Un día cualquiera, por ejemplo hoy, te das cuenta de que hace 10 días que la marca en el calendario que señalaba una ocasión única se te ha olvidado por completo. No es sólo que no te hayas acordado, es que no consigues recuperar la sensación de importancia que durante años ha acompañado el recuerdo de ese día.
Sí, recuerdas qué pasó y cómo pasó. Recuerdas cada detalle, lo que cenaste, la ropa que llevabas puesta, las palabras que dijiste, las que escuchaste, pero todo lo ves como si fuera una película, como si no hubiera sido tu vida, como si tú no hubieras sido el protagonista.
Ese día cualquiera, hoy por ejemplo, te das cuenta de que ha llegado el momento que creías imposible, el momento en el que te has desenamorado por completo de ese alguien a quien dijiste "jamás dejaré de quererte". No lo decías de mentira, en aquel momento era una verdad tan absoluta como que respirabas y, de hecho, querer a esa persona te parecía tan imprescindible para seguir viviendo como respirar.
Pero ese día cualquiera, hoy, te das cuenta de que ya no le quieres y sigues viviendo. Feliz, además.
Ese día cualquiera, hoy, descubres también que te has desenamorado de la persona que tú eras en aquellos momentos de enamoramiento. Ni siquiera te reconoces. Es una sensación de extrañeza tan intensa que te sientes un poco como si fueras Jim Carrey en el Show de Truman, sólo que en esta película tú eras el protagonista y el director que mantenía la fantasía. Cuando te desenamoras ves esa burbuja y te preguntas: ¿cómo podía creer que lo que había allí era todo y que fuera no podría respirar ni vivir?
El día cualquiera en que te das cuenta de que te has desenamorado por completo, lo más sorprendente no es ¿cómo pude quererte tanto?, lo más inquietante es darte cuenta de lo ajeno que te resulta ese tú agonizante del pasado que pensó que jamás podría decir la frase "Me das igual".