jueves, 17 de febrero de 2022

Le sigo en redes


A la entrada hay cola pero dispersa, como si los que están esperando no quisieran que la gente supiera que están esperando, como si fueran invitados de lujo que pueden no hacer cola porque dentro tendrán un sitio, el suyo, reservado. A pesar de la difusión de sus límites, no me fío y pregunto. No quiero colarme pero tampoco quiero quedarme detrás de alguien, haciendo el panoli, para luego darme cuenta de que están ahí, parados en medio de la calle Fuencarral, por algún otro motivo que no es entrar en la presentación de un libro. Me coloco detrás de un par de chicas (sí, son chicas, son más jóvenes que yo, mucho más jóvenes...). Una es altísima y muy guapa, con el pelo muy oscuro y las auténticas hebras de canas. Pruebo a contárselas, quizá tenga siete, ocho, doce pero las tiene estratégicamente repartidas para que, dado lo joven que es, parezcan interesantes. Lleva una mascarilla muy muy fea, que se nota escogida con mimo. No puedes tenerlo todo: ser alta, guapa, con canas interesantes, simpática y con gusto para las mascarillas. Hay que elegir. «¿Has leído algo del autor?» le pregunta su amiga. «No, nada, pero le sigo en redes» contesta ella. En el control de seguridad recojo un mechero que se les ha caído y se lo doy. Me sorprende que fumen, que lleven mechero, no sé porqué tengo la sensación de que ya casi nadie fuma. «¿Viene usted al evento?» Asiento y mientras dejo el bolso en la cinta de seguridad pienso que hay que hacer algo para dejar de usar la palabra evento para todo. "Eventos, bodas y celebraciones", "El mayor evento del podcasting", "Hay que convertir ir al cine en un evento". Ya. Basta. Esto es la presentación de un libro. Mientras subo las escaleras detrás de las dos chicas pienso que presentación de libro tampoco me gusta. Estoy enfurruñada, cansada y me duele el hombro izquierdo. Hace cuatro años, cuando me operé del izquierdo, me dijeron: «es probable que en unos meses u años te de guerra el otro, porque el operado se protege y el otro sufre» A mí, aquello me pareció un poco profecía de posos de café, recuerdo que pensé: soy diestra, el hombro izquierdo no me dará problemas. Mientras me quito el abrigo con muchísimo cuidado para que no se me salten las lágrimas y me siento oteo al público. Rango de edad, desde los setenta y muchos a los veinti pocos. Un autor de amplio espectro, como el Monopoly, "De 0 a 99 años". Repaso un poco por encima y digamos que mitad hombres y mitad mujeres. Sitios vacíos. Habían anunciado el completo pero, en estas cosas, siempre hay gente que reserva y como es gratis no aparece. No hay que ser esa gente. A lo mejor hay más gente por ahí que solo conoce al autor por redes y se ha quedado con las ganas de venir a comprobar en persona merece la pena. 

Empieza el acto. Son todos iguales. El que escribe y el que presenta que siempre sale con su ejemplar leído, con las esquinas dobladas o con mil quinientos posit de colores, y un montón de páginas escritas. Es una pose que solo puede decir dos cosas: preparo oposiciones o me he leído el libro y me lo sé mejor que nadie. En las presentaciones en este sitio siempre me fijo en los pies de los protagonistas del acto, en sus zapatos. El autor lleva calcetines amarillo pollo. ¿Se los habrá puesto por coquetería esperando que alguien se percate o se los habrá puesto por desesperación, porque eran los únicos limpios en el armario, y espera que nadie los vea? Me distraigo intentando saber si lleva los dos calcetines del mismo color o su cajón de calcetines es como él y lleva uno amarillo y otro morado. En primera fila hay unos zapatos fucsia. ¿Me atrevería yo con esos zapatos? 

«Tener la culpa es una cosa feísima» ¿De cuántas cosas tengo ya la culpa? Peor que ser culpable, es echarle la culpa a otro. Me distraigo pensando muy de refilón, porque no quiero entrar ahí, en la cantidad de cosas de las que soy culpable y en que más feo que tener la culpa es echársela a otro y en la cantidad de gente que es un profesional de batear culpas hacia los demás. Cuando vuelvo al acto, el señor que está a mi derecha está roncando. Pero, pero, pero...¿en primera fila? ¿apoyado en el hombro de su amigo? Casi me indigno pero se me pasa porque me solidarizo con él, estoy agotada y me duele el hombro. ¿Y si me apoyo en él y hacemos un trenecito de gente durmiendo como el que hacía con mis hermanos en el Seat 131 de mi padre? «Pensamos que el futuro va a tardar muchísimo en venir» Depende de qué futuro, el fin de semana siempre tarda muchísimo en venir, pero, por ejemplo, yo ahora mismo veo los cincuenta ahí, ya, entrando por la puerta. El futuro que siempre tarda en llegar es el de «cuando tenga tiempo», dudo incluso que sea un futuro, creo que no existe, es Narnia. Ahora mismo creo más en la existencia de Narnia que en el "cuando tenga tiempo".  Reconozco gente que no me conoce, gente a la que a lo mejor le sueno pero que achinaría los ojos con cara de pensar muy fuerte si me acercara a saludarles. No lo haré, prefiero creer que se van a quedar pensando «mmm...la conozco de algo». 

«No dimitir es una invención española que tenemos que defender porque tampoco inventamos tanto» El autor está contento, feliz incluso. Se le nota todo y yo me alegro por él. 

¿Y si escribo sobre esto? pienso cuando me marcho. 

¿Y si me compro unos calcetines amarillos? 

1 comentarios:

Ana Centurion dijo...

Cariño, como me gusta leerte!