
Como a lo mejor no os lo creéis os voy a contar como ha sido para mí, la versión de los demás me temo que os la perderéis porque no tienen blog.
Para empezar el sitio que había buscado Julito digamos que pillaba un poquito a trasmano. A mí me tocó ir con dos ingenieros, el mío y el otro. Recuperé el placer de ir de viajar en el asiento de atrás sin ir embutida como en la ruta del curro. De la conversación no participé mucho porque no sé nada de “pinos escayolados”, “encinas preparadas”, “caza con hurones” ni “hectáreas de sotobosque”.
Intenté reconducir la conversación hacia cosas frívolas y divertidas pero pasaron olímpicamente de mí. Disfruté del paisaje, la provincia de Palencia en la zona de Cervera es espectacular de bonita y la subida al puerto de PiedrasLuengas y la bajada es una pasada…aunque eso sí, hay tantas curvas iguales que te sientes un poco Bill Murray en el día de la marmota.
El ingeniero conducía y para el final del viaje digamos que estaba un poquito hasta los huevos. Ya le conocéis no se cabrea nunca pero cuando lo hace:
“A Julito nada de decirle que qué bonito es esto, hay que decirle que esto está a tomar por culo”.
Julito por su parte nos llamaba a cada rato. No por amor ni preocupación, si no porque nosotros llevábamos la cena y los que ya estaban por allí estaban atacando los sobaos del desayuno.
Por fin llegamos y ya sabéis, a comer y beber como si no hubiera mañana. Todo tipo de bueneces (lástima de pizzas porque no había horno) y luego copas, chocolate, pipas y derivados del petróleo saborizados. Las mismas conversaciones de siempre con los mismos chascarrillos de los que llevamos descojonándonos mil años. Y no os lo vais a creer...volvieron a contar la anécdota de Parla y Tomás Gómez y el bombero no se la sabía.
Ah sí, vino el bombero. Ya sé que no viene nunca pero esta vez sí vino. Y os lo digo, menos mal que no habéis venido, se os habría caído un mito como a mí. Un bombero, un tío aventurero, de esos de hacer cosas de peligro y salvar vidas y molar mil. Pues agarraos…hablando de lo de las canoas del día siguiente dice: “yo es que lo que no soporto es llevar el culo mojado”…
…lo sé, lo sé…una revelación durísima. Un tío duro que se va a trepar por el Himalaya y salva gatitos y ancianitas…y no puede llevar el culo mojado. Os lo digo, si lo llego a saber no voy. No se puede jugar con los mitos de la gente así, desmontándolos en un abrir y cerrar de ojos.
¿Y el sábado? Pues ya sabéis desayuno como en un hotel...el ingeniero hasta cortó fruta y todo. Oh y casi se me olvida. Como habíamos llegado de noche cerrada, la casa rural podía haber estado perfectamente en medio de un basurero porque la montaña está muy bien...pero os lo digo, de noche no se ve nada. Pero el sábado…casi me da un colapso al abrir la ventana del cuarto y ver esto…¡¡esto se avisa!!
Eso sí, el ingeniero me dijo: no te vayas a emocionar y a decirle a Julito que esto es precioso. Lo que hay que decirle es que está a tomar por culo.
Y puestos a poner pegas, pues la verdad...con esas vistas te sentías un poco Heidi. ¿Hay algo peor que sentirse como una huerfanita absurda que dice “Pichii, Pichiii” mientras corre descalza por un prado? Si, si...lo sé...un bombero que no se quiere mojar el culo.
Luego a las canoas, ya sabéis el plan excusa para irnos al quinto pino a chuzarnos. Para empezar y como siempre, Julito dijo que en media hora larga estaríamos allí y ¿sabéis qué? otra vez era mentira, al llegar al destino me había crecido el pelo de lo que habíamos tardado.
Lo de las canoas estuvo divertido, la verdad. Una vez que asumes lo ridículo de la situación, claro. Llevas una pinta infame con un chaleco salvavidas canijo para bajar por un rio que no cubre más de medio metro en la mayor parte del descenso. Llevas un bidón blanco donde tienes que meter tus pertenencias más valiosas e imprescindibles para ese descenso de aventura, a saber...la camiseta, los pantalones, el agua, la cartera, y las llaves del coche. Hay que asumir que cada vez que lo abras, tu pareja…ingeniero...te va a decir: cierra bien. Y luego hay que asumir la regresión al más fabuloso infantilismo que vas a tener en el momento en que te encuentres con la canoa en el agua.
Dar gracias a Dios que os habéis ahorrado el espectáculo de vuestros amigotes haciendo el gañán con las piraguas. Tíos de 40 palos, con canas, padres de familia numerosa…jugando a los coches de choque con las canoas, jugando a salpicarse, picándose por ver quién gana, empujándose a las ramas….en fin…bochornoso y aburridísimo como podréis imaginar.
Cuando empezaron a dar muestras de agotamiento quisieron parar a bañarse. El descenso eran 12 km y se me ocurrió preguntar cuánto llevábamos...lo bueno de ir con ingenieros es que calculan distancias: “1 km y medio como mucho”, me dijeron. Pero claro, tanto hacer el gañán estaban exhaustos.
El baño…en fin…no os digo nada...pero... ¿sabéis que el agua fría encoje, no?..Pues la del rio estaba más allá del concepto frio. Eso sí…nos bañamos todos…con dos cojones.
Luego resultó que en los bidones blancos aparte de nuestras posesiones más preciadas había también comida. Si, si...pero no os emocionéis: un bocadillo de queso, una manzana y una corbata de Unquera. 3 alimentos que apetecen siempre muchísimo y que apenas hacen bola, ni dan sed.
Con fuerzas renovadas emprendimos los últimos 6 km. Estuvo bien pero tampoco os penséis que fue nada del otro mundo...un rio increíblemente bonito, peces a mogollón, el bosque llegando hasta la orilla, el cielo azul, el sol brillando, una mama pato con sus patitos, el sol brillando…Y 8 canoas con 15 energúmenos haciendo el gañán. Lo que os digo, un horror.
Al terminar las canoas, tuvimos que irnos a la playa. Creo que era muy bonita, yo no la vi bien porque me empezaron a llorar los ojos. La cosa fue que empezaron y ya no pararon en 4 horas y parece que no, pero duele un huevo llorar sin querer. Lloraba con Candy Candy…con lágrimas rodando por mi cara sin parar, hubiera molado si no fuera por el dolor insoportable.
Aún así, no os creáis que me quejé. Me porté como una campeona y disimulé muchísimo, para eso sirven las gafas de sol. Fui a la playa, bajé la cuesta casi a ciegas, me bañé en el mar con las sabias palabras de molimadre en mi cabeza “el agua de mar es buenísima para todo”, intenté dormir en la toalla, fui un prodigio de discreción y sufrimiento silencioso.
Al final sin embargo, se demostró que los ingenieros son gente astuta y me dijeron: haz el favor de irte a urgencias.
Incluso mi ingeniero se acojonó y decidió no obviar los síntomas. Me llevó al médico y resulto que me había quemado los ojos con el sol. Ese que brillaba tanto. Y sí, llevaba gafas y sí, son buenas y sí, había otros sin gafas a los que no les pasó…
Aún así y como soy una tía con las prioridades claras, esa noche me mediqué y luego me tomé unos gintonics. Eso sí, también soy una tía prudente y la caminata a la solanera que se pegaron al día siguiente, me la ahorré. Sé que vosotros hubiérais hecho lo mismo.
En fin, no os habéis perdido nada y por supuesto os hemos echado muchísimo de menos, cabrones.
Para Santos y Pit.