
Los
engendros mecánicos pensados para pasar miedo, provocar vómitos, gritos
histéricos de nerviosismo, pánico y pasar el rato..se quedan atrás en tu vida y
no vuelve a aparecer hasta años después.
¿Cuándo?
Pues
cuando te has reproducido y vas con tu churumbel en su cochecito. Tu niño es
muy mono, muy rico y muy todo pero interactúa poco y no hace nada muy
emocionante. Cuando un día pasas por delante de la feria de tu pueblo, de
los “cacharritos” de la playa o de los hinchables que han puesto en tu barrio
por las fiestas y ves a otros padres que contemplan arrobados como sus
churumbeles disfrutan en el tiovivo, saltando sobre la chepa amarilla de Bob
Esponja o deslizándose por una rampa mientras gritan como cobayas, te
preguntas ¿cuándo podrá mi hijo montarse
en estas cosas?
Se
pondrá montar antes de lo que crees y la etapa en el que le molará hacerlo
durará mucho más de lo que te gustaría.
Por
fin llega el día en que tú y tu pareja no aguantáis más y decidís que vuestro
churumbel no puede pasar ni un día más sin subirse a algo.
Lo
primero que descubres es que sin saber muy bien cómo, de repente te has convertido
en una mezcla de técnico de prevención de riesgos laborales y profeta
apocalíptico. Lo que hasta ese día, en tus paseos, te habían parecido “cacharritos”, “hinchables”
y “cochecitos”, ahora, ante la perspectiva de subir en ellos a la sangre de tu
sangre se han revelado como lo que son en realidad: una fuente de peligros
inimaginable para la integridad física de tu descendencia.
Primero,
empiezas a hiperventilar. Miras a tu alrededor. Los otros padres parecen estar
tranquilos. ¿Será que están acostumbrados? ¿Serán unos inconscientes? ¿Estarán
drogados? O es que acaso no son los padres de esos niños y son unos alienígenas
a los que les da igual lo que les pase a esas crías humanas?
Después
piensas: “vamos a tranquilizarnos, mi pareja está más histérico que yo, voy a
ser la parte centrada de la pareja y además no pasa nada, no hay peligro”.
Respiras hondo y empiezas a escanear las atracciones a ver cuál te parece menos
peligrosa.
“Castillos
hinchables”. No. Tu churumbel de 2 años moriría sepultado por esa horda de
niños de 7, 8 ó 9 años haciendo el salvaje…a saber quién los habrá educado,
seguro que luego son delincuentes.
“Camas
elásticas”. Ni hablar. Tu churumbel se defiende caminando pero corriendo no, asi
que saltar sobre una superficie inestable no es buena idea. Descartado.
“Coches
de choque”. Recuerdas vagamente que aquello era una antesala del ligoteo
preadolescente. NI hablar.
“Tiovivo”,
los genuinos cochecitos. Aquello parece inofensivo. Sólo hay que sentar a tu
churumbel en el coche de los Picapiedra, la carroza de Cenicienta, la moto de ¿de quién es la moto?, el jeep de Indiana
Jones y la taza del festín de la Bella y ya está. Aquello da vueltas sobre un
eje, no hay peligro ninguno. Asientes satisfecho.
Vas
entonces a sacar los “tickets” y descubres una nueva categoría en los sablazos.
Los precios de los “cochecitos” están por encima del patrón oro. Un viaje en
cacharrito cuesta más o menos lo mismo que una excursioncita en el
transbordador espacial. Es tan absurdamente caro que te entra la risa cuando el
ser parapetado en el cubículo forrado de fotos de coches, vírgenes y tías en
bolas (en una combinación que te hace explotar la cabeza) te dice el precio. Se
te congela la risa cuando ves que el fulano de turno no está de broma.
Por
supuesto, te acoges a la superoferta de 6 viajes por 10 eurazos. Eres un
pardillo y no sabes que 6 viajes para ti van a ser una eternidad y para tu
churumbel un soplo de tiempo.
Armado
con los tickets y sonriendo confiado coges a tu hijo y te subes con él al
tiovivo. ¡Maldita sea! Aquello que parecía tan inofensivo ya no lo es. Todos
los padres han estado más rápidos que tú y han montado a sus churumbeles en las
cosas molonas y cerradas: el autobús de Scooby, el coche de los picapiedra y la
taza de Bella. Sólo te queda el caballito y la moto..¿de quién es la moto? Te decides
por el caballito, lo de la moto te lleva a pensar en Easy Rider que es algo
que no te mola asociado a tu niño ahora mismo.
El
caballito tiene un problema. A tu hijo le da miedo la altura y a ti también. ¿Y
si se resbala? ¿Y si se cae? ¿Por qué no hay cinturón? Decides entonces
quedarte a su lado en su primer viaje…asi verás su carita de emoción. Será un
gran momento.
Y
sí, va a ser un gran momento. Uno tan grande que querrás morirte y no olvidarás
nunca. Aquello empieza a girar mientras una música atronadora suena a tal
volumen que anula el resto de tus sentidos. ¿Qué es ese sonido infernal? Tú
escuchas radiofórmula en el coche, eres moderno, conoces las canciones….pero ¿Qué
es esto? No puedes pensarlo mucho porque descubres que te estás mareando y que
tu pareja, que se ha quedado en tierra firme, pretende que cada vez que paséis
por delante saludéis con alegría y alborozo. Te concentras: sonreír, no vomitar, sujetar al
niño y saludar. Sonreír, no vomitar, sujetar al niño y saludar.
El
viaje se te hace eterno. Tú no lo sabes, pero cuando aquello se termina, te has
convertido en una nueva especie de padre.
El
padre que anda lo suficientemente espabilado como para colocar a su niño en el
deportivo de Barbie en el tiovivo. El
padre que despreocupadamente mira a sus churumbeles deslizarse por el castillo
hinchable sin que se le altere un músculo pensando en los peligros de una caída
en cascada. El padre que come pipas mientras mira a sus hijos saltar en las
colchonetas y hacen triples carpados con doble loop. El padre que sabe que la
duración del “viaje” en cualquier atracción depende del estado de ánimo del
controlador de turno y que por tanto puede ir desde los 2 minutos al cuarto de
hora. El padre que sabe que el controlador de turno tiene el poder porque tiene
un cronómetro y un silbato. El padre que sabe que lo de “obligatorio calcetines”
es una estrategia para convencer a padres primerizos de que sus hijos no cogerán
mierda en las atracciones. El padre que sabe que tendrá que fregar a sus hijos
a conciencia cuando llegue a casa. El padre que tiene cronometrado el tiempo
que tarda su hijo en subir por la rampa del castillo y tirarse a plomo desde
arriba del todo. El padre que compra 6 tickets
después de haber dejado muy claro a sus hijos que no habrá ni un viaje más ese
día.
El
padre que mira con esperanza los coches de coche y espera el día en que sus
hijos vayan solos a montarse en ellos y empezar a ligar.