Vamos con otra entrada de lecturas encadenadas para que despejar esta sección y poder ponerme a escribir otras cosas que tengo dándome vueltas en la cabeza pero que tendrán que esperar a que termine con esto.
La mitad del mes de julio, como bien saben los doscientos lectores fieles que leen todo lo que publico, lo pasé de road trip. Elegir las lecturas que te llevas de vacaciones siempre es complicado: ¿serán estos los libros adecuados? ¿será su momento en esa playa/montaña? ¿Me gustará? ¿maridarán bien unos con otros? Las lecturas de vacaciones no solo tienen que encajar con tu estado de ánimo, tienen que ensamblarse perfectamente entre ellos y con el paisaje que has escogido con las vacaciones. Yo no sabía qué estado de ánimo iba a tener, no tenia espacio en la maleta para arramplar con seis libros y así jugar sobre seguro y ni siquiera sabía como sería el paisaje. Durante días recorrí mis estanterías intentando decidir que llevarme. Pedí recomendaciones en twitter, barajé la posibilidad de comprar algo nuevo, de releer algo que fuera un acierto seguro, de llevarme esa lectura que estaba esperando su turno desde hace años. Me estaba empezando a desesperar porque la magia que normalmente me funciona para elegir lectura no parecía hacer efecto cuando revisando la estantería de mi cuarto de Los Molinos, ¿Qué hago yo aquí? de Bruce Chatwin empezó a brillar ante mis ojos. Este es, pensé.
No leí nada el primer día del viaje, ni el segundo, ni el tercero. No tuve tiempo o se me cerraban los ojos. Cuando por fin empecé a leerlo en el Lago Wenatche releí el título y pensé: es el libro perfecto, ¿qué hago yo aquí? definía perfectamente mi estado de ánimo y encajaba con el impresionante paisaje que me rodeaba. Este volumen que compré en la Feria del Libro Antiguo en mayo del año pasado recoge crónicas de viajes de Chatwin principalmente por África y Asia y retratos de personajes que fue conociendo a lo largo de su vida. Mi conocimiento del bueno de Bruce se limitaba a saber que fue un gran escrito de viajes,que era inglés y que en las fotos tenía cara de poder tener un mal día y asesinarte en el desayuno. No sabía que iba a conectar con su sentido del humor, coincidir con muchas de sus observaciones y disfrutar de su curiosidad y la manera en que retrata el mundo. Mientras iba conociendo Washington, conocí a Madeleine Vionnet, la modista que a principios del siglo XX acabó con el corsé para las mujeres aunque la leyenda popular crea que fue Coco Chanel,y al arquitecto Konstantin Melnikov, todo un personaje, cuya vivienda particular dice lo suficiente de él como para querer conocer su vida. Chatwin escribe también sobre su relación con André Malraux o con Malevich y un capítulo muy chulo está dedicado a contar su amistad con Werner Herzog. A mí Herzog me cae bien aunque algunas de sus películas, muy aclamadas, me parecen un tostón sideral. «Por favor, ¡cómo dices eso! Eso es que no la entiendes!» «Ajá, pues será eso, pero me parece un tostón».
De Herzog dice esto:
«Era también la única persona con la que pude mantener una conversación sobre lo que podríamos llamar el aspecto sacramental del paseo. Ambos compartíamos la idea de que el paseo no solo es terapeutico en sí, sino que es una actividad poética que puede curar al mundo de sus males. Su posición, al respecto se resumía en un posicionamiento tajante: "Pasear es una virtud: el turismo un pecado mortal»
A mí pasear me gusta con moderación. Me gusta ir a los sitios caminando, tener un propósito al salir a andar: ir a alguna parte, completar una ruta, caminar durante un determinado periodo de tiempo. Caminar por caminar no me parece algo poético ni especialmente trascendental pero claro yo no soy Herzog. (Sí, si..me sé la historia cuando se fue andando a ver a su amiga a mil kilómetros que se estaba muriendo. Lo único interesante de esta historia es que ella se curó, que él decidiera que le apetecía andar en vez de correr para acompañarla a mi parece poco poético y un pelín egoísta pero yo no soy su amiga y no tengo nada más que decir del tema)
¿Recomiendo a Chatwin? Pues sí. Yo desde luego buscaré alguna otra de sus obras en librerías de viejo, en ferias o en estanterías de amigos. Me ha caído bien y, además, estará siempre en mi memoria asociado al viaje de mi vida.
Al road trip también me llevé un libro de relatos de Alice Munro que no leí. A mis manos llegó, comprado en Powell´s, en Portland, Rules for a knight de Ethan Hawke. Soy muy fan de Ethan y más ahora que está envejeciendo bien y se le ha quitado la cara de pánfilo intenso que tenía de joven. No es una crítica, de joven es lo normal. Este librito que compré en una edición que casi parece de biblia, entelada en verde y con las letras doradas, es un cuentito precioso que roza, a veces peligrosamente, la autoayuda pero que consigue con acertadas piruetas no caer en ella.
Hawke escribe para sus cuatro hijos este cuentito que recoge las enseñanzas que él, convertido en un caballero casi medieval, ha recopilado a lo largo de su vida. Cómo ser mejor persona o como por lo menos intentarlo es la idea que recorre todo el libro. Desde saber escuchar a como tomar decisiones, hasta no juzgar a los demás en un abrir de ojos u obsesionarse con la belleza. Todo lo que escribe Hawke se ha escrito antes, se ha dicho antes y quiero pensar que muchos lo sabemos. Lo dificil, y esto Hawke no se lo dice a sus hijos ni al lector es ponerlo en práctica. Te pasas la vida intentandolo de vez en cuando, cuando te acuerdas, cuando tienes la calma suficiente, la paciencia, la fuerza de voluntad necesaria. ¿Recomiendo este librito? Pues sí. Es una lectura monísima y, sobre todo, si tenéis adolescentes a vuestro alrededor es posible que sea un acierto seguro. A Clara le ha encantado.
Ethan también habla del paseo y esto sí que sí voy a intentarlo. «Never make a big decision withput just walking a mile».
Y a pesar de que el libro es de 2015, una eternidad en tiempos de redes sociales, retrata muy bien lo que es ahora Instagram o Tik Tok a gran escala aunque es algo que siempre ha sido así: «Young people, ( y no tan young diría yo) often use the possesion of beauty or wealth as permission to be uninteresting, undisciplined and ill-informed». La belleza y el dinero como aval para ser maleducado, cateto e ignorante. Y cada vez más.
De vuelta a casa me decanté por un volumen con cuatro novelitas de Echenoz que había comprado por el pasado día del libro. (Ya adelanto que no recomiendo comprar las cuatro)Mi plan era leer una e ir intercalando el resto con otras lecturas pero Ravel, la primera de ellas, me gustó tanto que me lancé a devorar el volumen entero con resultado desigual.
Echenoz tiene un estilo muy peculiar que no sé si en francés fluirá mejor pero traducido a mí se me atasca. Me encuentro tropezando con las frases, teniendo que volver atrás porque he perdido el sentido de la frase, porque no encuentro el ritmo correcto para avanzar por los párrafos. Esto supone siempre un problema a la hora de leerlo pero lo solvento con alegría si el tema me interesa. En el caso de Ravel, como ya he dicho, la historia de los años finales del compositor me interesó muchísimo. Echenoz combina siempre la realidad de un personaje real, de su historia, de los datos conocidos con un tratamiento casi de ficción. ¿Sabe Echenoz qué pensaba Ravel cada día al acostarse o qué vestía un determinado día en que una de sus amantes le recogió en coche para llevarle a un barco con el que viajaría a Nueva York? No. No lo sabe pero consigue que no solo te interese sino que creas que es cierto. La segundo novelita se titula Correr y es la historia de Emil Zatopec, un personaje de mi infancia del que yo solo sabía que corría muchísimo. Mi abuelo siempre decía: «corres más que Zatopec» (a mí no me lo decía, aclaro). Esta narración tiene un tono más periodístico aunque con el mismo poso de nostalgia que caracteriza todo lo que, hasta ahora, he leído de Echenoz. Ahora que lo pienso, Echenoz escribe un poco en sepia, mirando al pasado y contándonoslo con un tono que dice: esto fue lo que pasó, puede que sucediera así pero en cualquier caso ya no importa porque nunca volverá. La tercera hsitoria, Relampágos, me aburrió soberanamente. El tema, el descubrimiento o invención de la electricidad, la rivalidad entre la corriente continua de Edison y la alterna de Westinghouse me interesa cero, me parece aburridísima y por eso el personaje, creo que inventado, de George, me aburrió hasta el infinito.
La última de las cuatro historias que componen el volumen de Anagrama se titula 14 y es una especie de crónica de los primeros días de la I Guerra MUndial para unos jóvenes franceses que se encaminan al frente sin saber lo que les viene encima. Parten con alegría, pensando que será un paseo, que acabará pronto, que volverán para la cosecha, para el final del verano (la guerra empezó a principios de agosto), que esto es una distracción de la vida real a la que volverán y todo será igual. De nuevo ese tono que comentaba antes de observación de un pasado inocente que, en este caso, el lector sabe que está a punto de saltar por los aires cambiando por completo el continente, la historia, el mundo y la manera en que, en adelante, serán las guerras. Esa guerra a la que parten acabará con la inocencia de Europa, nos convertirá a todos en cínicos, en cobardes, nos volverá más crueles.
Leed a Ethan, regaládselo a vuestros hijos, leed a Chatwin de vez en cuando y de Echenoz, ya sabéis, con moderación.
Me ha quedado un final de post de lecturas un poco bajonero pero con esto y un poquito de alegría porque ya está más cerca el final del verano, hasta los encadenados de agosto.