Paseo por la ciudad, voy mirando los árboles, los colores de otoño, el tráfico de las calles, me fijo en los transeúntes y en los escaparates de las tiendas. De repente, mientras espero a cruzar en un paso de cebra, algo muy raro en mí porque siempre me lanzo a cruzar, pasa por delante un microbús con dos personas que conozco. Ellos no me ven, pero yo sí. Yo no vivo aquí, ellos tampoco. ¿Qué posibilidades había de que coincidiéramos justamente en ese cruce en el mismo momento?
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Me paso toda la tarde dándole vueltas al encontronazo con el microbús. No sé si es una buena señal, una mala señal o ni una cosa ni la otra. Voy buscando una farmacia porque de los nervios, no dormir y, supongo, que porque tocaba me ha salido un bonito herpes en el labio. Dejo pasar una porque me tendría que desviar 50 metros de mi camino, dejo pasar otra porque hay mucha cola y por fin, a mano derecha veo otra cruz verde luminosa y decido que estoy tentando a la suerte y que es mejor que entre en ésta no vaya a ser que no encuentre más. Esto no es Madrid.
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Me rugen las tripas pero veo que mis anfitriones ya me esperan a la salida. El Buho y su mujer me esperan sonrientes. En la vida hay gente encantadora, muy encantadora y después en una categoría aparte a años luz de dónde podamos estar todos los demás... están ellos dos.
Caminamos por su ciudad charlando. Por alguna extraña razón que puede ser el hambre combinada con el aziclovir del herpes o sencillamente lo a gusto que estoy con ellos, voy parloteando como un loro. En un momento dado, les comento que he tenido que ir a una farmacia.
- ¿Al lado del Buen Pastor?
- Si, por detrás.
- ¿Que hace esquina?
- Si, hace esquina y tiene un mostrador de madera antiguo muy bonito.
- ¡Nosotros vivimos en ese edificio!
- ¿En serio?
Pienso en las dos farmacias que he dejado pasar antes de decidirme justamente por esa.
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Al día siguiente El Buho me recoge para ir a comer. Voy exaltadísima contándole no sé qué batalla. Llegamos a un semáforo, nos paramos y de repente oigo una voz por detrás que dice:
- Hola, ¿Qué hacéis aquí?
No me lo puedo creer. Es Julian. Le conocí en septiembre y hoy nos lo hemos encontrado en mitad de la calle. Nosotros vamos a comer, él no sabía que yo estaba en la ciudad y él ha quedado con otra persona.
Tras este encontronazo tan casual, empiezo a preocuparme pero decido no comentarle nada al Buho que va a pensar que estoy más loca de lo que ya sabe que estoy.
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Acodados en la barra, devoramos ensaladilla, croquetas y dos copas (cada uno) de un tinto crianza espectacular. Nuevamente charloteo por los codos sin parar como si llevara meses sin hablar (de hecho llevo meses bastante callada).
- Pues estuve con las princezaz en la casa de las montañas y por cierto, ¿sabes que allí hay un centro de ciencias superchulo?
- Si claro, el Centro de Ciencias Pedro Pascual.
- ¿Lo conoces?
- No, pero conocí a Pedro Pascual que además es como un padre para un amigo mío y tiene una historia increíble que te voy a contar...
Escucho la historia sin parpadear porque es una historia preciosa, es una historia que conecta a bastante gente que conozco y me alucina que me esté enterando así. Cuando estoy todavía en ese limbo de pensamientos, El Buho desvía la vista de mi cara, atisba por encima de mi hombro hacia el final del bar y dice:
- Hombre, mira quién está ahí, Fernando, le conociste en septiembre.
Fernando es el responsable de que haya leído dos maravillosos libros que recomendó en una charla en el mes de septiembre. Se acerca y charlamos de libros, de política, de Benasque, de Francia y del plato de verduras que va a comer él.
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Es hora de marcharme. Me despido de El Buho y me subo al taxi.
- A esta dirección por favor.
- Hombre, hola.
- ¿Hola?
- Si, soy el taxista que te llevó ayer por la noche. ¿te acuerdas? Me dijiste que te había llevado tan deprisa que creías que nos perseguía alguien.
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Me sobra tiempo. Me siento en un banco a descansar y ver pasar el día. Gente paseando perros, turistas, un tío descalzo embutido en un neopreno completo montando en bicicleta y con una tabla de surf debajo del brazo... Saco el móvil y hago varias fotos a todo lo que veo. Elijo una. La subo a Instagram.
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Clinck. Un wasap. El Buho.
"Para que veas. En la esquina de esa casa cuya foto has colgado en twitter vive mi amiga P, la madre del cocinero que te presenté ayer y te dio de cenar"
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"Hay mucha gente que no cree en las casualidades porque considera que cuando ocurren, cuando tú ves ese hilo invisible que ha unido y conectado hechos, situaciones y personas, sencillamente estás forzando las conexiones para darle algún tipo de sentido. Opinan que estás viendo “lazos” que no hay.
Otras personas no creen en las casualidades porque son incapaces de permanecer lo suficientemente atentas a los detalles de sus vidas, o no tienen memoria para recordar hechos, sensaciones o situaciones del pasado y pierden así la posibilidad de establecer cualquier vínculo casual.
La atención al detalle y la memoria son esenciales para percibir las casualidades. Prestando atención a las cosas que te pasan, que sientes y que piensas a lo largo de toda tu vida, puedes ver casualidades… y cuando digo ver, me refiero a percibirlas no a inventarlas con una especie de artilugio mental."
Hace más de dos años que escribí esto.
Yo sí creo en las casualidades o, mejor dicho, yo sí veo las casualidades que ocurren a mi alrededor. Posiblemente porque estoy muy atenta a todo y tengo una memoria prodigiosa... pero el caso es que a mí me ocurren.
*Dedicado al Buho y C. Mil gracias por todo.