martes, 23 de abril de 2019

Un escaparate en Asturias

Huele a lilas en el coche de vuelta. A lila. Solo robé una de la casa del médico de la colonia Solvay, la única que alcanzaba sin subirme a la valla. Ya tengo una edad para saltar vallas en pueblos que no conozco, en Los Molinos la hubiera saltado armada con unas tijeras de podar pero en esa colonia tan belga, tan ordenada, tan inesperada no me pareció adecuado. Asturias huele a verde y a eucalipto aunque no llueva y suena a viento aunque no sople. En la playa, tumbada en una manta de cuadros rojos, con vaqueros y camiseta me siento increíblemente cercana a los Cazalet, la familia protagonista de la novela que estoy leyendo. A veces hay que leer novelas en las que lo que pasa es la vida sin preguntarse por vivir, novelas en las que las preocupaciones son lo que van a comer, el vestido que van a llevar y ser increíblemente educados. Nada como una buena novela inglesa para relajarte en una playa. Y nada como una multitudinaria familia vasca para arruinarte ese placer colocándose a tres metros de ti cuando hay toda una playa para disfrutar. No sé si son vagos o mi campo magnético les atrae. Los miro enfurecida intentando que a través de mi gesto displicente y mi bufido comprendan que no son bien recibidos pero, por supuesto, me ignoran. Dejo el libro y los observo. Son como los Cazalet. Los abuelos van de la mano y eso me enternece, me los imagino entrañables y cariñosos. Ella protesta porque tiene frío y él responde a todos sus nietos, que son legión,  con un «pues claro que sí, cariño». Tienen cuatro hijos, todos cortados por el mismo patrón y ya talluditos, ninguno va a volver a cumplir cuarenta y cinco. Las nueras son más dispares y todos están reunidos alrededor de una cantidad de bolsas increíble: comida, agua, ropa para cambiarse. Ni un libro. Los nietos salen corriendo a jugar al fútbol, los abuelos están plantados en la arena sin saber qué hacer, alguien se ha dejado sus sillas en el coche y aunque todos los hijos se ofrecen para ir a buscarlas la madre dice «no, hijos no, tengo frío para sentarme». Al final el grupo se dispersa, las nueras se van a caminar por la orilla, los abuelos por el paseo de madera a recorrer la ría y los hijos se quedan alrededor de las bolsas mirando a lo lejos el partido de fútbol de los nietos. «Mamá no está bien. No se entera de nada o hace que no se entera. Desde lo de Pablo apenas me dirige la palabra, no me habla». ¿Quién es Pablo? A veces, me gustaría que las conversaciones de los demás vinieran audiodescritas, como en las películas. O mejor, con notas al pie, *Pablo es un hermano díscolo que decidió hacer carrera como actor porno y su madre no se lo ha perdonado. 

Recorro lugares en los que estuve hace casi seis años, con otra vida y otras personas. No siento nostalgia ni tristeza. Me alegro de volver y de saber que todo salió bien. En Lastres encuentro el mejor escaparate del mundo, con vistas al mar a través de una ventana invadida de hiedra, se asoma una antigua tienda de antigüedades, la misma tienda lo es. Aparcados en su puerta hay un barco azul y un todoterreno, con una toalla colgando del retrovisor izquierdo. En el escaparate hay un mal paisaje que podría ser el Capitan en Yosemite pero que probablemente sea un picacho asturiano que no soy capaz de reconocer. Hay un busto femenino de mármol de esos que se usan como modelo en las clases de pintura parece tímida, desubicada, harta de sus compañeros de ventana. Las obras escogidas de Oscar Wilde se apoyan en una lata antigua de pimentón puro de Juan Antonio Sánchez Laorden de Santomera, Murcia que hacen pareja con la mítica lata de ColaCao. Oscar Wilde, pimentón y Colacao. Ojalá ser dadaista para escribir un poema con esto.  Hay un retrato en blanco y negro de una dama de perfil que también necesitaría una nota a pie de página o, al menos, un subtítulo. Más libros y un ejemplar de Armamento Portatil Español 1704-1830 de Bernardo Barceló Rubí.  En las rodillas de una armadura se apoya un papel en el que se puede leer "para avisos llamar aquí". Fantaseo con la idea de que el teléfono sea de la armadura y puedas llamar a ese teléfono si necesitas un caballero andante o un fantasma para asustar a alguien. Justo por encima del yelmo un cartel de Securitas Direct. Sonrío. La esquina derecha parece un bodegón sobre la futilidad de la vida: un cuadro de flores, más libros, una lámpara vieja, una salsera. .  No resisto la tentación y pego mi cara a la cristalera: dentro hay una cueva de tesoros increíbles. Ojalá la armadura me abriera la puerta y pudiera pasarme la tarde escudriñando la vida de todos esos objetos. Sería un local fantástico para una librería. 

Hace muchos años conocí a Julián, cuando ni él era Julián ni yo era Ana, cuando éramos nicks anónimos.  Él estaba mal, yo estaba regular, los dos nos quejábamos amargamente del tiempo en la meseta, del sol, del calor, de la ausencia de lluvias, de nubes, del secarral, del amarillo que todo lo invade y que te seca la vida. He ido a Asturias a conocerle en persona   , a alojarme en su hotel, a comer la mejor fabada del mundo y a comprobar, una vez más, que internet no me ha traído nada más que cosas buenas y que Julián sigue siendo gruñón pero es un gruñón feliz. 

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bonito.

Anónimo dijo...


yo tambien soy un cleptomano de las lilas.

Anónimo dijo...

No conocia la colonia Solvay! Que maravilla...la buscare. En cantabria hay " areas de influencia" de madereros belgas, muy curiosas. Es la pera que huyendo del sol de Madrid ( yo tampoco soporto Madrid ni sus cielos) nos encontremos una Asturias soleada. Pero el norte esta asi, este invierno. Julian parace contento ( y contenido). Yo tambien tengo fantasias de huir, pero fuera del pais, a Portugal, por ejemplo. Gracias por el texto .

Anónimo dijo...

Llevo tiempo leyendo el blog y nunca me había animado a comentar. Me gustan, sobre todo, las lecturas encadenadas, además de compartir muchas de tus opiniones.
En este caso me he dejado llevar por la foto del escaparate sin fijarme en la mancha fucsia que destaca en el centro. Ha sido cuando he leído el texto y he visto el nombre de mi padrino en él, Bernardo Barceló Rubí, que he vuelto a la foto y he reconocido ese rosa chillón de la portada entre los demás objetos.
Él murió hace 15 años, pero de una manera recurrente y sorprendente me voy topando con su libro en lugares cada vez más insospechados. Y más sabiendo que era un manual muy especializado y con un público muy concreto, que se autoeditó por el puro placer de ordenar su conocimiento sobre la materia, que era enciclopédico.
Seguramente has nombrado su libro como podrías haber nombrado cualquier otro de los del escaparate mágico, pero aún sin intención, tu post me ha provocado una sonrisa cómplice y un recuerdo para él. Te lo agradezco mucho.
Un abrazo.

molinos dijo...

Ey, Anónimo, qué ilusión. Esta es la magia de internet. NO he nombrado ese libro como otro cualquiera. El caso es que nos fijamos en él cuando nos acercamos al escaparate. En ese y en el de Oscar Wilde. Cuando escribí el post no recordaba el nombre del autor y fue estupendo poder ampliar la foto y hacer un poco de averiguaciones hasta encontrarlo. Es un libro que sorprende porque dices ¿Pero quién publicaría esto?

Me encantan las casualidades :)

Un abrazo