miércoles, 5 de abril de 2017

Me gustaría

«Me gustaría saber a qué dedico el invierno» dice Rafa Pons. A mí también me gustaría saber porqué el invierno pasa más rápido que la primavera. Me gustaría  despertar sin llorar de sueño. Y madrugar para aprovechar el tiempo. Me gustaría que las uñas no crecieran. Y llevar las de los pies siempre pintadas. Me gustaría saber pintarme las uñas. Me gustaría saber dibujar y que me gustara el flamenco. Me gustaría que existiera el teletransporte. Y que los viajes fueran más lentos. Me gustaría poder decir que me quiero dejar el pelo blanco sin que la gente ponga los ojos en blanco con cara de «estás loca». Me gustaría saber poner los ojos en blanco. Me gustaría conocer a David Remnick. Y poder ir en tren a trabajar con la cabeza apoyada en la ventanilla. O poder ir andando atravesando El Retiro. Me gustaría saber pintarme los labios. Y que no me diera vergüenza.  Me gustaría morirme de un infarto. Y que fuera durante la noche, mientras pienso en las cosas que haré al día siguiente. Me gustaría, a veces, ser un hombre y nadar con uno de esos bañadores minúsculos. Me gustaría, a veces, muchas, no tener tetas. Me gustaría que no se me olvidara siempre sacar del congelador lo que tengo pensado para la cena. Y que cada vez que abro una botella de vino no me atacara el miedo a «oh, dios mío, seguro que rompo el corcho». Me gustaría acordarme de cambiarme los pendientes. Y qué me importara que pendientes llevo. O acordarme de los que llevo. Me gustaría que los calcetines no se gastaran y que las toallas se desintegraran al cabo de un par de años. Me gustaría que la capacidad para saber ordenar el armario de los tuppers fuera determinante para elegir pareja. Y que preguntarle a alguien «¿tú sabes ordenar tuppers?» fuera tan común en una cita como preguntarle por su trabajo. Me gustaría no decir nunca «por si acaso». Me gustaría no tener que decir siempre «con b» cuando digo mi apellido. Y que no me dijeran «¿seguro? yo pensé que era con v». Me gustaría no saber qué jamás tendré tiempo para leer todo lo que guardo en mi carpeta de «para leer cuando tenga tiempo». Me gustaría que la concentración pudiera activarse con un interruptor. Y que la inspiración no me llegara siempre en el coche. Me gustaría saber coser. Y que las prendas que no se pueden lavar en la lavadora se pudieran lavar en la lavadora. Me gustaría poder creerme que el programa «lavado prendas delicadas» es una realidad y no una mentira piadosa de los fabricantes de lavadoras. Me gustaría que no se me hubiera olvidado tender la ropa. Me gustaría saber hacer maletas. Y que hubiera muchos días nublados y lloviera más. Me gustaría que lloviera tanto como para tener varios paraguas solo por el placer de tenerlos. Y tener uno favorito para salir a pasear. Sin abrirlo nunca. 


viernes, 31 de marzo de 2017

Lecturas encadenadas. Marzo

Marzo ha sido un mes de grandes contrastes. Ha pasado volando y se ha hecho eterno. Ha nevado y ha llegado la odiosa primavera. He leído sobre drogas, rupturas, educación, un comic mítico y un libro ilustrado. Me ha cundido.

Al lío.

Fariña, de Nacho Carretero. A este libro llegúe por Enric González, en algún sitio, en algún periódico daba su lista de mejores lecturas del año y yo las apunté todas. Me lo trajeron los Reyes.

Fariña es la crónica pormenoriza del contrabando y el narcotráfico en Galicia. El armazón de realidad sobre el que podría construirse el guión de una serie de ficción como los Soprano o Camorra, siempre que el material estuviera en manos de un guionista al que le dejaran hacer un producto que no fuera para público "familiar". Nacho Carretero proporciona toda la información necesaria para que alguien como yo que no tenga ni idea del tema se pueda hacer una composición de lugar de lo que el narcotráfico ha supuesto para Galicia. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quienes? ¿Por qué Galicia? En el quienes da la sensación de que falta gente, de que se pasa de puntillas por las implicaciones, enredos y conexiones políticas que sin duda existen. Por supuesto, lo entiendo, heroísmos los justos. Por esta misma razón, supongo, se  habla con muchísimo más detalle sobre el narco de hace veinte años que sobre el de ahora. La primera parte fluye perfectamente engrasada, Galicia en la posguerra, el contrabando, los primeros narcos, la riqueza sobrevenida a la región y aceptada de buen grado por casi todo el mundo, etc. Después, cuando se llega a las grandes operaciones contra el narcotráfico de las que todos hemos oído hablar en las noticias, creo que Carretero se da cuenta de que hay demasiado para contar y la última parte se convierte en una relación, casi un simple recuento de operaciones, detenciones, condenas y alijos. 

Mientras leía no dejaba de pensar en Los Soprano porque Carretero hace un esfuerzo por no dotar a los narcos de ningún tipo de mística. No son héroes, no son pobrecillos, no son desfavorecidos, no son interesantes. Son simple y llanamente criminales avariciosos y crueles. 

Casi lo olvido pero merece la pena decirlo, la edición de Libros del K.O con mapas, dibujos y aprovechando hasta la faja para dar información sobre las planeadoras es estupenda.

Piel de Lobo de Lara Moreno. Un regalo de cumpleaños que cogí con muchas ganas porque un buen amigo me había hablado maravillas de él. Enseguida me di cuenta de que no es un libro para mí. Choqué con el lenguaje, con su interés en ser bonito, en ser escritura. Soy tan consciente de la escritura que me salgo de la historia. El equilibrio entre el continente y el contenido es complicado de conseguir, yo no sabría hacerlo pero cuando el peso se decanta de manera abrumadora por el estilo acabo saliendo de la historia por completo y me enfado. 

La protagonista es demasiado intensa para mí, me desespera, no me creo nada. Mientras leía iba pensando en cómo la historia de una ruptura semanal, la relación entre unas hermanas, las sensaciones de la maternidad cuando desbordan, experiencias todas ellas que he vivido, me resultaban totalmente increíbles. Pensaba en cómo, sin embargo, otros libros con historias no sólo ajenas a mí sino completamente absurdas me habían llegado muchísimo más. 

Aún así, la primera parte, la separación, los sentimientos de desamparo cuando todo sigue igual, las ganas de desaparecer y de escapar me gustó más. Desde el momento en que aparece la hermana, los flashbacks a su pasado común, los recuerdos al pasado de la pareja con sus secretos oscuros, mi interés empezó a flaquear, comencé a aburrirme. No me creo absolutamente nada y, alguna vez, me encontré diciendo "venga ya".  

Me da rabia porque quería me gustara. 
«¿En esto consiste la tragedia? Las cosas pansa, les pasan a otros, hasta que de pronto un día le pasan a uno y zas, somos espectadores del drama ajeno hasta que somos protagonistas de nuestro propio drama, de nuestra pobreza, de la más profunda debilidad, y  resulta que es así, así como del de otros, exactamente igual de terrible». 
Una cosa curiosa de este libro es que imaginé la casa donde transcurre todo muy parecida a  La Casa del comic de Paco Roca que leí hace un par de meses.

Las pequeñas virtudes, de Natalia Ginzburg. A veces hago cosas nuevas, cosas que pensé que jamás haría y una de esas cosas ha sido apuntarme a un taller literario en la Libreria Muga. ¡En qué consiste? Consiste en leer libros e ir allí a charlar con otra gente sobre esos libros bajo la dirección de orquesta de Santiago Gerchunoff. Llegué a saber de este taller sobre ensayos y relatos porque sigo a Santiago en twitter y me apetecía el tema y charlar con él de libros. La primera sesión era sobre Natalia Ginzburg y había que leer Las tareas de la casa y otros ensayos, que ya había leído y reseñado y este pequeño librito con ensayos y relatos autobiográficos.  

De Natalia Ginzburg ya lo he dicho todo. Ojalá escribir como ella, con esa clase, ese ritmo, ese atrapar las ideas y darles forma encajándolas en su lugar en una secuencia de pensamientos inteligente, meditada y brillante. Ojalá hubiera muchos más autores así. 

He doblado muchísimas esquinas y copiado muchísimos párrafos. He subrayado, puesto notas y papeles de colores. Leed a Natalia Ginzburg, malditos. 
«Los sueños no se hacen nunca realidad, y en cuanto los vemos rotos, comprendemos que las mayores alegrías de nuestra vida están fuera de la realidad. En cuanto vemos rotos nuestros sueños, nos consume la nostalgia por el tiempo en que bullían dentro de nosotros. Nuestra suerte transcurre en ese alternarse de esperanzas y nostalgias».
Ginzburg habla de todo; de tener hijos, de tragedias personales, de la pobreza de tener solo unos zapatos rotos, del oficio de escribir, de la amistad, del amor, de la educación. Y consigue siempre algo muy dificil que es que todos nos sintamos identificados con lo que cuenta; sino con la experiencia con la repercusión que vivir tiene en cada uno de nosotros. Quizás no lo hemos pensado nunca, quizás no somos conscientes pero lees a Ginzburg y piensas «es justo así». 
«Ahora somos verdaderamente adultos, pensamos, y nos asombramos de que ser adulto sea esto y no todo lo que habíamos creído de niños, la seguridad en sí mismo, una serena posesión sobre todas las cosas de la tierra». 
El regreso, de Alberto Manguel. Nunca había leído nada de Manguel, más que columnas, artículos y alguna entrevista y tenía ganas. Este brevísimo relato me lo envío Navona porque acaba de reeditarlo en un formato bastante chulo; cuadrado, tapa dura.

El regreso es un viaje de vuelta que parece un sueño. O quizás es un sueño que parece un viaje de vuelta.  Nestor Fabris, argentino exiliado en Roma, vuelve a su ciudad y al llegar todo es conocido y extraño a la vez. Cercano y remoto. Reconocible y diferente. La ciudad le anima y le agota. Le provoca alegría y una amarga tristeza. Manguel, con su estilo corto y preciso, va dibujando el ambiente. Al ir leyendo me parecía que Manguel más que escribir iba dibujando la ciudad con un carboncillo en la mano, reconstruyendo y construyendo, las luces y las sombras de los lugares que Nestor va reconociendo y desconociendo al mismo tiempo. Una atmósfera irreal y onírica, como los grabados de Gustave Doré, se va creando alrededor de los pasos de Fabris. 

No quiero destripar más pero El regreso es una lectura curiosa. Se parece a caminar de la vigilia al sueño y de éste a una pesadilla para finalmente llegar al despertar pegajoso que sigue a las noches con sueños intensamente reales que se paladean, después, durante varios días.  Podemos huir de la realidad, correr lejos física y mentalmente de aquello que nos aterroriza, que nos asusta, que nos sobrepasa, pero no podemos escapar de nuestros propios sueños en los que habita todo lo que recordamos, lo que creemos recordar, lo que no sabemos que recordamos, lo que imaginamos, lo que jamás nos atreveríamos a pensar conscientemente y lo que no queremos recordar. 
«Pachorriento como moscardón de verano. Nunca un deber bien hecho».
Pachorriento es una de mis palabras favoritas a partir de ahora.


Viaje al corazón de la tormenta, de Will Eisner. La vida está llena de coincidencias, o la mía lo está. Confieso que no sabía quién era Will Eisner y un buen día de marzo empecé a leer en twitter sobre él porque era el aniversario de su  nacimiento o de su muerte, no lo recuerdo. Un par de días después en La Cultureta, Rodrigo Cortés habló de él pormenorizadamente y al día siguiente charlando con un amigo sobre mil cosas y sobre comics porque él es muy friki acabamos en Eisner de nuevo. Y al día siguiente mi amigo me prestó este comic.

Viaje al corazón de la tormenta es un comic autobiográfico, como Maus, como Blankets, como Fun Home, como Persépolis, como El árabe del futuro... sólo que fue el primero de ellos. Eisner cuenta la historia de su padre y la suya propia, desde que la juventud de su padre como pintor en la Viena anterior a la I Guerra Mundial. He pensado que así como los padres en los cuentos infantiles son siempre personajes secundarios que o bien están muertos o sólo están para casarse con madrastras terribles, en los comics autobiográficos son siempre presencias muy potentes.  

Viaje al corazón de la tormenta es la historia de Will Eisner y es, un poco, como ver una novela de Philip Roth hecha dibujo: judíos, familia, trabajo, antisemitismo, dinero, amor, sexo. Me ha gustado muchísimo y los dibujos son impresionantes.  

El desván, de Saki. No sé el tiempo que hacía que no leía un libro ilustrado, ni me acuerdo. Este ha llegado a mis manos directamente desde sus editores, los dos intrépidos lectores de este blog que han montado una pequeña editorial. (Son intrépidos por la aventura editorial, no por leerme). El desván es el primer lanzamiento y es un libro maravilloso. La historia es pequeña, es un cuento que hemos leído mil veces pero que empiezo a dudar que las próximas generaciones lleguen a conocer nunca, ahora que los cuentos "positivos" y políticamente correctos parecen ser lo más buscado. El pequeño Nicholas no es muy obediente y su tía y él tienen desencuentros que terminan casi siempre con Nicholas castigado a no hacer algo que, en teoría, debería apetecerlo mucho pero que en el fondo a él le da igual. 

«-No vas a ir al jardín de las grosellas-dijo la tía cambiando de tema.
-¿Por qué no?-preguntó Nicholas.
-Porque estás castigado-dijo la tía altaneramente.
Nicholas no admitió lo implacable del razonamiento. Se sentía perfectamente capaz de estar castigado y en el jardín de las grosellas al mismo tiempo». 

El cuento es una historia sencilla, sin aspavientos, sin mensaje pero lleno de magia y de evocación. La historia se crea sola en la cabeza del lector pero lo mejor de este libro es la perfecta combinación entre la historia de Saki y los dibujos de Eduardo Ortiz que son MARAVILLOSO. Ilustrar un cuento, una historia, un relato es muy complicado. Hay que sugerir, mostrar, evocar sin contar, limitar, ni predisponer al lector. Las ilustraciones deben ser un soporte, un ambiente, una atmósfera pero no deben poner límites. Los dibujos de Ortiz son para quedarse a vivir en ellos. 


Leed El desván. Leedlo vosotros, a vuestros hijos, a vuestros sobrinos, a vuestras parejas. 

Y con esto, un bizcocho y las Entrevistas breves con hombres repulsivos de David Foster Wallace, hasta los encadenados de abril. 


miércoles, 29 de marzo de 2017

Nuestros hijos y nosotros

Leo Las pequeñas virtudes un ensayo de Natalia Ginzburg sobre la relación que deberíamos tener con nuestros hijos. Lo termino y vuelvo a empezar. Lo termino y copio todas las esquinas dobladas en mi cuaderno. Pienso en mi relación con mis hijas y en mi relación con mi padres. Lo pienso en imágenes como hago siempre con las cosas que me importan. 
«La relación que existe entre nosotros y nuestros hijos debe ser un intercambio vivo de pensamientos y sentimientos, y, sin embargo, debe comprender también profundas zonas de silencio; debe ser una relación íntima y, sin embargo, no mezclarse violentamente con su intimidad; debe ser un justo equilibrio entre silencio y palabras».
Creo que los padres deberíamos acompañar a los hijos (siempre me da ansiedad poner el posesivo porque no son mías, no son de mi propiedad, ni me pertenecen) hasta una edad. Durante sus primeros años, tus hijos caminan pegados a ti, literal y metafóricamente. Son como pequeños koalas agarrados a tu pierna, a tus brazos, a tu espalda. Trepan por tu cuerpo, por tu vida, ocupan tu cabeza, tus fuerzas, tu tiempo. Cada segundo de tu día, incluso cuando duermes,  los ves o sabes donde están, qué hacen, qué ven, qué oyen, qué dicen, qué comen, qué beben, qué escuchan, qué piensan, qué aprenden, qué leen, con quién van, todo. Y ellos no saben estar sin ti, tú eres indispensable en sus vidas porque quieren decirte dónde están, qué hacen, qué ven, qué oyen, qué dicen, qué comen, qué beben, qué escuchan, qué piensan, qué aprenden, qué les duele, qué leen, quienes son sus amigos. Todo lo que son es contigo. 
«Nosotros debemos ser importantes para nuestros hijos, pero no demasiado. Debemos gustarles un poco, pero no demasiado, para que no se les ocurra querer llegar a ser idénticos a nosotros, copiar el trabajo que hacemos, buscar nuestra imagen en los compañeros que eligen para toda la vida. Debemos tener con ellos una relación de amistad, pero no debemos ser demasiado amigos de ellos, para que no les resulte difícil tener verdaderos amigos, a quien puedan contar cosas de las que con nosotros no hablar. Es preciso que su búsqueda de la amistad, su vida amorosa, su vida religiosa, su búsqueda de una vocación estén rodeadas de silencio y de sombra, que se desarrollen al margen de nosotros. Pero en nuestras relaciones con ellos, todo eso debe estar contenido a grandes rasgos, tanto la vida religiosa, como la vida de la inteligencia, la vida afectiva, el juicio sobre los seres humanos. Debemos ser para ellos un simple punto de partida, ofrecerles el trampolín desde el cuál darán el salto». 
Pienso en ese tiempo de "koalismo" mutuo como en la época en la que trenzamos una goma elástica entre nosotros y nuestros hijos. Van pasando los años y los hijos van avanzando y tirando de esa goma elástica, al principio solo la estiran un poco, luego un poco más, avanzan unos metros cada año, hasta que, llega un momento en el que, la goma ya es tan grande que se ha convertido en una cama elástica y  nuestros hijos saltan sobre esa ella subiendo cada vez más alto y cada vez más lejos. Ya no ves qué hacen, qué comen, qué dicen, de qué se ríen, qué les hace sufrir o llorar o reír. No sabes con quién están a cada minuto, ni qué piensan, ni qué comen, ni qué leen. Por no saber, no sabes ni qué piensan sobre ti, sobre tu vida, sobre lo que les dices. 

Nosotros queremos saberlo. Queremos porque tenemos miedo, tenemos miedo de lo que pueda pasarles, de lo que puedan sufrir, de lo que hagan, de lo que no hagan, de lo que digan, no digan, tenemos miedo de cómo pueden ser. Creemos que los conocemos pero en el fondo sabemos que no los conocemos tanto como nos gustaría. Y yo creo que eso está bien, nuestros hijos tienen que tener, como dice Ginzburg, un espacio sin nosotros, con cosas que no nos cuenten, que no nos digan, incluso con cosas que no nos gusten. ¿Por qué? Porque no son nuestros, porque no somos nosotros, porque si nos paramos a pensarlo nosotros también somos y fuimos en parte desconocidos para nuestros padres. 

A veces caen de esos saltos que están dando. Y entonces los padres somos la red segura, y cuando caen vemos con quien han estado y con quien han sufrido o reído o lo que sea.... Pero volverán a saltar, porque quedarte en la cama elástica te impide avanzar, no se puede andar en una cama elástica, te tropiezas y te sientes torpe. En una cama elástica si caminas estás a salvo pero no vas a ninguna parte, no avanzas. De una cama elástica sólo se sale saltando y ellos quieren saltar y ver mundo. Y vuelven a saltar. Y los saltos cada vez son más lejos y más altos y cada vez vemos menos. Pero eso no es malo, no es malo si la goma que tejiste al principio resulta sólida y la red que tu tiendes para ellos está ahí para ayudarles cuando lo necesitan. Si les enseñaste a saltar y a saber caer. Hay que dejarles, incluso, que se tiren. 
«Y debemos estar allí para ayudarlos, si es que necesitan ayuda; nuestros hijos deben saber que no nos pertenecen, pero que nosotros sí les pertenecemos, siempre disponibles, presentes en el cuarto de al lado, dispuesto a responder como sepamos a toda posible pregunta, a toda petición». 
Mucho después, llegará un momento, muy muy adelante en la vida, en que si tenemos suerte de estar vivos nosotros y nuestros hijos, dejarán de saltar porque ya lo han visto todo, y porque, quizás, les llegue el momento de tejer su propia goma elástica. Es entonces cuando volveremos a saber casi todo de ellos porque nos lo contarán. Y no solo eso, será entonces cuando ellos querrán conocernos a nosotros. 

Así lo veo yo. 

lunes, 27 de marzo de 2017

De nombre en nombre y pienso porque estoy loca


«Los botones extra. ¿Qué tipo de psicópata guarda la bolsita de plástico con los dos botones extra cuando compra algo? ¿Dónde los tiene? ¿En una una enorme cajonera con cajoncitos mínúsculos en los que guarda cada bolsita de cada prenda?»

Apago la luz sonriendo. Sabiduría popular condensada en cada uno de los capítulos de Seinfeld. Yo encuentro bolsitas con esos botones por todas partes; en mis cajones, en los bolsos, en el neceser, en la mesilla. Por supuesto, jamás los encuentro cuando pierdo un botón. Doy una vuelta. Doy otra. De cara a la pared. Mirando al otro lado. No me duermo. Mierda de cambio de hora, de primavera, de domingo noche. No sé si coger el libro y tratar de distraerme. Quizás no es buena idea. La persona deprimida se llama el ensayo de David Foster Wallace que estoy leyendo, probablemente me desvele aún más. Más vueltas y más vueltas. Grace Paley. Cierro los ojos y veo a una señora que creo que es Grace Paley. No sé quién es Grace Paley ¿por qué la tengo en medio de mis desvelos? ¿Por qué esta mi cerebro pensando en ella en vez de en dormir? Puede ser Grace Paley o una señora de Dorset. ¿Es escritora? ¿Relatos? ¿Es la del cuento de la lotería? No, esa se llamaba... mierda. ¿Cómo se llamaba? Shirley Jackson. ¡Sí! ¡Bien por mí! ¿Bien por mí? Son las cuatro de la mañana y nos alegramos por recordar nombres de autoras que no hemos leído? Cerebro, ¿porqué me haces esto?  Bien, ya está claro que mañana no nado a primera hora.  Imagino las horas de descanso, que deberían evaporarse al dormir, convertidas en bolas de plomo encajadas entre mis costillas que harían de lastre y me dejarían pegada al suelo de la piscina. 

Atasco monumental. Francisco Toscano habla en la radio. Alcalde de Dos Hermanas. El atasco me ha chupado tanto la energía que no soy capaz ni de apagar la radio. Un poco de chapoteo en autocompasión, vamos allá cerebro enfermo: tengo sueño, es lunes, no he dormido, hay un atasco monumental y estoy escuchando hablar sobre la situación del Psoe. Regodeo autocompasivo. Toscano. ¿Serían sus antecedentes italianos? Quizás llegaron a Sevilla para embarcarse  en el siglo XVI cuando el comercio hacia América atraía a gente de toda Europa. Ojalá hablara de eso, es mucho más interesante que lo que cuenta. Nadie hace nunca las preguntas interesantes. 

Kim Philby, el espía. Cada vez que en el podcast le nombran, mi cabeza lo llama Phil Kirby. Le digo a mi cerebro que no haga eso. Kim Philby. Phil Kirby. No hagas eso. Ana Ribera. Ara Nibera. Suena exótico. Mejor Arra Nibera. Suena etíope. ¿Y eso por qué? Por qué mi absurda mente lo has decidido. No sé nada de Etiopía más allá de lo que le leí a Kapuscinsky. Ajá. Bohn Janville. Así no funciona. John Banville. ¿Cómo se llamaba su libro sobre los Cinco de Cambrigde? El intocable. Me gustó aquella novela.

«Para tomar posesión de una ciudad de la que no eres natural, ante todo, debes enamorarte allí». 

Ojalá volver a empezar este día. Poder decir corten, a sus puestos y volver a empezar. ¿Dónde está el cambio de hora cuando lo necesitas? Árbitro, un cambio de hora. Sí, sí, renuncio a mis próximas diez horas. Las regalo. Adelantemos los relojes hasta las nueve de la noche. Necesito dormir. Lloro de sueño. 

La quinta de Beethoven. Budwig Van Leethoven no funciona, suena a personaje de los Monty Phyton. ¿Los Pony Mhyton? Las ciudades pequeñas se despiertan y se terminan. Las ciudades grandes se desperezan y se estiran. Moledo. Tadrid. 

jueves, 23 de marzo de 2017

Destinatario desconocido

Nada más levantarme descubro que tengo otro nombre, que soy otra persona. 

María Antonia nos volvemos locos. ¡Vuelos a 8 euros!

Me llamo María Antonia. Tengo muchos años. ¿Cuántos? Aparento sesenta y cinco pero quizás tengo cincuenta siete o setenta y uno. Uso gafas de cerca a las que, últimamente, he añadido una cadenita para llevarlas colgando. Cuando me levanto de la cama uso bata y me la abrocho. Primero la lazada que va dentro y luego el cinturón. Escucho a Carlos Herrera porque la rueda del dial de la vieja radio de la cocina se rompió hace años. Viajo poco pero sueño con volar a lejanos destinos a los que sé que jamás me atrevería a escapar. 

Avelino, estás ofertas imbatibles no tiene rival

Al salir de la ducha tengo pelos en el culo y me llamo como un personaje de Cuéntame, como un habitante de una película en blanco y negro, de esas en las que Madrid tenía descampados y se veía siempre el cielo.  Me pongo un mono azul de mecánico con el logo de la marca de coches del concesionario en el que trabajo. Me encantan las ofertas de las tiendas de electrónica y electrodomésticos aunque nunca compre nada. Me gustan porque las letras son muy grandes y las veo sin tener que separar el folleto de mi cuerpo o pegar la nariz a la pantalla del ordenador que manejo tecleando solo con dos dedos. No sé si son imbatibles estas ofertas, para eso necesitaría comprobarlo y nunca tengo tiempo. La verdad es que tampoco necesito nunca nada de lo que es imbatible.  

Your ego is not your amigo / Yur igo is not yur amigou

Tengo 35 años, llevo vaqueros gastados, una camiseta de manga corta de un color indeterminado y sosaina y llevo 3 semanas intentado que mi barba deje de ser pelusilla. Miro el mensaje mientras me tomo un café en la oficina a la que he llegado hace un rato. Trabajo en un proyecto bastante chulo que me ha sacado de una época de precariedad laboral. Bueno, más que precariedad, desierto laboral. Aquí ando de freelance. Freelance esa palabra sí que no es mi amiga pienso mientras buceo en el mensaje. Me acuerdo de mi abuela "hijo, una colocación es lo importante en la vida". Y yo me reía. Cierro el mensaje porque no sé si el ego será mi amigo pero tengo que darlo todo aquí a ver si consigo quedarme en este proyecto el tiempo suficiente para que alguien se aprenda mi nombre.  Si me echan me apuntaré a otro de estos cursos aunque ya sé que no sirven para nada. 

La nueva felicidad, alfombras de verano y lo último en ventilación y aspiración ciclónica. 

Estoy sola en casa. Un gran piso con vistas a la playa de Acapulco. Un día más me aburro hasta la extenuación. Mi marido se fue a trabajar hace horas y los niños no volverán del colegio hasta la noche. Nunca debí acceder a mudarnos. Tenía un trabajo, un trabajo tonto, sin retos y sin mucho futuro más allá de jubilarme habiendo conseguido una de las mesas con ventana cerca, pero un trabajo. El cambio parecía buena idea, más dinero, más oportunidades, una vida descansada y relajada. Me aburro. Todos los días miro por la enorme cristalera de este salón y me devano los sesos pensando en qué ocupar mi tiempo. Por eso recibo esta retahila de correos sobre decoración. Hoy no sé qué es la aspiración ciclónica pero no tengo ganas de averiguarlo. ¿Cuántos años más me quedan? 

May we talk?

¿Otro mail de Emily? ¿O debería decir Pablo? Ya no sé ni lo que digo ni lo que pienso. No puedo creerlo. No puedo creer que siga con esta farsa. No quiero pensar en cómo hice el pardillo. Qué gilipollas fui. Me enamoré de ella como hacia tiempo que no me enamoraba o, quizás, como nunca. Cierto es que venía de una mala época y lo mismo se me fue la pinza en la codependencia pero joder, me gustaba estar con ella. Con él. Paso, paso, paso. No quiero acordarme de ese día. Debería bloquearla. Bloquearle. ¿O no? A lo mejor deberíamos hablar. Sabía que no tenía que mirar el correo.  


*Todos estos correos los he recibido hoy. Quizá no son basura, quizá no son spam, quizá lo que ocurre es que yo no soy su verdadera destinataria. Quizá todos estos personajes hayan recibido los correos que me corresponden a mí. Imagino una gran plaza pública a la que todos acudiéramos con nuestros correos basura para hacérselos llegar a sus verdaderos destinatarios y poder así, recibir los nuestros.   

domingo, 19 de marzo de 2017

Nuestros padres y nosotros

No nos paramos a pensarlo pero la condición de “hijo” no es absoluta. Tampoco es absoluta ni inmutable ni eterna la relación que establecemos con nuestros padres.  No siempre somos hijos de la misma manera, no lo sentimos igual y nuestra visión y percepción sobre nuestros padres cambia poco a poco, a veces imperceptiblemente y otras con una brusquedad que nos corta el aliento.
Durante una serie de años nuestros padres son “papá y mamá”, ni siquiera tienen nombres, no existen fuera de su relación con nosotros, hasta que un día todo cambia.
«Yo tendría  siete o nueve años. Pero cuando dije mi nombre – Richard Ford – exclamó: “Ah sí, tu madre es esa señora de pelo negro, bajita, mona, que vive más arriba de esta calle.” Aquello me afectó y me afecta todavía. Creo que fue la primera imagen que tuve de mi madre como de otra persona, como alguien a quien los otros veían y describían: una mujer mona, no. (…) Sin embargo, recuerdo aquello como un momento significativo de mi vida. Breve pero importante (…) Desde entonces creo que nunca pensé en ella de otro modo, como Edna Ford, una persona que era mi madre y que también era alguien más».  Mi madre. Richard Ford
Una vez que asimilas que tus padres además de ser tus padres tienen una vida, unas inquietudes más allá de ti, que tienen un pasado en el que tú no existías, una vida en la que no contaban contigo, comprendes que a pesar de ser las personas que mejor te conocen y las que más te querrán en tu vida, jamás las conocerás del todo. Son igual de inabarcables que el resto de la gente, igual que tú.
«Fue uno de esos momentos en que los padres te sorprenden, no porque hayas aprendido algo nuevo sobre ellos, sino porque has descubierto otra zona de ignorancia». Nada que temer. Julian Barnes
Más adelante en la vida y dependiendo de las circunstancias de cada uno llega el momento en que el anclaje de tu vida cambia. Hasta ese día, ese preciso momento, tus padres son el punto de retorno, el sitio seguro al que volver, el centro del que te alejas pero al que sabes que siempre puedes volver, el punto inamovible y fuertemente anclado. A partir de ese día, navegas solo sabiendo que ahora eres tú el anclaje de tus padres. Es un cambio de perspectiva vital muy drástico, que provoca mucho vértigo y que es difícil de encajar.
«Recibí una carta de mi madre. Ella también estaba asustada y no sabía cómo ayudarme. Por primera vez en mi vida pensé que para mí no había protección posible, que debía arreglármelas sola. Comprendí que en el afecto que sentía hacia mi madre siempre había tenido la sensación de que ella me protegería y me defendería en las desgracias. Pero ahora solo me quedaba el afecto; toda petición y espera de protección habían desaparecido; y pensaba que en el futuro debería ser yo quien la defendiera y la protegiera, porque mi madre ya era muy mayor, le faltaba el ánimo y estaba indefensa». Léxico familiar. Natalia Ginzburg
Cuando descubres que tus padres son vulnerables y que tú debes ser su soporte, descubres algo mucho más terrorífico, que tienes capacidad para hacerles daño, que tus actos pueden dolerles y que esos actos pueden ser involuntarios o voluntarios, que puedes ser cruel a propósito y que no por ser tus padres están a salvo de sentirse heridos.
«El momento en que reconoces por primera vez que tu padre es vulnerable al prójimo es bastante duro, pero cuando comprendes que es vulnerable a ti, que aún te necesita más de lo que tú ya no crees necesitarle a él, cuando comprendes que podrías asustarle, incluso dominarle si lo desearas… en fin, es una idea tan contrapuesta a las inclinaciones filiales corrientes que parece no tener sentido». Me casé con un comunista. Philip Roth 
Cuando tienes hijos, una nueva luz ilumina a tus padres. De golpe un millón de cosas que jamás te habías parado a contemplar porque ni siquiera las habías visto, se hacen visibles a la luz de tu paternidad. Sientes entonces una mezcla de gratitud y admiración por tus padres que a duras penas puedes expresar. Sólo esperas que en algún momento los momentos de incomprensión con tus propios hijos lleguen a iluminarse igual para ellos.
«No hacen falta muchos años de paternidad para creer que por fin has comprendido a tus propios padres, y yo he llegado a ese punto con los míos hace mucho. Como la mayoría, me he vuelto más agradecido por cuanto me dieron y siento más respeto por el admirable valor que debieron de necesitar para verme marchar, en mi caso, a una vida totalmente distinta a la nuestra». América, América. Ethan Canin
Todos sabemos o pensamos o esperamos que nuestros padres mueran antes que nosotros; absurdamente creemos que al ser ley de vida estaremos preparados y lo que ocurre es que su muerte nos quita de un plumazo toda la madurez acumulada en esa relación y durante un tiempo, durante el tiempo “en un submarino” que dura el luto, volvemos a ser los niños que fuimos y nos sentimos desamparados.
«La muerte de nuestros padres, a pesar de lo preparados que estemos, a pesar de la edad que tengamos, remueve cosas muy profundas, provoca reacciones que nos sorprenden y puede liberar recuerdos y sentimientos que habíamos creído enterrados hace mucho tiempo. En ese periodo indefinido que llamamos duelo, podríamos estar en un submarino, silencioso en el fondo del océano, conscientes de las cargas de profundidad, tan pronto cerca como lejos, golpeándonos con recuerdos». El año del pensamiento mágico. Joan Didion
Y aunque no sabemos cuándo será, cuál será ese último momento con ellos, lo recordaremos siempre. La última vez, la última palabra, el último gesto.
«Good bye Daddy” I said, and I went down the stairs and got my train, and that was the last time I saw my father». Reunión de John Cheever
La relación con nuestros padres parece ir a alguna parte, creemos que alguna vez llegaremos a donde están ellos, seremos como ellos, sabremos lo que ellos saben, seremos como ellos… pero no.
«Quizá sea algo característico de la relación con nuestros padres: la sensación de que se debería alcanzar alguna meta, luego la constatación de lo que inevitablemente es esa meta, para volver a centrar la atención en el aquí y ahora. A lo que está sólo aquí». Mi madre. Richard Ford

miércoles, 15 de marzo de 2017

Receta de bizcocho de adolescente (sin gluten)


Interior. Rojo con suelo negro. Luz de atardecer entrando por el ventanal, luz de uno de esos días, raros, en los que no hay deberes, ni actividades ni compromisos. 


Ingredientes: 

120 minutos de tiempo.

El tiempo se hace eterno cuando tienes trece años. El tiempo presente es justo donde no quieres estar. Tu adolescente no se lo reconoce a si mismo, quizás no lo piensa, pero echa de menos el tiempo en el que tenía siete años y todo era fácil o aquel tiempo en el que tenía justo dos manos de años, diez, y la vida discurría divertida y sin complicaciones. Eso no lo piensa, pero lo siente así. Sueña con tener quince o dieciséis y abandonar la edad en la que no es ni niño ni adulto. Preferiría tener dieciocho si no estuviera tan lejos, si no quedara tantísimo, toda una vida. Quiere el tiempo que llegará, el tiempo en el que será. Con trece no sabe qué es, cree que sabe lo que quiere ser. 

El tiempo con un adolescente se te escapa entre los dedos porque no quieren pasarlo contigo, o si quieren pero no lo saben. Es como volver a tener un niño de tres años que enseguida se distrae y se escapa. Hay que atraparlo entre los hilos para que descubra que ese tiempo contigo no lo está perdiendo, no es un favor que te está haciendo, ni una obligación.  

100 gramos de nesquick.
100 gramos de firmeza. 

Fundamental para evitar la distracción, la dispersión, la pereza, el pasotismo, el escaqueo. Vamos a hacer un bizcocho. Puff. Venga. Es que... Venga que te va a gustar. 


75 gramos de azúcar. 
75 gramos de organización. 

El caos es poderoso en la adolescencia. Todos parecen aprendices de mago, compañeros de Harry Potter, y los objetos desaparecen entre sus manos, delante de sus ojos. Misteriosamente, seres capaces de manejar tecnología con habilidad casi robótica, se declaran incapaces de encontrar el bote del azúcar, una cuchara de palo o se proclaman imposibilitados totalmente para imaginar dónde se guarda la mantequilla. Es importante exigir la localización de todo lo necesario antes de acometer cualquier tarea. No lo encuentro. Búscalo. No está. Buscas como un hombre, está ahí. Odio que me digas eso. Lo sé, pero cada vez que te digo eso, lo encuentras. Lo sé y por eso lo odio más. 

100 gramos de harina (65 gramos de harina de arroz y 35 de maizena)
100 gramos de la vida de tu adolescente (65 gramos proporcionada por ti y 35 de cosecha propia)

Tu adolescente tiene ya la base para lo que será. Una parte se la has dado tú y lo que ha vivido contigo y otra venía de serie o se la ha ido construyendo poco a poco.  Las proporciones cambiarán con el tiempo, cada día que pase la base proporcionada por ti será menor y la propia será cada vez mayor. No hay que aterrorizarse, el sustrato más básico, el inicial viene de ti. Otra cosa es que sea endeble, pero ya es tarde para arreglarlo. Apuntala si puedes. 

2 huevos. 
Media docena de temas de conversación. 

El bizcocho es una excusa. Sirve como anclaje de la tarde, para centrar. Lo importante es lo que se habla mientras se pesa, se remueve, se mezcla y se prepara. Da igual lo que sea, lo que tu adolescente quiera. Quizás no quiera, y comience contestando con monosílabos. Si, vale. Me da igual. Hay que insistir, dejarle solo, hablará y entonces solo hay que seguir las miguitas que va tirando, ir recogiéndolas y devolviéndolas, como en una partida ping pong. Pobre de ti si se te escapa una bola, si confundes un nombre, si pierdes el hilo, si se te olvida una referencia. ¿Ves como no me haces caso? Si es que no te interesa lo que te cuento. 

75 gramos de mantequilla. 
75 gramos de concentración. 

¿Recuerdas cuando no podías quitar el ojo de tu hijo cuando empezó a gatear, a caminar, a tirarse por el tobogán, a montar en bici sin ruedines, a nadar? Pues has vuelto a esa sensación. No te despistes, no te desconcentres, no le quites los ojos de encima ni un minuto, no dejes de escucharle. No se va a caer, ni a abrir la cabeza contra una esquina ni a meter los dedos en un enchufe, pero si te "vas"... tu adolescente se escapará. Recuerda, no sabe qué quiere estar contigo. Y no va a saberlo hasta dentro de muchos años, cuando recuerde esta tarde.  

75 gramos de nata. 
75 gramos de confianza. 

Desconecta de todo los peligros, terrores y preocupaciones que te asaltan al mirar a tu adolescente. No le atosigues, ni le acojones, ni le aturdas. Va a salir bien. Déjale creer que saldrá bien. Déjate creer que saldrá bien. 

1 sobre doble de gasificantes.
1 sobres doble de sentido del humor. 

Pínchale con ternura. Recuerdale una anécdota de su infancia cuando hizo una travesura, o fue ingenioso o dijo una tontería que se quedó grabada para siempre en el lenguaje familiar. Deja que te cuente un chiste y ríete con él, no con el chiste que probablemente ya conozcas, sino con su risa, con sus carcajadas de broma recién descubierta, con su satisfacción por saberse gracioso. Cuéntale tú uno, cuanto más tonto mejor. ¿Cómo se llama el novio de Nadia Comaneci? ¿Quién es esa? Eso da igual. Nadie Loconoci. Mamaaá, es malísimo. Y lo es, pero tan malo que lloráis de risa. 

Mezcla todos los ingredientes. Calienta. Espera. Confía. Deja que suba, que se abra. Que se enfríe. Desmolda. Saborea. 


Con el tiempo, del bizcocho de adolescente saldrá una lasagna o una paella o una sopa de adulto responsable y capaz con el que compartir y al que disfrutar.