viernes, 19 de julio de 2013

EL PINO

Es lo primero que te encuentras al entrar en casa. Bueno, lo primero son los dos perros ladrándote si eres un extraño o dándote besos de babas si eres un conocido, pero justo después, en lo primero que te fijas es en él. 

Es un pino. Grande. Enorme. Con un tronco muy grueso y ramas fuertes que se extienden dando sombra a toda esa parte del jardín. Tiene una copa redonda muy frondosa y muchas piñas. El tronco mola porque tras un primer tramo grueso se abre en horquilla a una altura que permite trepar y subir. Las ramas principales son bastante horizontales y de una de ellas, gruesa y resistente cuelga un columpio. 

No siempre fue así de grande. Cuando compramos la casa hace 31 años era una “bola de pino”, un “arbusto pinoso”. Una masa informe de ramas en medio del jardín. No lo recuerdo pero supongo que mis padres valoraron la opción de talarlo completamente. Al final decidieron hacer una poda drástica para intentar que aquella bola de ramas tuviera pinta de árbol. 

Ahora, 31 años después, no solo tiene pinta de árbol. Es mucho más que eso. Es un pino espectacular, majestuoso y digno y al mismo tiempo  es extrañamente entrañable. Es más alto que la casa y sus ramas, que en su día eran unas varitas con poca consistencia, alcanzan el porche, las ventanas del salón y el cuarto de las fieras. De hecho, desde esa ventana solo se ve pino y vagamente un poco de jardín detrás. Mola porque desde ese cuarto se escucha al pino por la ventana.  Cuando hace mucho viento, cuando llueve, cuando nieva o incluso cuando no hay nada de eso, desde esa ventana se escucha al pino: las ramas agitarse por el vendaval golpeando los cristales, el agua cayendo y resbalando por las ramas y de ahí al suelo, las ramas crujiendo cuando se acumula mucha nieve y las acículas mecidas por la brisa a la hora de la siesta en verano 

Tengo mil recuerdos de ese pino. Recuerdo el primer verano en esta casa, sin sombra y con todo un jardín para descubrir, antes de la poda drástica, nos metíamos entre sus ramas para hacer nuestra guarida pegados al endeble tronco que tenía por entonces. Recuerdo, bueno, más que recordarlo es que hay fotos, el día que Molimadre disfrazó a Molihermana de Madame Pompadour y a Pobrehermano Pequeño de M.A. y posaron debajo del pino.  Recuerdo encuentros tórridos, muy tórridos pegados al tronco en madrugadas un poco alcohólicas y bastante arriesgadas. Recuerdo siestas de verano debajo de sus ramas que se convertían en deporte de riesgo cuando empezaban a caerte piñas justo cuando te habías quedado dormido.Unas piñas muy gordas petadas de piñones. Recuerdo aperitivos fin de fiestas con 50 personas todos debajo del pino zampando sin parar. Recuerdo mirar desde la ventana del salón y ver  a Molimadre llorando abrazada a mi padre  mientras le decía que se iban a París a celebrar su 50 cumpleaños.  Recuerdo a los distintos perros que hemos tenido: Capo, Bronco, Patas y Putoperro ladrando debajo como fieras para asustar a la familia de ardillas. Lo consiguieron, ya no hay ardillas.  Recuerdo broncas entre Pobrehermano Mayor y Molimadre, él cabalgando sobre las ramas con la motosierra en la mano y ella gritándole desde abajo qué rama cortar.  Recuerdo la conversación de todos los veranos sobre la conveniencia de hacerle otra poda “drástica” para que le de el sol a la piscina y como se desestima todos los años. Mejor agua a temperatura “serrana” que tocar el pino. Recuerdo el día que en el primer verano de M colgamos un columpio que todavía sigue ahí y en el que hemos pasado horas. Recuerdo fiestas de cumpleaños de C con la mesa puesta debajo del pino para resguardarnos del sol de agosto.  Recuerdo a todos nuestros perros durmiendo a su sombra. Recuerdo piñatas colgadas de sus ramas. Recuerdo muchísima nieve a su alrededor y más nieve cayendo desde sus ramas. Recuerdo a las princezaz el verano pasado intentando convencer a Pobrehermano Mayor para que construya una casa en el árbol. Les dijo que sí, pero que para él. 

Llevo una semana pasando la mañana sentada en una mesa a la que también da sombra.       Lo veo, lo escucho y lo siento. Estoy escribiendo y cuando me atasco en algo, levanto la mirada y veo el columpio moverse ligeramente. Mientras estoy leyendo oigo las ramas que se mueven. Mientras dormito en el balancín, siento que el pino esta ahí, mirándome mientras me recupero de la operación. 

Me acompaña.

Ese pino es casa. 

miércoles, 17 de julio de 2013

EN LA HABITACIÓN

Blanca. Con un trozo de techo pintado de verde césped. Un color curioso pero que me gusta.  Muy grande. Está pensada para dos camas, pero solo estoy yo. Mi cama parece absurdamente pequeña en esta habitación tan amplia. Me río sola, bueno más bien me sonrío porque me da miedo que me duela la herida, al acordarme de la camita de 80 cm de Julie Trinos en Sonrisas y Lágrimas. Ésta es la versión modernizada con más posturas que el Kamasutra (¿qué tipo de mente enferma tengo que me asocia a una monja austriaca con sexo?), aunque por mucho que alargue el brazo no consigo llegar al mando y jugar a las mil posiciones. 

A mi derecha un ventanal enorme recorre toda la pared, es como una ventana de un edificio de oficinas. Por la franja que me deja ver el estor entrecerrado veo otro ala de este  macrohospital y descubro que mi ventana por fuera se ve azul, como las que veo yo. Justo debajo de la ventana, un sofá azul enorme. Es como de polipiel, de esas tapicerías en las que si te sientas directamente con tu piel te pegas, y si te sientas sobre tu ropa, te escurres. La butaca que hay a continuación también es azul de la misma tapicería, pero en esta me escurro menos, tiene palancas molonas para tumbarte, subir los pies y recostarte. Paso casi todo el tiempo sentada ahí aunque manejo las palancas con cuidado, vengo de serie con una aprensión genética y siempre pienso que al darle a una de esas palancas o bien el respaldo caerá a plomo, o lo de los pies se subirá de golpe o lo peor de todo se plegará en V y me atrapará dentro. Creo que leí demasiados Mortadelos, pero desde luego con el costurón de la tripa el solo pensamiento de un movimiento brusco me da pánico. 

Entre la butaca y la camita de Julie Trinos articulada está la mesilla, verde y blanca. Es una mesilla rara, el cajón se abre por delante y por detrás. No me gusta meter las cosas en los cajones porque siempre creo que las olvidaré al marcharme. 

La habitación de una hospital es un sitio muy peculiar. No es como la habitación de un hotel donde sigues siendo tú, están tus cosas, tienes tus horarios, entras y sales, puedes incluso estar de incógnito.  

La habitación de un hospital es un sitio dónde no eres tú. O eres menos tú.

Me despierto y no tengo nada mío. No tengo mi reloj, ni la cadena con la medalla que llevo desde los dos años, ni mis pendientes de la suerte, ni mi pijama. Llevo un camisón que ni siquiera es de mi talla enredado en torno al cuerpo. Ya sé que yo no soy ni mi reloj, ni mi cadena, ni mis pendientes de la suerte, ni mi medalla ni mi pijama...pero es muy raro encontrarme sin nada de eso. Subo las manos y ¡oh! sorpresa..mi móvil está en la cama, por encima de la almohada. ¡Qué ilusión me hace! Es una chorrada, pero no sé ni en que habitación estoy ni qué número nada...por lo menos con el teléfono puedo llamar a alguien. Mi móvil...mi tesoro. 

Cuando consigo que me levanten de la cama tras advertir que “yo en la cuña no puedo...o me levantan o me meo encima”, llego al baño y otra vez la sensación de no ser yo, de estar fuera de mi se acentúa. Me miro en el espejo  y me entra la risa al verme como un gremlin encorvado, con el pelo de punta, de un bonito color amarillento, con tubos saliéndome de los brazos y agarrada al gotero.  Creo que me ha entrado la risa, pero no...tengo un gesto raro. Un gesto que es una mezcla de pena, dolor y miedo porque  soy   dolorosamente consciente de que cada movimiento que hace 24 horas era mecánico e inconsciente ahora seguramente me dolerá. 

Consigo hacer pis,  de hecho el mejor pis de mi vida,  mientras la enfermera está a mi lado mirándome. Sigo sin ser yo pero en ese momento el alivio es tanto que me da igual, aunque lo pienso, es curioso como la enfermedad te hace ver como absolutamente normales cosas que el día anterior te hubieran parecido inconcebibles (como diría Vizzini). 

-No puedes estar mucho tiempo en la cama. Solo por la noche y un rato en la siesta...pero corta.
-¡Pero si solo han pasado 7 horas desde que salí del quirófano!
- No puedes estar tumbada...al sofá o la butaca. 

Por fin tengo mis cosas. Mi reloj, mis pendientes de la suerte, mi cadena, mi medalla...un pijama. Me lavo los dientes y me siento en el sofá. 

Otras cosas que hace que no te sientas tú son los horarios, el hecho de no poder elegir nada y que todo el mundo se preocupe por ti. Me descoloca que me hagan tanto caso,  cada persona que entra en la habitación me dice

Hola Moli...¿cómo estás?
Moli..¿cómo te encuentras? 
Moli, ¿de 0 a 10 cuanto dolor tienes?
Moli, ¿necesitas algo? cualquier cosa que necesites llama al timbre. 
Moli, aqui tienes la comida...come despacio. 

Abro la tapa y quiero morir. En el escalafón culinario en la vida de un ser humano el top siempre es la comida de mamá o de la abuela, un buen restaurante, jamón serrano, comida basura adecuada a la resaca, el menu del día, la cantina del curro, la comida del colegio, el club de tuper, el sandwich de gasolinera plastificado, los restos de la nevera y después, mucho después, mucho más abajo está la comida de hospital. 

La comida de hospital no es que esté mala, no es que te de ganas de vomitar, no es que prefieras comerte las uñas antes, no es que sea incomible...es que la ves y lloras. 

En mi bandeja hay sopa y pollo que parece pájaro.  

Lloro muchísimo mientras lo pruebo con cuidado. Descubro que las dos cosas saben exactamente igual, saben a nada. Lloro más. 

Tengo que pasear. Salgo al pasillo sin saber cómo va a ser, ni hacia donde tengo que ir. Camino hacia la derecha al salir de mi habitación, y llego a una sala con máquinas y unos grandes ventanales. Me acerco y miro fuera. Son las afueras de Madrid, jardines y edificios nuevos. Urbanizaciones con zonas comunes y piscina. Lo pienso y estoy en pijama, fuera de mi vida mientras ahí fuera la gente sigue viviendo como si no pasara nada. Tengo absurdas ganas de llorar. Mierda de sensibilidad postoperatoria...no es más que una raja en la tripa. 

Me he agotado con el paseo. Vuelvo arrastrando las chanclas mientras pienso que ni siquiera se que temperatura hace fuera, no sé si hace más calor que ayer o menos, si sopla viento o si se ven nubes a lo lejos. Llego a mi habitación y miro el número...F303. De repente esa habitación donde no soy yo..es “casa”. 

Salgo de allí 30 horas después arrastrando las chanclas y acompañada de Pobrehermano Mayor. 

-Joder Moli, este hospital es como un aeropuerto, vamos a tener que andar un poco hasta el coche. 
- Yo no tengo prisa y no me hagas reír. 



Un millón de gracias a todos los trabajadores del “aeropuerto”. 

lunes, 15 de julio de 2013

EN LA SALA DE ESPERA

- Pase ahí y espere que le llamen.

"Ahí" significa sala inhóspita con unas sillas que son un potro de tortura y "espere a que le llamen"significa que vas a entrar en una nueva dimensión temporal donde el paso de tiempo deja de tener ningún sentido, las horas se sucederán sin que puedas hacer un uso interesante de ellas y si la espera se prolonga mucho acabaras con risa floja o llanto incontrolado.

Las sensaciones en una sala de espera de un hospital se parecen mucho a las que se tienen en un aeropuerto. Inseguridad, ansiedad y ganas de terminar. Igual que en un aeropuerto no se tiene control de la situación, ningún control. Una mente pensante (se supone) y superior controla los destinos de los que están en la sala y decide cuando y como saldrán de allí.

Cuando uno llega a una sala de espera de un hospital todos los que están allí sentados se transforman en "rivales". Estaban allí antes que tú, tienen el territorio conquistado y ya saben como va el proceso. Tienen el poder y la sabiduría.  Tu llegas nuevo y el único superpoder que puedes usar contra su sabiduría es que tu enfermedad sea más grave que la suya, que te duela más, que sea peor. Es un superpoder muy peligroso, porque quieres usarlo para poder pasar por encima de ellos en la espera...pero tampoco quieres pasarte y que tu dolencia sea "demasiado grave". Lo quieres para ganar en la sala de espera pero te gustaría poder desactivarlo en la vida real. 

Como no te has llevado libro, no hay nada que hacer más que observar. 

Un trio de médicos. Dos hombres y una mujer. Son jóvenes, rozando los 30. Los tres llevan bata blanca, dos sobre su ropa normal y otro sobre un pijama verde de hospital. Los tres son altos. Ellos llevan barba y ella es morena con el pelo recogido en un moño. Pasan una vez y entran en un despacho. Llaman a un paciente y le reciben los tres. Sale uno de los hombres. Sale el paciente. Salen el otro hombre y la mujer. . Me apuesto una mano a que tienen algún tipo de tensión sexual no resuelta, obviamente los tios pugnan por la atención de ella. Y ella está más inclinada hacia el más alto, el bajito de pijama verde se va a quedar en la zona de amigos. Consigo leer su tarjeta identificativa: "Psiquiatría". Estos no me van a tocar a mí...

Una voz dice un nombre. Una chica a mi espalda se levanta. Es morena, guapa, con el pelo recogido en una gran coleta. Lleva unos pantalones negros bombachos y una camiseta de tirantes también negra. Tiene un buen culo. Entra en una sala con una de las auxiliares de enfermería. Sale con pinta de estar mareada y vuelve a su sitio. En la mano lleva el movil, unas pastillas y la pulsera identificativa pero sin ponérsela. ¿Qué le pasa? ¿Lo que tiene es más grave que mi apendicitis? ¿Por qué está sola? Cuando uno va a urgencias suele ser porque no se encuentra nada bien, no conviene ir solo. Esos pantalones no tienen bolsillos...¿cómo ha venido? No tiene las llaves del coche en la mano y además si te encuentras mal es mejor no conducir. Este hospital está en medio de la nada...

Llega una hija con su padre en silla de ruedas. Ella lleva el pelo recogido en un moño desaliñado, gafas, una camiseta de tirantes marrón y unos pantalones vaqueros cortos. El padre es mayor, muy mayor, tiene la tripa muy hinchada no sé si de gordura o por enfermedad, el pelo negro como el betún peinado hacia atrás, dos sortijas en los dedos y también lleva pantalones cortos. Se nota que fue presumido y todavía lo es.  Mira sin ver con la cabeza gacha. Se sientan a mi lado y la hija le coge la mano todo el rato. 

Al fondo de la sala de espera hay otra hija con su padre, les he visto cuando me han llamado para sacarme sangre y enchufarme el analgésico en la vía. Esta hija no se sienta, está de pie, pegada a su padre que está en una camilla y que obviamente está demente. Consumido hasta los huesos, con las piernas dobladas como un bebe, la mirada perdida, las manos como garras, intenta quitarse la camisa, quitarse los pantalones. Lleva pañal.  No para quieto y ella le trata con un cariño increíble, le mima e intenta tranquilizarle. Espera. De pié a su lado sin separarse de él. Ella tiene mi pinta de tener entre cuarenta y cuarenta y cinco años, lleva una blusa ligera de flores azuladas, unas bermudas negras, sandalias cómodas y una mochila grande con muchas cosas. Lleva gafas y tiene cara de estar agotada pero cada vez que se acerca a su padre sonríe. Pienso que debe ser mayor que yo porque el padre tiene pinta de tener muchos años. Intento imaginar a mi padre en esa situación y no soy capaz. 

Es terrorífico el momento en que pasas a tratar a tus padres como niños pequeños, en que los sientes vulnerables y dependientes de ti. Es terrorífico y duele que te cagas. 

Hay una chica parapetada detrás de unas gafas Jumbotron de pasta y un kindle. Me da mucha envidia. Primero no parece estar enferma y además tiene entretenimiento. Lleva unas zapatillas de lona azul con calcetines cortos y una especie de poncho de color claro. Lee, la llaman, se levanta, vuelve a su sitio y lee. ¿Qué le pasa? 

Las horas pasan. La hija con el padre en silla de ruedas ha conseguido pegársela a los de administración y ha colado a la madre  en la sala de espera, para entrar y salir se turnan el salvoconducto, la pegatina en la que pone "acompañante de urgencias". La madre es una señora mayor rubia, con un moño a lo Betty Missiego, un blusón semitransparente de colorines a través del cual se le ve el sujetador negro y lleva tacones. Entran los tres en una sala para que la auxiliar de enfermería les haga algo. Al salir, la hija llama al hermano y le cuenta que creen que el padre tiene un tumor pero que no se lo van a decir, que le han dicho que lo tienen allí porque estaba deshidratado. "No hay necesidad de asustarle, está tranquilo". 

Un señor alto. Rubio. Con pinta de gañanaco. Parece simpático y está agobiado. Más que gañán parece rural.  Lleva un vendaje en un lado de la cara, cerca de la sien izquierda y otra herida tapada con vendas en un brazo. Una vía en el otro. Lleva pantalones de montaña como los de El Ingeniero cuando trabajaba en el monte, botas de campo y un polo granate con un logo en el que pone "Parque Natural del Guadarrama". No se sienta. Pasea, pasea, pasea. De un lado a otro de la sala. De vez en cuando saca el móvil y estira el brazo para conseguir leer la pantalla. En la mano izquierda lleva un reloj digital enorme. Pasea sin parar. 

Tras 6 horas he conseguido descifrar el código de los pijamas médicos. Los especialistas los llevan verdes, los médicos de familia blanco, las enfermeras azulitos, los auxiliares de enfermería en una bonita gama de colores pastel que va del rosa al amarillo y los celadores de rayitas marrones. El del personal   de la limpieza es de rayas rojas. Me siento extrañamente complacida por haber descifrado el código...me hace tanta ilusión como a Indiana Jones cuando descubre la X gigante delante de sus narices en la iglesia de Venecia. 

Decido entretenerme entonces con otra cosa y me fijo en los zapatos del personal sanitario. Hay dos tendencias claras. Por un lado tenemos la deportiva, con médicos, enfermeras, técnicos de ecografía o limpiadores calzando unas zapatillas deportivas dignas del marathon de Boston. Por otro lado esta la tendencia "andar por casa con calzado apto para chapotear" con personal sanitario calzando crocs o sucedáneos de crocs debidamente customizados: con tacón, deportivos, con alza, etc. Ambas tendencias coinciden sin embargo en su preocupación por ser visibles si se produce un apagón y la oscuridad cubre el hospital; todo el calzado es de color fluorescente muy chillón...veo incluso unos zuecos morados fluorescentes. Espeluznantes. 

Otra chica sola. Un ejecutivo con traje. Otro hijo con su padre mayor en silla de ruedas que me recuerda muchísimo a mi suegro. La chica de negro ya no está. El trío de médicos ya no aparece. Creo que fuera se ha hecho de noche. 

Cuando por fin estoy en la camilla El Ingeniero me dice:

- Moli, para los que llegan ahora tú eres la reina de la sala de espera. 

Al salir hacia el quirófano, siento como los recién llegados me ven como una rival que consigue salir, yo los miro pensando en lo que les queda. Veo al señor del polo granate que sigue paseando.

Pasamos al lado de la hija con el padre demente, la sonrío y ella me mira agotada y me dice: Suerte. 

Espero que consiguiera salir de allí y pasara una buena noche acompañando a su padre en la residencia.   No los olvidaré nunca.


sábado, 13 de julio de 2013

PENSAMIENTOS SOBRE UN APÉNDICE

¿Qué hora es? ¿Las tres de la mañana? ¿Por qué me he despertado? JODER...¿qué dolor es éste? Será el virus que han tenido las princezaz, Molimadre y Molihermana. Una leche. A ellas no les dolía así. Ellas se movían y hablaban y sobre todo no se les saltaban las lágrimas del dolor. Joder, joder, joder...me muero de dolor. Voy a hacerme una bolita y a acunarme como cuando era cani a ver si se me pasa. Joder, joder, joder. Esto no es gastroenteritis. Las 4:30. Me muero.

- Moli..he oido sollozos. ¿qué te pasa?.- Pobrehermano Pequeño entra en el cuarto.
- Me muero de dolor.
- Ya te veo.

Las 11:30. Creo que me duele menos...voy a ver si me incorporo. Joder, joder, joder, joder.

- Moli, vístete. Te bajo al médico YA.
- Que no Pobrehermano Pequeño, que seguro que es una chorrada.
-Pues que te curen la chorrada...pero no puedes estar asi, que llevas 8 horas agonizando.

En el centro de salud me siento como Abraracurcix en Los Laureles del Cesar El escudo Arverno. Según entro en consulta, la amable doctora me ve, me roza...y pego un brinco con doble mortal carpado.

- Pero..¿desde cuando te duele?
- Desde las 3 de la mañana.
- ¿No has tomado nada?
- No, no sabía que tomar. Bueno si, un almax y una manzanilla.
- Ahora mismo al hospital. Apendicitis aguda. Túmbate ahí que te vamos a poner una vía con un calmante. Que te cuide tu chico.
- No es mi chico. Es mi hermano.
- Bueno, el atractivo joven.
- Eso sí.

La ambulancia no viene. O si viene pero va a tardar tanto que es posible mi pelo encanezca del todo y Pobrehermano Pequeño se convierta en un adorable ancianito. La doctora dice que me vaya en coche rápidamente al hospital, que me tienen que operar urgente.

Urgente. JA.

En el coche con Pobrehermano Pequeño al volante y Molimadre a la que acabo de estropearle su escapada de cuatro días.

- Mamá..lo siento.
- Lo has hecho aposta. Para vengarte de esos días de tu cumpleaños que dices que siempre me ponía mala.
- No lo digo yo. Es verdad.
- Ya...para contarlo en el blog.
- Bueno, a lo mejor no es apendicitis y te puedes ir esta noche.
- Una cosa te digo, de aquí sales operada...ya que me he perdido el viaje que sea por algo.

Entro  en el hospital a las 2 de la tarde. Dos horas después me atiende un médico.

- ¿Qué le pasa?
- Lo pone en el papel “ Apendicitis aguda”
- No tienes cara de tener apendicitis.
- Aha..¿Y qué cara hay que tener para tener apendicitis?
- Pues de doler mucho.
- Me dolía un huevo pero me han puesto un calmante que me está entrando en vena por esta vía tan chula que tengo en el brazo.
- Oiga..¿es siempre así su mujer?
- No...hoy está suave..será el dolor.
- ¿posibilidad de embarazo?
- No.
- ¿Seguro?
- Seguro
- ¿Seguro?
- ¿tengo pinta de no saber si estoy embarazada?
- Voy a pedir una prueba de embarazo...
- ¿Así que no tengo pinta de tener apendicitis pero si de preñada?
- Esperen fuera, le llamaran para unas pruebas.

2 horas después, me hacen una ecografía. La chica es maja pero me aprieta tan fuerte que sospecho que más que intentar ver con el ecógrafo intenta clavarme a la camilla con él. Cuando se da cuenta de que no va poder clavarme, lo levanta de golpe y pego un nuevo salto con doble carpado que casi me permite agarrarme al techo en plan Spiderman.

Tengo frio, tengo risa floja, no tengo batería en el movil y no tengo libro. No se si estar de pie, sentarme o tumbarme en el suelo. Ya no sé ni cómo me llamo y El ingeniero y yo ya hemos tenido todas las conversaciones absurdas que se pueden tener y alguna más.


-Moli, yo creo que esto tiene una pauta.
- ¿De qué hablas?
- Entre cada paso del proceso...pasan dos horas. Solo los más fuertes aguantan.
- ¿De qué hablas?
- Yo que sé, estoy como tú hasta el moño de estar aquí..pero veo una pauta.
- No me hagas reír que me duele mogollón. Una pauta...haz un excel. ¿A quien escribes?
- A tus hermanos. He creado con ellos un grupo de wasap..."Moliapendicitis"
- Sois unos cabrones.


Por fin, nos recibe la amable cirujana. Es un encanto, me trata fenomenal y por fin me dice:


- Tienes apendicitis y vamos a operarte.
- ¡Bien!
- Vaya...que bien te lo has tomado.
- Verás, es que hace 7 horas que me han dicho que tenía apendicitis, siento haberte jodido la sorpresa pero en 7 horas esperando me ha dado tiempo a hacerme a la idea. Siento no haber estado a la altura de sus expectativas.
- Bueno, pues vamos a operarla. Podría ser por laparoscopia pero como estás muy flaca mejor a lo tradicional.
- Como si es a la manera japonesa...pero ¡ya!
- No, ya no..en un par de horas.


El Ingeniero confirma su teoría con satisfacción. Me traen la camilla, me despeloto y salto a la camilla.


- Nunca he visto a nadie subirse a nadie con tantas ganas a una camilla.
- Mire, llevo 7 horas sentada ahí...incluso tumbarme en el suelo, en una camilla de fakir o en un par de sillas hipnotizada me haría feliz.


Dos horas después, POR FIN me llega el turno. Ahora si que es como una película, recorremos pasillos interminables y cuando digo interminables es que no tienen fin, no se ve donde acaban para llegar a unos quirófanos. Como estoy completamente fuera de mi, todo me da igual, no sé ni dónde estoy y tengo la cabeza llena de pensamientos muy rarunos, empiezo a pensar que estoy en “El Resplandor”, que me van a abandonar en medio de estas salas y que no voy a saber volver. Pienso en lo listo que fue Pulgarcito tirando miguitas para no perderse. Yo no tengo miguitas, no tengo nada, me han quitado hasta el esmalte de las uñas.


No puede pasar de aqui, le dice la celadora al Ingeniero.


Lo último que veo de él es que está haciendo una foto del pasillo. La celadora me mete en una sala. Saca el móvil. Hace unas llamadas. No se lo coge nadie. Me mira.


- Ahora vienen a buscarte.
-¿Quién?
- Tranquila. .- y se pira.


Me descojono. En bolas en medio de la nada y se supone que van a venir a buscarme. Ya me creo hasta la pauta de El Ingeniero. Tendré que esperar dos horas pero como tampoco tengo reloj, resulta que estoy en mitad de ninguna parte y no sé ni qué hora es. Me acuerdo de la peli esa de Sigorney Weaber, Gorilas en la NIebla, en la que ella hacia de Jane Goodall Diane Fosey y se operaba de apendicitis para que no le pasara en medio de la selva. En su día me pareció una gilipollez...hoy, a las 12 de la noche, abandonada en una sala en un hospital gigante no me parece tan gilipollez. Me río sola. Me temo que estoy enloqueciendo.


De repente aparecen 11 personas de todos los lados de la habitación, todos vestidos de colorines, todos con gorritos, todos parecen contentísimos de verme. Me recuerdan las arañas de El Hobbit.


- Por fin Moli..¡ te estábamos esperando!!
- ¿Estais de coña? ¡¡Llevo desde las dos de la tarde esperando!!!
- ¿De verdad?
- Claro..
- La verdad es que no tienes cara de tener apendicitis...Respira por aquí.
- ¿Que no tengo cara de que...?

Fundido a negro.

*Ese pasillo es el que recorrí en camilla. Es la foto que hizo El Ingeniero.

martes, 9 de julio de 2013

EL TACTO

Apagar el despertador en la mesilla.

Buscar las zapatillas a los pies de la cama.

Distinguir el bote del champú en la ducha.

El acelerador. El freno. El embrague.

Los cubiertos en la neverita del club del tuper.

Las gafas de sol, las llaves, la pluma, el mp3 en el bolso.

La  mano del otro mientras conduces. El cuerpo del otro  en la cama, en el sofá.

Un abrazo.

Todas esas cosas las encuentras al tacto. Alargas el brazo, mueves los pies, escoges el bote, aprietas, aflojas, buscas, rebuscas, tocas y aprietas. Sin mirar, sin oír…todas esas cosas están ahí y las buscas con total confianza.

He estado pensando que el tacto es el sentido de la confianza y la seguridad.  Cuando buscas algo que confías ciegamente en que está ahí no miras, simplemente alargas el brazo o los pies y lo buscas. Si no lo encuentras a la primera, sigues confiando y sólo cuando no hay manera de encontrarlo, optas por utilizar la vista y mirar debajo de la cama a ver dónde coño están las zapatillas o te dignas a mirar en las profundidades de tu bolso a ver dónde se han escondido las llaves. En este último caso, incluso optas primero por el oído y agitas el bolso para que el tintineo te confirme que están ahí, que siguen ahí como tu sentido del tacto sabe muy bien aunque no haya sido capaz de dar con ellas. 

Cuando al tacto no encuentra algo que buscas,  es que algo va mal. Por el tacto solo se buscan las cosas seguras, de confianza. Para las chorradas y cosas sin importancia se utiliza la vista. Abres la despensa y miras para coger las galletas, miras en el armario para  los zapatos,  abres un cajón para buscar algo. Sabes que esas cosas tendrían que estar ahí pero no estás tan seguro como para buscarlas por el tacto.

Cuando algo de lo que buscas o utilizas al tacto no está o falla, pegas un respingo. Algo va mal.

Por supuesto puede ser una chorrada que solo perturbe tu rutina diaria como no encontrar las zapatillas debajo de la cama y recordar entonces que te fuiste a la cama dormida y descalza y que tus zapatillas están debajo del sofá y que tendrás que ir pisando el suelo frío hasta allí. Además, cuando llegas al salón, ya no las buscas al tacto, porque no estás seguro de donde están…

Puede ser algo más grave. Vas conduciendo tranquilamente y al pisar alguno de los pedales lo notas distinto.  Es algo sutil, pero te escama. Continúas y vuelves a notarlo, miras el panel y no hay nada raro, pero tú sabes que pasa algo, al tacto hay algo raro. Bajas la vista y miras…o apagas la radio para ver si eso que notas raro también se escucha. 

Puede ser incluso más grave, mucho más.  Estás sentado en el sofá o vas conduciendo y alargas la mano para tocar la mano del otro, que tiene que estar ahí y no está, o aún peor, se aparta. Duermes, despiertas y no hay nadie en tu cama…tocas y no está. No hace falta mirar, no hace falta escuchar, no hay nada que tocar. 

El tacto es el sentido de la cercanía y la confianza y el amor, claro. Miras, escuchas y hueles a todo el mundo, incluso sin querer (dejo el gusto aparte aposta...que conste), pero tocar, en principio, sólo tocas a quien quieres, a alguien con quien tienes mucha confianza o quieres tenerla. Dar dos besos a alguien o estrecharle la mano no es “tocar”, es educación y es otra cosa. Cuando hablo de tocar, hablo de tocar siendo consciente del tacto. Cuando uno está enamorándose, o tonteando con intención “amorosa” o como queramos llamarlo es perfectamente consciente del momento en que toca o le toca la otra persona…casi hay electricidad. También hay electricidad en la primera vez que tocas a tu hijo o que te toca él y te coge un dedo con su mano. Y la hay la última vez que tocas a alguien…

Cuando algo es de mucho amor, también puede ser de mucho odio, de rabia, irse al otro extremo. El tacto es también el sentido de hacer daño. El tacto puede ser hostil.  Obviamente alguien puede sentirse dolido por algo que te ve hacer o que te oye decir o incluso por tu olor…pero eso puede ser inconsciente. Pueden oírte, verte u olerte sin que tú seas consciente, pero pegar a alguien es siempre algo consciente.

Tocar.Entrelazar. Apretar. Acariciar. Asir. Rozar. Follar. 


Un abrazo. Entrelazar las manos. 


viernes, 5 de julio de 2013

MOLICAMISETAS.


Vaya...hay un sitio donde puedes diseñar tu camiseta. A ver como quedaría una camiseta con “Moli mola mil” en este tipo de letra... ¿y en esta? ¿Y en esta? ¿Y con esta? ¿Y en azul? ¿En verde? ¿En blanco? Y si en vez de "Moli mola mil" pongo otra cosa. ¿Cómo qué?  Voy a preguntar en twitter.

Parezco nueva, pero me he echado unas risas con las ocurrencias de los descerebrados.

“Moli mola mil” tuvo su aceptación.  Hubo variaciones muy asertivas “Sí, molas Moli”,  y otras con vocación de trabalenguas “Me mola que me mole Moli” que suena sospechosamente a estribillo de Leticia Sabater, así que está descartado. 

“Moli mola mil” por delante y “hostilizada” por detrás fue otra ida. Me plantea dudas. Suponiendo que la gente lea la camiseta porque me mira las tetas…se perderán la segunda parte del mensaje, no tengo nada por detrás que llame la atención. Aunque bien pensado pueden llegar por la espalda…leer Hostilizada y querer ver que hay por delante. No sé, no sé.

Teniendo en cuenta el factor “mirada al canalillo” un descerebrado sugirió “Para hostilizarme pulsa aquí”. Puede que más que tener en cuenta el factor mirada al canalillo, lo que se pretenda es sacar provecho del texto,  pero no sé si para el que lleva la camiseta o para el que pulsa. Dudas. En cualquier caso mola aunque yo le añadiría una pequeña diana en el sitio correcto para pulsar. Es increíble la cantidad de despistados que hay por ahí. 

 “Hostilizada MOLI mola más”. Estoy completamente de acuerdo con esta frase pero creo que para hacer camisetas es demasiado personal, aunque como texto para “personaliza tu propia camiseta me parece un acierto “Hostilizado FULANO mola más” o si no quieres enfrentarte a la pregunta ¿quién es fulano? algo más impersonal y personal a la vez “Hostilizado molo más”.  O algo incluso más genérico también sugerido por otro descerebrado “Hostilizarse mola mil” que suena un poco a secta pero engancha. 

 “Así no molas a Moli” me sumió en una espiral de pensamientos raros. ¿Así? ¿Así cómo? ¿Con la camiseta donde llevas escrito eso? Es un confuso mensaje subliminal para insinuar que puede que prefiera a los tíos sin camiseta…pero si esa camiseta me la pongo yo... ¿qué quiero decir? Demasiado complejo.

Sugerí “No me simpatizas”. Es una frase que mola. Es de El Chavo del 8. No es un taco, no es malsonante, no es soez, pero es tannnn contundente. “No me simpatizas” es: “me caes mal en este mismo momento, me caes tan mal que ni siquiera me cabreo contigo…sencillamente te ignoro y paso de ti”.
Algunos opinaron que se podía añadir un adjetivo al final “No me simpatizas,  piltrafilla”. Piltrafilla va con el tono, es como “eres tan mierdecilla que ni te considero” pero no aporta nada al mensaje, más bien le resta contundencia. Otros quisieron hundir el lema completamente “No me simpatizas asqueroso/a” que obviamente ni consideré…lo de asqueroso/a es de intenso políticamente correcto/a. Un despropósito.

“Aquí se viene llorado” fue otra de mis sugerencias. Encuentro que hay muchos lloricas por todas partes. Sí, yo lloriqueo en el blog, pero el blog es mi casa y en mi casa puedo lloriquear lo que me apetezca, así que lloriqueo en el blog y lloro a mares en el coche pero fuera de esos dos ámbitos no me mola el lloriqueo. “Aquí se viene llorado” me gusta. Contundente y claro.

La crianza: ¿Dónde demoños está la magia?" es una sugerencia extraña y muy peligrosa. Obvia el componente “Moli” y “molar” y me temo que no sería buena idea para pasear por  determinados ambientes. 
   
 “Molaría matarte” fue otra de las aportaciones.  A mí personalmente me gusta. Sé que habrá gente absurda que puede considerar el texto un poco violento…pero no lo es o puede no serlo. “Molaría matarte” abre todo un mundo de posibilidades que no tienen por qué ser necesariamente malas. “Molaría matarte de placer”...es una de las que se me ocurren ahora mismo y creo que tendría mucho éxito.

Luego tuvimos un par de ideas inspiradas en el cine.

 “¿Me lo estás diciendo a mí? Alégrame el día” viene de Harry El Sucio y tiene su gracia. Ese tono de chulería y de paso de ti siempre tiene encanto y en una camiseta más, aunque “alégrame el día” escrito en una camiseta puede sugerir “Quítamela” o “quítatela tú”  o “ya estamos tardando en desnudarnos

“Me llamo Moli, tú me mandaste a Mordor, prepárate a morir” surge de La Princesa Prometida y soy muy fan de esa peli.  Reconozco que me encanta aunque no se ajuste a la realidad. A Mordor vine sola y encantada de la vida…aunque claro, nadie me dijo que me quedaría atrapada para siempre. En cualquier caso me gusta aunque me temo que es un texto demasiado largo para que se lea entero y la mezcla de referencias cinematográficas puede llevar a confusión. ¿Quién es Moli y por qué va a Mordor? ¿Qué tiene que ver con el Señor de los Anillos? ¿Quién tenía padre en el señor de los anillos? ¿Es Moli el quinto hobbit? No lo veo claro. 

He descartado cosas como

 “Si no soy Curro Jimenez, ¿Qué hago con este trabuco?  por completamente inadecuado para mí aunque a lo mejor hay algún descerebrado al que le cae como un guante.

 “Soy de ir por la sombra, los bombones nos derretimos al sol” porque porque porque…en fin...se explica solo. 

 “Bebo para encontrar interesante a gente como tú” aparte de ser mentira me complicaría mucho el hecho de salir de casa con esa camiseta ya fuera estando con Molimadre “De verdad que vas a llevar una camiseta donde admites que eres una borracha?” o de las princezaz “¿Pero qué bebes? ¿No bebes por qué tengas sed?”. Descartada.

Creo que la que más me gusta es “No me simpatizas” seguida de cerca por "Aquí se viene llorado" y "Molaría matarte". 


¿Alguna sugerencia más? 

jueves, 4 de julio de 2013

MI NUEVO SITIO

Llevo 12 años, 7 meses y 3 días en los libros de colores.

La sede de los libros de colores un edificio de esos que alguien en un festival del humor absurdo bautizó como “inteligente”.  Esto quiere decir que es exactamente igual de feo, impersonal e incómodo que otros miles de ellos que hay dispersos por el país.

El de los libros de colores está ubicado en un polígono en medio de la nada que rodea a Mordor. Ni una sombra, nada medianamente no ya bonito sino nada que no agreda a la vista, nada que en días como hoy no den ganas de suicidarse al mirar por la ventana. Nada que no me haga plantearme ¿qué hago aquí?

En los libros de colores he tenido siete sitios diferentes, el último de los cuales estreno hoy.

La pradera se ha convertido en una sabana.  Me planteo traerme unos patines para ir de mi sitio a la impresora a por los informes, a la cocina a por mi tuper y al baño en una excursión en la que es posible que cambie el tiempo dada la distancia que tengo que recorrer.

Hemos pasado de estar apiñados, vernos el cogote, oler nuestros desodorantes y hacer prácticamente imposible abstraerse de las conversaciones telefónicas de los demás a casi necesitar prismáticos para ver a los demás praderistas. 

Tengo un sitio nuevo. Creo que me gusta pero no sé si porqué está bien o porqué he desarrollado un superpoder que consiste en que todo lo que (me) pasa en los libros de colores me es completamente indiferente.

Me ha tocado una nueva esquina de la pradera. Es una esquina que antes formaba parte de un despacho, concretamente del que fue durante diez años el despacho de Jefe Supremo.  Era la esquina de los sofás de recibir a las visitas de cortesía. No me senté más que un par de veces pero soñé mil veces con echarme una siesta en ellos. Eran blancos.

Mi nueva esquina está  completamente acristalada. Enfrente de mí, y por encima de la mesa de Sonrisas tengo una pared entera de cristales por la que veo una hilera de chopos que ahora que lo pienso he visto crecer desde que los plantaron al estrenar el edifico inteligente.  Al lado de Sonrisas y en diagonal conmigo se sitúa ahora Cedric. Creo que nos vendrá bien este cambio. Cambiar el metro que nos separaba por dos metros y medio va a mejorar nuestra relación. Él es demasiado grande y demasiado joven y yo tengo demasiada mala leche y muy poca paciencia últimamente.

A mi izquierda tengo otra pared enteramente acristalada. Era la que quedaba a la espalda de la mesa de de despacho de Jefe Supremo y él siempre tenía bajados los estores. Nosotros no. Están abiertos hasta arriba. Si giro la cabeza veo  en primer término  el parking donde aparcan los importantes de los libros de colores, después hay otra hilera de chopos que he visto crecer y después la nada poligonera del páramo de Mordor. Veo mucho  cielo…muchísimo.  Tengo mucha luz pero el cielo de Mordor es aburridísimo, es como mirar una pared azul. Cero misterio, cero intriga, cero.  La parte buena es que el par de días al año en que las nubes lleguen al cielo de Mordor tendré una bonita vista. Y el día que llueva veré hasta los charcos. Este pensamiento me hace feliz.

Sonrisas, Cedric y yo somos una isla de tres mesas.  A mi izquierda la ventana y el perchero con un chal negro que lleva ahí mil años.   A la derecha nada, no hay mesa que haga par con la mía y me gusta. Me gusta ser impar. 

Tengo una mesa rectangular, con una suave curva que hace que la parte de mi izquierda sea un poco más estrecha que la derecha. Es de madera clarita, bueno de contrachapado de ese cutrecillo con patas metálicas. Una mesa de oficina como otras mil.  También tengo una silla en la que nunca me he fijado. Tiene brazos que caben justo debajo de la mesa y ruedas a las que sospecho que ahora mismo les voy a dar muchísima más utilidad. Morenaza está ubicada a mi espalda y creo que nos encontraremos a medio camino deslizándonos sobre nuestras sillas mientras bebemos té y miramos el cielo de Mordor.

Encima de la mesa, de izquierda a derecha,  tengo un monitor necesario para revisar algunos libros de colores pero que no recuerdo la última vez que encendí. Un bote de cristal petado de bolis, lápices, tijeras, rotuladores y mil mierdas más. Es un bote de cristal que no tiene nada especial pero para mí lo es porque me lo dio Antonio…antes de conseguir salir de aquí y empezar una nueva vida fuera de los libros de colores.  El monitor del ordenador colocado encima de un paquete de folios sobre el que también hay un bloc de postit, una calculadora y una concha recogida en una playa un día de invierno.   

Un cuenco de cristal vacío que alguna vez tuvo caramelos.

Un teléfono que nunca suena. Ni siquiera me sé mi número.

 La torre de la CPU ocupa el extremo derecho de la mesa. En ella hay tres postales, una lista de teléfonos que nunca miro y un post it con contraseñas de aplicaciones tan supersecretas que ni siquiera recuerdo para qué sirven…supongo que por eso tengo apuntadas las contraseñas. Hay un posavasos de una noche de juerga “Finish your gin and begin to sin” y un iman que me envió una descerebrada “All you need is love and gin &tonic”. Imanes de distintos países traídos por compañeros que ya no están aquí sujetan las tres postales. 3 cds de música clásica y uno de Van Morrison.

Un cuaderno. Grande. Con anillas. Con cuadrícula azul. Siempre sobre la mesa. Cada día, al llegar saco la pluma y apunto la fecha…bueno, ya no lo hago. Me da igual que día sea, son todos iguales. Saco la pluma y mientras reviso libros de colores apunto los datos y las impresiones allí. Podría hacerlo directamente en la aplicación superguay que tenemos pero me mola escribirlo en mi cuaderno, con mi letra…es la única manera de recordar algo de cada libro de colores que reviso.

Un montón de libros de colores para revisar.

Una taza de té.

Un bote con clips.

Recién colgado esta mañana en su nueva ubicación mi calendario literario. Julio es Philip Roth.


“There´s no remaking reality…Just take it as it comes. Hold your ground and take it as it comes. There´s no other way”.