Llegó un día a su despacho y observó con sorpresa que la mesa que había enfrente de su puerta estaba ocupada. Se había acostumbrado a verla vacía. Pensó, que la verdad es que no sabía si había estado vacía u ocupada por alguien que no le había dejado ningún tipo de recuerdo.
Pasó, dio los buenos días y se sentó en su sitio. Había un chico nuevo en la oficina, pero no sabía ni quien era ni porqué lo habían colocado ahí, ni por supuesto a qué se dedicaba. Tenía pinta de joven alternativo con camiseta, zapatillas, una chupa de mendigo, pendiente y un parecido alucinante con su hermano pequeño. Trabajaba parapetado tras 2 pantallas de ordenador, con los cascos puestos y parecía que hacía algo.
Ella llevaba en la empresa desde que no había ni empresa, ni despachos, ni mesas ni ordenadores. Estaba allí antes de que llegara nadie y después de casi 10 años allí seguía. Conocía a muchos de los que se cruzaba por los pasillos, otros le sonaban y algunos eran completos desconocidos. La verdad es que tampoco hacía mucho por relacionarse. Las pandillas en el curro nunca le habían atraído, le parecía que levantaban falsas expectativas de amistad y estaban creadas sobre la necesidad de querer compartir la sabiduría que crees que tienes con alguien que por obligación no se puede pirar de la mesa de al lado y pasar de ti. Opinaba también que se basaban en la absurda autoexigencia de la gente de “caer bien”.
A pesar de todo, el desconocido tirando a mugriento le cayó bien, le pareció simpático. Le dio la impresión de que algo tendrían en común, no sabía muy bien qué, pero por lo menos no le provocaba rechazo instantáneo como la mayoría del personal. Le moló que el tío no hiciera nada por caer bien, simplemente estaba sentado con pinta de “ vengo, hago mi curro y me piro a otra cosa mejor”.
Le hacía gracia que a la pregunta: buenos días, ¿ qué tal? El contestara siempre: estoy harto de venir aquí.
A través de unas cuantas frases cada día, descubrieron cosas que tenían en común: los dos tenían un blog, a los dos les gustaba leer, los dos tenían un humor negro bastante parecido y los dos creían que el trabajo jamás debe estar entre lo que te quite el sueño por la noche.
Había otras muchas cosas que no compartían, a él le gustaba la música ratonera y era un sufridor atormentado. Escribía para hacer literatura y hacía unas fotos alucinantes que hasta ella que es negada para la fotografía admiraba. La melancolía era su estado natural y por eso siempre andaba con los hombros caídos y arrastrando los pies. Llevaba un mochila que parecía pesar como si sobre sus hombros estuvieran todos los problemas del planeta. Otros días simplemente estaba intensamente cabreado con el planeta. ¿ Qué tal? “ Mal, todo es un asco”.
Un buen día él decidió hacer algo para para aparcar su melancolía, dejar de irradiar tristeza y dar un giro a su vida. Se marchó a París siguiendo a su chica para que sus días de felicidad dejaran de depender de los vuelos de Easyjet.
Ella sigue allí.
Pasó, dio los buenos días y se sentó en su sitio. Había un chico nuevo en la oficina, pero no sabía ni quien era ni porqué lo habían colocado ahí, ni por supuesto a qué se dedicaba. Tenía pinta de joven alternativo con camiseta, zapatillas, una chupa de mendigo, pendiente y un parecido alucinante con su hermano pequeño. Trabajaba parapetado tras 2 pantallas de ordenador, con los cascos puestos y parecía que hacía algo.
Ella llevaba en la empresa desde que no había ni empresa, ni despachos, ni mesas ni ordenadores. Estaba allí antes de que llegara nadie y después de casi 10 años allí seguía. Conocía a muchos de los que se cruzaba por los pasillos, otros le sonaban y algunos eran completos desconocidos. La verdad es que tampoco hacía mucho por relacionarse. Las pandillas en el curro nunca le habían atraído, le parecía que levantaban falsas expectativas de amistad y estaban creadas sobre la necesidad de querer compartir la sabiduría que crees que tienes con alguien que por obligación no se puede pirar de la mesa de al lado y pasar de ti. Opinaba también que se basaban en la absurda autoexigencia de la gente de “caer bien”.
A pesar de todo, el desconocido tirando a mugriento le cayó bien, le pareció simpático. Le dio la impresión de que algo tendrían en común, no sabía muy bien qué, pero por lo menos no le provocaba rechazo instantáneo como la mayoría del personal. Le moló que el tío no hiciera nada por caer bien, simplemente estaba sentado con pinta de “ vengo, hago mi curro y me piro a otra cosa mejor”.
Le hacía gracia que a la pregunta: buenos días, ¿ qué tal? El contestara siempre: estoy harto de venir aquí.
A través de unas cuantas frases cada día, descubrieron cosas que tenían en común: los dos tenían un blog, a los dos les gustaba leer, los dos tenían un humor negro bastante parecido y los dos creían que el trabajo jamás debe estar entre lo que te quite el sueño por la noche.
Había otras muchas cosas que no compartían, a él le gustaba la música ratonera y era un sufridor atormentado. Escribía para hacer literatura y hacía unas fotos alucinantes que hasta ella que es negada para la fotografía admiraba. La melancolía era su estado natural y por eso siempre andaba con los hombros caídos y arrastrando los pies. Llevaba un mochila que parecía pesar como si sobre sus hombros estuvieran todos los problemas del planeta. Otros días simplemente estaba intensamente cabreado con el planeta. ¿ Qué tal? “ Mal, todo es un asco”.
Un buen día él decidió hacer algo para para aparcar su melancolía, dejar de irradiar tristeza y dar un giro a su vida. Se marchó a París siguiendo a su chica para que sus días de felicidad dejaran de depender de los vuelos de Easyjet.
Ella sigue allí.
La foto es de Ramón S. Steiner.
13 comentarios:
¡Qué halago! Muchísimas gracias. :D
mmmmm..esta entrada en plan relato me ha gustado Rubi, a ver si tendras que ir pensando en escribir alguno de vez en cuando....jijiji...Hazme caaaaaaso ;)
Por cierto, las fotos, realmente preciosas
Por un momento creí haberme equivocado de blog al ver un relato escrito en tercera persona...
Me he tirado un buen ratito viendo las fotos de tu ex-compi. Me parecen una auténtica pasada. Tiene buen ojo este chico...
Ya sé que no es mi estilo..pero salió así.
Que fotos más tristes. Con la cantidad de cosas bonitas que hay en el mundo, la sonrisa de niño, una amapola en un trigal, un ocaso en Lanzarote, una tía en pelotas, etc, etc.
Ramón el tristón emigra a París detrás de una ilusión.
ZP está contento: UN PARAO MENOS.
Don Mendo
Hola Moli:
Un buen relato para volver a leerte. Y unas fotos vigueras las de tu excompañero.
Se acaban las vacaciones, ya vuelvo a tener Internet, y se acerca la vuelta al trabajo. Por lo menos podré entretenerme con los blogs que me gustan.
Un abrazo
Las fotos están extraordinarias, realmente,y el relato también, muy digno de tí, me han gustado mucho, los dos...
Ella sigue alli.
¿Y le echa de menos?
He perdido mucho tiempo con las fotos, me parecen realmente buenas!
PS: ¿Porque los anónimos siempre son estupidos, deprimentes, etc? ¿O mejor dicho... por qué los estupidos, deprimentes, etc, siempre son anónimos?
Don Mendo, disculpas.
Me has dejado con regomello, que lo sepas.
Defíneme música ratonera...
Ahora va a resultar que no se te daría nada mal escribir. Que escribes ya lo sé, pero que lo sabes hacer con tanto estilo te lo tenías muy callado.
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