sábado, 18 de febrero de 2023

Gente de mi pasado

El otro día escuché un episodio de un podcast. Stop. No puedo empezar una frase así porque ya es como decir el otro día respiré. Todos los días escucho algún episodio, así que esto no tiene sentido; pero bueno, al grano.

Hay un podcast maravilloso que se llama Heavyweight (solo en Spotify) al que recurro cuando estoy cansada de novedades, de buscar cosas nuevas, interesantes; cuando quiero algo seguro que sé que me va a hacer sentir cómoda y tranquila. La premisa del podcast es sencilla, como de programa de radio antiguo, casi de servicio público: La gente llama y cuenta una historia de su pasado que en su día le marcó y de la que le gustaría recuperar cierta información: volver a contactar con alguien, devolver una fotografía, dar las gracias,... cualquier cosa. La gente llama con las historias más peregrinas que se puedan imaginar. En el episodio titulado Dan (todos o casi todos tienen como título el nombre de la persona que llama a contar su historia) una periodista llamaba para contar cómo había conocido a su marido, Dan, en Tel Aviv y habían tenido una primera cita en un restaurante italiano de la ciudad. Durante la cena, como apenas se conocían, hablaron de sus familias y él le contó que apenas tenía relación con su padre pero que éste había sido el que había inventado los cereales rellenos (o algo así, algo relacionado con cereales). Dio la casualidad de que en la mesa de al lado había una pareja que, al escucharles, se acercó a decirles que eran vecinos del padre en Los Ángeles. Charlaron y se hicieron una foto. La periodista quería tratar de localizar a esa pareja y recuperar la foto de su primera cita. Si alguno está pensando que por qué no llamó directamente a su suegro, la respuesta es que el padre de su ahora marido, entonces novio, llevaba años sin relacionarse con él y quería recuperar la fotografía pero no querían saber nada del padre. Si esta historia os parece complicada, las hay muchísimo más: la última de la temporada, por ejemplo, implica hasta llamadas al Vaticano.

Con esa mínima premisa Jonathan Goldstein, el host del podcast, y su equipo de productores se ponen a trabajar para encontrar a esa persona o cerrar ese círculo; y en cada episodio van contando todo el proceso que, muchas veces, dura años.

¿A quién querría yo recuperar? ¿Qué historia me gustaría resolver? Llevo días dándole vueltas a esto porque creo que no me gustaría cerrar ninguna; no sé si quiero saber qué pasó con determinadas personas, dónde están, qué hicieron o si se acordarán de mí. No es que me importe, claro, pero imagino que localizan a alguien de mi pasado y ese alguien dice «ni me suena». Así que sí, sí me importa. Prefiero seguir creyendo que alguna de esas personas se acuerda de mí: mi ego necesita ese pequeño premio.

En cualquier caso, y haciendo trampas, pongamos que yo pudiera saber de esas personas pero por un agujerito, casi como si me dieran un dossier con esa información para que yo decidiera si contactaba o no. ¿A quién querría buscar?

Empezando por mi pasado más remoto, lo primero que se me ocurre es una compañera de mi clase que se fue a París cuando teníamos 10 u 11 años. Recuerdo que cuando fuimos a la capital francesa de viaje de fin de curso en 3º BUP contactamos con ella y nos pareció el colmo de la sofisticación y el estilo. Vivía en una calle maravillosa, en un enorme piso parisino con ventanales rasgados que llenaban las habitaciones de luz. Lo que más recuerdo, sin embargo, es que paseando por la ciudad y mientras esperábamos para cruzar una calle tiró un papel al suelo, en la zona de la calzada pegada al borde de la acera. La miré con horror y me dijo: «no seas cateta, por aquí corre agua justo para eso, para recoger lo que se tira». Yo le contesté: «ya, pero si no lo tiras no hay que recogerlo». Cada vez que he vuelto a París he recordado aquella conversación. Creo que durante un tiempo nos escribimos cartas. También me escribí durante años con una niña que se llamaba Belén Moreu y que llegó a mi clase con 10 u 11 años. Creo que era de Sitges, que ahora mismo no es un lugar exótico pero que por aquel entonces a mí me parecía lejanísimo. Creo que estuvo un año y luego volvió a Cataluña. Aún tengo las cartas guardadas. ¿Qué habrá sido de ella? Cierto año en Los Molinos apareció una pareja de hermanos, ella y él, que no sé de dónde salieron (catalanes, creo), ni cómo llegaron allí. De ella no recuerdo nada; de él que era alto y llevaba gafas y, por alguna extraña razón (a mí me parecía raro que con 15 años quisiera hablar conmigo porque yo era, amigos, un saco de inseguridades y no entendía que a alguien pareciera interesarle hablar conmigo cuando podía estar haciendo cualquier otra cosa mejor como mirar cómo le crecían las uñas), parecía disfrutar de mi compañía. Llegaron, pasaron el verano y se marcharon. Nunca más. El chico rubio de Irlanda, con los ojos azules, que me miraba. Me parecía guapísimo. Nos mirábamos en los recreativos donde pasábamos horas porque en un pequeño pueblo de Irlanda en los años 80 había que matar las horas como se pudiera. Creo que se llamaba Paul. Tres años intercambiando miradas. Cuando empecé la carrera me apunté a clases en el Liceo Francés. No me gustaba mucho, pero algo tenía que hacer por las mañanas. No recuerdo casi nada, solo a mi compañero de clase que, cuando salíamos y coincidíamos en el metro, me decía: «Ana, eres la queja que camina». Se llamaba Eliseo, era periodista en la agencia Efe y fan de Jethro Tull. Un francés guapísimo, con el que también ligué en Irlanda y era de Cognac: no sé más de él. ¿Conseguiría Goldstein localizarle? ¿Seguirá siendo tan guapo? 

Cuando empecé a darle vueltas a la idea de este texto pensé que no se me ocurriría nadie de mi pasado para recuperar. Después los recuerdos empezaron a aflorar y, cada día, me asaltaba alguien nuevo, alguna imagen, un sonido, un día concreto. Pensé también que no sé si me atrevería a buscar a alguien de hace treinta, cuarenta años, ¿y si no se acordaban de mí? ¿Y si la realidad del presente destruía ese recuerdo tan especial o tan tonto convirtiendo a, por ejemplo, el galán francés en un votante de la extrema derecha? ¿Me atrevería a llamar a Heavyweight para pedir que removieran mi pasado? ¿En el fondo soy una cobarde? Hay que tener más valor del que yo tengo para irte de excursión a tu vida en un tiempo anterior. 


En estas estaba, pensando en que no me atrevería y que debería escuchar con otra actitud la próxima temporada de Heavyweight, cuando me llegó este mensaje por instagram: 


Hola Ana. He empezado a seguirte hace poquito. Me llegó un blog sobre la English, Comillas, que escribiste hace un huevo de tiempo, y la verdad, me descojoné, porque lo leí desde un punto de vista divertido y jocoso. La verdad es que ya tenías ese humor por los pasillos. Seguramente no te acuerdes de mí, pero hicimos un grupillo de algunos de esos años, porque hemos mantenido el contacto. La verdad, la única de Bilbao, yo. El resto madrileños. A Costi yo le perdí la pista y creo que ni se acordará de mí, pero alguno de estos les sigue, y nos mandó su foto actual de perfil. Se parece a Guardiola.Tengo una foto que atestigua que fuimos juntas, con tu prima. Yo solía ir con Eva, Sara, Pa, Helena (Valladolid), Miguel, Franchute, Manrique..Nos dio algo de cosa leer que no te acordabas de los nombres de los que allí estábamos, y Eva hasta tiene tu dedicatoria.!!Bueno, soy Patricia En aquella época Patty. Soy la de rojo y una cinta roja en la cabeza. 



Sorpresa total. Esto no lo había pensado. ¿Y si yo era la contactada por el pasado y no recordaba nada? Me reconozco en esta foto y tengo recuerdos de aquellos años de campamento pero no de la gente. Nadie en esta foto me resulta conocido, quizá ellos tampoco se reconozcan a sí mismos, pero eso no importa. De este mensaje surgido de las profundidades de Instagram me gustaron dos cosas: saber qué en algún momento de vida he causado una impresión en alguien tan impactante (para bien o para mal) como para que me recuerden casi cuarenta años después y saber que con doce años «ya tenías ese humor por los pasillos». Para algunas cosas valoro ser coherente. 


Termino: Pensaba en si buscaría a alguien de mi pasado para saber qué es de su vida y se me ocurría gente que probablemente no se acuerde de mí sin darme cuenta, hasta que me llegó este mensaje, de que la situación podía ser al revés: que alguien me buscara a mí por la ilusión de encontrarme. 


Quizás debería hacer un Heavyweight en español. ¿A quién querríais buscar?


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domingo, 12 de febrero de 2023

12 de febrero. Cincuenta años

Nací el 12 de febrero de 1973 en el Sanatorio del Rosario de Madrid. La primera hija para mis padres y la primera nieta para mi abuelo José Luis, que pensó que era tan guapa que a lo peor me robaban en el nido. (Hace diez años, cuando conté esto por primera vez, no sabía nada de los niños robados; ahora que lo sé, no tengo claro si mi abuelo sabía aún más de este tema de lo que se sabe ahora y por eso tenía miedo). Que yo sepa no me robaron y hoy cumplo cincuenta años, que es una cifra muy redonda, muy rotunda y que me coloca, sin ninguna duda, en la categoría de gente mayor. Soy mayor. «No, mujer, no digas eso, estamos en lo mejor». Sí, no tengo dudas sobre eso. No querría volver a tener treinta, no los echo de menos y creo que si no me muero de manera repentina, algo que le puede ocurrir a cualquiera, me quedan muchas cosas buenas y malas por pasar. 


Hoy cumplo cincuenta años, soy mayor y en las últimas semanas he hecho una lista de cosas que he aprendido y que me ha parecido interesarte dejar apuntadas para conmemorar mi cumpleaños. 


Sin orden ni concierto ni sentimiento, tal cual las he ido apuntando en mis cuadernos: 


  1. La gente que no discute con sus hermanos no es de fiar. Si no tiene más que palabras de halago hacia ellos puedes estar seguro de que tienen una relación tan estrecha entre ellos como la que tienes tú con el conductor de autobús que cogiste en primero de carrera para ir a la universidad. 

  2. Nunca sabemos nada de las relaciones de pareja de los demás. Y de la que menos sabemos es de la de nuestros padres. Estoy convencida de que hay una variante especial del «síndrome de Peter Pan»: la variante en la que gente de más cuarenta años sigue creyendo que sus padres han vivido siempre un amor de película, nunca han discutido y han sido absolutamente felices toda la vida. 

  3. Tus padres serán siempre unos desconocidos. Atreverse a conocerlos no es para todo el mundo. 

  4. Si puedes evitarlo, y me resulta complejo pensar un escenario en que no se pueda, no vivas jamás en una urbanización cerrada con piscina. Si te ves obligado por algo, no elijas jamás una de las viviendas que da a la zona de piscina o zona verde. Eso es el infierno, peor que vivir con vistas a la M-30. 

  5. No les diga a tus hijos lo que tienen que estudiar. No los manipules ni les digas cosas como «haz esto que tiene mucho futuro». El futuro no existe. 

  6. Haz siempre la cama antes de salir de casa. 

  7. Lleva siempre un cuaderno a las reuniones de trabajo. No, el portátil no es lo mismo. Una tablet tampoco. No es lo mismo. 

  8. Aprende a encender una chimenea y abrir una botella de vino. No necesitas nada más para pasar una buena tarde. 

  9. Ordenar la despensa como si fueras a participar en una competición es una estupidez que no dice nada bueno sobre tu capacidad para entretenerte. 

  10. No tienes ningún mérito ni ninguna responsabilidad en lo que sea que tus abuelos hicieron o dejaron de hacer. Tampoco eres responsable de la conquista de América, la Inquisición o ganar el Mundial. 

  11. Durante toda tu vida adulta se puede votar a todo el espectro político. Vas a equivocarte muchas veces, no pasa nada. Lo malo es equivocarse siempre, desde los 18 hasta los 80 y estar convencido de haber acertado siempre. 

  12. Cambia de opinión. 

  13. No presumas jamás de ser coherente como valor absoluto. Es muy fácil desmontar esa afirmación. No pasa nada, es imposible ser coherente todo el tiempo, con todo, siempre. Tampoco puedes volar ni tener ordenado el armario de los tuppers. Vive con ello. 

  14. Cuando alguien te da mala espina desde el principio es por algo. Confía en ese instinto. Me sobran dedos de una mano para contar los casos en los que esa primera sensación resultó ser falsa. De hecho, me sobran todos. 

  15. Si alguien te regala un libro que sabes que no vas a leer no lo guardes en casa «por si acaso Fulanito viene un día y quiere verlo». Fulanito olvidó qué libro te estaba regalando según lo pagó en la tienda. Dónalo. 

  16. Cuanto mayor eres, más tiempo necesitas para salir de casa desde que te levantas. No es que seas más lento, es que ya sabes que para lo que te espera fuera no merece la pena correr. 

  17. Por lo que más quieras: desayuna sentado, tranquilo y en silencio. 

  18. Nadie nunca necesita más tuppers de los que ya tiene: Necesita menos pero que cierren bien y no absorban la grasa. 

  19. De los dos días del fin de semana reserva por lo menos uno para no hacer nada, para no tener planes. Yo suelo reservar los dos pero es que a mí lo que más me gusta es mi casa.

  20. Ve siempre a los tanatorios. Da pereza, siempre es mal momento y es facilísimo agarrarse a cualquier excusa para no ir. Ve. No es un compromiso social, tiene su sentido. Cuando te pasa a ti te das cuenta de lo que vale y después no recordarás a quién no estuvo, pero guardarás un cariño especial al que venció la pereza y la incomodidad y se acercó a decirte que estaba contigo en ese momento. 

  21. En el trabajo guarda todos los emails enviados. Te harán falta en el futuro. «Adjunto te reenvío el correo en el que te explicaba todo lo que dices que no sabías».

  22. El rencor no es un defecto, es una virtud. No emponzoña el alma ni corrompe el espíritu. El rencor te mantiene alerta y evita que alguien vuelva a hacerte daño. Guárdalo, no lo pierdas. Recuerda a Iñigo Montoya. 

  23. La jubilación es un objetivo vital muy respetable. 

  24. Déjate las canas cuando quieras, cuanto antes mejor. No parecerás más mayor, parecerás la edad que tienes y cuanto antes te acostumbres mejor. Piensa en el dinero que vas a ahorrarte y, en el tiempo, eso sí que rejuvenece. 

  25. La gente que no discute con sus padres no es de fiar. 

  26. Ten siempre ropa de estar en casa, ropa con solera, que cuente tu historia, que sepa que en 1999 lloraste de dolor de ovarios, en 2005 te emborrachaste comiendo tarta y que te encanta cenar yogur griego con compota de manzana. 

  27. No tengas impresora en casa. Es un trasto y siempre está sin tinta cuando la necesitas. Además: tus hijos, que fueron los que pidieron tenerla, jamás cambiarán los cartuchos. 

  28. Controla tu afán consumista con respecto a los electrodomésticos. Antes de comprar nada, deja pasar el tiempo. Si cinco años después siguen en el mercado, empieza a planteártelo. Si no sabes de lo que hablo, mira a la roomba que tienes muerta de risa en alguna esquina de tu casa o la cafetera de cápsulas que ahora usas para dejar los trapos de cocina mientras decides si la llevas al punto limpio. 

  29. Lee en papel. No, no se lee igual. 

  30. Ninguna preocupación laboral, si la empresa no es tuya, vale una noche de insomnio. Piensa en todas las que has pasado ya. ¿Qué pasó con ellas? 

  31. El deseo de «llegar a algo en el trabajo» es una enfermedad, es una trampa. Huye. En el trabajo la única ambición que hay que tener es llegar pronto a casa. 

  32. El lavavajillas tiene que ser Fairy. Es más caro, sí, pero es por algo. 

  33. El Cuarteto de Alejandría hay que leerlo con más de cuarenta años. 

  34. No te cases por segunda vez. A partir de los cuarenta, y si ya has pasado por un matrimonio e hijos, aspira a ser novios: ése es el plan bueno. 

  35. Los amigos llegan y se van. O los echas o te echan. Muy pocas amistades son para toda la vida, pero que algunas tengan una duración limitada no quiere decir que no sean valiosas. 

  36. Un «te quiero» es verdad hasta que deja de serlo. Eso no implica que en su día fuera mentira. 

  37. Usa cepillo de dientes eléctrico. 

  38. Deja la mesa del desayuno preparada cuando te acuestes. Cuando te levantes y la veas, pensarás que alguien te cuida, aunque seas tú mismo. (Sé que esto suena a que merezco que me quemen las pestañas con un lanzallamas por cursi pero funciona).

  39. Lleva un diario cuando viajas. No, no vas a acordarte de todo. No, ni siquiera mirando las mil quinientas fotos del móvil que no vas a ordenar nunca. 

  40. Si te pintas los labios todo el mundo te dirá que estás más guapa. 

  41. Aprende a posar para las fotos: se sonríe con todos los dientes, se baja la cabeza y se saca el mentón hacia fuera como si fueras una tortuga saliendo del cascarón. «Feels weird, look nice». Funciona. 

  42. Viaja mucho a Francia. 

  43. Que a ti te guste algo, que te apasione y que te esfuerces en enseñárselo a tus hijos no hará que a ellos les guste. A lo mejor sí, pero puede que no. 

  44. Haz listas de cosas que ya no existen para que no se te olvide que una vez tuvieron algo que ver contigo: palulú, microbuses amarillos, teléfonos de rosca, candados para esos teléfonos, galletas de vainillina de la Caja Roja, … 

  45. Cuando se dice de alguien que«es como es», ese alguien es siempre imbécil o un impresentable. Acabemos con ese eufemismo. 

  46. Hay que entusiasmarse con lo que te gusta. El entusiasmo es contagioso, divertido y de colores. No hay que confundirlo jamás con la intensidad, algo terriblemente cansino. 

  47. Escribe a mano. Con pluma, boli o lápiz, pero escribe.  Escribe cartas, en un cuaderno o en papeles sueltos, donde sea pero escribe a mano.No, no vale lo mismo dejarlo en notas del móvil. No te acordarás igual.

  48. La mentira más grande que nos contamos a nosotros mismos es: «no necesito apuntar esto porque seguro que me acuerdo». Esta no es mía (se la leí a Kevin Kelly) pero como sigo cayendo en esa mentira, la dejo aquí para recordarla. 

  49. Celebra tu cumpleaños. 

  50. Ésta la dejo en blanco... para lo que aprenderé este año.


miércoles, 8 de febrero de 2023

Breve. Pequeños placeres sin importancia




Once de la noche. Interior casa. Luces apagadas. María y yo nos tumbamos en el sofá, cada una con su manta, y le doy al play.

 ¿Os puedo pedir algo?
 Si implica salir de casa, tender la lavadora, regar las plantas o alguna de esas tareas que solo te importan a ti, no.
 Son las once de la noche, no es nada de eso; pero gracias por dejar claro, una vez más, mi papel de ama de llaves.
 ¿Qué quieres?
 Que veáis conmigo el primer episodio de Doctor en Alaska, una de mis series favoritas de la vida.
 Yo tengo que estudiar.
 Yo sí la veo contigo.

La primera escena transcurre en un avión. El Dr. Fleishman le cuenta su vida al pasajero que va sentado a su lado… y al espectador. Cuenta que es médico y que, tras aceptar una beca de 125.000 dólares, tiene que trabajar en Alaska durante cuatro años. Cree que todo irá bien. «Buena suerte», le dice el pasajero. El espectador, que soy yo, sabe que la buena suerte ya la ha tenido porque va a un sitio mágico. Durante cuarenta y seis minutos viajo a Cicely, es la primera vez que veo la serie en versión original y también la primera vez que la veo después de haber estado en esos paisajes. Todo me suena vagamente familiar: los bosques, las casas, Ed, Holly, Maggie, Maurice, Marylin, el graffiti del alce. Mientras pienso en que es indudable que, en The Gilmore Girls, Stars Hollow es una especie de trasunto de Cicely, me doy cuenta de que este rato soy feliz. Estoy a punto de cumplir cincuenta años y vuelvo a un lugar que visitaba cuando tenía veintitrés, cuando llegaba a casa después de una juerga un viernes y me sentaba a comer algo mientras veía el episodio que pillaba. Entonces todo me parecía curioso, raro, me encantaba la tensión sexual no resuelta que pensaba que solo ocurría en las pelis y me enamoraba de Chris en la mañana cada vez que aparecía en pantalla. Vuelvo a ese lugar que parece estar esperándome: «Welcome back». Me siento como si viajara a mi pasado, casi espero verme tras una esquina, o sentada en una de las banquetas del bar. Vuelvo a un lugar en el que no hay móviles ni internet; cada uno viste a su manera, nadie hace fotos y hay periódicos en papel y horarios de autobuses. Un lugar en el que la gente espera y siente el tiempo pasar, lo deja deslizarse, discurrir sin entretenerse, sin querer aprovecharlo. Me disuelvo en esa sensación. 

Acurrucada en el sofá con María, nada de lo que pasa fuera importa, nada de lo que ha ocurrido en el día tiene el más mínimo valor.

 ¿Te ha gustado?
 Sí.

Pequeños placeres sin importancia.



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domingo, 5 de febrero de 2023

Lecturas encadenadas. Enero


El otro día celebré los quince años de Cosas que (me) pasan y hoy he pensado que también merecería celebración que han pasado diecisiete años desde que, una noche de enero de 2006, tras acostar a mis dos hijas que por entonces eran bebés, me senté en la misma mesa en la que estoy tecleando ahora y empecé a escribir sobre los libros que leía. El retorno del profesor de baile, de Henning Mankell, fue aquel libro. ¿Qué recuerdo de él? Nada, absolutamente nada; pero si leo lo que apunté aquella noche recuperaré la memoria gracias a los detalles y las impresiones que escribí aquel día. Aquella rutina de doblar esquinas mientras leía y, al terminar el libro, sentarme a dejar para la posteridad mis impresiones sobre la lectura y las citas que me habían llamado la atención la sigo manteniendo. Hay cosas que han cambiado: ya no tardo semanas en buscar el cuaderno perfecto porque me vale cualquiera siempre que se abra del todo y tenga un papel en el que pueda escribir con pluma. Tampoco mantengo, por falta de tiempo, la costumbre de volver a esos cuadernos a buscar inspiración en todas esas citas. ¿Para qué escribo los cuadernos si no vuelvo a ellos? Porque no pierdo la esperanza de volver a ellos, de recorrer todas esas notas y encontrarme no solo con las citas, los autores y los libros sino también encontrarme conmigo, con mi yo de 33 años, de 38, de 42 o 46. Cuando consiga hacerlo creo que va a ser una experiencia curiosa. Y a lo mejor lo cuento aquí.

Al lío de los libros de este mes.

Ensalada loca, de Nora Ephron, lo compré en Amapolas Librería. Me gustó tantísimo Se acabó el pastel y me gusta tanto el humor ácido e inteligente de Nora que estaba deseando leer más. Este volumen recoge artículos publicados en distintas revistas y periódicos. Algunos han envejecido mal, sin que esto sea un demérito para esos textos: no se escribieron pensando en que duraran, en que fueran relevantes pasados seis meses. Muchas de las noticias que Nora analiza y a las que otorga muchísima importancia pasadas por el filtro del tiempo carecen de la más mínima trascendencia, algunas resultan incomprensibles desde el futuro. A pesar de todo esto, Nora es Nora y siempre encuentro algo con lo que reirme, admirarme, asombrarme o asentir con fuerza.

Hay también muchas ideas con las que disiento y una de ellas es el tema de los pechos. Cuando leía esas páginas iba diciendo: «No, Nora, no tienes razón». A pesar de escuchar las quejas de sus amigas con mucho pecho «explicando que sus vidas habían sido muchísimo más tristes que la mía. Les tiraba la cinta del sostén en clase, no podían dormir boca abajo» y muchas cosas más, Nora defiende que tener poco pecho es algo más traumático que tener mucho. Nora, NO TIENES RAZÓN. Tener mucho pecho es terrible, no encuentras bikini, no encuentras sujetador y cuando lo encuentras es cuatro o cinco veces más caro que el que las mujeres de poco pecho pueden comprar en cualquier tienda. Además, el pecho más grande pesa más y se cae más. ¿Trauma por poco pecho? Sí. ¿Más que por tener mucho? Ni de coña. Y de esta burra no me bajo, venga Nora o quien sea.

Leyendo el ensayo Sobre lo de no haber sido nunca la reina del baile, en el que habla de la belleza de las mujeres, no paré de asentir todo el tiempo. «Una de las pocas ventajas de no ser guapa es que una embellece con los años: sin ir más lejos, yo misma no paro de mejorar de aspecto». Correctísimo, Nora. Nadie te ve y no te importa, pero tú te ves estupenda. «No existe en Norteamérica una chica fea que no cambiase sus problemas por los de ser guapa; no creo que haya una chica guapa que honradamente prefiera no serlo». Esto es así, los problemas de las guapas son imaginarios y es imposible empatizar con ellos. Y no pasa nada.

Nora dedica bastantes páginas al movimiento feminista, al que apoya con fervor crítico, como yo creo que hay que apoyarlo. «Me temo que el problema consiste en que como escritora estoy comprometida con la verdad y como feminista estoy comprometida con el movimiento; y dado que libremente me comprometí con él, considero una de las ironías constantes de este movimiento que no haya forma de decir la verdad sobre él sin que en cierto modo parezca que se le ataca».

Leed a Nora, pero empezad por Se acabó el pastel.

Los reyes me trajeron El adversario, de Emmanuel Carrère. «¿Todavía no lo habías leído?», me dijo alguien. Pues no, no lo había leído, ¿qué prisa había? La historia de Jean Claude Rommand es tan increíble que hay que contarla muy mal para que no atrape al lector. Lo sucedido es extraordinario porque es llevar el engaño y la mentira a una cumbre que para los que mentimos de una manera vulgar y chapucera resulta casi una obra de arte. La mentira es excelsa y el personaje incomprensible. Cuando se descubre que tras su fachada está hueco, ¿lo que se descubre es la verdad u otra capa de maldad? Veo una línea clara entre A sangre fría, El adversario y La ciudad de los vivos (éste último ya estáis tardando en leerlo y doy por hecho que cualquiera que pasa por aquí leyó A sangre fría hace tiempo). Tres historias de crímenes narradas por autores competentes que pretenden contarlas sin tocarlas, desde una atalaya de objetividad imposible de mantener. Todos sabemos que Capote terminó enamorado de Perry y deseando que le ajusticiaran para poder terminar su novela y, en mi opinión y por otras lecturas que he hecho de él, Carrère no se enamora de Rommand porque está demasiado enamorado de sí mismo. Es una autor, y ya lo he dicho más veces, que siempre entra en sus novelas a codazos, como el que en una discoteca empieza a bailar en los límites de la pista de baile pero poco a poco va empujando y presionando hasta llegar al centro porque necesita ser el foco de atención: así es Carrère.

Por si acaso queda alguien, como yo, que llega «tarde» a El adversario, me gustaría decir que es una novela que hay que leer, con una historia que no voy a destripar, que te deja boquiabierto y que al terminar solo deja una pregunta: ¿cómo fue posible?

In.
, de Will McPhail ha sido mi lectura favorita del mes. McPhail es dibujante habitual de The New Yorker, revista en la que se publican la mayoría de sus tiras, que me encantan. Todas son divertidas, punzantes, ingeniosas y me dan ganas de recortarlas y pegarlas en mi pared de viñetas. In. es su primera novela gráfica y cuenta la historia de Nick, un joven veinteañero, dibujante como McPhail, que es consciente de estar siempre encerrado en sí mismo. Decide intentar conectar con otros, con quien sea: el barman de un garito que frecuenta, su vecina mayor lesbiana que discute con su pareja a gritos mientras baja las escaleras, su madre, el fontanero, su hermana y Wren, una chica que conoce en un bar. Me ha gustado todo: la historia, el tono, la colocación de las viñetas en la página dejando espacio, aire para transmitir la idea del vacío interior y también de la nada exterior que, de alguna manera, ahoga a Nick. Esas escasas viñetas tienen muchos silencios, no hay texto pero no hace falta: por la expresión de los personajes y tu experiencia vital sabes qué está pasando, qué están pensando y sintiendo. Los personajes son entrañables, la madre es una giganta y Wren una heroína bien construida, sin superpoderes ni grandilocuencia, quieres ser su amiga. McPhail además llena la historia de su humor y hay algunas viñetas geniales: la descripción del «pelo de follar» me hizo reírme a carcajadas porque ¿quién no ha pensado eso alguna vez? El trazo lineal y sencillo cambia por completo cuando Nick consigue “conectar” con otro personaje, tener una conversación llena de significado que va mucho más allá de la superficie. Las viñetas entonces se expanden, ocupan la página y, en ese punto, donde antes solo había personajes, se llena con escenografía: grandes edificios, montañas, cielos, glaciares, espacios. En esas conversaciones profundas todo es inmenso e inabarcable, todo está por descubrir, y en esa inmensidad de las relaciones personales intensas nosotros nos volvemos diminutos, así está Nick en esas viñetas.

Me ha gustado muchísimo. Corred a comprarlo o a sacarlo de la biblioteca. Esta viñeta, con un chiste sobre podcasts, sí que está ya en una de las paredes de mi despacho.

Y con esto y un bizcocho, hasta los encadenados de febrero.

miércoles, 1 de febrero de 2023

Podcasts encadenados: bulos, venganzas, injusticias y cotilleo




Quiero empezar diciendo que tengo el firme propósito de convertir esta sección, la recomendación de podcasts, en algo con una periodicidad fija. Voy a tratar de ser realista y fijar esa periodicidad en algo asequible, así que será mensual. Puede que en algún momento un podcast me llame tanto la atención que tenga que escribirle un post entero pero como aquí las normas las pongo yo pues no habrá problema con esto.

Al lío.

El podcast que me ha tenido absorbida los últimos tres días es Hoaxed, de la productora británica Tortoise Media, responsable de Sweet Bobby, que ya comenté en su día y que también me enganchó muchísimo. En esta ocasión el mismo host, Alexi Mostrous, reconstruye la historia de un bulo que se propagó por el Reino Unido y de ahí dio el salto a los Estados Unidos. El bulo, orquestado por la pareja formada por Ella Gareeva Draper y Abraham Christie, elaboraba una teoría conspiranoica por la que en el barrio acomodado de Hampstead operaba una secta satánica de pedófilos que abusaban sexualmente de niños y asesinaban bebés que después se comían en orgías sin control. No quiero desvelar mucho más de la historia para que el que se decida a escucharlo, descubra en cada episodio algo nuevo para indignarse. La producción, como todo lo que hace Tortoise Media, es impecable. La narración se sigue con fluidez y, para los que tengan ciertos problemas con inglés, en su web está disponible la transcripción de todos los episodios para leer en el caso de que te hayas perdido aunque, ya os digo, es fácil de seguir.

Cuando estaba escuchando el episodio final, en el que ciertos personajes exponen unas barbaridades de tal calibre que me dejaron estupefacta, pensaba en las razones para algo así. Algo como esta teoría conspiranoica o cualquier otra. Siempre he pensado que cuando se lanzan ese tipo de bulos, engaños o teorías hay detrás un objetivo político, económico o personal de venganza o revancha. Eso lo entiendo: la maldad humana no me sorprende en absoluto. Lo que me llama la atención es cómo esas personas enfrentadas a la prueba irrefutable de que lo que están diciendo no es verdad, es una invención gigantesca, se agarran a su mentira con una actitud chulesca, intentando manipular agresivamente al que les enfrenta a esa realidad. Sé que todos nos aferramos a lo que creemos, a lo que queremos creer, y por eso nos cuesta ver cosas como una infidelidad o algo decepcionante en nuestros hijos, por ejemplo, pero la mayoría de nosotros, tras ese primer momento de no querer creer, cuando la realidad nos golpea entre ceja y ceja, acabamos cediendo y lidiando como podemos con el dolor y la decepción. En el caso de los conspiranoicos esto no ocurre casi nunca: las mentes malvadas que manipulan esos bulos los mantienen frente a todo, intentando sacar algún beneficio y los que les creen permanecen en esa conspiración por razones que se me escapan.

Escuchad Hoaxed porque ninguno estamos libres de creer una majadería o de ser acusados de algo gravísimo de lo que no podamos defendernos.

También británico, pero esta vez de la BBC, es I´m not a monster. Josh Baker, el host del show, sufrió un ataque suicida en Iraq. Sobrevivió y, cuando se estaba recuperando de las heridas, un conocido que le llamó para interesarse por su estado le contó de pasada que se había publicado un vídeo de una mujer americana, Sam Sally, que decía estar presa de ISIS en Al Raqa, Siria. A partir de esta llamada fortuita, Baker se lanza a investigar quién es Sam, por qué está en Siria y cómo llegó allí. Viaja a Estados Unidos para entrevistarse con la hermana y con el padre. Se publica un vídeo en el que el hijo de Sam, Matthew, aparece montando una bomba y amenazando a Trump y a los Estados Unidos. ¿Por qué Sam deja que su hijo haga eso? ¿La obligan o se ha pasado al islamismo radical? No reviendo nada si cuento que en el primer episodio sabemos que Sam está en la cárcel en Estados Unidos y que desde ese punto se reconstruye toda la historia. «I´m not a bad person, I´m not a monster», le dice Sam a Baker desde la cárcel. Este podcast juega constantemente con las ideas preconcebidas que las primeras impresiones al conocer a alguien o escuchar su historia nos hacemos todos. También nos hace pensar, y en eso puede parecerse a Hoaxed, en cómo las personas tomamos decisiones equivocadas constantemente y lo fácil que es juzgar las decisiones de los demás desde fuera («Pero ¿cómo pudo hacer eso? ¿Estaba tonta?») sin cuestionarnos lo estúpidos que todos hemos sido con algunas de nuestras decisiones vitales.

La historia de Sam Sally es la primera temporada de I´m not a monster. La segunda la tengo pendiente y cuando la escuche ya la comentaré aquí.

Por último quiero recomendar Bone Valley, el mejor true crime que se publicó el año pasado. Hacía tiempo que no me enganchaba tanto a un podcast. Con el true crime pasa  como con las palmeras de chocolate: puedes comértelas todas pero las hay malas, regulares, buenas y excelsas. En mis vacaciones de Navidad llegué a Bone Valley, una producción de Lava for God podcasts, y no pude parar hasta terminar los ocho episodios. En 1987 Leo Scofield fue condenado a cadena perpetua por el asesinato de su mujer, Michelle Scofield, y sigue en la cárcel desde entonces. Hasta aquí un comienzo de true crime al uso. Lo que lo hace diferente es que el host e investigador del podcast, Gilbert King, recibe una carta de un juez que le dice que ese hombre no solo fue condenado erróneamente sino que además es inocente*.* Y a partir de ahí decide aparcar todos los proyectos que tenía en marcha y dedicar casi tres años a investigar el caso y conocer a Leo. No quiero contar mucho más porque es un caso lleno de recovecos y giros que te mantienen alerta todo el tiempo. Cuenta, además, con una producción impresionante, un guión fantástico muy bien destilado para que la información vaya cayendo de manera ordenada y los suficientes momentos de «no me lo puedo creer» para mantenerte con el corazón en un puño y enlazando episodio tras episodio hasta llegar al final. El arte y la música merecen una mención especial, me encanta la cover y la sintonía es una canción del grupo de Leo en la cárcel. La web que acompaña el proyecto es el perfecto complemento para entender toda la historia y, además, se pueden encontrar muchas fotografías del caso y la transcripción de todos los episodios. Bone Valley es un imprescindible del género, una palmera de chocolate excelsa.

Vamos a las recomendaciones en español para los que lamentablemente se pierden todo lo buenísimo que se hace en inglés. Para los fans de Nuria Pérez, y mientras les dura la orfandad por el final de Gabinete de curiosidades, podéis escuchar Historias de las buenas, un branded podcast (pagado por) de Gullón en el que Nuria cuenta, con su particular estilo, una historia bonita protagonizada por alguien que decidió hacer las cosas de manera diferente. Como se publican los lunes por la mañana, es una buena manera de rebajar el nivel de bajona que da madrugar para enfrentarse a la semana y creer que el mundo puede ser un sitio bonito.

Relato individual de un despido colectivo es la historia en primera persona de Margot Martín contando cómo fue su despido por el ERE de Telemadrid/Onda Madrid en 2013. ¿Qué tiene este podcast de valioso? Desde mi punto de vista, abordar un tema nuevo en el mundo del podcast en español partiendo de una visión interna. Margot cuenta de manera pormenorizada lo que sucedió antes de que recibiera el burofax con su despido el 12 de enero de 2013 y lo que ocurrió después con abogados, sentencias, apelaciones… hasta llegar a la deprimente conclusión final de que no había nada que hacer. Desde mi punto de vista también hay cosas fallidas en esta narración: primero me sobra la voz en off que hace ciertas preguntas a Margot, supongo que está pensada para «aligerar». Pasa mucho en los podcasts en España: el narrador tiene miedo de «que se oiga todo el tiempo mi voz» y acude a recursos como voz en off, dramatizaciones y demás. En la mayoría de los casos, y si la historia está bien guionizada, el oyente no se aburrirá y no echará de menos nada. Eso sí, guionizar bien lleva muchísimo trabajo y muchas horas de escribir y reescribir. Por otra parte, en este relato, entiendo que es individual y, por tanto, muy personal; pero he echado de menos un poco de zoom out para encajar el ERE de Telemadrid en la estrategia política que consiste en considerar los medios de comunicación públicos como herramientas del partido en el poder para manipular y controlar la información. Un zoom out para saber cómo surgió Telemadrid, cómo creció y también cuál es su situación ahora.  

Y para terminar y en español os dejo un poco de frivolidad, cotilleo y escucha fácil: Bodas icónicas. Elisabeth Taylor y Richard Burton, la Preysler y Julio Iglesias y la Preysler y Miguel Boyer, Camilla y Carlos. ¿Es un podcast que os va a cambiar la vida? Pues no, pero mira, la frivolidad y el cotilleo tienen que tener su lugar y siempre entretiene. 

Podría seguir otras dos mil palabras pero creo que ya está bien por hoy. 

Como siempre, si escucháis algo, venid a contármelo.