Antes de que nadie se ponga trascendental y empiece a hablar de lo importante de la salud, el amor, la familia y demás obviedades, voy a aclarar que hoy me refiero a la más básica de esas cosas y la menos mística:
El control de esfínteres.
Pasados los 3 años, para la mayoría de la gente, algunos más para otros, el control de esos fluidos corporales es una cosa que se da por controlada y que no ocupa memoria: está chupado, no hay problema, es un tema que sabemos solucionar y no se piensa en él nunca. Creemos que lo tendremos controlado siempre, lo damos por supuesto y nos permitimos hacer bromitas con el tema: “me meo de la risa”, “creí que me cagaba de miedo”.
Ja, ja, ja...como mola burlarse de la naturaleza y de las funciones fisiológicas…como mola y qué sobrados vamos. Pero la Naturaleza es muy cabrona y gana siempre, así que se agazapa y en algún momento de tu vida viene a vengarse de tu soberbia y la que se descojona es ella.
La Naturaleza llega y te ataca. Empiezas a notarlo, pero no te preocupas, “lo tienes controlado”. Crees que sin problema aguantarás hasta el final de la reunión, del paseo, de la carrera, de la cita, hasta que el o ella se vaya, hasta que haya un baño, hasta que encuentre sitio para aparcar, hasta que tu jefe deje de echarte la charla, hasta que pase el puto atasco.
Después llega la fase en la que eres consciente de que esta no es una vez como las demás, no es una vez cualquiera, percibes el componente de venganza que hay en el momento y sabes que tendrás que emplearte a fondo. Intentas distraerte, pensar en otra cosa, hacer fuerza, te concentras en lo que te están diciendo aunque sabes que no te estás enterando.
Posteriormente empiezas a visualizar una solución al conflicto, una vía de escape. No puedes postergarlo más, estás llegando al límite de tu resistencia física y solo pensar en lo que puede pasar si superas ese límite te hace ponerte enfermo...asi que dejas de intentar controlarlo y piensas en una solución, un plan B. ¿Y si me levanto en medio de la reunión y digo que tengo una emergencia, salgo corriendo por el pasillo, subo dos pisos, llegaré a tiempo al baño? ¿Y si dejo de correr y me meto entre esos árboles? ¿Y si le digo que espere un momento, que deje de besarme que tengo que ir al baño, romperé el romanticismo? ¿Y si me bajo del coche en medio de la autovía, dejo la puerta abierta, salto el quitamiedos y me pongo ahí, total no me conoce nadie?
Lo que estés haciendo o intentando hacer deja de tener importancia...toda tu vida gira en torno a lo que habías dado por supuesto y ahora resulta que no puedes controlar: te meas o te cagas sin solución.
Ante este drama fisiológico no somos iguales. Ellas son más de “me meo” y ellos son más de “me cago”.
Ellos, ante el “me meo”, no tienen problema. Cualquier sitio, cualquier momento es bueno. Solucionan el problema en medio minuto sin mucha complicación (por lo menos hasta que llega el momento próstata). La discreción no es una prioridad en esos momentos y les da igual el sitio: una pared, un árbol, un váter repugnante, contra la barra del bar, contra un coche, contra otro…cremallera abajo y alivio absoluto y ojos en blanco. Van sobrados y se permiten descojonarse de ellas: Joder... ¿otra vez te estás meando? ¿Otra vez a buscar un baño?
Ellas no dicen nada. Están concentradas, cruzando las piernas, intentando evitar mirar la tónica que la camarera está echando la copa, el agua que el jefe está bebiendo, la lluvia que cae en el cristal del coche. Después pasan a valorar si aguantaran la media hora de cola que hay en el baño y cuando deciden que no, salen a buscar un sitio a ser posible discreto para poner el culo en media luna y solucionar el problema.
Ellos son capaces de competir mientras mean.
Ellas no, pero a cambio pueden mantener una conversación sin perder el hilo con el culo en media luna.
Ellos dicen: si es que además siempre vais en pandilla... ¿os vais a perder? ¿Se puede saber de qué habláis?
Hablan de venganza. Se descojonan pensando en el momento en que la Naturaleza se vengue de ellos…porque: Ellos “se cagan”.
Los tíos, vuelven a su más tierna infancia y ante el ataque de la naturaleza se encuentran con que no son capaces de controlar su peristaltismo de masa (Juan dixit).
Ellas son capaces de disimular bastante bien. Son capaces de sentarse en el cine a ver una película en una primera cita y aguantar toda la película sin que se note que no se están enterando de nada de lo que ocurre en la pantalla, puede que ni siquiera se note que tiene sudores fríos cuando una de las protagonistas decide soñar con una ola que inunda la habitación y otra decide suicidarse ahogándose en un rio. Aguanta con las piernas cruzadas y una pose impertérrita y visualiza como de deprisa tendrá que correr cuando aparezca el primer título de crédito para llegar al baño con cierta dignidad. Pero todo esto no se le nota nada.
Ellos sin embargo son un show de síntomas.
Vas andando por la calle con ellos, o estás tomando una copa, o cenando o viendo una peli y de repente se quedan paralizados, como si les hubiera caído un rayo, como si hubieran tenido un rapto místico. Después de la parálisis, viene el sudor sin control...la frente, las orejas, la nariz, el cuello.
Ellas ya saben lo que les pasa, pero se hacen las tontas: ¿te pasa algo? ¿Tienes calor?
- ¿Calor? No…tengo sudores fríos.
Y con la mirada perdida…empiezan a murmurar: necesito un baño, necesito un baño
- Bueno, pues ahora cuando lleguemos a….cuando terminemos con….
- No...no lo entiendes…¡¡¡tiene que ser ya!!! ¡¡¡ahora!!!!
Literalmente se cagan.
Y no les vale cualquier sitio. Son muy suyos. Para mear y descojonarse de ellas les vale cualquier sitio poco discreto y mugriento...pero cagar les parece un trabajo artístico y no puede ser aquí te pillo, aquí te mato.
¿Quién no conoce a un tío que para mear el baño de tíos les parece un sitio idílico y sin embargo para plantar un pino tiene que ir al de tías porque “es que está más limpio”...sin comentarios.
Eso si…salen supersatisfechos...como si hubiera sido algo que habían elegido hacer, un rapto de inspiración y no un momento de regresión a la infancia en el que hubieran pagado por llevar un pañal puesto.
Así que sí, todos tenemos nuestro momento de acordarnos de lo importante que es no dar nada por supuesto, no descojonarnos de la naturaleza y valorar en su justa medida el control de esfínteres.
Y hasta aquí los momentos escatológicos del día.