viernes, 10 de marzo de 2017

Desvarios de aeropuerto


Al aeropuerto nunca se llega a tiempo. A tiempo ¿de qué? Al aeropuerto se llega para esperar, esperar para poder marcharte o esperar para ver llegar. 

Soy puntual, creo. Los paneles anuncian que el vuelo no ha aterrizado aún, Llego, por tanto, con tiempo para esperar. 

Un aeropuerto en un día de diario, a las seis de la tarde, es casi una ciudad fantasma. Aparco y antes de bajarme del coche fotografío el número de mi plaza. Me da miedo no encontrar el coche. Antes de tener móvil nunca me preocupaba olvidar el lugar en el que lo había dejado. ¿Tenía más memoria o los aparcamientos no estaban hechos para confundir? Modulo B, planta 0, plaza 26. Color azul. Hundir la flota. Agua. Tocado. Hundido. 

Ascensor industrial, metálico. Estos ascensores son objetivamente feos pero tienen un encanto raro, quizás porque son modestos. Grandes y humildes, pienso en gigantes. No te dicen al entrar mira que diseño más chulo tengo o mira que te enseño las vistas panorámicas o ven, acércate atúsate el pelo. No. En estos ascensores solo estás tú y sus paredes metálicas, te dicen ¿dónde quieres ir? Yo te llevo, no te preocupes.  

Dime cómo te enfrentas a la cinta transportadora y te diré con cuanto tiempo de más has llegado para esperar. No doy un paso. Estoy cansada y decido disfrutar de la soledad siniestra del vacío del pasillo que tengo por delante. T2, llegadas. 

Me veo en el espejo que flanquean la cinta. Más que verme me sorprendo. ¿Soy yo? En el aeropuerto me pasa como en el metro o en los hospitales, no me siento yo, me despersonalizo. Un aeropuerto, el metro, el hospital, son lugares a los que vas esperando salir pronto, lugares de tránsito por los que te ves obligado a pasar pero donde no quieres estar. Son paréntesis en tu vida. Siempre me pasa lo mismo, me siento fragil, insegura, hueca. Vuelvo a mirarme en el espejo mientras la cinta avanza despacio, no tengo prisa. Me veo: los vaqueros, las botas, la guerrera negra y el pañuelo granate con estrellas negras. El envoltorio está, pero me siento como si lo que soy se hubiera quedado esperando fuera, a que salga. Ve tú que yo te espero aquí, me ha dicho. Es una sensación muy rara, casi mareante. No he bebido. 

T2 Llegadas. Unos pasos decididos, seguros, rápidos se acercan por detrás. Me adelanta un hombre de uniforme, con una credencial colgando que arrastra una maleta. Sabe perfectamente dónde va, tiene el tiempo medido, está completo, es denso y pesa, no se ha dejado nada fuera esperándole. Creo que se puede diferenciar al que tiene en el aeropuerto su habitat habitual por la densidad de sus pasos, por su seguridad, porque ignoran los carteles y trazan su ruta con determinación.  

Se termina la cinta. Giro a la derecha. Pasillo. Escaleras arriba. Un tramo. Otro tramo. Pasillo hacia la izquierda. Camino y camino. Me voy diluyendo, cuanto más avanzo más dudas tengo, más cáscara me vuelvo. Las ventanas en los aeropuertos no se abren, quizás para evitar que las personas como yo, a fuerza de desmaterializarse salgan volando como globos vacíos. El cielo del aeropuerto lleno de globos de colores que escapan, sería precioso. Peligroso pero precioso. 

Modulo B, planta 0, plaza 26. Contraseña de salida. 

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Los aeropuertos, hospitales, los hoteles al lado de los aeropuertos, son impersonales y despersonalizantes ¡ esa del espejo no eres tu, Molinos! es tu proyeccion fisica vacia de alma. Marc Auge ( alerta cita sesuda) llamaba a estos sitios que tan bien has descrito " No lugares" sitios de transicion masivos. Siempre algo interesante en este blog. Gracias. Anonima Enganch.

Oswaldo dijo...

Éste te quedó bueno. Con su más que un toque surrealista.

Te faltó una sensación que gracias a tu origen simplemente no tienes en un aeropuerto y es el sustito, la angustia omnipresente, de circular por el mundo con un pasaporte tercermundista, fácilmente mirado con ojos suspicaces a los que hay que devolver la mirada con cara de inocencia de muchos años, para convencer al funcionario de turno que no venimos a robarle nada a los locales, sino que solo paseamos por el mundo y así entonces nos perdone nuestro origen y nos permita graciosamente entrar a "su casa". A plena consciencia que legalmente es su derecho impedirlo.

Matías dijo...

Yo el aeropuerto no lo soporto, no he vuelto desde que dejé de llevar y recoger a mis hijos.
Casi todos los años iban al Caribe o a Canarias, un día me plante y les dije que si tenían mil euros para pasar una semana a cuerpo de rey, que llamaran a un taxi y se hicieran a la idea que les había costado 1100. Lo han entendido perfectamente.

Elvis dijo...

Creo que a nadie le gusta estar en esos lugares. Seguramente los carteristas sean los únicos que están allí con un objetivo claro.
Saludos.

Elena Rius dijo...

Muy de acuerdo con la Anónima del primer comentario. Los aeropuertos son "no lugares" que sorben parte de nuestra personalidad. En un aeropuerto estás siempre en tránsito, como si tu alma (o tu yo o como quieras llamarlo) se encontrase en suspensión entre dos destinos. No importa que no hayas ido allí para emprender un viaje, sino para recoger a alguien, esta claro que el efecto despersonalizador ha funcionado sobre ti también.

Máximo dijo...

Por cierto me falta un gran post ¿lo has borrado? ¿has sufrido presiones? Anda no la cagues molinera.