lunes, 30 de enero de 2017

Oírse vivir

«Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante».
Empiezo un libro y voy a nadar.  

Ayer por la tarde empecé un libro que me regalaron porque estaba en mi lista de libros pendientes pero que no recuerdo porqué quería leer. Los libros entran en esa lista en un determinado momento y salen de ella mucho tiempo después cuando los compro o me los regalan. Cuando se materializa en mi vida, lo borro de la lista y lo dejo en mi estantería, a la vista, esperando a que me llame. "Niveles de vida" de Barnes me llamó ayer, una tarde de domingo lluviosa y gris perfecta para empezar un libro. 

¿Globos aerostáticos? ¿En serio? ¿Otra vez? ¿Qué les pasa a los novelistas con los globos? Mientras leía las primeras páginas, repasé mentalmente, y sin pensarlo mucho, otros cuatro libros con globos que recordaba: Amor perdurable de Ian McEwan, Las hermanas Zinn de Joyce Carol Oates, Cinco semanas en globo de Julio Verne y, un ensayo, La edad de los prodigios de Richard Holmes. 

¿Por qué los globos? ¿Por qué esta fascinación? Cuando apagué la luz, más por el deseo de prolongar el placer de leer a Barnes que por verdadero sueño, justo antes de dormir recordé mi mejor y única anécdota con un globo. Hace años mi madre le contó a mi hija pequeña que había subido a uno en un viaje por Turquía y ella le preguntó ¿has visto a Dios?

Hoy he ido a nadar, iba y venía por mi piscina de un lado a otro, de un lado a otro. Nadaba concentrada en dar la patada correcta con mis nuevas aletas cortas de competición. No pensaba en nada o, quizás sí, no lo recuerdo pero de repente al otro lado del gran ventanal que recorre de arriba abajo una de las paredes del edificio, he intuido al levantar la cabeza para respirar una gran mancha redonda recortada sobre la niebla gris. ¿Qué era eso? Uno, dos, tres y al volver a sacar la cabeza he comprobado que era un globo aerostático. ¿Un globo? No podía creerlo. Ayer empiezo un libro sobre globos, leo sobre globos, pienso que los ingleses están obsesionados con los globos y al día siguiente nadando en una piscina de un polígono de Toledo, en un sitio totalmente insospechado y casi diría inadecuado veo un globo. Lo he visto alejarse mientras seguía yendo y viniendo por la piscina hasta completar mis cincuenta largos. No podía pensar en otra cosa. ¿Quién va dentro de un globo en un descampado de un polígono? ¿Por qué? ¿Qué busca?  

Al salir ya no quedaba ni rastro del globo, solo niebla gris pegada al suelo y a los edificios. ¿Y si lo he imaginado?

Me alucinan estas coincidencias, estas casualidades. Percibirlas, anudarlas, me resulta extrañamente excitante, como si al ser capaz de ver el hilo entre unos hechos y otros descifrara la vida. O algo así. 
«La primera ascensión de la historia en un globo de hidrógeno la realizó el físico Jacques Charles el 1 de diciembre de 1783. «Cuando sentí que me alejaba de la tierra», comentó, «mi reacción no fue de placer, sino de felicidad.» Fue «un sentimiento moral», añadió. «Me oía vivir, por decirlo así.»
Eso es, esta mañana en la piscina me he oído vivir. 


sábado, 28 de enero de 2017

Nueve años de Cosas que (me) pasan


No se me ocurre nada con el nueve. Nada nuevo con el nueve. Qué ridículo trabalenguas. Nueve. Nueve. Nueve. Nueve. Hace poco me enteré de que los números en los textos deben escribirse siempre con letra, a no ser que sea un número muy grande. Nunca escribiré un número muy grande como aniversario del blog, con suerte, sin artritis y si los blog siguen existiendo, a lo mejor llego a celebrar el aniversario cincuenta. Cincuenta con letra. 

Nueve. Nueve. Nueve. 


Me acuerdo de los viajes a Los Molinos escuchando a los Beatles y como cuando saltaba esta canción, le pedía a papá que la pasara, que era un rollo. Ahora que lo pienso, a lo mejor no le decía nada, solo lo pensaba. No se podían pasar las canciones, es posible que la escucháramos entera. 

Abro Spotify y busco la canción. La escucho mientras miro por la ventana esperando que se me ocurra algo. ¿Y si no escribo nada? Nadie se daría cuenta. Yo sí, yo lo sabría, pensaría que le he fallado al nueve. 

Seis minutos de canción que empiezan con un hombre repitiendo "number nine, number nine, number nine", y una melodía tocada en un piano.  Se oyen voces al fondo, frases, palabras de personas que cuentas historias, trozos de vida, de noticias, palabras sueltas. La melodía es reconocible de vez en cuando, para que no te olvides de que estás escuchando una canción. 

Nueve. Nueve. Nueve. No sé que decir. 

Intento escribir el post mil seiscientos ochenta y uno para celebrar el número nuevo y, de repente, se me ocurre que el blog es como esa canción de los Beatles (pero son Yoko).  Historias, personajes, anécdotas, libros, películas, canciones, sensaciones, noticias, críticas, sentimientos, alegría, dolor, pena inmensa, risas histéricas, humor, llanto, dolor, duelo, tonterías, lectores, comentaristas, amigos, amables desconocidos, anónimos agresivos, amantes, ideas y pensamientos son el rumor de fondo y lo que yo escribo, como cuento las cosas que (me) pasan es la melodía.

Gracias a todos. 


jueves, 26 de enero de 2017

La chica de la manta eléctrica

¿Dónde estará la chica que me sonríe desde la caja de la manta eléctrica? Ya no se hacen chicas de cajas como las de antes. Un momento, ¿se siguen vendiendo mantas eléctricas? ¿Por qué no duermo todas las noches con manta eléctrica? La rueda, las lentillas, los tampones y las mantas eléctricas. ¿Por qué no arden las redes sociales en loas a las mantas eléctricas? Creo estoy delirando. 

Lloro de sueño mientras me visto y me fijo en la chica de la caja. La foto es buenísima, sé exactamente como es el mueble de cajones de madera oscura que tiene colocado a los pies de la cama y casi puedo sentir el tacto de las sábanas porque por supuesto la rubia ni tiene ni sabe lo que es un edredón. Seguro que no salen chicas. ¿Cómo serán las cajas de mantas eléctricas ahora? 

Seguro que las cajas son blancas con grandes letras y un nombre técnico que intente hacernos creer que esa manta eléctrica ha venido directamente del futuro para resolver nuestros problemas. Yo no quiero una manta del futuro, quiero la manta DAGA y a la rubia sonriente. 

¿Dónde estará esa chica? ¿Cuando dejamos de llevar camisones de tirantes? Yo tenía camiones de tirantes, eran bonitos. Incómodos pero bonitos. Me fascina como aplicamos la incomodidad para algunas cosas y la obviamos para otras. Los camisones de tirantes han caído en el ostracismo pero la gente lleva sujetadores que le colocan las tetas rozando la barbilla. 

Almohadilla eléctrica DAGA. Cualquier comercial (ahora ni siquiera se llaman así, se llaman especialistas en marketing) del 2017 hiperventilaria con este nombre. Se me ocurren pocas cosas menos comerciales que esas tres palabras juntas. Ya lo estoy viendo.

Hola, quiero llamar a mi producto "almohadilla eléctrica DAGA"
Pero, pero, pero ¡eso es imposible!
¿Por qué?
Porque no generaría marca y expondría a sus potenciales compradores a pensamientos negativos. 
¿pensamientos negativos? ¿de qué habla? Si hay una rubia en la caja.
¡Almohadilla? ¿Por qué el diminutivo? Se imagina usted a alguien vendiendo una "sartencilla" o una "tacilla". 
—Oiga, vengo de comprar una cajetilla de tabaco.
¿De dónde dice que viene?
De 1973.

Daga. ¿Dario García? ¿Damián Gallizo? ¿De dónde saldrá ese nombre? Daga. Cuchillo. Puñal. Una corriente que entra en tu piel. ¿Una cuchillada da calor? Demasiado metafórico y poco pertinente. Me inclino más por Damian Gallizo. O, ahora que lo pienso, quizás la rubia era un amor italiano del inventor de la alfombrilla eléctrica. 

Imagino a ese hombre, enfundado en un traje marrón chocolate, fumando un cigarrillo tras otro que va sacando de su cajetilla de Ducados, mientras acodado en la barandilla de su habitación de hotel en Bari observa a una mujer que sale del hotel, se gira, le lanza un beso y se va. 

Si. Eso va a ser. La rubia del camisón de tirantes tiene cara de llamarse Danuta. El hombre de la cajetilla de tabaco quiso casarse con ella. Él era inventor, ella azafata y sus destinos coincidieron en una feria de pequeño electrodoméstico en el sur de Italia. Nunca más volvieron a verse pero él le puso a su invento el nombre de aquella rubia como si hubiera sido su mujer: Danuta Gallizo. 

Tengo que dejar los relajantes musculares.  



martes, 24 de enero de 2017

La enfermedad no es una guerra


«La enfermedad no es una batalla, no se lucha, se sufre. Convertir a los enfermos en luchadores es hacerles responsables de su enfermedad».

Ayer publiqué este tuit a raíz de la muerte de Bimba Bosé y los innumerables testimonios con palabras como lucha, batalla, fuerza, etc. 

Estar enfermo es terrible y da muchísimo miedo. Nos da miedo nuestra propia enfermedad y nos aterroriza la enfermedad de nuestros seres queridos. El enfermo es consciente del miedo que tienen sus familiares y por eso intenta mantener el ánimo, las fuerzas y una sonrisa, cuando buenamente puede, porque no quiere ser causante de más "molestias". Cuando uno está enfermo y tienen que cuidarle, dejarse llevar, traer, alimentar, limpiar en algunos casos, al sufrimiento y al dolor que toda enfermedad conlleva se suma el sentirse culpable por crear problemas a nuestros seres queridos, por trastornar sus vidas, por causarles tristeza y preocupación. No es nada que venga impuesto de fuera, está en nuestra naturaleza intentar evitar sufrimientos a nuestros seres queridos y por eso, cuando estamos enfermos, intentamos mantener más o menos la calma y una actitud cuando menos agradable. 

Hasta aquí todo bien. Pero ¿por qué nos empeñamos en exigir a los enfermos de cáncer o depresión, por ejemplo, que luchen, que sean optimistas, que tengan ánimo, ganas, "fuerza"?¿Sabemos lo que estamos pidiendo? Nosotros, los sanos que estamos aterrorizados y a punto de venirnos abajo a cada minuto exigimos, pedimos, suplicamos al enfermo que sea "fuerte". ¿Qué es fuerza? ¿Hasta que punto lo hacemos por ellos y hasta que punto lo hacemos por nosotros mismos? Todos conocemos casos de enfermos admirables que son un ejemplos para sus familias, enfermos cuyos familiares dicen "fue él o ella la que nos dio ánimos porque no perdió la sonrisa ni las ganas de curarse". Eso está fenomenal pero ¿hasta qué punto ese esfuerzo sobrehumano lo hizo o lo hace el enfermo por él y hasta que punto lo hace porque sabe que sus familiares no son capaces de soportar que él se derrumbe? 

Cada uno afronta la enfermedad como puede y como quiere pero desde el lado de los sanos es muy muy fácil apelar a la fuerza, las ganas de luchar, el famoso "anímate" y el "no te preocupes". Es mucho más complicado sostener al enfermo arrasado en llanto, en dolor y en terror y decirle "no sé qué va a pasar pero voy a estar aquí contigo, ayudándote en lo que pueda, acompañándote en este miedo que siento contigo". Porque nos da miedo tener miedo, nos da miedo afrontar lo que no podemos controlar, lo que se escapa a nuestros deseos, nos da miedo el dolor, la tristeza, el sufrimiento y la muerte. Y es normal, tiene que darnos miedo pero creo, sinceramente, que taparlo bajo una alfombra de buenrollismo permanente y de optimismo  ficticio no ayuda a nada. 

Cuidamos a los enfermos de apendicitis, sarampión, paperas, gripe o al que se rompe una pierna y lo hacemos porque son enfermedades que no nos dan miedo. Le decimos al enfermo "no te preocupes" y si se queja de dolor lo comprendemos. Exigimos, pedimos, apelamos a la lucha, la batalla, el ánimo y la actitud con el cáncer, la depresión, las enfermedades neuro degenerativas porque nos aterrorizan. 

Las enfermedades no son guerras, no son batallas. Son una putada y se sufren. Los enfermos son pacientes que tienen que cuidarse y dejarse cuidar y tienen el derecho y, muchísimas veces, la necesidad de rendirse al terror que sienten, de echarse a llorar, de quejarse, de tener miedo y de querer hacerse pequeños y desaparecer. Tienen también, y muchas veces se lo estamos negando con el lenguaje asociado a la enfermedad, el derecho a que se les consuele llorando con ellos y consolándoles y no forzándolos (aunque sea de manera siempre bienintencionada) con palabras como "tienes que luchar" o "eres fuerte, aguanta". Sinceramente creo que un no te preocupes, estoy aquí para sostenerte cuando ya no puedas más, es muchísimo más consolador. 

Dar ánimos es pasar al enfermo el estandarte de la enfermedad. Dejarle rendirse a ratos es ayudarle a llevar ese dolor y descargarle por un rato. Para los sanos, es más fácil animar que sostener. Animar es hacia fuera, es pedirle al otro el esfuerzo. Sostener es hacia dentro, es compartir y duele. 

No se pierde o se gana una batalla contra la enfermedad. Eso son eufemismos que nos buscamos para enmascarar la realidad.  Enfermamos y, o nos curamos o nos morimos. 

Así es la vida. 

viernes, 20 de enero de 2017

Philippe Halsman, una exposición feliz

Aparco. Justo delante está el pivote para sacar el ticket de la ORA. Pulso un botón para que se encienda y el pivote se tambalea. Por favor, por favor, por favor, cruzo los dedos para que no esté completamente desarraigado y funcione, porque no quiero peregrinar por todo el Paseo del Prado buscando otro. La pantalla se ilumina ¡funciona! Me tengo que quitar las gafas, reniego del hecho, ya irrefutable, de que me he convertido en una de esas personas que pasa más tiempo con las gafas en la mano que puestas. Necesito gafas para ver de lejos pero con ellas puestas no veo de cerca. 

Hace frío de abrigarse bien y me encanta. Hace frío para poder llevar gorro y bufanda. Y guantes, si no fueran un engorro ahora con el tema de las gafas. Me paso la vida perdiendo el móvil o las gafas, si tuviera que manejar unos guantes necesitaría aprender habilidades malabarísticas para no perder nada. Miro a la gente con la que me cruzo y pienso una maldad, como casi siempre. Por fin ha llegado el momento en el que los modernos con gorro de lana encasquetado no parecen ridículos. 

Me espera dentro, nada más pasar la puerta. Está apoyado contra la pared metálica de esa escalera también metálica en la que siempre me siento inestable. Es una escalera que parece decir "no sé si me caes bien o no", "no sé si voy a dejarte subir o te haré tropezar". Con cuidado, con tacto, pongo el pie en el primer escalón y espero a su veredicto.  Es una escalera que no se sube, se surfea. Casi puedo ver mi relejo en su metal extendiendo los brazos como buscando el equilibrio. 

La otra escalera, la blanca infinita, me encanta. Subiendo por ella, mientras charlamos, pienso en Woody Allen  con Billy Cristal en Desmontando a Harry mientras pasean por el infierno. No sé porqué esa escalera me recuerda a esa escena. Quizás porque creo que la escalera al infierno sería algo así, algo blanco impoluto sin nada en lo que enganchar la vista más que el fondo oscuro que al final te atrapará. 

Philippe Halsman ¡Sorpréndeme! es una exposición feliz, una exposición para sonreír y reír, para creer que hay muchas cosas chulas en la vida, pueden ser tontas, innecesarias y nada trascendentes pero te hacen feliz. Hay poca gente y todos sonreímos. Paseamos entre las fotografías reconociendo caras, personajes y sacando parecidos. 

Nos paramos un buen rato frente a una pared con un montón de portadas de la revista Life. Me recuerdan a las revistas que había en casa de mis abuelos. Tiraban 8 millones de ejemplares a la semana. 8 millones. ¿Cuántas de esas revistas estarán en armarios o estanterías de viejas casas sin que nadie las mire? A lo mejor ninguna. No puedo tocarlas ni olerlas porque están detrás de un cristal pero sé que huelen y tienen el mismo tacto que las novelitas rosas de aquella colección con tapas verdes que llenaban una estantería del cuarto de servicio de mis abuelos. Todas tenían títulos extraños que no logró recordar. Pienso en ellos al leer un titular de una de las revistas expuestas «El mayor rescate animal desde Noé». Todo parece tan naif. 

Acercamiento. Movimiento de cadera hacia el enemigo. Toma de posiciones. Trabajo de pecho. Ataque. Conquista. 

Esas palabras, o unas parecidas, están garabateadas en rojo sobre una serie de fotografías de Marilyn acercándose a un hombre de espaldas a nosotros. The interview se llama la serie. Definen perfectamente lo que vemos, lo que hace Marilyn, utilizar sus armas para conquistar. Antes de perderme en absurdas consideraciones sobre machismo y feminismo mi cabeza se lanza a un tema mucho más interesante. ¡Qué afortunada soy porque los sujetadores que sacaban punta a las tetas convirtiéndolas en ridículos arietes sean algo del pasado!

¿Qué piensas?
—Nada, tonterías.  

Gente saltando. Se nos olvida la alegría que da saltar. Da vértigo, miedo, nos preocupamos por nuestras rodillas, por caernos, por no saltar demasiado, pero saltar es volar un poco. Recorremos las paredes reconociendo a artistas, políticos, escritores, actores. 

Nos reflejamos en una foto de Steinbeck saltando. Nos veo. Los tres en el mismo plano, nosotros sonreímos y Steinbeck se concentra en separar sus pies del suelo en una vertical perfecta. Seguro que el bueno de John jamás pensó que algún día esa foto estaría colgada en una exposición en Madrid y una pareja cualquiera, nosotros, nos reflejaríamos en él. Es un pensamiento raro. 

Más raro es Dali trabajando con  Halsman «Lo repetimos todo veintiséis veces. Veintiséis veces tiramos los gatos, veintiséis tiramos la silla, veintiséis tiramos el agua, veintiséis veces fregamos todo». Me río a carcajadas imaginándolo. 

Resbalamos por la escalera blanca todavía sonriendo. Surfeamos la ola metálica. Salimos. Sopla viento de abrazarse y respirar. 

Tenemos que volver.


  


martes, 17 de enero de 2017

Una casa de Hopper

Hasta aquella noche no pensó que la casa dónde había vivido 4 años se parecía a las que aparecían en las  vistas ¿furtivas? ¿Imaginarias? de los cuadros de Hopper. 

Deseo poder volver a vivir allí. Se sintió extraña de sí misma, una sensación que nunca había tenido. Quería volver a esa casa, sintiéndose como cuando tenía veintiocho años pero sabiendo lo que sabe ahora.  

Desde la calle hay que recorrer un pequeño pasillo para llegar al portal, el edifico está retranqueado para poder tener un espacio que no llega a ser un jardín pero en el que cuando ella vivía allí había un gran árbol cuyas ramas llegaban hasta su piso. Ahora hay uno más pequeño, mucho más pequeño, que quizás tarde los ochenta años que su antecesor necesitó para alcanzar las alturas. 

El portal es pequeño y en el angosto hueco hexagonal de la escalera, en algún momento, se encajó un ascensor tan minúsculo que empujaba a abrazarse, a tocarse, a besarse.  En el descansillo de su piso, el cuarto, los suelos eran de losas hidráulicas y había dos enormes puertas verdes exactamente iguales. La suya era la izquierda. 

Su casa era gris. No un gris de tristeza y amargura, ni un gris de suciedad y paso del tiempo. No era un gris que desdibujara sino un gris que hacía reír, bailar y sentirse elegante. Así se sentía ella: elegante, feliz y con mucha suerte porque aquella casa le encantaba. Tenía un gran dormitorio con paredes, moqueta y ventanas grises. El gran ventanal de madera que se asomaba al árbol del jardín,  tenía delante un banco de madera en el que puso cojines para sentarse a leer. No lo hizo muchas veces porque aquella madera antigua ya no encajaba bien y dejaba pasar un viento helador. Pintaron el cabecero de su cama de amarillo violento y llenaron la estantería que tenía encima de libros que fueron comprando y regalándose mutuamente. Ella necesitaba subirse encima del cabecero para alcanzar el último hueco, allí solo guardaba libros que ya había leído pero por alguna razón siempre parecía tener motivo para trepar a buscarlos. Los techos altos era otra de las cosas que le encantaban de aquel piso, tumbarse en la cama y ver el techo tan lejos, dejándole espacio para pensar sin interrumpirla, espacio para mirar sin tropezar. Le gustaba el tono de luz que con las cortinas, también amarillas, se filtraba en la habitación cuando estaban en la cama. Lo hacía todo fácil. 

El pasillo era largo y atravesaba la casa haciendo medianera con los inquilinos de la derecha, marcaba el límite de su espacio y terminaba en un salón también  grande y gris, con una viga metálica atravesándolo por la mitad, como si estuviera ensartado. Aquel pilar metálico parecía ser lo único que lo mantenía unido con el resto del edificio. A veces pensaba que podría hacerlo girar sobre esa viga y desplazarlo hacia fuera, sobrevolando el enorme patio de manzana al que se asomaban las ventanas del salón. 

Al fondo estaban el baño y la cocina. El suelo resplandecía con baldosas de un color rojo brillante contra el que chocaban los baldosines negros del baño y los blancos de la cocina. Todo tenía enormes ventanas al patio. 

Cuando desayunaba de pie, su tazón de cereales y su café con leche, antes de irse a trabajar veía la vida empezar en ese patio: los coches llegando al taller, las luces de las oficinas en el edificio lejano que ocupaba la otra punta del patio y las cuerdas de la ropa de tender ocupándose y desocupándose. 

En aquel patio había una academia de baile de salón. Cada mañana pensaba que debería fijarse por la noche, cuando estuviera preparando la cena, para ver qué tipo de gente acudía a ella.  Se acordó de aquella academia once años después, mirando su casa desde la calle, una noche cualquiera en la que volvió a pasar por delante y pensó en Hopper.   

Nunca vio a nadie entrar en aquella academia.


miércoles, 11 de enero de 2017

Breve y desesperado manual de adolescencia

Llega un momento en el que dudas si todo lo que has  tratado de enseñar a tus hijos durante un montón de años se ha esfumado por completo. De repente, te das cuenta de que en tu comunicación con tus hijos, te pasas la mayor parte del tiempo teniendo problemas de cobertura, hay interferencias en la línea y ruidos extraños que parecen impedir cualquier tipo de comunicación fluida. 

A fuerza de escuchar, observar, interpretar y anotar he conseguido una, por ahora, una breve guía de interpretación de frases, actitudes y miradas. 

Ya voy, ya voy. 

Con toda probabilidad bolas del desierto y el séptimo de caballería aparecerán por tu pasillo, antes de que tus hijos adolescentes encaminen sus pasos a tu encuentro. 

Si, en un ejercicio de paciencia suprema, decides quedarte quieto esperando a que vengan porque quieres creer que en algún momento se darán cuenta de que les estás esperando, buena suerte. La parte buena es que serás consciente de cómo te crece el pelo y las uñas.  

Un momento

Significa no pienso prestar atención a lo que me has pedido hasta que no hagas una imitación perfecta de la niña del exorcista y parezcas poseída. Es entonces y ni un segundo antes cuando te prestaré atención y te miraré en plan: pero ¿estás loca? 

A veces va seguido de un "tranquilízate" o un "cómo te pones". Descubres que estas dos expresiones en boca de tus hijos consiguen que entres en combustión.   

-¿Qué?

Este interrogante suele venir acompañado de un leve giro de cabeza con o sin subida de cejas y con o sin aleteo de pestañas que te deja vislumbrar esos ojos que conoces tan bien, los ojos de tu hija. Esa mirada puede distraerte del verdadero significado de esa palabra y qué es "Sé que has estado contándome algo y crees que te he escuchado pero no es así, no tengo ni idea de qué estabas diciendo". 

Solo me lo has dicho una vez.

Esta frase se activa cuando has pedido/preguntado algo una media de seis veces pero solo la última de ellas ha conseguido alcanzar su tímpano, activar el nervio auditivo y conseguir que su cerebro responda por que ha encontrado una ventana de disponibilidad para atender gracias a un leve despiste de sus hormonas. Por supuesto, les parece que escuchar una sola vez cualquier cosa no significa para nada que haya que reaccionar, para eso necesitas encontrar otra ventana de disponibilidad cerebral. 

Ya. Sí, claro.

Estás tres palabras las pronuncia la sabiduría suprema que tu hijo adolescente cree haber alcanzado por arte de magia y son la expresión de su opinión sobre lo que tú sabes. Resumiendo, "Ya, sí, claro" significa: "No tienes ni idea de lo que estás hablando".  

No.

Respuesta refleja a cualquier pregunta, sugerencia o petición. 

Es injusto.

Respuesta refleja a cualquier negativa adulta a toda pregunta, sugerencia o petición por su parte.  

Se han documentado casos de adolescentes que han sido capaces de sobrevivir a meses de conversación utilizando sólo "No" y "Es injusto". Algunos han batido incluso records de legendarios espías. 


Consejos:

Recuerda cómo eras con esa edad. Tu hijo es tan  irritante como lo eras  tú con esa edad. 

El No es poderoso. Es agotador y generador de tensiones en un primer momento pero hay que mantenerlo. No te rindas.

Busca paciencia en cualquier cajón, armario o bolsillo de unos pantalones que no te pones desde hace años. Compra paciencia en Amazon, en las rebajas y cuando se te agote recurre a la de tu pareja y tómate un descanso. 

Habla, habla y habla con ellos... aunque creas que no te escuchan, que no sirve. 

Mira fijamente fotos de cuando tenían 7 años. Desde ahí te miran sin dientes, despeinados y sonriendo sin perdonarte la vida y recuerda que ese niño sigue viviendo contigo pero está entregado a surfear su tobogán de hormonas y quiere hacerlo solo. Debes quedarte al lado, como cuando se tiraba en el tobogán, dejar que se lance y tener la mano al lado para cuando se caiga de bruces, porque se empeñará en tirarse de cabeza. 

Procura no decir: te lo dije.  

Grita mientras conduces para liberar tensión. 

Y en los buenos momentos, que los hay, disfruta todo lo que puedas, hazlos durar como sea. Con un poco de suerte y paciencia cada vez serán más numerosos... pero tomatelo con calma.

Ya, sí, claro.   


lunes, 9 de enero de 2017

Despelleje Globos de oro 2017


Dentro de 20 días este humilde blog cumplirá nueve años y hoy veo, tras repasar las fotos de la entrega de los Globos de Oro,  que mis sabios y siempre acertados consejos durante todos estos años no han servido de nada. Resumen del repaso de más de trescientas fotografías: todo mal. 

Un desastre.
Una catástrofe.
Un despropósito.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? 

Los colores muy muy feos, tan feos que no sabía que existían se han hecho con la alfombra roja. Supongo que un nuevo ataque de originalidad mal entendida ha arrasado en la mente de diseñadores y actrices.  

Quiero un vestido del mismo color que mi anodino tono de piel. Ajá. Buenísima idea. No se me ocurre nada menos favorecedor, ni siquiera un saco de basura metido por la cabeza. Aquí otra de exceso malva y candidata a premio "pechitos" 

Quiero un vestido del color de la funda de mi colchón, me recuerda a la faja de mi abuela. 

Me horroriza el vestido de Blake Lively. En mi mente calenturienta veo esos dorados como serpientes enrolladas en sus brazos que ella mantiene a raya con la pulseraza que lleva en la muñeca y que seguro que tiene poderes mágicos. El vestido me horripila pero estoy  muy a favor de su evolución a señora estupenda. Bien por ella.   

Anna Kendrick va vestida de visillo sucio de piso de alquiler en idealista que te hace decidirte a no alquilar ese piso ni aunque te lo regalen. Su expresión de alegría infinita confirma que no está muy contenta con su elección. No hay que fiarse de las fotos ni siquiera para elegir vestido. 

Me fascina la infinita capacidad de Wynona para ser anodina, para dar igual. Siempre. Por su pose podemos confirmar que ella es, como la mayoría de nosotras, una mujer que ya no sabe llevar vestidos de fiesta.  Muy fan de su cara "¿me puedo ir a casa?" 

Elsa va a lo Pedroche, en bolas. Por ahora, no he oído a nadie clamar contra la opresión machista que la ha obligado a ir a esa fiesta con ese vestido.  Sofía Vergara también va en bolas con aplicaciones de candelabro de Versalles. En su pose tampoco percibo mucha opresión patriarcal. Creo que está encantada porque ella lo vale.  Nicole Kidman  se suma a la moda opresora y va desnuda con un trapo transparente muy muy feo colgado de los hombros y despeluchado en los pies. Sorprendentemente en su cara veo satisfacción. A ver si vamos a tener que revisar esos argumentos de culpabilidad hacia los hombres cuando las mujeres eligen ponerse lo que les da la gana.  

Un hombre que no sabe llevar traje y al que es posible que la nuez le asomara por la nuca por lo apretado que lleva el cuello de la camisa. 

De rodillas para adorar a Anette Bening: ¡qué clase! ¡qué estilo! ¡qué vestido más chulo y que bien peinada va! A Warren me lo perdono. 

Gillian Anderson de princesa disney. Laura Dern de ilustración de libro de botánica del siglo XVIII y demasiado pelo. 

Keri Russel ha hecho el famoso "dámelo TODO": transparencias, estampado animal y volantes. Le falta una peineta. 

Ardo en deseos de ver Lalaland porque es un musical, porque sale Emma Stone y porque sale Ryan Gosling. Ya tengo escrito por aquí, que no sé si Ryan me gusta o no me gusta porque siempre que le miro tengo la sensación de que si desayunara con él, tras una noche de amor y sexo, me lo encontraría mirándome por encima de la taza de café exactamente con la mirada que tiene aquí. Una mirada que me haría pensar "no sé si le gusto mucho o planea secuestrarme". No me gusta el esmoquin que lleva pero hay que tener mucha clase para ponerse esos zapatos. 

Emma, Emma, Emma, mira que me gusta, mira que me cae bien pero ¿Qué es eso que te has puesto? ¿Por qué? Es tan feo, te queda tan mal, es tan cursi, tan lánguido, tan horrible que no consigo entender cómo alguien te ha dejado salir así de casa. ¿Ha sido Ryan? No te fíes.  

Evan Rachel Wood y su esmoquin con camisa de lazo, PERFECTA. 

Jeffrey Dean Morgan vestido como si saliera de su puesto de trabajo en una sucursal bancaria de Barcelona y sin cinturón. Muy mal.  

Kristen Wiig  de recortable. Me recuerda a mi niñez y esas tiras de papel que recortabas con formas geométricas para hacer guirnaldas. Si, algo que ya no se lleva, como el vestido de Kristen. 

Que alguien me explique qué promesa y a qué santo ha hecho que esta chica se ponga esta cosa.  Es también una guirnalda recortable, es amarilla, tiene apliques plateados, una extraña cinta negra atravesada y debajo lleva un corpiño negro. O es una promesa o una penitencia.  O un "a que no hay huevos". 

Reese de amarillo bien. Natalie de amarillo mal. ¿por qué esas manguitas que la hacen bracicorta? Y ni el peinado ni la sonrisa la favorecen. A lo mejor es que el anillo que lleva a presión en el índice le corta la circulación y mientras sonríe solo puede pensar en que van a tener que amputarle el dedo porque ya ha ido 3 veces al baño y no ha conseguido quitárselo. A lo mejor es eso. 

Otra de amarillo que no sabe qué hacer con su vida. Por ahora se dedica a posar como si se le estuviera descolgando la mandíbula mientras se le disloca la cadera. Derrocha naturalidad por todos sus poros. 

Kristen Bell haciendo de su "no tengo canalillo" virtud.  Jessica Biel compitiendo también por el premio autopista de 4 carriles con un vestido completamente incomprensible

¿Qué es esto?  Quiero saber quien es el campeón que consigue venderle esta cosa a alguien diciéndole "tengo justo el vestido que necesitas" y quiero saber cómo de desagraciada es tu vida para que lo compres y te lo pongas. 

Hugh Laurie haciendo un "soy un señor inglés y lo importante es mi inteligencia". No digo que no, pero a mí de Dr.House me ponía mucho y ahora mismo le miro y lo que me apetece es aprender a jugar al bridge. 

Sarah Jessica disfrazada de Catalina la Grande. Le sobra todo, tela, vuelo, mangas, trenza postizo y rictus.  Julia Louis Dreyfus muy muy elegante, si se peinara sería la bomba. 

¿Soy yo o Tom Ford tiene los ojos tan pequeños que casi están a punto de desaparecer?  Como siga poniendo esa cara de estar estreñido los va a perder definitivamente. 

Una cumbre de cursilería con uñas picudas. 

¿No me queda un poco grande? ¿no es un poco soso? Si, cariño, te voy a atar una cinta lila en la cintura y ya está. No, no está.  

Jamás pensé que diría esto pero  Heidi muy mal, fatal.  Parece que le ha pillado el toro y se ha pegado unas tiras de césped artificial encima de la toalla de piscina. 

Michelle Williams sigue empeñada en autoconsumirse. Cada vez es más minúscula, más chiquitita y lleva vestidos de muñequita de dar mucho miedo en casa de tu vecina loca. 

Ni una entrega de premios sin su reintepretación del socorrido disfraz de bolsa de basura. Siempre pienso lo mismo, ¿resbalarán? ¿pesarán mucho esos vestidos? ¿te engancharás en todas partes? ¿darán frío? 

Milo Ventimiglia con un bigote a lo magnum que no le favorece nada y el nudo de la pajarita mal hecho. Me gusta mucho más en su versión macarra en las Gilmore Girls.

No sé quien es Regina King pero su vestido de encimera de granito me fascina, le queda de lujo, es elegante y lo lleva con mucha clase. 

"Las mujeres se operan mucho",  jajajajajajaja. Tururú.  Sylvester y John deben estar alimentando por sí solos a 3 ó 4 generaciones de cirujanos plásticos en Hollywood.  Sus mujeres divinas y muchísimo más reales.  

Michael Shannon y todo lo que no hay que hacer si te pones traje.  Los niños de Stranger Things, sin embargo, están monísimos y demuestran más clase y saber estar que muchos de los hombres adultos. 

Felicity maravillosa. Bien el vestido pantalón, el pelo, el maquillaje y la sonrisa. Muy fan. 

No tengo palabras para esto de Lyly Collins. Me he quedado estupefacta. Solo se me ocurre coger un avión para estar a su lado cuando se despierte, entre en internet y se vea de verdad. Entonces podré  cogerle la manita y decirle "no te preocupes, se pasará, se pasará".  Cuando se haya repuesto del disgusto le propondré quemar esa cosa en el jardín mientras bebemos vino directamente de la botella. 

Visto lo visto, veo un nicho de mercado, hay que crear un servicio de "mejores amigos", alguien a quien puedas llamar en estas ocasiones para que te vea el vestido y te diga: "mira, si no fueras mi mejor amigo no te lo diría pero esa cosa es horrible, no puedes llevarla" y te salve de ser despellejado.  

martes, 3 de enero de 2017

Los hombres que sabían llevar traje


Hay dos tipos de hombres, los que saben llevar traje y los que simplemente se meten dentro.

Los hombres que saben llevar traje se han convertido en especímenes raros, tan difíciles de ver en libertad, en un hábitat cotidiano, que cuando cazo alguno me quedo maravillada, disfrutando de la vista. 

Hubo un tiempo, cada vez más lejano, en el que todos los hombres sabían llevar traje y todas las mujeres falda de vuelo y tacones. Aquella sabiduría popular se perdió, igual que pasó con nuestra capacidad para hacer fuego frotando dos palito. Nosotras ya no sabemos llevar faldas de vuelo sin soltar risitas tontas y el grupo de hombres que sabe llevar un traje está prácticamente en extinción. Quedan unos cuantos ejemplares, unos cuantos elegantes irreductibles que resisten como pueden las fuerzas bárbaras y la ola de infantilismo reduccionista que ha sacudido a la mayoría de los hombres. Esta ola ha convertido a todos los hombres en seres que no saben vestirse de acuerdo con las circunstancias y que si los sacas de su atuendo "tipo" sufren convulsiones, tics nerviosos y mascullan  excusas de tanta enjundia como: es incómodo, me pica, me aprieta. "Nene, no guta". 

Un hombre que sabe llevar un traje lo lleva. Él es el que tiene el poder, el control y el mando sobre la prenda. Se detecta rápidamente porque lo primero que piensas es "qué elegante" y no "¿por qué lleva un traje que le queda pequeño? o “¿nadie le ha dicho que esas mangas son demasiado cortas/largas?” En un hombre que sabe llevar traje lo primero que ves es a él, en el resto de los hombres ves el traje colgado de sus hombros y rellenado con sus piernas. Muy desagradable.  

A estos, cada vez más, raros especímenes el traje les sienta como tiene que sentarles. La cintura en su sitio, el largo de la pernera ajustado al zapato sin arrastrar y sin dejar los tobillos al aire. Se abrochan los botones de la chaqueta mientras continúan respirando y las hombreras les quedan en su sitio, los hombros, sin parecer que llevan protecciones de fútbol americano. 

Los hombres que saben llevar traje llevan, increíblemente, un traje de su talla.  Esto parece una obviedad pero la mayoría de los tíos en edad adulta debido a su "pues a mí el traje no me gusta" o "pues yo paso", se compraron un traje hace 15 años y es el que usan cuando se ven obligados. Obviamente ya no es de su talla, o les aprieta la cintura con una presión incompatible con tener riego en las piernas o, si son de los que se han vuelto adictos al deporte o han dejado los carbohidratos, les hacen unas bolsas en el culo en las que podría vivir una familia entera de minions. 

Los hombres que saben llevar traje eligen la camisa para ponerse con ese traje. Sienten en la piel la camisa que deben llevar y la que ni de coña. La tropa que simplemente se embute en un traje cree que la camisa "da igual", "vale cualquiera, ¿no?" "Si casi no se ve". La mayor parte de esta tropa, por no decir toda ella sin embargo, ha desarrollado un exacerbado sentido de la idoneidad en cosas tan interesantes como las zapatillas de deporte y tiene 25 pares dependiendo de si son para correr mucho, poco o regular, para correr en seco, en charco o en cinta, para jugar al paddle, al tenis, al balonvolea o al fútbol. Aquellos que no practican deporte y que creen que no les meto en este saco probablemente tienen una clasificación estricta sobre qué camisetas son para salir, cuales para trabajar, cuales "elegantes" (sí, hay hombres que creen que tienen camisetas elegantes) y cuales son tan especiales que no se pueden poner nunca. Pero la camisa del traje da igual. 

Los hombres que saben llevar traje tienen gemelos. Y saben ponérselos solos y ajustar exactamente el largo del puño para que asome correctamente por la chaqueta. Este es un talento que está a punto de perderse.  

Los hombres que saben llevar traje saben interactuar con él. Caminan, se sientan, conducen, corren, comen hablan o asisten a una reunión como si lo que llevaran puesto no importara, como si no fueran conscientes de ello. 

Los hombres que saben llevar traje parecen estar siempre tan cómodos que, a veces, cuando los observo, me encuentro imaginando qué habrá debajo del traje. A veces, incluso, elucubro con el proceso de quitárselo. 

Con los que simplemente llenan el traje, la mayoría de las veces pienso "seguro que llevan calcetines Artengo".