«Tenía la sensación de que este pequeño alivio, esta ligereza de espíritu, era debido a la presencia de ella. Él había sido responsable de todo durante mucho tiempo. Ella, la extraña, la extrajera, de sangre y mentalidad ajenas, no compartía su poder o su conciencia o su conocimiento o su exilio. Ella no compartía nada con él, sino lo que había conocido y se había a él total e inmediatamente por encima del abismo de sus grandes diferencias: como si fuera tal diferencia, la disparidad entre ellos, lo que les había hecho conocerse y, al vivirlas, los había liberado».
Este volumen lleva dos cuentos y una breve nota del editor, Juan Gorostidi, en la que nos presenta a O.Henry, un personaje cuando menos curioso. Le ocurrieron mil aventuras, fue farmacéutico, peón y cajero de banco. En 1896 huyó a Honduras porque fue acusado de desfalco en Estados Unidos. Allí conoció a un ladrón de trenes, Al Jenning y, además, y por eso todos deberíamos conocerle, acuñó el término "república bananera". O. Henry escribió más de 380 relatos inspirados en la vida cotidiana, los rateros, las familias, las parejas, la ciudad. Estos dos relatos transcurren en Nueva York, son cuentos sencillos y tranquilos pero cargados de sensaciones. En la primera línea estás enganchado a la historia de esos personajes cercanos, tan cotidianos que hacen que roces la compasión al acercarte a ellos. No quiero destriparos los cuentos pero os los recomiendo infinito. Las ilustraciones de Mikel Casal son fabulosas, consiguen transmitir el ambiente y el tono, muy diferentes entre ambos cuentos. Sé que es un libro que voy a regalar muchísimo.
El siguiente libro del mes lo compré en la Feria del Libro Viejo anteriormente conocida como Feria de Otoño y en la que siempre llovía. Llegué a él porque lo recomendaron en La Cultureta y se llama
Usos amorosos de la posguerra española, de Carmen Martín Gaite. Hacía veinte años que no leía a Martín Gaite y se me había olvidado la espectacular escritora que fue. Este libro deja claro desde el título de qué va, es un ensayo sobre lo complicadísimo, frustrante y limitador que era ser mujer joven en los años 40 y 50 en España. Debo decir que esperaba un poco más de sexo y con sexo me refiero a conocer cómo se enfrentaban las mujeres de hace setenta años a la realidad del sexo. Despojadas del noviazgo y alcanzada la supuesta tierra prometida del matrimonio ¿Cómo vivían la realidad de la cama? Pero de eso no hay nada en el libro. Martín Gaite escribe maravillosamente bien, consultó un millón de fuentes para componer este ensayo y, además, tiene un sentido del humor ingenioso y fino que hace que la realidad de lo que cuenta parezca menos trágica, pero lo era.
Leyéndolo me he dado cuenta de que a pesar de todo lo que tenemos que mejorar ahora mismo, estos días, con respecto a la situación de la mujer en nuestra sociedad, estamos a años luz de lo que soportaron nuestras madres o nuestras abuelas. Las mujeres hace setenta años eran tratadas de una manera ridícula y muy restrictiva. Consideradas poco menos que tontas útiles y utilizadas siempre a mayor gloria de los supuesto valores masculinos que siempre eran, por supuesto, absolutos y completos. Podemos creer que nada ha cambiado pero leyendo a Martín Gaite te das cuenta de que sí hemos avanzado.
Me encanta la dedicatoria, es tierna, certera e intemporal.
«Para todas las mujeres españolas, entre cincuenta y sesenta años, que no entienden a sus hijos. Y para sus hijos, que no las entienden a ellas».
Y me alegra comprobar que, menos mal, que no nací en los años treinta.
«Analizar las cosas con crudeza o satíricamente no parecía muy aconsejable para la chica que quisiera sacar novio. Se les pedía ingenuidad, credulidad, fe ciega».
La casa de la colina de Erskine Caldwell dormía el sueño de los justos en mi estantería de libros pendientes desde que el año pasado me hice con él en la Feria del Libro de Otoño en un día en el que llovía y hacía frío y mis hijas protestaban porque "mamá, no tienes vida para todo lo que quieres leer". Dormía tranquilamente convencido de que le llegaría el turno y, le llegó.
Descubrí a Caldwell hace ya seis años y la impresión que me causó no se me ha olvidado. El camino del tabaco fue la primera novela suya que leí y recuerdo la sensación que me provocó su lectura, la aridez, la dureza, la historia, el carácter de los personajes. Recuerdo la historia pero recuerdo con más nitidez, el calor, la luz, la aspereza en el tono. Desde entonces he leído un par de ellas más y todas me han dejado una profunda impresión.
La casa de la colina es una historia de Caldwell, creo que la reconocería en cualquier sitio, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. No hay ni una concesión a la belleza ni a la bondad y no porque rehuya contarlo sino porque, muchas veces, en la vida no hay ni belleza ni bondad. Otra vez encontramos familias ricas venidas a menos en el sur de Estados Unidos que se aferran a una vida que ya sólo existe en sus cabezas y sus recuerdos. Sus casas, su estilo de vida, sus convicciones se desmoronan pero ellos se niegan a aceptarlo. La evidencia de la desaparición de su mundo les abruma y se vuelven crueles, vengativos, o quizás siempre lo fueron y es, la desesperación la que acentúa esa maldad. Esta novela es, además, muy cinematográfica, me sorprende que no se haya hecho una película de ella, de hecho podría hacerse ahora mismo y tendría vigencia.
La edición que he leído es de 1960, y leyendo el perfil biográfico que redacto el editor tuve una sensación muy rara porque en aquel año, Caldwell estaba vivo, no era alguien del pasado, era actual. Caldwell, además, es todo un personaje. Estuvo casado cuatro veces, una de ellas con
Margaret Bourke White que, a lo mejor no sabéis quién es, pero es una mujer que fue la primera en casi todo. Fue fotógrafa y una de sus imágenes fue la primera portada de la revista LIFE en 1936. En 1930 fue la primera persona autorizada a fotografiar la industria de la Unión Soviética y en 1941, cuando Alemania invadió la URSS fue la única periodista en territorio soviético, allí estaba con Caldwell con el que que se había casado en 1939.
El último libro del mes ha sido un cómic:
Crónicas de Jerusalén de Guy Delisle. El dibujante canadiense pasó un año en Jerusalén porque su mujer, que trabaja para Médicos sin fronteras, fue destinada allí. Delisle realiza una especie de diario de esos doce meses en los que mezcla sus problemas familiares y de logística con sus hijos, el coche, los vecinos, la guardería, la niñera y demás con sus paseos por la ciudad y sus alrededores y sus encuentros con distintos personajes. Delisle intenta, a través de sus dibujos, entender lo que ve, lo que vive y cómo se ha llegado a esa situación. ¿Qué es Jerusalén? ¿Por qué el muro que divide Israel? ¿Qué diferencia y qué une a palestinos e israelíes? ¿Cómo viven? ¿Cristianos, judíos, musulmanes, cómo conviven? Delisle tiene un estilo muy reconocible, sencillo, muy lineal pero muy evocador. Además, tiene un sentido del humor muy negro que hace que me identifique mucho con él. Creo que me gustó más el de Pyongang pero quizás fue porque Corea me era desconocida y, sin embargo, sobre Jerusalén he leído mucho más. En cualquier caso, os recomiendo mucho a Delisle.
Mi última recomendación del mes no es un libro, es el documental sobre Joan Didion que se acaba de estrenar en Netflix.
Y con esto, un fin de semana por delante para leer y haraganear y un bizcocho, hasta los encadenados de noviembre.