que no eres poderosa y nosotros haremos como que no nos damos cuenta de que lo eres”.
Judt cuenta qué otros
factores aparte de este “ni contigo ni sin ti” que bailaban Francia y Alemania
hicieron posible el desarrollo de la Europa occidental moderna.
“El primero fue
sencillamente el impacto de la guerra en sí”. Me ha flipado esta idea
porque por supuesto jamás lo había pensado. Sostiene Judt que todos los
países que participaron en la guerra (los beligerantes y los ocupados)
movilizaron cantidad de recursos y a toda su población de una
manera desconocida hasta entonces. En países como ocupados como Bélgica y
Checoslovaquia la producción para la industria militar alemana y la falta de
protestas laborales hizo que hubiera una acumulación de beneficios que dio “un
primer impulso a la modernización acaecida durante la posguerra”. La idea que
sostiene Judt es que como durante la guerra el Estado estaba implicado en
absolutamente todos los aspectos de la vida diaria...se dio por hecho que
durante la paz esto debía seguir siendo igual, por lo que los países europeos
estaban en cierta manera “más receptivos” a aceptar “una organización económica
y social centralizada, compartida en mayor o menor grado por las principales
agrupaciones políticas de todos los países europeos”. La aceptación de esta
idea hizo más fácil la reconstrucción tanto a nivel nacional como a nivel
internacional durante la posguerra.
El segundo factor fue la
Guerra Fría. Desde 1947 estaba claro que la Unión Soviética era una amenaza
para Europa del Este así que convenía que los países de Europa occidental
llegarán a alguna alianza entre ellos y con Estados Unidos. El peligro de una
guerra con la Unión Soviética hubiera obligado a rearmarse a Europa y eso era
algo que económicamente no podía permitirse, pero la ayuda de EEUU consiguió
que aumentara el grado de unión y colaboración de los europeos entre sí
mientras que les ahorraba los gastos militares de los que se
ocupaban los americanos.
El tercer factor fue “la
desastrosa reciente crisis económica del continente lo que dotó de una especial
naturaleza al subsiguiente boom”. Básicamente, explica Judt, que como en la
primera mitad del siglo XX los europeos nos dedicamos a pegarnos unos con
otros, llevar unas políticas económicas desastrosas y destruir todas las
infraestructuras que podrían haber servido para algo, en 1945 Europa
occidental no es que estuviera al nivel de 1929 o 1918, sino que estaba como en
1913. Un completo desastre al que se puso solución aplicando políticas
pospuestas durante una generación y que no solo mejoraron la situación
económica sino también introdujeron mejoras “en los derechos de los
arrendatarios, las pensiones garantizadas por el Estado, los seguros médicos y
de accidentes, los derechos sindicales, vacaciones pagadas y viviendas
subvencionadas de buena calidad; Europa occidental comenzó un largo proceso de
puesta al día en el terreno de los derechos sociales y del Estado del bienestar,
previsto ya en las reformas políticas y legales del siglo anterior”.
El último factor fue la
revolución agraria. Esto suena tan a colegio.
Judt sostiene que estos
cuatro factores son irrepetibles, ni habrá una guerra que arrase el continente
(esperemos), ni la agricultura sufrirá una gran revolución, ni habrá que
recuperar 50 años de atraso económico y social (Judt escribió esto en 1996, no
sé qué opinaría hoy) y tampoco tendrá que unirse por la necesidad de
hacerlo o por la coincidencia de la amenaza comunista y el apoyo
estadounidense. Fueron unas circunstancias únicas que permitieron la
prosperidad de Europa y que “nadie más volverá a tener la misma suerte”
de encontrarse.
En el último ensayo y el
epílogo del libro, Judt intenta explicar qué podemos esperar de la Unión
Europea. (En el segundo habla sobre la integración de la Europa del Este).
Lo que distingue a Europa
Occidental de otras regiones y también de Estados Unidos es el bienestar
social que protege ( en mayor o menor medida) la salud y la protección de los
ciudadanos de todos sus miembros. Judt sostiene que las prestaciones sociales
además de su valor intrínseco han servido como estabilizador social, como
seguro político. Dice Judt en 1996 que de no haber sido por ese estado de
bienestar la depresión económica de los años 90 hubiera desembocado en unas
consecuencias desastrosas....En fin, esto es exactamente lo que está pasando
ahora. El desmantelamiento del estado del bienestar a golpe de “ajustes” ha
hecho que las protestas y la inseguridad política aumenten (con razón) en toda
Europa...y según mi humilde opinión irá a más.
Judt sostiene que Europa
no es la solución para todo, que el mantra de “Europa” no va a servir para
solucionar los problemas de cada uno de sus miembros. Cree que “las unidades
transnacionales sobredimensionadas padecen de un perenne “déficit democrático”,
que es precisamente la acusación a la que ahora se enfrenta la Unión Europea y
a la que es especialmente susceptible. Pero, funcionen o no bien en cuanto a la
administración de las cosas, cuando se trata de gobernar a la gente, resultan demasiado
grandes, demasiado distantes, e inevitablemente acaban desintegrándose en sus
partes. También para asegurar que dichas partes no se hayan debilitado
excesivamente y sea imposible repararlas”.
Más claro agua.
Las conclusiones a las
que llega Judt hace un montón de años son que la Unión Europea no puede
prometer (aunque lo esté haciendo) mantener unas condiciones de bienestar y
progreso económico como las que han tenido en su pasado. Tampoco va a poder
asumir la incorporación de los países del Este por lo que debería dejar de
prometer, negociar y exigir condiciones a futuros estados que sabe que no podrá
acoger y que de hacerlo será en unas condiciones muy distintas de las actuales.
Judt incluso dice que la Europa del futuro será la que quiera Alemania o no
será, y que ni Italia, ni España y puede que ni Gran Bretaña, cumplan las
condiciones que imponga Alemania...así que plantearse que algún país del Este
pueda cumplirlas es ciencia ficción.
Judt dice muchísimas más
cosas...y las dice muy bien, pero me quedo con su última conclusión.
“Si vemos la Unión Europea como una solución para todo, invocando la palabra “Europa” como una mantra, enarbolando el estandarte de “Europa” frente a los recalcitrantes herejes “nacionalistas” y gritando “¡abjurad, abjurad!”, un día nos daremos cuenta de que, lejos de resolver los problemas de nuestro continente, el mito de “Europa” se habrá convertido en un impedimento para saber reconocerlos. Descubriremos que ha pasado a ser poco más que la forma políticamente correcta de hacer la vista gorda ante las dificultades locales, como si una mera invocación de la promesa de Europa sirviera para tapar los problemas y las crisis que realmente afectan a ese lugar. Pocos desearían negar la existencia ontológica de Europa, por decirlo así. Y existe una cierta ventaja autocumplida en hablar de ella como si realmente existiera en un sentido más profundo, más colectivo; el mero deseo puede ayudar a generar este pensamiento y de hecho ya lo hace en bastante medida. Pero hay algunas cosas que por sí mismo no puede lograr, algunos problemas que no puede solucionar. “Europa” es algo más que un concepto geográfico, pero no llega a ser una respuesta”. (las negritas son mías)
Europa no es la solución
y tampoco puede ser la excusa para sacrificarnos a todos.