No puedo explicar el motivo, el impulso, el pálpito que me hace elegir el libro que voy a leer. Es una sensación en las tripas de que le ha llegado el turno a ese libro, que es su momento en nuestra relación, que ese es justo el día en que tiene que salir de la estantería y pasar a ser manoseado, llevado, traído. A partir de ese día tiene que vigilar mis sueños, conocer mi coche, mi despacho y hacer amistad con las mil cosas que llevo en el bolso. Es una sensación tan potente que si por alguna razón paso de ella y cojo otro libro, uno distinto del que me ha "llamado"... a los pocos días, un par de ellos normalmente, tengo que rectificar, volver a la estantería y decir "Lo siento, lo he intentado pero no puedo olvidarte".
La Broma Infinita llevaba dos años en mi estantería. Lo compré en el ya muy lejano verano del 2014, en el año del tiempo subsidiado por la mirtazapina, y desde entonces reposaba en la estantería, esperando su turno. En junio, la (terrorífica) familia feliz que ilustra su portada me miró y me dijo: Tú y yo, agosto, tenemos una cita.
Y allí estábamos. 1 de agosto, el tocho infinito de David Foster Wallace y yo. Me faltó vestirme de Indiana Jones o de Edmund Hillary para enfrentarme a la aventura, al reto. Ahora que lo pienso quizás hubiera sido mejor una levita y una chistera, un rollo duelista: o ganaba yo o ganaba él.
A principios de septiembre seguimos mirándonos muy fijamente a los ojos pero ya puedo decir que he vencido el miedo inicial a no ser capaz de conseguirlo, a no encontrar el ritmo. He saltado alegremente sobre el temor a que David Foster Wallace me cerrara la puerta en las narices y pusiera un cartel que dijera "reservado el derecho de admisión" y, ahora mismo, a ratos chapoteo con el agua por la cintura en torrentes de aguas marrón chocolate en los que creo que me ahogaré, en otros corto maleza a machetazos para hacerme paso en una selva que parece impenetrable y en otros corro hacia la orilla mientras me desnudo feliz pensando en el baño que me voy a dar en el maravilloso mar que DFW ha puesto ahí para mi disfrute. (Normalmente cuando más estoy disfrutando del baño en pelotas en el mar, llega una ola o un tiburón o un trasatlántico).
Leer La Broma Infinita es como estar en un capítulo de La Pantera Rosa que se llama Physicolic Ink. Este pensamiento tan raro lo tuve mientras DFW me abría la puerta de su cabeza y me dejaba entrar. Mis pasos resonaban en el enorme vestíbulo y todo parecía real, normal y reconocible y, al mismo tiempo, extraño, descolocado, como entrar en una habitación en la que las alfombras cuelgan del techo y las lámparas surgen del suelo.
El pensamiento y el recuerdo fue tan fuerte que a los pocos días, cuando ya estaba correteando alegremente por todas las habitaciones de la mansión mental de DFW busqué el capítulo en cuestión y, en fin,... no sé que me dio más miedo si encontrar extrañamente lógica la asociación entre ambas cosas o los mil y un mensajes que he visto al revisionar el capítulo. ¿En serio la Pantera Rosa juega al golf con una I y una J (Infinite Jest) y le pega con la bola (el punto de la I) al hombrecillo que cuida del libro y que es DFW y casi muere?
Leer La Broma Infinita ha cambiado algunos de mis hábitos lectores. Por primera vez en mi vida tengo dos marcapáginas señalándome la lectura y guardo, además, un lápiz entre las páginas porque, también por primera vez en mi vida, estoy subrayando y apuntando cosas en los márgenes. Cosas personales, muy personales, ideas, nombres, pensamientos... es un libro que no va a leer nadie más que yo, así que no me importa dejar mi rastro, el mapa del tesoro marcado... pero pensando en esto he decidido que en el futuro no volveré a prestar ninguno de los libros verdaderamente importantes de mi vida. Los regalaré nuevos, a estrenar, pero no los míos.
Estoy leyendo La Broma Infinita en el año del tiempo subsidiado por el vino y me está encantando aunque, a veces, me encuentre boqueando buscando aire, otras llore amargamente por encontrarme con párrafos que parece que hablaban de mí en aquel verano de 2014 y otras simplemente piense: madre mía que genio hay que ser para escribir así.
–¿Has terminado ya La Broma Infinita? Tengo la impresión de que llevas siglos leyéndola.
Siglos no creo pero todo septiembre seguro que sí.
6 comentarios:
Joder, el corto de la psicodelia... no se si eso implica que el libro es un tesoro o una trampa, pero por si acaso lo anoto en la lista de quizás
Cómo me alegro de que sigas avanzando en esa Inóspita Jungla.
Y me alegro, sobre todo, porque tengo ganas de leer la crítica final, la verdadera.
De momento con el corto de la Pantera Rosa me han hecho los ojos chiribitas.
Si en vez de golf, la J hubiera sido una raqueta de tenis... el acabose.
Siguiendo tu recomendación...acabo de leer "Manual para señoras de la limpieza" de Lucía Berlín. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con la lectura. ¡Gracias!
Tenia pensado seguir con "Años luz" de Salter pero creo que me voy a poner con el cómic del gato detective ("Backsad")hasta que se me pase un poco el hechizo de Lucía Berlín.
A mi me gustan los libros encadenados. Nati
Está como una regadera y aún nado en la charca marrón. Dentro de la locura hay destellos de cordura que impiden el ahogo completo e irremediable.
Lo he aparcado para leer La forja de un rebelde, pero volveré. Y si no vuelvo que le den, como a Faulkner, que aun me debe (segun la critica) mi supuesto premio de la última parte del libro, compensacion de los dos infernales primeros tercios de El ruido y la furia.
Estoy leyèndolo, es como entrar en su cabeza como bien decís. Un beso
Estoy deseando que lo termines.
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