jueves, 15 de noviembre de 2018

De abuelos y nietos

No sé cómo empezó aquella rutina ni cuanto tiempo la mantuve, creo que solo un año, hasta que él murió. Tenía dieciséis años, no sabía peinarme y llevaba unas hombreras que me dejaban sin cuello, como un quaterback o como Quasimodo. Además llevaba diadema o cinta y, en general, tenía aspecto de poca cosa, de miedo con patas, de saco de inseguridad con pulso. Con esa pinta y esa falta de confianza no me explico cómo conseguí que Nikitas accediera a llevarme en su Vespino hasta Colón. Nikita era uno de los cinco niños que las monjas de mi colegio habían conseguido reclutar para poder poner que 3º de BUP era "mixto". Aquellos cinco pobres, reclutados entre los más repetidores de los repetidores de los colegios de la zona, llegaron a nuestro colegio y se vieron sobrepasados en número, hormonas y absurdez por todas nosotras. Como en las buenas pelis americanas de sobremesa, cada uno de ellos adoptó un papel: el huraño, el galán popular, el guapo inaccesible, el gay escandaloso y el normal. Nikitas era el normal. Era un completo desastre académico y un misterio en su vida fuera del colegio pero era normal, significando normal que podías hablar con él sin que eso implicara ningún tipo de interacción del tipo "nos tenemos que gustar". Y era divertido. 

Los viernes,al terminar las clases, me subía en su Vespino y abrazada a su cintura para no caerme, atravesábamos Padre Damián, Paseo de la Habana antes de adentrarnos en el terrorífico túnel de Azca para salir a la Castellana. Acabo de darme cuenta de que después de aquellos viajes en la moto de Nikita, nunca más he ido en moto por Madrid. Me dejaba en Colón y desde ahí caminaba hasta la casa de mis abuelos para comer con ellos. Todos los viernes de 3º BUP repetí esta rutina. A veces, la comida me encantaba y otras veces mi abuela hacia pato a la naranja. Nos sentábamos en la mesa del comedor, cada uno en su sitio y supongo, no lo recuerdo, que yo les contaba cosas del colegio, me quejaba de mis hermanos y escuchaba sus historias. Tras la siesta de mi abuelo, le ponía la merienda y le ayudaba en su despacho. Él tenía artritis o artrosis (nunca sé cual es) y tenía las manos agarrotadas, casi como garras, pero seguía escribiendo y anotando cosas en sus cuartillas y escribiendo a máquina utilizando solo los índices. «Ana, dame aquel tomo de allí», «Guarda estos documentos ahí, en ese armario, en el carpesaro azul». Su despacho olía a él, a años, a libros, a dignidad. A mí me parecía muy mayor pero tenía setenta y dos años. Me gustaban muchísimo aquellas tardes de viernes, comer con mis abuelos, pasar el rato con ellos, charlar, sentirme nieta. Al año siguiente él murió y mi abuela se murió de pena veinticuatro días después, Nikitas dejó el colegio y aquellas comidas terminaron. 

Mi madre y mis hijas comen juntas los martes. El año pasado eran los jueves y yo pretendía mantener ese día pero se unieron las tres, sincronizaron sus agendas y lo cambiaron a los martes. Si algo he aprendido es que  las tres unidas, mis hijas y mi madre, son indestructibles. No merece la pena enfrentarme a ellas o discutir, es mejor ser agua o bambú o directamente que me resbale lo que hacen. Si yo digo blanco, ellas dicen negro. Si yo digo Sí, ellas dicen No y si si yo escribo un blog, ellas dicen "hay que ver las tonterías que escribes" pero me gusta que coman las tres juntas, me recuerda a mis abuelos. 

Y me gusta aún más que no vayan en Vespino. Espero que lo sigan haciendo muchos años más.  


8 comentarios:

Alicia dijo...

Qué historia tan bonita!

Marta G dijo...

Yo recuerdo comer todos los sábados con mi abuela. No he vuelto a comer jamás un pollo con tomate como el suyo... gracias por traerme a la memoria tan gratos recuerdos.

Anónimo dijo...

Que bonito. Hace un par de años a mi abuela le dio un infarto. Lo mejor de aquel drama fue que tuvo que quedarse un año viviendo con mi tía cerca de mi trabajo y yo iba al menos una vez a la semana a comer con ellas. Ahora afortunadamente está recuperada pero se ha vuelto a su casa que está a 50km y ya no puedo comer con ella cuando quiero.

molinos dijo...

Muchas gracias a los tres. Me alegro que os haya hecho recordar vuestras comidas con vuestros abuelos...

Ana de cestaland dijo...

Yo solo he ido en moto por 2 sitios. A los 15 años por caminos de piedras en las Barderas Navarras y hace 2 meses en Madrid.
Me encantó pasear en moto x Madrid así que repetí ese mismo día a la noche.
Hace unos meses estuve hablando un rato con la prima de mi abuela en su antiguo salón y desde entonces echo de menos hablar con ella. Murió hace 3 años en navidad.

Mireia Bcn dijo...

Me ha encantado!! Y tambien me ha hecho recordar mis jueves de 3r de BUP,iba a comer a casa de mis abuelos,y mi abuelo me cocinaba recetas que se apuntava del Arguiñano ( del programa de cocina) y me comprava un xuxo (no se como se llama fuera de Bcn) de crema para merendar.. era el mejor dia de la aemana sin duda!besos

Laura dijo...

Estas historias en primera persona me chiflan... dicen mucho de la gente y aunque no nos conozcamos, es como si si....y ahora tus hijas dirían no, y yo también voy en moto... y en frases inconexas ya nos conocemos un poquito mejor, ves? un abrazo

Sara M. dijo...

Qué envidia/idea me das. Lo malo en mi caso es que para mi madre sería todo un mundo pensar que van a comer, con lo que se lía la pobre. Y las extraescolares. Ay con las extraescolares.