Leer
La Broma Infinita me llevó 55 días y anotar todas las esquinas dobladas, todos los
párrafos subrayados, me ha llevado dos semanas casi completas. Copiar los párrafos que señalo mientras voy leyendo no es un mero ejercicio de copia, me sirve para repensar un libro, para hacerlo más mío y para intentar saber lo que quiero decir de él. En un futuro, cuando relea esos cuadernos, sé que en esos párrafos escogidos veré mi vida.
Escribir sobre La Broma Infinita es complicado así que voy a hacerlo mal pero, en fin, espero que sirva para transmitir la experiencia que la lectura de sus más de 1000 páginas ha sido para mí en el verano de 2016. Vamos a intentarlo.
Leer La Broma Infinita no se parece a leer ninguna otra cosa.
No se puede recomendar a nadie La Broma Infinita, igual que no se puede recomendar a nadie una sesión de ayahuasca, una fiesta de LSD, tirarse en parapente o tener hijos. Es una experiencia que cada uno tiene que decidir si se arriesga a acometer o no y que no se va a parecer a nada que haya hecho antes ni tiene porqué parecerse a lo que otros han sentido.
Leer la Broma Infinita es como saltar al vacío, como lanzarte por las cataratas del Niágara metido en un tonel, esperando no solo llegar vivo al final, sobrevivir, sino disfrutarlo y salir a flote pensando "no sé cómo he llegado hasta aquí pero me ha molado muchísimo". Terminar y pensar que has disfrutado del susto, del salto, de las corrientes, de los remansos para coger aire y de los sprints. Te ha gustado tener que aguantar la respiración para bucear en las profundidades y también nadar con dulces brazadas por algunos tramos.
"Mario, tú y yo somos misteriosos el uno para el otro. Nos miramos desde lados opuestos de esta diferencia inabordable que nos aflige. Dejemos el asunto en paz y pensémoslo".
En La Broma Infinita lo reconoces todo pero, al principio, todo es tan extraño que te revuelves mientras lees, casi miras a tu espalda, levantas la vista esperando que haya alguien espiándote o escrutando si eres capaz de entender lo que estás leyendo. Después, poco a poco, te acomodas a ese mundo como a una nueva casa, una nueva ciudad o un nuevo amante y luego te enamoras tanto que todo lo que suceda fuera de sus páginas y de sus líneas te da igual.
La página 231 marca, para mí, el comienzo de ese disfrute absoluto... pasé de sentirme curiosa y miedosa a estar apabullada y deslumbrada. Enamorada hasta los huesos.
"Que por más inteligente que te creas, eres siempre menos inteligente que eso."
"Que dormir puede ser una forma de escape emocional y con un esfuerzo sostenido se puede abusar de esa actividad."
"Que casi todo el mundo se masturba.Y parece ser que bastante.
Que el cliché `No sé quien soy’ resulta ser, por desgracia, algo más que un cliché."
La Broma Infinita es apabullante. Apabullante como encontrarte a los pies de una gran montaña, frente a un desierto o cualquier otra cosa inabarcable y que parezca inalcanzable.
La Broma Infinita también deslumbra. Lees y, en algunos trozos, no puedes creerte la lucidez que David Foster Wallace destila en sus páginas, la claridad mental que le hace formular ideas certeras, agudas, profundas y sabias de una manera que jamás se te habría ocurrido y que sabes que nunca más volverás a leer. Ideas que, una vez descifradas se te meten dentro y ya no te abandonarán.
Ideas que te describen:
"ELLO también es solitario de un modo que no se puede expresar. No hay manera de que Kate Gompert pueda ni siquiera intentar que alguien entienda lo que es una depresión clínica, ni siquiera otra persona que también está clínicamente deprimida, porque una persona en este estado es incapaz de empatizar con ningún otro ser viviente. Esta Incapacidad anhedónica para Identificarse forma parte integral de Ello. Si a una persona con dolor físico le resulta difícil prestar atención a algo que no sea el dolor, una persona clínicamente deprimida no puede ni siquiera percibir ninguna otra persona como independiente del dolor universal que lo digiere célula a célula. Todo es parte del problema y no hay solución. Es un infierno".
Leyendo La Broma Infinita te enfadas, te enfadas mucho porque crees que David Foster Wallace te está vacilando o te está tomando el pelo. Piensas que lo está haciendo a propósito para sacarte de quicio, para resultar extremadamente "raro" porque te estabas acomodando y eso no es lo que quiere él. Te enfadas y tres páginas más allá te encuentras riéndote a carcajadas porque has pillado el chiste, la gracia, porque has sido capaz de seguir su hilo de pensamiento.
"¿Tú espías y traicionas a Suiza para tratar de mantener con vida a alguien con un gancho, fluido espinal, falta de cráneo y en coma irreversible? Y yo que pensaba que estaba perturbada. Me estás obligando a reorientar toda mi idea de la perturbación, tío".
Reírme a carcajadas con esta frase porque es la conclusión a un diálogo absurdo entre un terrorista sin piernas por un juego adolescente con trenes y una depresiva clínica, alcohólica y drogadicta que se conocen en un bar y tienen una conversación surrealista que al principio no entiendes y al final acabas disfrutando como si tuvieras 3 años y estuvieras en una piscina de bolas. La gente que te ve desde fuera no entiende la diversión pero tú no puedes disfrutar más de lo que lo estás haciendo.
¿De qué trata La Broma Infinita? No lo sé. Los años están patrocinados por marcas publicitarias y roedores gigantes que recorren la costa este de Estados Unidos y Canadá, ese país idílico, es un enemigo mortal. Hay terroristas en sillas de ruedas y espías con disfraces de mujer. Hay una conversación frente a un barranco en el desierto que dura 300 páginas y una extraña cinta de vídeo que provoca la muerte de todo aquel que la ve. Hay drogadictos de toda clase, putas, homosexuales, exalcohólicos, maltratadores, camellos y adictos al sexo. Hay familias, muchas. Madres y padres, hijos, hermanos, primos. Hay una academia de tenis que mi absurdo cerebro relacionaba con Hogwarts, niños prodigiosos del tenis, entrenadores que parecen sacados de las SS, túneles y partidas de Escatón. 20 páginas están dedicadas a la búsqueda de un misterioso ruido en un colchón y otras 20 a una sesión de adultos intentando conectar con su niño interior. Hay una emisora de radio en la que no se escucha nada y un adicto a la serie Mash. Está Netflix anticipado y una escena de lucha callejera narrada como la sucesión de planos de un script de una serie de televisión.
En La Broma Infinita hay de todo, está todo... hay tanto que según avanzas te vas dando cuenta de que no podrás guardarlo todo, no podrás acumularlo todo, que tus brazos no podrán abarcar todo lo que te ofrece David Foster Wallace y que tendrás que elegir con qué te quedas.
Al llegar casi al final desarrollas dos sensaciones. Por un lado, desolación. Se está terminando y sabes que cuando lo termines será complicado y te llevará meses encontrar otra lectura; no ya a la altura, pero que por lo menos te sacuda. Por otro lado, quieres terminar cuanto antes. ¿Por qué?
En la página 1191 tienes la respuesta
"Quieres dejarlo porque empiezas a darte cuenta de que lo necesitas".
Esta frase resume la sensación que tienes al caminar por La Broma Infinita. Empiezas con prevención, con curiosidad precavida, vas leyendo poco a poco y vas desarrollando cada vez más ansiedad, más ganas de más, de conocer y sumergirte en ella, porque leer la Broma Infinita es inmersión y no superficie, quieres ir cada vez más profundo hasta que te das cuenta de que tienes que terminar porque empiezas a necesitarlo. Eso le pasaba a un personaje en "Amor y letras" y no quieres convertirte en un loco que acarrea las 1000 páginas de un lado a otro.
Lo terminas y días, semanas, después sigues pegado al libro, con las historias estallando en tu piel como ampollas. Tienes mono y síndrome de abstinencia. Te descubres apartándote de la cara jirones de tela de araña en la que se enredan tus pensamientos ... y te das cuenta de que La Broma Infinita es una tela de araña en la que has caído y de la que nunca podrás escapar, te pasarás la vida atrapado en ella y por mucho que te alejes y corras... los hilos que te unen a ella jamás se romperán.
P.S: También he leído "El viajero involuntario" pero... ¿a quién le importa?