martes, 20 de diciembre de 2022

Irte a volar la cometa


«El verdadero mal de la clase obrera viene de la extraña locura que la pierde: la moribunda pasión por el trabajo» - El derecho a la pereza, de Paul Lafargue.

Leo en el periódico que Biden cumple 80 años, el primer presidente octogenario de Estados Unidos. En el mundo, muerta la reina Isabel II, solo hay tres dirigentes octogenarios: los de Camerún, Palestina y Arabia Saudí. Después de leer el artículo y mientras remuevo el sofrito pienso que esto habría que limitarlo. No tiene ningún sentido que un presidente del gobierno tenga 80 años, que se presente a unas elecciones, que haga campaña. ¿Es edadismo? No. Es absurdo. Pretender que alguien con 80 años aguante el ritmo que exige esa responsabilidad es ridículo. Igual que creer que con 80 años, y porque tienes mucha experiencia y blablabla, conoces la realidad de tu país. No tiene sentido. Si por mí fuera, a los 70, como muy tarde, todos a casa. Como no depende de mí seguirá presentándose a las elecciones gente muy mayor que, aunque tenga buena voluntad, no tendría que presentarse. Y cuando digo gente quiero decir señores.

De esta idea llego a la siguiente: ¿Por qué la gente sigue trabajando con 70 años? ¿Por qué pudiendo estar en tu casa, tranquilamente, disfrutando de lo que te queda de vida y llevando una vida de ocio y familia, decides machacarte en un puesto de responsabilidad?

Y lo sé.

«When you make money you feel smart. It’s as simple as that. It does short of justify who you are as a person» (esto lo leí en un artículo del New Yorker )

Vivimos en un momento (a lo mejor siempre fue así pero yo no estaba aquí para verlo y, además, como soy mujer ni siquiera hubiera tenido un trabajo hace doscientos años) en el que nos han hecho creer que tu trabajo te define. De esta mentira cuesta la vida salir porque lo primero que te preguntan es en qué trabajas. A mí me interesa más saber qué es lo último que ha leído alguien pero claro, si pregunto eso, me expongo a que me miren como si fuera un bicho raro. Los trabajos me dan igual; solo me impresionan si eres astronauta, por el pánico que me da; neurocirujano, por admiración; o librero, por la idealización. Todo lo demás me da igual, me impresiona cero y se me olvida. No todo el mundo es como yo, a la gente le impresionan los trabajos y a mucha gente le impresiona el suyo, le impresiona tanto que se aferra a él como un koala y no quiere soltarlo nunca. «Es mi deber». Normalmente esos koalas están siempre en puestos de responsabilidad y mucho dinero pero también los hay a otros niveles.

¿Por qué? Porque la sensación de creerse imprescindible les obnubila, es embriagadora. Y si hay algo en esta vida que sea una mentira absoluta es la sensación, que todos hemos sentido alguna vez, de creernos imprescindibles en nuestro trabajo, en nuestra familia, con nuestros amigos, en cualquier ámbito. Si hay algo que ningún ser humano es, es ser imprescindible y sin embargo todos lo hemos creído alguna vez, todos hemos pensado «es que si no estoy yo…». Si no estás tú lo hará otro, o la circunstancia vital que sea se resolverá de otra manera y no pasará nada. (Solo en el caso de las criptomonedas y que tú solo tengas la clave de no se qué eres imprescindible para recuperarlas, pero mira: si tienes criptomonedas te mereces perderlas).

Todos somos prescindibles pero a mucha gente le cuesta verlo y por eso les cuesta irse de vacaciones, desconectar, delegar o jubilarse. Últimamente hablo mucho de mi mayor deseo en la vida. «¿Qué tal Ana?» «Pues nada, aquí, un día menos para jubilarme». Hablo con mis compañeros de trabajo, la mayoría mucho más jóvenes que yo, y les digo: «¿Sabéis qué? Dentro de 15 años estaré jubilada… Si llego hasta ahí, estaré en casa, disfrutando de mi ocio mientras que a vosotros todavía os quedarán 25 años de curro». Es un golpe bajo, lo sé, pero es así. Hay otra gente que cuando hablo de jubilarme como mi gran proyecto de vida me contesta: «¿Pero qué dices? Te vas a aburrir». Confieso que hubo un tiempo en el que era idiota y también pensaba eso, que sin trabajar te aburrías. Era idiota y joven. Concretamente tenía 24 o 25 años. Y fue cuando mi amigo Juan dejó de trabajar después de probarlo seis meses: «A mí esto no me gusta, así que lo dejo» Él no se aburre. No se ha aburrido nunca y yo sé ahora que tampoco me aburriría. Tendría, como él, mi tiempo libre muy ocupado con miles de cosas que quiero hacer o con mucho tiempo libre dedicado a no hacer nada. Sería maravilloso. Será maravilloso.

Admiro mucho a la gente que sueña con jubilarse y se marcha del trabajo, cuando le llega el momento, como si cruzara la pasarela de Lluvia de estrellas, saludando con la mano con una actitud que dice: «ahí os quedáis». Admiro a la gente que se jubila con reticencias, «no sé como lo voy a llevar», y a los dos días está feliz y te dice «es lo mejor que he hecho en la vida». Sospecho de todo aquel que no tiene este sueño, que te dice que su trabajo le encanta, que no podría vivir sin trabajar. Hay algo raro ahí; más que raro, algo que me entristece. Querer seguir trabajando es aferrarte a pensar que tu trabajo te define o al poder que ejerces (si es que eres muy jefe) o, como comentaba antes, a la sensación de sentirte imprescindible. Y es una sensación tan engañosa, tan falsa. Hay pocas cosas menos agradecidas que un trabajo: te vas y te olvidan, te jubilas y te sustituyen, te mueres y, con suerte, mandan una corona. A la semana, el hueco que creías haber dejado no es que esté ya ocupado, es que nadie se acuerda de que en algún momento existió.

Jubilarse es un verbo que no utilizas hasta que rozas los cincuenta. De repente se convierte en una meta, en un anhelo que comparte espacio mental con otros dos: que tus hijos se independicen y que te toque la lotería. Con esas tres bolas juegas a hacer malabarismos imaginarios para ver cómo podrían encajar y alcanzar la meta, el triunfo en el juego: vivir sin trabajar. Jubilarse suena a júbilo, a bullicio, a alegría, a levantarte cuando el sol ya te pega en la cara y a echarte la siesta sin remordimiento, suena a museos por la mañana y a coger aviones los martes o los jueves por la tarde, suena a ir al mercado a las 11, suena a no saberte el calendario laboral o si ese día es lunes o viernes. Suena aperitivo, merienda y hacer cola sin prisa. Suena a deber cumplido, a tocar la pared en el escondite inglés, a sonreír y descansar. Como dice el padre de G, cuando te jubilas, “te vas a volar la cometa”.

Si queréis algo que os haga feliz, y un poquito envidiosos, seguid a jubilados en redes sociales. Ellos sí que saben. 


Podcasts encadenados. 

Siempre digo lo mismo: ojalá los españoles supiéramos contar nuestras vidas como aprenden a contarlas los americanos. An American Life es un episodio de un podcast que me encanta, Rumble Strip, que cuenta historias de los habitantes de Vermont. La host, guionista y productora, Erika Heilman tiene una sensibilidad que a mí, muchas veces, me deja al borde del llanto. En este episodio nos presenta a Vaughn Hood, el peluquero de su hermana, que resulta que tiene una vida que ya quisiera Forrest Gump. Hood es tan bueno contando su historia que solo se le escucha a él, su emoción, sus recuerdos. Nunca habéis escuchado a nadie hablar de la guerra de Vietnam así. Un episodio maravilloso. 

7 comentarios:

MG dijo...

Sueño con jubilarme desde que empecé a trabajar. Sería una jubilada excelente.

Anónimo dijo...

Tachando días en el calendario...
Pero ¡ojo!... hace 200 años, sólo las damas de la burguesía y la nobleza no tenían un trabajo. Al menos como lo concebimos ahora.
Aquí, hasta hace menos de 60 años, la mayoría de las mujeres trabajaban en el campo (labrando, regando, segando, acarreando, trillando, ordeñando, pastoreando, sacando las cuadras, atendiendo las parideras...) para la economía de subsistencia familiar o como aparceras y en casa (haciendo el pan, la matanza, tejiendo, yendo al lavadero....), en las fábricas o talleres, sirviendo en las casas acomodadas y demás.

Rataflau dijo...

Jubilarme, la lotería y que mis hijos se vayan de casa....ummmmm felicidad absoluta. Yo soy de las de “un día menos para jubilarnos, ¿eh?” camino del aparcamiento al salir de trabajar. Ya me queda menos, entre cuatro y seis años... ¡¡A por ellos, que son pocos y cobardes!!
Alehop,
Rataflau

el chico de la consuelo dijo...

Nos vamos pegando al trabajo y se termina haciendo parte de lo que eres.Si vas yendo de un trabajo a otro mal por la inseguridad pero si llevas mucho en el mismo, ponderas la aventura y la indemnizacion perdida si te vas y por ello te quedas atascado esperando la jubilacion.
En algun momento nos daremos cuenta que por esto estamos perdiendo la experiencia de la gente en sus diez ultimos años laborales.
Bsssss

Minerva dijo...

Genial, me parece genial. Tuve una compañera de trabajo que después de llegar su edad de jubilación siguió un año más... nunca lo entendí.
Yo a mis 44 años dejé mi trabajo (excedencia, pero no voy a volver) para dedicarme a mis hijos y mi casa y vivir, no ir como pollo sin cabeza de un sitio a otro.
Lo más parecido fue hace años, un año en paro, cobrando el subsidio y cuando la gente me preguntaba si no se me caía la casa encima yo sólo podía pensar que por qué, con la de cosas que puedes hacer con tiempo. El tiempo es lo más valioso que tenemos.

Esther Carrero dijo...

Me ha encantado este post, sueño con tiempo para volar la cometa, caminar al sol (de invierno) y leer leer y leer, ah y visitar librerías, exposiciones en mañanas laborables (para los demás) y desayunos tardíos leyendo la prensa y oyendo podcast.

Cristina dijo...

Yo cumplí este sueño hace justo un año, solo puedo decir que estoy muy feliz!! Mi tiempo es mio!