
Tiré piedras a los cristales de una casa recién construida y volví a romperlos a los 15 días cuando los repusieron. Tiré piñas a los coches que bajaban por la carretera de la estación en pleno invierno parapetada detrás de la tapia de una casa. Rompí los cristales del parabrisas de un coche aparcado en un jardín y luego disimulé poniendo cara de buena cuando el vecino vino a quejarse a mis padres. “ ¿Que moli ha roto los cristales? Imposible”.- oí decir a mi madre. Hice un tirachinas con un rollo de cartón de papel higiénico y un globo y bombardeé con garbanzos las ventanas de los vecinos.
Por supuesto en todas estas instructivas actividades estaba acompañada por mis amigos. Luego cuando nos subieron las hormonas hasta el infinito, cambiamos este tipo de cosas por los rollos y el empezar a fumar. Huelga decir que yo ni rollos ni fumar. Fue una etapa aburrida.
Cuando los rollos perdieron la novedad decidimos recuperar el espíritu de nuestra infancia y volver a hacer el vándalo. A la tierna edad de 22 años, descubrimos un nuevo entretenimiento para las noches de farra.
La gracia consistía en que al primero que abandonara la barra del bar donde estábamos matándonos a copas, sufriría lo que por aquel entonces llamamos “barricadas”: consistía en hacerse putadas de todo tipo.
Las había inmovilizantes. Alguien se iba a casa, se dormía y durante su pesado sueño alcohólico 2 ó 3 de nosotros entrábamos en su habitación y le poníamos todo tipo de cosas encima de la cama en un equilibrio inestable: sillas, cojines, libros, cintas de música, por supuesto toda la ropa del armario, zapatillas y algún plato con comida. Cualquier movimiento desmoronaría esa bonita construcción sobre el durmiente. Este tipo de pirámides podían hacerse también si el susodicho se dormía en un bar, se le acomodaba entre dos sillas y se le dejaba arrinconado para que cuando se despertara no pudiera salir.
Angelitos.
Las había también acuáticas. Si era verano, te levantabas por la mañana, salías al jardín con tu taza de café, tu periódico y tu resaca y: ¿dónde están la mesa y las sillas que había aquí ayer? En el fondo del mar..matarile, rile, rile. Todo el mobiliario de jardín de tu casa estaba en el fondo de la piscina perfectamente colocado para una merienda de sirenas. Era horrible meterse a sacarlo todo antes de que tus padres se dieran cuenta. Una de estas la sufrí en mis propias carnes, me levanté por la mañana y tuve que sacar una mesa de hierro forjado, 6 sillas, unas macetas y ¡ un cartel de “ guardia civil” con las bases de hormigón y todo!...casi muero.
Las había que incluían algún tipo de acto un poquito vandálico. Despertabas por la mañana y en la puerta de tu casa había un cocinero de esos de cartón de los restaurantes con un perfecto menú escrito en tiza: gamusinos al hinojo y patas de peces salteadas con whisky. Lo más importante en estos casos era deshacerse del cocinero antes de que levantara sospechas en tus padres y en el dueño del restaurante que lo buscaba frenéticamente por todo el pueblo.
Las mejores sin embargo eran las desconcertantes. Barricadas que te dejaban descolocado y sin saber muy bien qué hacer.
Alguien se iba a dormir con toda la borrachera, se hundía en un sueño profundo y cuando se despertaba le habíamos cambiado todos los muebles de sitio en la habitación. Todo estaba colocado en el mismo sitio pero al revés, como si le hubieran dado la vuelta a la habitación. Despertabas y sí, reconocías el sitio pero algo raro había y no sabías muy bien qué era. Por supuesto siempre entraba tu madre y te decía: SE PUEDE SABER A QUÉ TE DEDICAS CON LOS MUEBLES?..y pensabas..madre mía…es eso..estos cabrones me han dado la vuelta a la habitación.
Otra muy buena y qué me tocó padecer, fue un día que salía a las 6 de la mañana de casa de un noviete que tenía por entonces, dispuesta a pirarme a mi casa y cuando abrí la puerta me encontré con mi coche envuelto con un gran lazo rojo. Un paquete enorme de papel de periódico, las ruedas y todo completamente forrado, recuerdo que en el parabrisas había una estampa gigante de no se qué virgen. Me pasé 2 horas quitando papeles mientras veía amanecer.
Éramos unos vándalos, pero era tannnnn divertido.
Espero que las princezaz no lean esto.